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    Anuario de los testigos de Jehová 1992
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      En muchas regiones inaccesibles de Malaita, sobre todo en las regiones montañosas, y en las otras islas, hay tribus que apenas han tenido contacto ni con la cristiandad ni con el verdadero cristianismo. En su mayor parte practican el culto de antepasados, aunque algunas son animistas.

      Elson Site, anterior superintendente de circuito y en la actualidad precursor especial casado y con ocho hijos, explica qué condiciones existen en algunos de estos lugares: “Estas tribus tienen la costumbre de llevar poca ropa o no llevar nada, y miran con recelo e incluso muchas veces prohíben la entrada en la aldea a los visitantes que van vestidos”.

      ¿Cómo se trataría esta situación tan delicada? Elson prosigue: “En una ocasión, un grupo de una congregación pequeña fue a predicar a un poblado. El jefe puso reparos a que los hermanos y las hermanas fueran vestidos mientras estuvieran en su territorio. Los hermanos le explicaron que no era la costumbre cristiana ir desnudos, y que en vista de la gran distancia que habían recorrido para compartir información importante de la Palabra de Dios, querían resolver ese pequeño problema que estaba impidiendo que su gente oyera las buenas nuevas. El jefe deliberó con los ancianos del poblado durante un buen rato, y por fin decidió que los hermanos no podían predicar a los aldeanos ese mismo día. Sin embargo, se hicieron planes para realizar futuras visitas más productivas. Los habitantes del poblado prometieron construir una casa de hojas justo en las afueras de los límites del poblado para que los hermanos y las hermanas se reunieran en ella, completamente vestidos, con todos los aldeanos que quisieran escuchar las enseñanzas bíblicas. Este sistema funcionó bastante bien, pues a los aldeanos les gusta hablar de temas espirituales”.

      Además de la restricción respecto a la ropa que existe en algunos poblados, los hermanos tienen que respetar otras restricciones derivadas de las creencias de estas gentes. Arturo Villasin, en la actualidad superintendente de circuito, informa: “Los hermanos que dirigen los grupos de testificación se esfuerzan por respetar los esfuerzos de los aldeanos por evitar cualquier cosa que ofenda a los espíritus. En algunos poblados está terminantemente prohibido pronunciar ciertas palabras o nombres, como, por ejemplo, el nombre propio de un antepasado muerto que, según creen, ejerce poder sobre el poblado. También consideran sagrados algunos árboles, y solo los varones pueden sentarse a su sombra. Hay un pueblo en el que es ofensivo llevar ciertos colores; no se puede ir de rojo ni de negro. Así que los hermanos no utilizan en la testificación libros ni Biblias con cubierta roja o negra.

      ”A las mujeres se les prohíbe terminantemente la entrada en algunos sectores del poblado. Un hombre no puede sentarse en el mismo asiento que una mujer que no sea su esposa. La violación de una de estas costumbres conlleva el pago inmediato de una indemnización. Por lo tanto, es vital que los hermanos conozcan con todo detalle las normas, leyes y restricciones de cada pueblo a fin de dar un testimonio eficaz. Así pues, antes de entrar en un poblado, el hermano que dirige el grupo considera con todo detalle lo que deben y no deben hacer, en especial las hermanas, que pasan por alto más fácilmente las costumbres machistas sin darse cuenta. Los hermanos se adaptan de buena gana a las circunstancias, con tal de que no se viole ningún principio recto de Jehová, a fin de que los aldeanos tengan la oportunidad de oír las buenas nuevas. Muchas personas ya han respondido y con mucho gusto han dejado costumbres que desagradan al Dios verdadero.”

      Rodeado de demonios

      En el distrito montañoso de Kwaio (Malaita) se encuentra el pueblo de Aiolo, compuesto básicamente de familias de testigos de Jehová.

