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Mi vida ha sido muy feliz sirviendo a JehováLa Atalaya (estudio) 2021 | julio
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ME CASO Y RECIBO UNA ASIGNACIÓN NUEVA
Laura y yo cuando éramos precursores especiales en 1968.
En 1968, me casé con Laura Bowen, que vivía cerca de Betel. Era precursora y también hacía transcripciones para el Departamento de Traducción. En aquel tiempo, las parejas recién casadas no podían quedarse en Betel, así que la sucursal nos nombró precursores especiales. Estaba un poco preocupado. Luego de pasar 10 años en Betel, con comida y techo seguros, ¿cómo nos las arreglaríamos con la ayuda económica para los precursores especiales? Cada uno recibiría 25 rands al mes (lo que en aquel entonces eran 35 dólares) solo si alcanzábamos el mínimo requerido de publicaciones, horas y revisitas. Con ese dinero debíamos pagar el alquiler, la comida y el transporte, así como los gastos médicos y de otro tipo.
Nos asignaron a un grupito cerca de la ciudad de Durban, a orillas del océano Índico. Había una enorme población de personas indias. Muchas de ellas eran descendientes de trabajadores contratados a la fuerza por la industria azucarera a finales del siglo diecinueve. Ahora tenían otros trabajos, pero conservaban su cultura y cocina, incluyendo sus deliciosos platos hechos con curry. Y hablaban inglés, lo que nos hizo más fácil predicarles.
Los precursores especiales debían pasar 150 horas cada mes en el ministerio. Así que Laura y yo nos programamos para hacer seis horas el primer día. No teníamos revisitas ni cursos bíblicos, así que pasaríamos seis horas predicando de casa en casa en un clima húmedo y caluroso. Después de un buen rato de haber empezado, miré mi reloj... ¡y solo habían pasado 40 minutos! Me pregunté si podríamos cumplir con nuestro precursorado especial.
No tardamos en organizarnos bien. Todos los días nos preparábamos sándwiches y poníamos sopa o café en un termo. Cuando necesitábamos un descanso, estacionábamos nuestro pequeño Volkswagen bajo la sombra de algún árbol. A veces, nos rodeaban muchos niñitos indios, que nos miraban con curiosidad. Luego de unos cuantos días, nos dimos cuenta de que, después de las primeras dos o tres horas, el resto del día se pasaba muy rápido.
Qué felices nos hizo llevarles la verdad de la Biblia a las personas de ese territorio. Descubrimos que las personas indias son respetuosas, amables y hospitalarias, y que aman a Dios. Muchos hindúes aceptaron el mensaje que les llevamos. Les encantaba aprender acerca de Jehová, Jesús, la Biblia, el futuro nuevo mundo de paz y la esperanza para los muertos. Un año después, teníamos 20 cursos bíblicos. Hacíamos la comida principal de cada día con alguna de las familias con las que estudiábamos. ¡Estábamos tan felices!
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