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  • Dios ha tenido misericordia de mí
    La Atalaya 2008 | 1 de julio
    • Dios ha tenido misericordia de mí

      RELATADO POR BOLFENK MOC̆NIK

      “Ahora tienes que ser fuerte.” Estas fueron las firmes e intensas palabras que mi madre pronunció mientras me abrazaba. Los militares nos separaron y comenzó el juicio. Finalmente, me condenaron a cinco años de prisión. Para la mayoría de la gente, la sentencia habría sido devastadora, pero la verdad es que yo sentí una profunda paz. Permítanme explicarles por qué.

      LO QUE acabo de relatar ocurrió en 1952, en Eslovenia.a Sin embargo, mi historia comienza más de dos décadas antes, en 1930. Fue entonces cuando los Estudiantes de la Biblia —como se llamaba a los testigos de Jehová— llevaron a cabo el primer bautismo en grupo en mi país. Mis padres, Berta y Franz Moc̆nik, estuvieron entre aquellos bautizados. Yo tenía seis años, y mi hermana, Majda, tenía cuatro. Recuerdo que nuestro hogar, en la ciudad de Maribor, era un verdadero centro de actividad cristiana.

      Debido a que Adolf Hitler comenzó a perseguir a los Testigos cuando llegó al poder en Alemania en 1933, muchos Testigos alemanes se mudaron a Yugoslavia para colaborar en la obra de predicar. A mis padres les gustaba tener en casa a esos cristianos fieles. Recuerdo a uno de aquellos huéspedes, Martin Poetzinger, que más tarde pasó nueve años en campos de concentración nazis y que mucho después —desde 1977 hasta su muerte en 1988— fue miembro del Cuerpo Gobernante de los Testigos de Jehová.

      Martin siempre dormía en mi cama cuando nos visitaba, y mi hermana y yo nos acomodábamos en el dormitorio de nuestros padres. A mí me encantaba hojear un libro que él tenía, una colorida enciclopedia de bolsillo que echaba a volar mi imaginación infantil.

      Un período de duras pruebas

      En 1936, mientras el poder de Hitler iba en aumento, mis padres asistieron a una memorable asamblea internacional en la ciudad suiza de Lucerna. Como mi padre tenía una agradable voz de barítono, en aquella ocasión lo eligieron para grabar sermones bíblicos que luego se emplearon en la predicación por toda Eslovenia. Poco después de aquella importante asamblea, los Testigos europeos fueron objeto de cruel persecución, y muchos sufrieron y murieron en los campos de concentración nazis.

      En septiembre de 1939 estalló la segunda guerra mundial, y en abril de 1941, las tropas alemanas ocuparon varias regiones de Yugoslavia. Las escuelas eslovenas fueron clausuradas, y se nos prohibió hablar nuestro idioma en público. Debido a su postura neutral en los conflictos políticos, los testigos de Jehová se negaron a apoyar el esfuerzo bélico.b Como resultado, muchos fueron arrestados, y algunos, ejecutados. Entre estos últimos estuvo Franc Drozg, un joven a quien yo conocía bien. Los pelotones de fusilamiento nazis hacían su trabajo a unos 90 metros (100 yardas) de nuestra casa. Aún me parece ver a mi madre tapándose los oídos con prendas de ropa, tratando de no oír los disparos. Antes de que lo fusilaran, Franc escribió a un amigo íntimo una carta de despedida, que cerró con estas palabras: “Nos veremos en el Reino de Dios”.

      Una decisión de la que me arrepiento profundamente

      Yo tenía 19 años y, aunque admiraba la firmeza de Franc, estaba asustado. ¿Me matarían a mí también? Mi fe era débil, igual que mi relación con Jehová Dios. Por eso, cuando me llamaron a filas, mi miedo pudo más que mi fe, así que me incorporé al ejército.

      Me enviaron al frente ruso, y no tardé en ver a otros soldados morir a mi alrededor. Aquella guerra era espantosa y cruel. Como la conciencia me remordía cada vez más, le supliqué a Jehová que me perdonara y me diera las fuerzas para hacer lo que estaba bien. Cuando un violento ataque sumió en la confusión a mi compañía, vi la oportunidad de huir.