      Aiolo es un refugio para el pueblo de Jehová, rodeado como está del culto demoniaco. En sus alrededores se ven muchos terrenos sagrados, zonas de densa vegetación en lo alto de colinas que tienen las laderas peladas para distinguir el suelo sagrado del territorio neutro. El sacerdote sacrifica cerdos a los dioses en tales zonas. Después, él mismo, y a veces otros hombres, se come parte de los sacrificios. A las mujeres no les está permitido comer carne sacrificada ni participar en la ofrenda del sacrificio bajo pena de muerte, aunque es ella principalmente quien se ocupa de criar los cerdos. Una vez efectuado el sacrificio, el sacerdote o los que lo hayan ofrecido deben permanecer en una casa santa dentro de los confines del poblado durante una determinada cantidad de días antes de regresar a su casa.

      En Aiolo se levantó una casa ‘de construcción rápida’ con bambú y otros materiales del bosque. Un Testigo la proveyó para los ‘fugitivos’, es decir, las personas, a veces familias enteras, que huyen del culto demoniaco de sus poblados y buscan refugio en Aiolo. En una ocasión llegó un matrimonio y algunos hermanos y hermanas del esposo huyendo de su pueblo porque sus vecinos querían matarlos por haber ofendido a su demonio al negarse a sacrificarle un cerdo. La pena por tal ofensa era la muerte.

      Unos cuantos días después, un superintendente viajante visitó Aiolo. Escuchemos lo que explicó: “Unos hermanos nos invitaron a mi esposa y a mí a comer en su casa. Allí estaba también esta familia de fugitivos. En seguida nos sentimos unidos a ellos, pero ellos estaban asustados y nos daban la espalda. No obstante, cuando terminó la comida, ya tenían una amplia sonrisa en el rostro y estaban sentados de cara a nosotros. Se habían dado cuenta de que éramos igual que los demás hermanos que aman a Jehová y a quienes Él también ama”.

      Ya no lleva pantalones largos

      Volvamos con el hermano Villasin y preguntémosle por qué lleva ahora pantalones cortos en vez de largos. Él contesta: “Nuestro grupo de publicadores ya había predicado a todas las personas de una determinada aldea. Sin embargo, uno de los hermanos llevaba mucho rato hablando con el jefe. Cuando por fin salió de su casa, tenía cara de preocupación. ¡El jefe quería mis pantalones largos! Ahora era yo quien estaba preocupado. No tenía otro par de pantalones, y no era cuestión de que un superintendente de circuito anduviera por ahí sin pantalones. Le supliqué al hermano que volviera en seguida a la casa del jefe y le hiciera comprender que aunque él y su pueblo se sentían perfectamente bien sin nada encima, yo procedía de un país con costumbres completamente distintas, una de las cuales es que no debemos aparecer desnudos en público bajo ningún concepto. Pero el jefe se había encaprichado de mis pantalones, y solo después de una larga conversación pudo convencerle el hermano de que me dejara quedarme con ellos. ¡Qué alivio! A partir de entonces no he vuelto a ponerme pantalones largos para ir a los pueblos; los llevo cortos, como los demás hermanos”.

      Otro superintendente viajante extranjero tuvo una experiencia espeluznante. En cierto pueblo no se pueden usar las palabras inglesas wicked (inicuo) y war (guerra), pues corresponden a los nombres de dos demonios suyos. Pronunciar esos nombres se considera una ofensa, y se exige que el ofensor pague una considerable indemnización. Cuando el nuevo superintendente viajante se dirigía hacia este lugar para predicar junto con los hermanos nativos, les dijo que prefería escuchar en las puertas. Los hermanos no estuvieron de acuerdo; insistieron en que hablara en una puerta, ya que le habían explicado bien cuáles eran las costumbres locales. Acabó accediendo. Mientras caminaba por los senderos del bosque, montaña arriba y montaña abajo, repetía para sus adentros una y otra vez: “No digas GUERRA, no digas INICUO”.

