BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower
Watchtower
BIBLIOTECA EN LÍNEA
Español
  • BIBLIA
  • PUBLICACIONES
  • REUNIONES
  • Robar en las tiendas: ¿diversión inocente, o delito grave?
    ¡Despertad! 2005 | 22 de junio
    • Robar en las tiendas: ¿diversión inocente, o delito grave?

      IMAGÍNESE la siguiente escena: por la puerta principal de unos grandes almacenes hacen su entrada dos adolescentes vestidas a la moda. Caminan por un pasillo hasta llegar al departamento de cosméticos seguidas por un guardia de seguridad, quien se detiene como a 10 metros [30 pies] de ellas y se queda en posición erguida con las manos a la espalda. No pierde de vista a las muchachas, que se dedican a toquetear y revolver las barras labiales y máscaras de pestañas.

      Miran al guardia, que no les quita los ojos de encima. Por dentro están hechas un manojo de nervios. Una de ellas va a la sección de esmaltes de uñas y elige un par de frascos. Arruga la nariz mientras finge comparar dos tonalidades rojizas. Devuelve a su sitio un frasco y toma otro de un tono levemente más oscuro.

      En un momento, el vigilante baja la vista y se da vuelta para mirar en dirección contraria. Como si de una señal se tratara, las dos jóvenes aprovechan para introducir barras labiales y esmaltes en sus bolsos de mano. Sus rostros aparentan serenidad, pero por dentro están muy agitadas. Permanecen en el pasillo algunos minutos más, una concentrada en las limas de uñas y la otra en los lápices de cejas.

      Las dos entrecruzan miradas, se hacen señas con la cabeza y se dirigen a la entrada. El guardia se aparta a un lado, y ellas le sonríen al pasar. Luego van hasta la sección de accesorios telefónicos, que está justo enfrente de la caja registradora, y echan un vistazo a los artículos expuestos. Intercambian comentarios en voz baja sobre las fundas de cuero para teléfonos celulares, y finalmente se encaminan a la salida.

      Con cada paso que dan, aumenta su agitación, avivada por el miedo a ser atrapadas. Cuando cruzan el umbral, sienten ganas de gritar, pero no despegan los labios. Ningún colorete podría igualar al rubor que la emoción ha pintado en sus mejillas. Una vez apaciguada la tormenta de sentimientos que las sacude, suspiran aliviadas. Las chicas se alejan a buen paso, sin parar de reír. Solo piensan en una cosa: se han salido con la suya.

      Aunque estas dos adolescentes son imaginarias, la escena que hemos descrito no podría ser más real. Tan solo en Estados Unidos, cada día se producen 1.000.000 de hurtos en las tiendas, pero el problema es mundial. Como veremos, crea graves perjuicios en los que apenas reparan los rateros. ¿A qué se debe que hasta personas que pueden pagar prefieran robar?

  • ¿Por qué lo hacen?
    ¡Despertad! 2005 | 22 de junio
    • ¿Por qué lo hacen?

      “No lo veo como un hurto, sino como una redistribución de las riquezas sumamente necesaria.”—UN SACERDOTE ANGLICANO.

      DE HABER algo de cierto en las leyendas, Robin Hood no sentía ningún escrúpulo al apropiarse de lo ajeno. Según la tradición inglesa, desvalijaba a los ricos para dar a los pobres. El clérigo citado al principio de este artículo también cree que la pobreza es razón suficiente para el hurto, y por ello dice lo siguiente de quienes sustraen mercancías de las tiendas: “Gozan de todas mis simpatías; de hecho, considero su conducta totalmente justificada”. Hasta recomienda a los grandes almacenes que abran sus puertas a los necesitados una vez al año y les dejen llevarse lo que quieran sin pagar.

      Pero muchas veces este tipo de hurto no se debe a apuros económicos. Por ejemplo, la policía de Japón detuvo a dos de sus oficiales por este delito. En Estados Unidos, a un miembro de la junta directiva de una cooperativa alimentaria sin fines de lucro lo sorprendieron robando en la tienda de la asociación. Y no es raro que adolescentes con dinero en el bolsillo se apropien de artículos que no necesitan. ¿Por qué actúan así tales personas?

