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  • El milagro de la sabiduría instintiva
    ¡Despertad! 2007 | julio
    • Superior al instinto

      El hombre, corona de la creación de Dios, no actúa primariamente por instinto. Al contrario, posee libre albedrío, además de una conciencia y la capacidad de amar (Génesis 1:27; 1 Juan 4:8). Gracias a estas dádivas puede tomar decisiones justas y morales, que en ciertas ocasiones ponen de manifiesto un amor y una abnegación extraordinarios.

      Desde luego, el comportamiento y la actitud de un individuo dependen en gran medida de los preceptos morales y valores espirituales que le hayan inculcado o no de niño. Por ello, la gente difiere en su percepción de lo que es bueno o malo, aceptable o inaceptable. A su vez, estas diferencias pueden originar malentendidos, intolerancia y hasta odios, sobre todo cuando factores como la cultura, el nacionalismo y la religión ejercen una poderosa influencia.

      Si todos nos rigiéramos por un único conjunto de normas morales y verdades espirituales, del mismo modo que todos estamos sujetos a un único conjunto de leyes físicas en el universo, ¡qué distinto sería el mundo! Ahora bien, ¿hay alguien con la capacidad y los conocimientos necesarios para establecer normas de carácter universal? Y si lo hay, ¿tendrá la voluntad de hacerlo? Examinaremos estas preguntas en los siguientes artículos.

  • Guía superior al instinto
    ¡Despertad! 2007 | julio
    • [Ilustración y recuadro de las páginas 4 y 5]

      “Brújula” moral propia

      Los seres humanos poseemos un don inestimable: la facultad de la conciencia. Por ello, en cada nación y tribu, así como en cada época, han existido códigos de conducta que tienen muchos elementos en común (Romanos 2:14, 15). Sin embargo, la conciencia no es una guía infalible; puede verse influida por el contacto con doctrinas religiosas falsas, filosofías humanas, prejuicios y malos deseos (Jeremías 17:9; Colosenses 2:8). Así pues, al igual que un piloto debe calibrar sus instrumentos de navegación, nosotros tenemos que comprobar y —cuando sea necesario— corregir nuestra brújula espiritual en conformidad con las justas normas de “nuestro Dador de Estatutos”, Jehová Dios (Isaías 33:22). A diferencia de las normas de conducta humanas, que pueden cambiar de una generación a otra, las normas perfectas de Dios son eternas. “Yo soy Jehová; no he cambiado”, dice él (Malaquías 3:6).

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