      Cuando por fin llegaron al territorio, un hombre invitó a pasar a su casa al superintendente viajante y a dos hermanos más. Estos iniciaron la conversación y luego presentaron al nervioso superintendente. Este hizo una breve presentación bíblica, y todo fue bien. El amo de casa parecía complacido con lo que escuchaba. El superintendente, que también se sentía satisfecho de sí mismo, abrió el libro Usted puede vivir para siempre en el paraíso en la Tierra y empezó a enseñarle dibujos del paraíso. Pero entonces añadió, quedándose horrorizado: “Y Dios eliminará la guerra”.

      El hombre puso cara de asombro, igual que el superintendente. Este se volvió con rapidez hacia los dos hermanos en busca de ayuda y respiró profundamente, pero ellos se quedaron mirando al amo de casa como diciendo: “No ha dicho ‘guerra’, ¿verdad?”. El amo de casa los miró a ellos como diciendo: “No, creo que no”. De modo que la conversación concluyó sin que se tuviera que pagar ninguna indemnización. De todas formas, el superintendente viajante estaba ansioso por llegar a Aiolo.

      Las Salomón no se diferencian de Occidente solo en los estilos de vestir, sino también en los métodos de construcción. No obstante, en estas islas se han realizado dos importantes obras que han ayudado a muchos nativos a ver que el espíritu de Jehová Dios está sobre sus adoradores. En 1989 los habitantes de Auki (Malaita) se quedaron estupefactos al ver a una congregación de 60 publicadores construir un Salón de Asambleas con capacidad para más de mil personas. Tiempo después, en junio de 1991, los habitantes de Honiara contemplaron atónitos cómo se levantaba un Salón de Asambleas con 1.200 asientos en solo dos semanas, el primer Salón de estas dimensiones que se edificaba con el método de construcción rápida en el Pacífico. La primera parada de nuestra gira por los lugares de construcción es la isla de Malaita.

      “El Salón que edificó Jehová”

      Dos martillos, dos cinceles, toda la madera que se pudo cortar de un bosque pantanoso cercano y un buen número de trabajadores voluntarios fueron los elementos que intervinieron en la construcción de un Salón de Asambleas con 1.500 asientos al estilo de las islas Salomón. Tal milagro de la construcción ha reportado muchas alabanzas al nombre de Jehová en Malaita. Hubo que salvar tantos problemas aparentemente insuperables para construir este local de 930 metros cuadrados, que se le conoce como “el Salón que edificó Jehová”.

      En junio de 1982, los misioneros asignados a Malaita tuvieron una reunión en Auki, la ciudad más importante de la provincia, y llegaron a la siguiente conclusión: se necesitaba con urgencia un nuevo Salón del Reino para la congregación local de 65 publicadores. A la reunión asistieron Roger Allan y dos misioneros filipinos, Pepito Pagal y Arturo Villasin.

      El Salón del Reino que utilizaban estaba infestado de termitas. Su construcción era tan endeble, que corría el riesgo de venirse abajo con la más ligera ráfaga de viento. Se había edificado para proteger del sol y la lluvia a los 400 asistentes a una asamblea celebrada en Auki quince años antes, y ya estaba a punto de derrumbarse.

      En la congregación de Auki solo había dos hermanos que trabajaran de jornada completa, con unos ingresos mensuales de unos 50 dólares estadounidenses (100 dólares de las Salomón) cada uno. Los miembros de la congregación, por tanto, decidieron que primero debían concentrar sus esfuerzos en la obtención de fondos para iniciar las obras. A los hermanos Pagal y Villasin se les encargó organizar una “unión” de congregación, es decir, un grupo de voluntarios de la congregación que trabajaran para reunir los fondos necesarios.

      La congregación sembró campos de batatas y coles. Una vez recogidas estas hortalizas, las cargaron en cestas de hojas de coco y las enviaron por barco a Honiara, donde un precursor anciano, Cleopas Laubina, las vendió al mejor precio que pudo conseguir, y envió el dinero a la congregación de Auki. Además, todos los lunes entre cuarenta y cincuenta hermanos y hermanas ganaban dinero con el sudor de su frente abriendo zanjas, quitando maleza de las plantaciones de cocoteros y amasando hormigón a mano. En 1985, después de tres años y medio de trabajo, la congregación había acumulado un fondo de 2.000 dólares estadounidenses (4.000 dólares de las Salomón).