      “Da gusto hacerlo”

      Emoción. Miedo. Poder. Al igual que las dos muchachas del artículo anterior, algunas personas que roban en los comercios experimentan dichas sensaciones en grandes dosis, de modo que reinciden para volver a sumergirse en ese torbellino de emociones. Comentando lo que sintió la primera vez que cometió un hurto, una mujer dijo: “¡Qué emoción! Lo había logrado y era excitante”. Tras haberlo repetido varias veces, explicó cómo se sentía: “Estaba avergonzada de mí misma, pero también eufórica. Me sentía más viva que nunca. Cada vez que conseguía salir de una tienda sin ser descubierta, experimentaba una enorme sensación de poder”.

      Un joven llamado Hector explica que, cuando dejó esta práctica, durante meses sintió el deseo casi irrefrenable de volver a las andadas.a “Me perseguía como una adicción. Si iba al centro comercial y veía un aparato de radio, pensaba: ‘Sería facilísimo llevármelo sin que me atraparan’.”

      Algunas personas sustraen artículos que ni siquiera desean tan solo por la excitación que esto les produce. Un periódico de la India hace el siguiente comentario: “Los psicólogos señalan que estos individuos se comportan así por la emoción de hacer algo prohibido. [...] Algunos hasta devuelven lo que han robado”.

      Otras razones

      Entre los millones de personas que padecen depresión hay quienes la exteriorizan mediante conductas impropias, como robar en las tiendas.

      A pesar de pertenecer a una familia estable y adinerada, una chica de 14 años sentía que la desesperación “era como una nube suspendida sobre [su] cabeza de la que no lograba librar[s]e”. Comenzó a consumir alcohol y diversas drogas. Un día la atraparon robando en una tienda. Luego trató de suicidarse en dos ocasiones.

      Cuando un joven de pronto deja de comportarse bien y comienza a robar en las tiendas, los padres deben plantearse la posibilidad de que tenga problemas emocionales. El doctor Richard MacKenzie, especialista en salud de adolescentes, comentó: “Creo que todo tipo de conducta que resulte extraña en el hijo debe considerarse indicio de una posible depresión, a menos que se demuestre lo contrario”.

      Algunos jóvenes roban en las tiendas incitados por sus compañeros, quizás como rito de iniciación para entrar en un círculo de amistades. Otros lo hacen para matar el aburrimiento. Y los rateros profesionales, para ganarse la vida. Sean cuales sean sus motivos, los amigos de lo ajeno sustraen todos los años de los establecimientos comerciales mercancías por valor de millones de dólares. Pero alguien tiene que correr con los gastos.

      [Nota]

      a En este reportaje se han cambiado algunos nombres.

      [Recuadro de la página 5]

      CLEPTOMANÍA

      “Desde la adolescencia he tenido problemas con llevarme cosas de las tiendas —relata Maria—. La inclinación fue cobrando tanta fuerza que llegué al punto de robar artículos por valor de 500 dólares todos los días.

      ”No es que me guste hacerlo, pero el impulso es muy fuerte. De verdad, quiero cambiar.” Como le resulta muy difícil controlarse, Maria sospecha que tal vez padezca cleptomanía.

      La cleptomanía es la “tendencia neurótica a robar, particularmente sin razones económicas”. Las causas de este tipo de adicción no son simples, sino que parecen obedecer a profundos problemas emocionales.

      Aunque a veces se emplea de forma imprecisa la palabra cleptómano para designar a cualquier ladrón empedernido, los médicos consideran que la verdadera cleptomanía no es frecuente. Según la Asociación Americana de Psiquiatría, menos del cinco por ciento de quienes roban en las tiendas padecen este trastorno. Por consiguiente, conviene ser cautos antes de afirmar que alguien comete este delito por cleptomanía. Quizás lo haga por otras razones.

  • ¿Quién acaba pagando los artículos robados?
    ¡Despertad! 2005 | 22 de junio
    • ¿Quién acaba pagando los artículos robados?

      EN Japón, un tendero atrapó a un muchacho robando y llamó a la policía. Cuando esta llegó, el joven se echó a correr. Perseguido por los agentes, trató de cruzar las vías del ferrocarril y murió arrollado por un tren.

      El suceso causó gran revuelo. Ante las críticas recibidas por haber llamado a la policía, el tendero tuvo que cerrar hasta que se calmaran los ánimos. Cuando volvió a abrir, se repitieron los robos. Sin embargo, debido al recuerdo de la tragedia, temía encarar a los ladrones. Como su negocio cobró fama de presa fácil, no tardó en verse obligado a cerrarlo definitivamente.