      Sabía que si me capturaban me fusilarían, así que durante los siguientes siete meses me escondí en varios lugares. Hasta me las arreglé para enviar una postal a Majda, en la que escribí: “He dejado a mi patrón y ahora trabajo para otro”. Quería decir que me había propuesto “trabajar” para Dios, pero la verdad es que pasó algún tiempo antes de que lograra hacerlo.

      Pude regresar a Maribor en agosto de 1945, tres meses después de que Alemania se rindiera a los aliados. Todos nosotros —mi padre, mi madre, mi hermana y yo— habíamos sobrevivido a la terrible contienda. Sin embargo, ahora controlaban el país los comunistas, y estos perseguían a los testigos de Jehová. La predicación fue proscrita, por lo que tuvo que llevarse a cabo en la clandestinidad.

      En febrero de 1947, tres fieles Testigos —Rudolf Kalle, Dus̆an Mikić y Edmund Stropnik— fueron sentenciados a muerte, si bien más tarde la condena les fue conmutada por una de veinte años de prisión. La noticia atrajo la atención de los medios informativos, de modo que muchas personas se enteraron de las injusticias que sufrían los Testigos. Cuando leí en la prensa lo que había ocurrido, sentí un gran cargo de conciencia y supe lo que tenía que hacer.

      Me fortalezco espiritualmente

      Me daba perfecta cuenta de que tenía que ponerme de parte de la verdad bíblica, así que me esforcé con más ímpetu para poder participar en la predicación, que se realizaba clandestinamente. Al tomarme en serio la lectura de la Biblia, cobré fuerzas para dejar el tabaco y otros malos hábitos.

      Cuando en 1951 me bauticé en símbolo de mi dedicación a Dios, regresé a la senda que había abandonado casi diez años antes. Por fin llegué a ver a Jehová como un auténtico Padre, un Padre de fidelidad, lealtad y amor inquebrantables. Aunque en mi juventud había tomado malas decisiones, me conmovía la garantía bíblica de que Dios está dispuesto a perdonar. Y como un Padre amoroso, Jehová me atrajo hacia él “con las cuerdas del amor” (Oseas 11:4).

      En aquellos tiempos difíciles celebrábamos las reuniones cristianas en secreto en los hogares de distintos Testigos y predicábamos de manera informal. Menos de un año después de mi bautismo fui arrestado. Mi madre pudo verme brevemente antes del juicio, y, como mencioné al principio, me abrazó con fuerza y me dijo: “Ahora tienes que ser fuerte”. Cuando se anunció la sentencia de cinco años de prisión, permanecí firme y calmado.

      Me pusieron en una celda muy pequeña con otros tres presos, así que pude transmitir la verdad de la Biblia a hombres que de otro modo no la hubieran oído. Aunque no tenía ni Biblia ni publicaciones cristianas, yo mismo me sorprendí al ver cómo podía recordar los textos y su explicación gracias a las horas que había dedicado al estudio. Siempre les decía a los demás reclusos: “Si tengo que cumplir cinco años de cárcel, Jehová me dará las fuerzas para soportarlo. Pero si él decide abrirme una puerta antes, ¿quién podrá cerrarla?”.

      Cierta medida de libertad

      En noviembre de 1953, el gobierno decretó una amnistía, de modo que todos los testigos de Jehová encarcelados salieron en libertad. Entonces me enteré de que nuestra predicación ya no estaba proscrita desde hacía dos meses. Inmediatamente comenzamos a reorganizar las congregaciones y la obra de predicar. Encontramos un lugar adecuado para las reuniones en el sótano de un edificio céntrico de Maribor, y por fin nos fue posible poner en la pared un letrero que decía: “Testigos de Jehová. Congregación Maribor”. Rebosábamos de alegría y gratitud por poder servir a Jehová en libertad.

      A principios de 1961 comencé a predicar a tiempo completo como precursor.

  • Dios ha tenido misericordia de mí
    La Atalaya 2008 | 1 de julio
    • [Ilustración de la página 27]

      De izquierda a derecha: mis padres (Berta y Franz Moc̆nik), Majda y yo, en la ciudad eslovena de Maribor, en los años cuarenta

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