      Ampliación del proyecto

      Mientras tanto, se decidió ampliar el proyecto de construcción de forma considerable con el fin de que beneficiara a las 23 congregaciones de Malaita. “En vez de un Salón del Reino para setenta publicadores, ¿por qué no construir un Salón de Asambleas para mil quinientas personas?”, razonaron los Testigos locales. Así que diseñaron una amplia estructura con capacidad para 1.500 personas que protegiera tanto del intenso sol ecuatorial como de los frecuentes aguaceros característicos de las islas Salomón.

      Se hizo un croquis de un local de 30 metros de longitud por 32 metros de anchura, con el tejado inclinado de manera que el aire caliente ascendente escapara por el techo. El Salón se diseñó sin postes centrales para no obstaculizar la visión del auditorio. Estaría ubicado en el solar de dos hectáreas que tenía la congregación.

      El comité de construcción de la congregación consiguió un préstamo a bajo interés en 1985. Poco después se recibió una donación considerable de unos Testigos suecos, con lo que se logró reunir un fondo de 13.500 dólares estadounidenses (27.000 dólares de las Salomón) para iniciar las obras.

      El gerente de un aserradero de Honiara prometió suministrar los 300 maderos necesarios para los pilares principales de apoyo, los postes de la galería y el pórtico, y los cabrios y las correas del armazón del tejado. Este último se construiría en Honiara y se desmontaría para enviarlo en una barcaza a Auki, donde se volvería a ensamblar y se colocaría sobre los pilares principales.

      El equipo de construcción estaba listo para empezar. Tan solo disponían de dos martillos de uña y dos cinceles, pero no faltaban voluntarios dispuestos a echar una mano en el trabajo. Ningún Testigo de Malaita, sin embargo, tenía la más mínima experiencia en la construcción. “Los hermanos contaban con que yo supervisara las obras, pero yo no había construido ni siquiera un gallinero en mi vida”, dijo el hermano Allan.

      También faltaba por ver cómo iban a levantar del suelo las cerchas —compuestas cada una de ocho maderos anchos atornillados entre sí con un peso total de 2 a 5 toneladas⁠— y cómo iban a colocarlas encima de los pilares de 6 metros de altura. Además, ¿cómo se las arreglarían para levantar la cumbrera unos 12 metros en el aire sin una grúa de grandes cargas?

      “No tengo la menor idea —confesó el hermano Allan en aquel entonces⁠—. Tendremos que confiar en que Jehová nos ayude.”

      Llega la ayuda necesaria

      En octubre de 1986 llegó desde lejos ayuda especializada. Jon y Margaret Clarke, que habían colaborado en la construcción de la sucursal de Nueva Zelanda, se enteraron de la situación en que se hallaba la congregación de Auki y consiguieron un visado de tres meses para entrar en Malaita.

      Con una hormigonera que se había recibido como regalo, la congregación se puso a trabajar. Se construyó una amplia plataforma y una pared de bloques de hormigón con laterales detrás de ella. Los hermanos cavaron hoyos profundos con sus propias manos, los rellenaron de hormigón y a continuación colocaron los dieciocho pilares principales de apoyo para la pared, el tejado y la galería.

      Gracias a las instrucciones que les dio el hermano Clarke, los hermanos nativos pudieron volver a ensamblar por sí mismos las cerchas del tejado del auditorio y las tres cerchas del tejado del pórtico. ¿Cómo se las apañarían para colocar las pesadas cerchas en su sitio? Era toda una proeza de ingeniería, pues las cerchas constaban de ocho maderos atornillados entre sí formando un gran triángulo. Los hermanos mostraron una resolución y un ingenio indescriptibles.