      Es cierto que se trata de un caso más trágico de lo habitual, pero ilustra una importante verdad: el robo en las tiendas sale muy caro, de muchas maneras y para muchas personas. Examinemos el precio tan alto que se paga por este delito.

      El precio que pagan las tiendas

      El robo en las tiendas cuesta cada año a los comerciantes de todo el mundo miles de millones de dólares. Según algunos cálculos, tan solo en Estados Unidos el valor de lo sustraído supera los 40.000 millones de dólares. ¿Cuántos negocios pueden asumir su parte de semejante cifra? Muchos se encuentran ya en apuros, de modo que cuando los rateros invaden los pasillos de sus establecimientos, quizás vean amenazado el trabajo de toda una vida.

      “Por si la competencia fuera poco, tengo la inquietud de que se lleven mercancía. No sé cuánto más aguantaré en el negocio”, afirma un tendero neoyorquino llamado Luke. Los equipos de seguridad electrónica no están a su alcance. Por eso dice: “En este momento podría estar [robándome] cualquier persona, incluso alguno de mis clientes habituales”.

      Hay quienes creen que el problema de Luke no es tan grave. Dicen: “Esas tiendas ganan un dineral; poco importa que uno se lleve algo”. Pero ¿de verdad ganan tanto los minoristas?

      Hay lugares donde los comerciantes agregan un 30, un 40 o hasta un 50% al precio de costo de un artículo. Pero ese porcentaje no es de ganancias netas. Con él se cubren los gastos de operación como el alquiler, los impuestos, los salarios y prestaciones sociales de los empleados, el mantenimiento del local, la reparación de equipos, la póliza de seguros, la electricidad, el agua, la calefacción, el teléfono y los sistemas de seguridad. Una vez descontados los gastos, los beneficios tal vez sean del 2 ó 3%. Por lo tanto, cuando alguien sustrae mercancía de una tienda, se lleva por la puerta una buena parte del sustento del comerciante.

      ¿Y los hurtos menores?

      Mientras está en la tienda con su mamá, un niño se dirige solo a donde se hallan las golosinas, abre un paquete y se mete una chocolatina en el bolsillo. ¿Afectará al establecimiento la pérdida de un artículo tan barato?

      Un folleto de la U.S. Small Business Administration (Administración de pequeñas empresas de Estados Unidos) afirma: “El hurto menor tal vez no parezca grave a quien un día se echa al bolsillo un bolígrafo y otro día una calculadora, pero para el minorista que lucha por salir a flote es un golpe mortal” (Curtailing Crime—Inside and Out [Cómo prevenir el delito interno y externo]). Dado que el margen de ganancias es tan pequeño, para recuperarse del robo anual de mercancías valoradas en un total de 1.000 dólares, el minorista debe vender 900 chocolatinas o 380 latas de sopa más cada día. Por lo tanto, el negocio se resiente enormemente si son muchos los niños que roban dulces. En efecto, el problema radica en que mucha gente lo hace.

      Millones de personas —jóvenes y mayores, ricas y pobres, de toda raza y origen— roban en mercados y tiendas. ¿Con qué resultados? Según el Consejo Nacional de Prevención del Crimen, de Estados Unidos, casi un tercio de los negocios del país se ven obligados a cerrar por dicha causa. Y sin duda los establecimientos comerciales de otros países afrontan la misma amenaza.

      El precio que paga el cliente

      El robo en las tiendas infla los precios. Por su culpa, el consumidor de algunas regiones paga cada año 300 dólares más. En otras palabras, si una persona gana 60 dólares diarios, dedica todos los años el salario de una semana a pagar la mercancía que otros han sustraído. ¿A quién le sobra este dinero? Para el pensionista o la madre sola que lucha por mantener a su familia, perder así semejante cantidad puede resultarle una carga abrumadora. Pero este no es el único precio que paga el cliente.

      A todos los vecinos los perjudica que cierre la tienda de la esquina. Hace poco, una comunidad estadounidense muy unida perdió su farmacia, al parecer por culpa de los robos. Ahora, muchos ancianos y enfermos tienen que recorrer dos kilómetros [milla y media] hasta la más cercana. “Inténtelo en silla de ruedas a ver qué tal le va”, dijo un funcionario.

      El alto precio que pagan los padres

      Bruce es un hombre de principios que enseña a sus hijos a ser honrados. Un día sorprendieron a su hija robando. “El mundo se me vino encima —señala—. Imagínese que lo llamen a usted para decirle que han atrapado a su hija robando en una tienda. Nosotros pasamos años educándola para ser una buena persona, y ahora nos sale con estas. Nunca creímos que terminaría rebelándose así.”

