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  • Resuelto a cumplir mi promesa
    ¡Despertad! 1998 | 22 de junio
    • Por fin, en respuesta a mis fervientes oraciones, me trasladaron a unos dos mil kilómetros al sudeste, a un gran complejo de campos en Angarsk, ciudad que acababa de fundarse en el oriente de Siberia y donde se construía, principalmente con reclusos, una gran fábrica de productos químicos.

      Me asignaron al Campo 13, cerca de las obras. Enseguida me comuniqué con otros Testigos, que me pasaron los últimos números de La Atalaya y el Informador, como se llamaba Nuestro Ministerio del Reino. Todo un banquete espiritual. Pero ¿de dónde salían aquellas publicaciones?

      En abril de 1951 se deportó a Siberia a miles de Testigos ucranianos, en muchos casos a zonas cercanas a Angarsk. De forma clandestina, estos hermanos obtenían los ejemplares de La Atalaya y otras publicaciones, los reproducían y los introducían en los campos. También recibimos una Biblia, que dividimos en secciones para distribuírnosla, pues así solo perderíamos una porción en caso de ocurrir un registro. Hasta llegamos a realizar el estudio de La Atalaya y la Escuela del Ministerio Teocrático.

      A finales de 1952 me trasladaron al Campo 8. En marzo celebramos la Conmemoración en un cuartito donde los prisioneros almacenaban sus pertenencias. Al enterarse las autoridades, me acusaron de ser “un agitador malicioso” y me enviaron al Campo 12, donde ya había cinco Testigos castigados por predicar. Allí nos obligaron a abrir amplios cimientos a pico y pala.

      Muchos prisioneros del Campo 12 eran delincuentes de la peor calaña. Es obvio que los funcionarios pensaron que poniéndonos con ellos nos desmoralizaríamos. Sin embargo, les hablamos del Reino de Dios, y en los barracones entonábamos cánticos del Reino. En cierta ocasión, cuando habíamos terminado de cantar, el jefe de una pandilla del campo se acercó a un Testigo y le dijo: “A quien se meta con ustedes, le corto el cuello”. Hasta algunos malhechores aprendieron los cánticos y los entonaban con nosotros.

      A mediados de 1953 se trasladó a muchos Testigos de diversos campos al Campo 1, donde originalmente había 48, que en menos de tres años se convirtieron en 64 al abrazar la verdad bíblica y bautizarse dieciséis reclusos. Aunque los funcionarios del campo siempre estaban pendientes de cualquier indicio de actividades religiosas, lográbamos celebrar las reuniones y los bautismos en la casa de baños, pues la supervisaba un Testigo.

      Recobro la libertad y formo una familia

      Al liberarse en 1956 a la mayoría de los Testigos de los campos, se dispersaron mensajeros de las buenas nuevas de un extremo a otro del vasto territorio soviético. En mi caso, la condena se rebajó primero de veinticinco a diez años y luego a seis años y seis meses, de modo que también quedé libre, pero en febrero de 1957.

      Me dirigí en primer lugar a unos 600 kilómetros al noroeste de Angarsk, a la población siberiana de Biriusinsk. Como en la región había muchos Testigos ucranianos deportados, tuve el gozo de intercambiar experiencias y enterarme de la situación de otros hermanos que conocíamos.

  • Resuelto a cumplir mi promesa
    ¡Despertad! 1998 | 22 de junio
    • Vivimos seis meses en un cobertizo, hasta que nos mudamos a Biriusinsk para unirnos a nuestros hermanos cristianos exiliados. Eran unos quinientos, integrados en las cinco congregaciones de la ciudad, en una de las cuales se me nombró superintendente presidente. En 1959 nació nuestra primera hija, Oksana, tras la cual vino Marianna en 1960. Desde niñas estuvieron siempre en las reuniones, y crecieron inmersas en la actividad espiritual de nuestra congregación de Siberia.

      Las autoridades siberianas eran relativamente tolerantes con las labores de nuestra congregación, al menos en comparación con las severas restricciones que pesaban sobre nuestra obra en Ucrania. Con todo, no era fácil que se reuniera la congregación entera. Los funerales nos permitían juntarnos en grandes cantidades. En aquellas ocasiones, varios hermanos pronunciaban instructivos discursos bíblicos. Pero las autoridades se percataron de lo que sucedía y tomaron medidas. En cierta ocasión, por ejemplo, detuvieron el cortejo fúnebre, se llevaron a la fuerza el ataúd y lo enterraron.

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