      Baile de maderos

      Para llevar a cabo la colosal tarea de izar las cerchas, los hermanos solo disponían de un aparejo de poleas instalado en una grúa que habían fabricado ellos mismos con ocho maderos. La primera cercha, de dos toneladas, tenía que levantarse por encima de la pared de bloques de hormigón y colocarse sobre dos pilares de apoyo situados detrás de esta. Cuando la grúa izó la cercha por su vértice, los hermanos descubrieron desalentados que no podía levantarla lo suficiente para salvar la pared. Le faltaba como un metro. Dejaron la cercha colgando de la grúa durante dos días —apoyada sobre varios maderos⁠—, mientras se lamentaban y le daban vueltas al problema.

      La gente que pasaba por el lugar se burlaba de ellos, diciendo: “¿No puede Jehová levantarles la cercha?”.

      “¡Muy bien! —exclamaban los hermanos⁠—. Seguro que ahora nos ayuda Jehová.”

      En un momento de inspiración, los obreros dieron con un modo de solucionar el problema. Metieron el gato de una furgoneta bajo uno de los dos extremos de la cercha, levantaron esta unos cuantos centímetros y le pusieron más soportes. A continuación trasladaron el gato al otro extremo de la cercha, lo levantaron y le colocaron soportes. Repitieron esta operación una y otra vez durante cuatro días, hasta que consiguieron izar la cercha por encima de la pared de hormigón y colocarla en los pilares de apoyo correspondientes. Finalizada tal proeza, los hermanos se pusieron a bailar alrededor del solar formando un gran círculo, a la vez que daban palmas y cantaban de alegría.

      Después de haber acabado las obras y de haber utilizado el gato para levantar tres cerchas, una de ellas de cinco toneladas de peso, los hermanos se dieron cuenta de que los caracteres borrosos inscritos en un lado del gato para indicar cuánto peso podía levantar este no decían 15 toneladas, como ellos habían creído, sino 1,5 toneladas.

      “Pensándolo bien, lo que hicieron los hermanos y las hermanas carece de toda lógica —dice el hermano Allan⁠—. Cuando se izaban aquellas enormes cerchas en el aire, me parecía estar viendo un baile de maderos.”

      “¿No es capaz Jehová de construir un Salón?”

      En enero de 1987, dos hermanos nativos que trabajaban en el sector de la construcción se trasladaron de Honiara a Auki, y tras inspeccionar las cerchas, dijeron que el aserradero había enviado sin darse cuenta madera de árboles frutales inadecuada, pues tendía a pudrirse desde el interior. Creían que el proceso de putrefacción había comenzado en el corazón de los árboles y que, por lo tanto, habría que reemplazar todos los maderos. A los cuatro meses se confirmó el terrible diagnóstico: la mayoría de los maderos suministrados se estaban pudriendo, por lo que había que rehacer casi todo el trabajo de construcción.

      El matrimonio Clarke volvió a Auki en julio acompañado de los hermanos Steven y Allan Brown, de Auckland. Llevaron equipo donado por la sucursal de Nueva Zelanda, que había concluido sus obras. Los neozelandeses iban con la idea de terminar la estructura del tejado del Salón, pero su trabajo se centró, más bien, en demoler una gran parte de la estructura montada el año anterior.

      No obstante, el principal inconveniente que tuvieron que aguantar los hermanos fueron las mofas constantes de la gente que pasaba por delante de las obras en camiones descubiertos, así como los comentarios humillantes que les hacían en el mercado y en las calles de Auki.

      “¿No es capaz Jehová de construir un Salón?”, preguntaban en son de burla. “Esto muestra que su religión es falsa —se mofaban⁠—. Solo los locos construyen un Salón para después derribarlo.” Personas de otras religiones pasaban por el lugar de construcción y se ponían a cantar y a bailar delante de los alicaídos obreros, alegrándose de su desgracia. Los hermanos locales estaban tan desanimados, que les dijeron a los cuatro misioneros: “Si no fuera porque está implicado el nombre de Jehová, nos marcharíamos ahora mismo de este Salón”.

