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  • Una mejor esperanza para el alma
    La Atalaya 1996 | 1 de agosto
    • El influjo de los griegos

      Los judíos no tomaron esta idea de la Biblia, sino de los griegos. Parece ser que entre los siglos VII y V a.E.C., el concepto pasó de los misteriosos cultos religiosos de Grecia a la filosofía griega. La noción de un más allá donde las almas malas recibirían castigo doloroso por sus faltas había ejercido gran fascinación por mucho tiempo, hasta que cobró forma y se difundió. Los filósofos debatían sin cesar acerca de la naturaleza precisa del alma. Para Homero, esta se escabullía en la muerte, haciendo una especie de susurro, chirriando y zumbando. Para Epicuro, el alma tenía masa y era, por lo tanto, un cuerpo infinitesimal.d

      Sin embargo, el máximo exponente de la inmortalidad del alma tal vez fue el filósofo griego Platón, del siglo IV a.E.C. En su descripción de la muerte de su maestro, Sócrates, se revelan convicciones muy parecidas a las que albergaban los celotes de Masada siglos después. Como apunta el erudito Oscar Cullmann, “Platón nos muestra cómo Sócrates, con una calma y una serenidad absolutas, va al encuentro de la muerte. La muerte de Sócrates es una muerte hermosa. El horror está completamente ausente de ella. Sócrates no podría temer la muerte, puesto que ella nos libera del cuerpo. [...] La muerte es la gran amiga del alma. Así lo enseña y así es como muere, en admirable armonía con sus enseñanzas”.

      Fue, al parecer, en el siglo II antes de Cristo, durante el período de los Macabeos, cuando los judíos empezaron a asimilar esta enseñanza de origen helénico. Josefo dice en el siglo I E.C. que los fariseos y los esenios, dos influyentes grupos religiosos judíos, abrazaron dicha doctrina. Algunas poesías que se cree fueron compuestas por aquella época reflejan la misma creencia.

  • Una mejor esperanza para el alma
    La Atalaya 1996 | 1 de agosto
    • LOS soldados romanos no contaban con ello. En el asalto a la fortaleza de montaña de Masada, el último bastión de los judíos rebeldes, esperaban habérselas con la violenta arremetida del enemigo, oír el griterío de los guerreros y los alaridos de las mujeres y los niños. En vez de eso, solo oyeron el crepitar de las llamas. Cuando exploraron la ciudadela incendiada, descubrieron la horrible verdad: sus enemigos, unas novecientas sesenta personas, ya estaban muertos. De forma sistemática, los guerreros judíos habían matado a sus propias familias y después se habían dado muerte ellos mismos. El último hombre se había suicidado.a ¿Qué los llevó a cometer este espantoso suicidio colectivo?

      Según Josefo, historiador de la época, un elemento sustancial de la tragedia fue la creencia en la inmortalidad del alma. Eleazar ben Yaír, el jefe de los celotes refugiados en Masada, intentó primero convencer a sus hombres de que el suicidio sería más honroso que la muerte a manos de los romanos o la esclavitud a los mismos. Al ver que vacilaban, se puso a darles un apasionado discurso sobre el alma, en el que afirmó que el cuerpo no es más que un lastre, la cárcel del alma. Agregó: “Pero cuando el alma está libre de este peso que la inclina hacia la tierra y se refugia en el lugar que le es propio, goza de un poder feliz y libre, siendo, como Dios, invisible a los ojos mortales”.

      ¿Qué efecto causaron sus palabras? Josefo narra que después de que Eleazar habló extensamente siguiendo esta línea de pensamiento, “todos lo interrumpieron y, llenos de un ardor irresistible, se apresuraron a cumplir lo que les aconsejaba”. Y añade: “Movidos por un impulso divino, se alejaron impacientes [...] por adelantarse los unos a los otros [...]. ¡Tan grande era el empeño que tenían de dar muerte a sus mujeres y sus hijos y a ellos mismos!”.

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