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La lucha contra el poder del pecado sobre la carne caídaLa Atalaya 1994 | 15 de junio
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a La Biblia emplea generalmente el verbo hebreo jat·táʼ y el verbo griego ha·mar·tá·no con el sentido de “pecar”. Estas dos palabras tienen el significado de “errar”, en el sentido de marrar o no alcanzar una meta, objetivo o blanco.
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La lucha contra el poder del pecado sobre la carne caídaLa Atalaya 1994 | 15 de junio
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La primera pareja humana, que había sido creada en perfección, estaba bien equipada para cumplir con este cometido. Como espejos pulimentados de alta calidad, podían reflejar la gloria de Dios con brillantez y fidelidad. Sin embargo, permitieron que surgieran tachas en aquel magnífico acabado al elegir premeditadamente desobedecer a su Creador y Dios. (Génesis 3:6.) Después de actuar así, ya no podrían reflejar a perfección la gloria de Dios. Ya no alcanzaban a su gloria ni cumplían el propósito por el que se les había creado a su imagen. En otras palabras, habían pecado.a
3. ¿Cuál es el verdadero carácter del pecado?
3 Este hecho nos ayuda a entender el verdadero carácter del pecado, que enturbia el reflejo que da el hombre de la semejanza y gloria de Dios. El pecado hace al hombre impío, es decir, impuro y con tachas, tanto en sentido espiritual como moral. Dado que todos los seres humanos descienden de Adán y Eva, nacen con tachas e inmundos, por lo que no cumplen las expectativas que Dios ha fijado para ellos como hijos suyos.
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La lucha contra el poder del pecado sobre la carne caídaLa Atalaya 1994 | 15 de junio
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En radical oposición a estas actitudes, la Biblia dice con claridad: “Todos han pecado y no alcanzan a la gloria de Dios”. (Romanos 3:23.) Hasta el apóstol Pablo admitió lo siguiente: “Porque sé que en mí, es decir, en mi carne, nada bueno mora; porque la facultad de desear está presente conmigo, pero la facultad de obrar lo que es excelente no está presente. Porque lo bueno que deseo no lo hago, pero lo malo que no deseo es lo que practico”. (Romanos 7:18, 19.) En este pasaje Pablo no estaba cayendo en la autocompasión. Más bien, al tener plena conciencia de lo lejos que había quedado la humanidad de la gloria de Dios, sentía en toda su crudeza el dolor de vivir bajo el poder de la carne caída. De modo que dijo: “¡Hombre desdichado que soy! ¿Quién me librará del cuerpo que está padeciendo esta muerte?”. (Romanos 7:24.)
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