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  • De niño soldado a precursor regular
    Anuario de los testigos de Jehová 2014
    • De niño soldado a precursor regular

      Ilustración de la página 147

      TENÍA 16 años cuando los soldados rebeldes me reclutaron a la fuerza. Me daban drogas y alcohol, así que a menudo peleaba enloquecido bajo el efecto de las drogas. Participé en muchos enfrentamientos y cometí terribles atrocidades, algo que lamento profundamente.

      Un día vino a predicar a nuestras barracas un viejito testigo de Jehová. A diferencia de la mayoría de la gente, que nos tenía miedo y nos despreciaba, él quería ayudarnos espiritualmente. Cuando me invitó a ir a una reunión, acepté. No recuerdo de qué se habló, pero sí recuerdo claramente el recibimiento tan cálido que me dieron.

      Al recrudecer la guerra, perdí el contacto con los Testigos. Luego, me enviaron a una zona controlada por los rebeldes para que me recuperara de unas heridas graves que sufrí. Antes de que finalizara la guerra, hui a una zona controlada por el gobierno y entré en un programa de desarme, desmovilización y reinserción para excombatientes.

      Necesitaba ayuda espiritual con desesperación. Asistí a una iglesia pentecostal, pero sus miembros me llamaban el Satanás del grupo. Entonces busqué a los testigos de Jehová. Empecé a estudiar la Biblia con ellos y a asistir a sus reuniones. Cuando confesé las cosas tan horrendas que había hecho, los hermanos me leyeron estas confortadoras palabras de Jesús: “Las personas en salud no necesitan médico, pero los enfermizos sí. [...] No vine a llamar a justos, sino a pecadores” (Mat. 9:12, 13).

      Aquellas palabras me tocaron en lo más hondo. Le entregué mi puñal al hermano con quien estudiaba la Biblia y le dije: “He guardado esta arma para defenderme en caso de alguna represalia; pero ahora que sé que Jehová y Jesús me aman, ya no la quiero”.

      Los hermanos me enseñaron a leer y escribir. Finalmente me bauticé y me hice precursor regular. Cuando les predico a antiguos rebeldes, me dicen que me respetan por haber limpiado mi vida. Hasta el ayudante del comandante de la que fue mi sección estudió la Biblia conmigo.

      Mientras fui soldado tuve tres hijos. Cuando aprendí la verdad, me propuse ayudarlos espiritualmente. Para mi gran regocijo, dos de ellos respondieron con gusto: uno es publicador no bautizado y el mayor es ahora precursor auxiliar.

  • Escapamos de la muerte a manos de los rebeldes
    Anuario de los testigos de Jehová 2014
    • Escapamos de la muerte a manos de los rebeldes

      Andrew Baun

      • AÑO DE NACIMIENTO 1961

      • AÑO DE BAUTISMO 1988

      • OTROS DATOS Era precursor regular en Pendembu, en la provincia oriental de Sierra Leona, cuando estalló la guerra en 1991.

      Ilustración de la página 148

      UNA tarde entraron los rebeldes en el pueblo y estuvieron unas dos horas disparando al aire. Algunos eran tan jovencitos que les costaba sostener el arma. Iban muy sucios, despeinados, y parecían estar bajo el efecto de las drogas.

      Al día siguiente comenzó la matanza. Las personas fueron salvajemente mutiladas o ejecutadas. Las mujeres fueron violadas. La situación era caótica. El hermano Amara Babawo y su familia, junto con cuatro personas interesadas, se refugiaron en mi casa. Estábamos aterrorizados.

      De pronto llegó un comandante rebelde que nos ordenó presentarnos por la mañana para recibir entrenamiento militar. Estábamos resueltos a permanecer neutrales aunque nos costara la vida. Pasamos casi toda la noche orando. Nos levantamos temprano, leímos el texto diario y esperamos a los rebeldes. Pero nunca vinieron.

      “Si están leyendo el texto diario, deben ser testigos de Jehová”

      Después, un oficial y cuatro de sus hombres se apropiaron de mi casa. Como nos dijeron que nos quedáramos, seguimos celebrando allí las reuniones y analizando el texto del día. Unos soldados dijeron: “Si están leyendo el texto diario, deben ser testigos de Jehová”. No estaban interesados en la Biblia, pero sí nos respetaban.

      Un día llegó un comandante de alto rango a pasar revista a los soldados que estaban acuartelados en mi casa. Le hizo un saludo militar al hermano Babawo y le tendió la mano. Dirigiéndose a los soldados, gritó: “¡Este hombre es jefe mío y de ustedes! ¡Si le tocan un pelo a él o a cualquiera de los que están con él, tendrán problemas! ¿Comprendido?”. “¡Sí, señor!”, respondieron. Luego nos dio una carta en la que se le ordenaba al Frente Unido Revolucionario que no nos hicieran daño porque éramos ciudadanos pacíficos.

      Meses más tarde, las facciones rebeldes se enzarzaron en peleas unas con otras, por lo que huimos al vecino país de Liberia. Allí nos amenazó otro grupo rebelde. “Somos testigos de Jehová”, les dijimos. “¿Ah, sí? ¿Qué dice Juan 3:16?”, preguntó un soldado. Cuando se lo recitamos de memoria, nos dejó ir.

      Más adelante nos encontramos con otro comandante rebelde. Nos ordenó al hermano Babawo y a mí que lo siguiéramos. Pensamos que nos iba a matar. Entonces nos confesó que había estudiado con los Testigos antes de la guerra. Nos dio dinero y aceptó llevar a los hermanos de una congregación cercana una carta que les habíamos escrito. Poco después llegaron dos hermanos con suministros y nos condujeron a un lugar seguro.

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