      Las risas duran poco

      Las risas de los burlones a veces duraban poco. En una ocasión, los componentes de un coro que se dirigían hacia un acto especial que iba a tener lugar en su iglesia, situada a 16 kilómetros de distancia, pasaron por delante del lugar de construcción e insultaron a gritos a los trabajadores y se rieron de ellos. Un kilómetro y medio más allá se les estropeó el camión y se quedaron en la carretera, sin poder llegar a su destino.

      Las noticias de la avería llegaron en seguida al lugar de construcción, y se recordó a los hermanos que no debían ‘devolver mal por mal’. (Rom. 12:17.) A pesar de eso, algunos de ellos pasaron al rato en un camión por donde estaban parados los miembros del coro y no pudieron resistir la tentación de bailotear un poco en silencio.

      El pueblo de Kona acude en su auxilio

      Solo se pudieron aprovechar 38 maderos del aserradero, de modo que todos los que faltaban para alcanzar los 300 necesarios tendrían que conseguirse en algún otro lugar. Pero ¿dónde? Los Testigos del pueblo de Kona, ubicado a 5 kilómetros de las obras, se dirigieron a los trabajadores para ofrecerles árboles de madera dura de sus propias tierras. Esa madera serviría para reemplazar los pilares principales de apoyo, los postes de la galería y el pórtico y las cerchas del tejado del auditorio. Esta donación suponía un gran sacrificio para los Testigos de Kona, pues Malaita había sido arrasada por el ciclón Namu, y los hermanos habían reservado especialmente esos árboles para reconstruir sus casas.

      A fin de obtener la madera, las hermanas de la congregación de Auki abrieron una franja de 800 metros de longitud por 6 metros de anchura a través de la espesa jungla, que iba desde el lugar donde estaban los árboles hasta la carretera principal. Reunieron todas sus fuerzas para cortar árboles, construir puentes sobre zanjas y quitar obstáculos de la nueva pista. Luego talaron los árboles, les cortaron las ramas y los escuadraron con sierras de cadena.

      “Somos como hormigas”

      Los nuevos maderos tenían 36 centímetros en cuadro y 6,4 metros de longitud. ¿Cómo iban a transportar esos enormes maderos hasta la carretera principal, a 800 metros de distancia?

      Los miembros de la congregación respondieron: “Somos como hormigas. Con las manos suficientes podemos llevar cualquier cosa”. (Compárese con Proverbios 6:⁠6.) Cuando se necesitaban más hermanos para transportar los maderos, se difundía la llamada por los alrededores: “¡Hormigas, hormigas, hormigas!”, y llegaban montones de hermanos y hermanas de todas las direcciones para echar una mano. Entre cuarenta levantaban un madero de media tonelada y lo transportaban por la pista hasta la carretera principal. Allí los cargaban en un camión y los llevaban al lugar de construcción.

      Colocar los pilares y los postes en su sitio era una operación arriesgada. Una vez más se demostró que la manera nativa de hacer las cosas era la más efectiva. Se colocaba cada pilar a unos 3 metros del agujero en el que había que introducirlo y fijarlo con hormigón.

      Treinta hermanos y hermanas levantaban el extremo superior del pilar y lo colocaban sobre un marco de maderas entrecruzadas. Luego empujaban el pilar con rapidez por el suelo, con su extremo inferior orientado hacia el agujero correspondiente. Dos hermanos valientes sostenían tablas de madera gruesas en el lado opuesto del agujero, de modo que el madero se detenía de golpe cuando golpeaba contra estas, y su propio impulso hacía que se levantara a posición vertical, para después caer en el agujero del fundamento.

      Un error se convierte en una bendición

      El siguiente paso era instalar el tejado del Salón. Sin embargo, los fondos ya se habían agotado por completo, y la congregación no podía costear la cubierta metálica del tejado. Afortunadamente, cuando el Cuerpo Gobernante de los testigos de Jehová se enteró de la situación en que se hallaban los hermanos, se envió una donación de 10.000 dólares estadounidenses (20.000 de las Salomón), suficiente para comprar la cubierta del tejado y terminar todo el auditorio.

