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Testigos hasta la parte más distante de la TierraLos testigos de Jehová, proclamadores del Reino de Dios
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Se cultivan los campos de habla española y portuguesa
Aún no había terminado la I Guerra Mundial cuando se empezó a publicar The Watch Tower en español. En esta aparecía la dirección de una oficina que se había abierto en Los Ángeles (California) para atender al campo hispanohablante. Algunos hermanos de la mencionada oficina dispensaron una gran ayuda a personas de Estados Unidos y de países de América Central y del Sur que se interesaban en la verdad.
En 1920 el hermano Rutherford animó a Juan Muñiz, que había empezado a servir a Jehová en 1917, a dejar Estados Unidos y regresar a España, su tierra natal, para organizar la predicación del Reino en aquel país. No obtuvo muchos resultados, pero no por falta de celo por su parte, sino porque la policía le seguía constantemente; de modo que al cabo de unos cuantos años fue trasladado a Argentina.
En Brasil ya había unos cuantos adoradores de Jehová predicando. Ocho humildes marineros habían aprendido la verdad estando de permiso en Nueva York, y cuando regresaron a Brasil a principios de 1920, se dedicaron a divulgar el mensaje bíblico.
El canadiense George Young, que fue enviado a Brasil en 1923, dio un gran estímulo a la obra. Por medio de intérpretes pronunció muchos discursos públicos en los que enseñó lo que dice la Biblia sobre el estado de los muertos, mostró que el espiritismo es demonismo y explicó el propósito de Dios para bendecir a todas las familias de la Tierra. A veces proyectaba en una pantalla los textos bíblicos que estaba analizando para que el público los leyera en su idioma nativo, con lo cual sus discursos resultaban todavía más convincentes. Aprovechando que él estaba en Brasil, Bellona Ferguson, de São Paulo, se pudo bautizar por fin junto con cuatro de sus hijos. Hacía veinticinco años que esperaba aquella ocasión. Algunos de los que abrazaron la verdad se ofrecieron entonces para ayudar a traducir las publicaciones al portugués. En poco tiempo hubo un buen suministro de publicaciones disponibles en ese idioma.
El hermano Young pasó de Brasil a Argentina en 1924 y se encargó de que se distribuyeran gratuitamente 300.000 publicaciones en español en veinticinco de las principales poblaciones del país. Aquel mismo año viajó también a Chile, Perú y Bolivia para distribuir tratados.
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Testigos hasta la parte más distante de la TierraLos testigos de Jehová, proclamadores del Reino de Dios
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El hermano Muñiz, a todo esto, había empezado a predicar de inmediato a su llegada a Argentina, a la vez que se ganaba el sustento reparando relojes. Predicó no solo en Argentina, sino también en Chile, Paraguay y Uruguay. A petición suya vinieron varios hermanos de Europa para predicar a la población de habla alemana. Muchos años más tarde, Carlos Ott relató que comenzaban su servicio diario a las 4.00 de la madrugada dejando tratados por debajo de las puertas de todas las casas del territorio. A lo largo de ese mismo día volvían a las casas para dar un testimonio más amplio y ofrecer más publicaciones bíblicas a los amos de casa que mostraban interés. Los ministros de tiempo completo llegaban desde Buenos Aires hasta todos los rincones del país, primero siguiendo las líneas de ferrocarril de cientos de kilómetros de longitud que partían de la capital como si fueran los dedos extendidos de una mano, y luego empleando cualquier otro medio de transporte disponible. Tenían muy poco en sentido material y pasaban muchas penalidades, pero eran ricos en sentido espiritual.
Uno de aquellos hermanos que trabajó con celo en Argentina fue el griego Nicolás Argyrós. A principios de los años treinta obtuvo algunas publicaciones de la Sociedad Watch Tower y le impresionó especialmente el folleto titulado Infierno, con subtítulos que preguntaban: “¿Qué es? ¿Quién está en él? ¿Pueden salir de él?”. Le extrañó que el folleto no representara a los pecadores asándose. ¡Qué sorpresa descubrir que el infierno de fuego era una mentira religiosa concebida para tener atemorizada a la gente, tal como lo estaba él! Sin perder tiempo comenzó a enseñar la verdad: en primer lugar, a los griegos, y después, cuando aprendió español, a los que hablaban este idioma. Cada mes dedicaba de doscientas a trescientas horas a proclamar las buenas nuevas. Recorrió a pie y en cualquier medio de transporte posible catorce de las veintidós provincias argentinas difundiendo las verdades bíblicas. Cuando pasaba de un lugar a otro dormía en una cama si alguna persona hospitalaria se la ofrecía, aunque con frecuencia tenía que pasar la noche al aire libre, o incluso en un establo donde un burro le servía de despertador.
También Richard Traub, que había conocido la verdad en Buenos Aires, tenía el espíritu de un verdadero precursor. El hermano Traub deseaba predicar las buenas nuevas en Chile, al otro lado de los Andes. En 1930, cinco años después de bautizarse, llegó a Chile. Era el único Testigo en un país de 4.000.000 de habitantes. Aunque al principio contaba solo con la Biblia para predicar, empezó a ir de casa en casa. Como no había reuniones de congregación, los domingos, a la hora en que solían celebrarse estas, caminaba hasta el monte San Cristóbal, se sentaba a la sombra de un árbol y se entregaba al estudio y a la oración. Más adelante alquiló un apartamento y empezó a invitar a la gente a las reuniones que organizó allí. En la primera reunión solo se presentó una persona, Juan Flores, quien preguntó: “¿Y cuándo vendrán los demás?”. El hermano Traub se limitó a responder: “Ya vendrán”. Y así fue; en menos de un año, trece personas empezaron a servir a Jehová y se bautizaron.
Cuatro años después, dos Testigos que nunca se habían visto se pusieron de acuerdo para ir a predicar juntas a Colombia. Después de un año de actividad productiva, Hilma Sjoberg tuvo que regresar a Estados Unidos. Kathe Palm, por su parte, se embarcó rumbo a Chile y aprovechó los diecisiete días que duró la travesía para predicar tanto a la tripulación como a los pasajeros. Durante la siguiente década predicó desde el puerto marítimo más septentrional de Chile, Arica, hasta su territorio más meridional, Tierra del Fuego. Visitaba los negocios y predicaba a los funcionarios del gobierno. Cargada con una alforja sobre los hombros para llevar las publicaciones, y con otros artículos necesarios tales como una manta para dormir, alcanzó los poblados mineros y estancias de ovejas más remotos. Esa era la vida de un verdadero precursor. Y había otras personas que tenían el mismo espíritu, algunas solteras, otras casadas, jóvenes y mayores.
Durante el año 1932 se hizo todo lo posible por difundir el mensaje del Reino por países de Latinoamérica donde se había predicado poco. Fue notable la distribución que se dio al folleto El Reino, la esperanza del mundo. Este folleto contenía un discurso que ya se había escuchado en una emisión internacional de radio. Se repartieron unos 40.000 ejemplares del discurso impreso en Chile, 25.000 en Bolivia, 25.000 en Perú, 15.000 en Ecuador, 20.000 en Colombia, 10.000 en Santo Domingo (La República Dominicana) y otros 10.000 en Puerto Rico. El mensaje del Reino se estaba proclamando de veras, y con gran intensidad.
En 1935, solo 247 personas en América del Sur habían unido sus voces para proclamar que únicamente el Reino de Dios traerá verdadera felicidad a la humanidad. Pero ¡qué tremendo testimonio estaban dando!
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