      A Bruce lo martiriza pensar en su hija y en qué será de ella. Además, decidió renunciar a su puesto como maestro voluntario de religión. “¿Con qué cara iba a presentarme ante la congregación? La conciencia no me permitía hablarles desde la plataforma acerca de la crianza de los hijos. No me sentía bien haciéndolo.” Parece que su hija no pensó en el daño que iba a causarle a su padre con su mala conducta.

      El precio que paga quien roba

      Antes, si un gerente atrapaba a alguien robando, solía darle una reprimenda y lo dejaba ir. Hoy lo común es que el dueño pida que se arreste incluso a quien lo hace por primera vez. Así, aprende las graves consecuencias del delito, como pudo constatar una joven llamada Natalie.

      “Cuanto más robaba, más segura me sentía —indica—. Creía que, aunque me pillaran, me saldría más barato pagar los honorarios del abogado y las costas del juicio que toda la ropa carísima que me llevaba.” Pero estaba muy equivocada.

      Un día la atraparon robando un vestido, y la policía se la llevó esposada. En la comisaría le tomaron las huellas y la encerraron con otros delincuentes en una celda, donde tuvo que esperar varias horas hasta que sus padres tramitaron la fianza.

      Natalie da este consejo a quien piense en robar: “Hazme caso. Lo mejor es que compres el dichoso vestido o el pantalón vaquero. [Si decides robarlo], lo lamentarás por mucho tiempo”.

      Algo que lamentar son los antecedentes penales. Muchas personas que han sido condenadas por robar en las tiendas descubren con pesar que su delito no puede borrarse así como así, sino que vuelve a aparecer una y otra vez, como una mancha rebelde en un vestido o una camisa. Tal vez tengan que declararlo en la solicitud de ingreso a una universidad. O pudieran encontrar problemas para acceder a profesiones como medicina, odontología o arquitectura. Y las empresas quizás se lo piensen antes de contratarlos. Todas estas dificultades tal vez las sufran aunque hayan pagado la pena impuesta por un tribunal y no hayan reincidido nunca.

      Robar en las tiendas puede resultarle muy caro al delincuente, aunque no sea condenado. Así lo admite Hector, citado en un artículo anterior: “Siempre me salí con la mía. Nunca me atraparon”. Aun así, tuvo que pagar las consecuencias. Dice: “Creo que los jóvenes deben comprender algo: se cosecha lo que se siembra. Aunque no te atrape la policía, acabarás pagándolo de alguna manera”.

      Robar en las tiendas es un delito que ocasiona víctimas y pérdidas económicas. Quien lo esté haciendo debería abandonarlo por completo. Pero ¿de dónde puede sacar fuerzas para no recaer? ¿Se logrará erradicar este problema algún día?

  • Cómo poner fin al robo en las tiendas
    ¡Despertad! 2005 | 22 de junio
    • Cómo poner fin al robo en las tiendas

      “Reducir el número de robos no es solo incumbencia de los comerciantes, sino de la comunidad entera, pues nos favorece a todos.” (EVERY RETAILER’S GUIDE TO LOSS PREVENTION [GUÍA DEL MINORISTA PARA PREVENIR LAS PÉRDIDAS].)

      EL ROBO en las tiendas, como cualquier práctica indeseable, influye en la forma de pensar de la persona que lo comete, la cual suele justificarse. Por eso, al igual que el jardinero debe arrancar de raíz la mala hierba, quien desee dejar de robar tendrá que desarraigar de su mente los malos pensamientos. En Romanos 12:2, la Biblia invita a todos a “[rehacer] su mente”, y en 1 Pedro 1:14 dirige esta exhortación: “Dejen de amoldarse según los deseos que tuvieron en otro tiempo”. Existen cinco ayudas útiles para modificar la mentalidad característica de quienes sustraen mercancías de los establecimientos comerciales.

      Ayudas para corregir la forma de pensar

      ◼ En primer lugar, robar en las tiendas es un delito. Aunque sea común en la localidad y el ladrón salga impune, sigue siendo una violación de la ley (Romanos 13:1).

      ¿Qué ocurre cuando son muchos los que cometen delitos? La Biblia indica que entonces “la ley se entumece” (Habacuc 1:3, 4). Es decir, disminuye su beneficioso efecto restrictivo, lo que trastoca el orden público. Cada vez que alguien roba en una tienda, debilita los fundamentos de la sociedad respetuosa de la ley; y cuando esto ocurre, todos salimos perdiendo.