      Se pagó un depósito de 6.000 dólares (E.U.A.) a un almacén de chapa por un tipo de cubierta metálica pintada de color gris claro. Este no era el color que les convenía, y además la chapa no era del grosor y la calidad que quería el comité de construcción, pero el dinero no les alcanzaba para más. Sin embargo, el equipo de construcción descubrió alarmado que la cubierta metálica ya se había vendido a otro grupo religioso de Honiara para la construcción de una nueva iglesia. El almacén se disculpó por la confusión, pero no les quedaba más material de tejado de aquel tipo.

      Una semana después, el almacén informó a los Testigos que había recibido un material de calidad superior y de gran espesor. En vista de su error, estaba dispuesto a venderlo a la congregación a un precio muy reducido, que entraba dentro del presupuesto del fondo de construcción. Además, esta cubierta metálica estaba pintada de un atractivo color verde oscuro, justo el que los hermanos querían en un principio, pero no podían pagar.

      En diciembre de 1987 llegó el hermano Henry Donaldson, instalador de tejados neozelandés, y se remató el edificio con un bonito tejado de 1.100 metros cuadrados de superficie. Los hermanos y hermanas pudieron por fin cantar y bailar señalando con alegría al edificio casi terminado cuando los burlones pasaban en camiones por delante de las obras.

      El Salón se utilizó por primera vez unos cuantos días después con motivo de un discurso que el superintendente de zona, Viv Mouritz, de la sucursal de Australia, pronunció ante un entusiasmado auditorio de 593 personas. Encomió a todos los voluntarios que tanto habían trabajado en aquella imponente obra por su abnegación y aguante.

      Se las arreglan como pueden

      El Salón de Asambleas de Malaita es un ejemplo de lo que se puede lograr sin equipo de construcción ni materiales modernos. Sirve de muestra de que Jehová bendice los esfuerzos de los que confían plenamente en Él. Las obras siguieron adelante a pesar de que a menudo no se contaba con las herramientas más elementales, como palas, que se considerarían absolutamente imprescindibles en países más ricos.

      Cuando había que extraer grava coralífera y cargarla en sacos para transportarla al lugar de construcción, las hermanas se encargaban de desprenderla de una cantera con palos puntiagudos, para luego recoger los granos cortantes con sus propias manos e introducirlos en los sacos. En tan solo un día, extrajeron trece cargas de tres toneladas cada una de relleno coralífero.

      Otro ejemplo de saber arreglárselas con lo que se tiene a mano es lo que ocurrió cuando se rompió sin posibilidad de reparación la rueda de la única carretilla disponible, y no se encontró un repuesto en todas las islas Salomón. Los Testigos no se amilanaron ni lo más mínimo. Hasta que llegó el repuesto de Nueva Zelanda, cinco semanas más tarde, levantaban la carretilla llena de hormigón y la llevaban hasta el lugar necesario.

      Finalmente, después de mucho trabajo adicional, se pudo utilizar el Salón de Asambleas para la asamblea de distrito “Justicia Divina”, celebrada en octubre de 1988.

  • Islas Salomón
    Anuario de los testigos de Jehová 1992
    • [Fotografías en la página 243]

      Se cargan en un camión maderos procedentes de terrenos pantanosos escuadrados con sierras de cadena. Colocación de un madero (pilar mural) en el agujero correspondiente de los fundamentos del Salón de Asambleas de Auki

      [Fotografías en la página 244]

      Cerchas enormes de hasta cinco toneladas hechas con ocho maderos atornillados. Se colocan las cerchas sobre pilares de apoyo de 6 metros de altura sin utilizar equipo pesado de construcción

      [Fotografía en la página 245]

      El Salón de Asambleas de Auki (Malaita), con capacidad para 1.500 personas, completamente terminado

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