      ◼ En segundo lugar, el hurto en las tiendas mina la confianza. Tal práctica deshonesta deteriora las relaciones humanas, pues dificulta que la gente se comprenda y trate con equidad (Proverbios 16:28).

      “Mi mayor defecto es ser demasiado confiada”, dijo la propietaria de una tienda de ropa cuando, debido a los hurtos, se vio obligada a declararse en bancarrota. En el pasado confió en que sus clientes y empleados no le robarían, pero hoy señala que fue una equivocación.

      Quien miente a otro tal vez solo pierda la confianza de aquel a quien ha mentido. Pero quien roba en una tienda logra que se dude de cuantos entran, que automáticamente se considere ladrones en potencia a personas que son honradas. ¿Qué derecho tiene alguien a hacer eso?

      ◼ En tercer lugar, de este tipo de delitos pudiera pasarse a otros más graves, en los que el delincuente quizás asuma riesgos cada vez mayores (2 Timoteo 3:13).

      La eliminación definitiva del robo en las tiendas

      ◼ En cuarto lugar se halla la razón más importante: robar en las tiendas coloca a la persona en oposición al Dios todopoderoso, quien ordena en su Palabra que el ladrón “ya no hurte más” y advierte que castigará a quienes lo desafíen (Efesios 4:28; Salmo 37:9, 17, 20). Sin embargo, al ladrón que cambia, Jehová le brinda su perdón y su paz (Proverbios 1:33).

      ◼ En quinto lugar, el hurto en las tiendas, como los demás delitos, pronto desaparecerá. Cuando el Reino de Dios asuma el dominio total de nuestro planeta, tal y como promete la Biblia, los seres humanos serán honrados en sus tratos. De este modo, ya nadie tendrá que pagar el alto precio de los robos en las tiendas (Proverbios 2:21, 22; Miqueas 4:4).

      [Ilustración y recuadro de la página 10]

      REMEDIOS BARATOS CONTRA EL ROBO

      Algunos negocios pequeños no pueden costearse sistemas de seguridad caros, pero no por ello están indefensos ante los ladrones. Muchas veces pueden proteger sus mercancías tomando algunas medidas sencillas.

      Los detectives Michael Brough y Derek Brown prepararon una publicación en la que subrayan la necesidad de no perder de vista a los clientes. “Vigílelos a todos —señalan—. [...] Usted y sus empleados son la principal defensa.” Recomiendan abordar así al sospechoso: “¿Encontró lo que buscaba? Si es tan amable, déjelo en la caja para que vayamos marcándolo”. “¿Desea que se lo envuelva?” “¿Es de su talla el suéter?” “Permítame que le traiga una cesta.” Según los citados detectives, “de esta manera, tanto el cliente honrado como el ladrón sabrán que usted se ha fijado y que tiene interés en ellos”.

      Estos autores recomiendan tenerlo todo organizado: “Mantenga los estantes ordenados y abastecidos. Si los revisa constantemente, sabrá qué artículos hay, y cuanto más ordenados estén, más fácil será detectar cualquier anomalía” (Every Retailer’s Guide to Loss Prevention).

      El investigador Russell Bintliff comenta: “Los pasillos despejados y los estantes bien abastecidos facilitan la observación de los clientes. El empleado puede pasearse por el pasillo donde haya gente sospechosa, fijarse en qué falta y, con la excusa de buscar mercancía, mirar qué hay en la cesta o el carrito del comprador. [...] El ladrón se percatará de lo que ocurre, mientras que el buen cliente ni se dará cuenta de que lo están observando”. Luego añade: “La disposición [de los estantes] debe permitir que tanto el dueño como los empleados no pierdan de vista a los clientes” (Crimeproofing Your Business—301 Low-Cost, No-Cost Ways to Protect Your Office, Store, or Business [Proteja su establecimiento contra delincuentes: 301 medidas baratas o gratuitas para su oficina, tienda o negocio]).

Publicaciones en español (1950-2025)
Cerrar sesión
Iniciar sesión
  • Español
  • Compartir
  • Configuración
  • Copyright © 2025 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania
  • Condiciones de uso
  • Política de privacidad
  • Configuración de privacidad
  • JW.ORG
  • Iniciar sesión
Compartir