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Se trabaja en el “campo” antes de la siegaLa Atalaya 2000 | 15 de octubre
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En 1837, George Storrs, de 40 años, encontró un ejemplar en el tren. Storrs era originario de Lebanon (Nueva Hampshire), y en ese tiempo vivía en Utica (Nueva York).
Era un ministro muy respetado de la Iglesia Metodista Episcopal. Cuando leyó la información, le impresionó que pudiera presentarse un argumento tan convincente contra estas enseñanzas fundamentales de la cristiandad, las cuales él nunca había cuestionado. No sabía quién era el escritor del panfleto, y no fue sino hasta unos años más tarde, por lo menos hasta 1844, que conoció a Henry Grew en Filadelfia (Pensilvania), donde ambos residían. No obstante, Storrs estudió el asunto personalmente durante tres años, y lo comentaba solo con otros ministros.
Por fin, dado que nadie podía refutar lo que estaba aprendiendo, George Storrs decidió que no podía ser fiel a Dios si permanecía en la Iglesia Metodista. Presentó su renuncia en 1840 y se trasladó a Albany (Nueva York).
A principios de la primavera de 1842, Storrs pronunció una serie de seis discursos en seis semanas sobre el tema “¿Son inmortales los inicuos?”. Despertó tanto interés que decidió revisar la información para publicarla, y durante los siguientes cuarenta años alcanzó una circulación de 200.000 ejemplares en Estados Unidos y Gran Bretaña. Storrs y Grew colaboraron en debates contra la doctrina de la inmortalidad del alma. Grew siguió predicando con celo hasta su muerte el 8 de agosto de 1862 en Filadelfia.
Poco después de pronunciar los seis discursos ya mencionados, Storrs se interesó en la predicación de William Miller, quien esperaba la vuelta visible de Cristo en 1843. Storrs predicó este mensaje con diligencia por todo el nordeste de Estados Unidos durante un par de años. Después de 1844 ya no fijó ninguna otra fecha para la vuelta de Cristo; sin embargo, no se oponía a que otras personas investigaran la cronología. Storrs creía que la vuelta de Cristo estaba cerca y que era importante que los cristianos se mantuvieran despiertos y alerta en sentido espiritual, listos para el día de la inspección. Pero se apartó del grupo de Miller porque sus miembros aceptaban doctrinas antibíblicas: la inmortalidad del alma, la destrucción del mundo por fuego y ninguna esperanza de vida eterna para quienes mueren en ignorancia.
¿A qué conduciría el amor de Dios?
A Storrs le repugnaba la enseñanza adventista de que Dios resucitaría a los inicuos con el único propósito de volver a darles muerte. No veía ningún apoyo bíblico para tal acción inútil y vengativa de parte de Dios. Storrs y sus compañeros fueron al otro extremo y dijeron que los inicuos no resucitarían. Aunque se les hacía difícil explicar ciertos textos que mencionaban la resurrección de los injustos, les parecía que su conclusión armonizaba más con el amor de Dios. Pronto se entendería mejor el propósito divino.
En 1870, Storrs enfermó de gravedad y no pudo trabajar por varios meses. Durante ese tiempo volvió a examinar lo que había aprendido en sus 74 años de vida. Vio que había pasado por alto una parte esencial del propósito de Dios para la humanidad, según lo indicaba el pacto abrahámico: que ‘todas las familias de la tierra se bendecirían porque Abrahán escuchó la voz de Dios’ (Génesis 22:18; Hechos 3:25).
Esto le dio una nueva idea. Si “todas las familias” habían de ser bendecidas, ¿no sería necesario que todas oyeran las buenas nuevas? ¿Cómo se lograría esto? ¿No habían muerto ya millones y millones de personas? Al seguir examinando las Escrituras, llegó a la conclusión de que había dos clases de “inicuos” muertos: los que de manera concluyente rechazaron el amor de Dios y los que murieron en ignorancia.
Estos últimos, dijo Storrs, tenían que resucitar de entre los muertos a fin de recibir una oportunidad de beneficiarse del sacrifico redentor de Cristo Jesús. Quienes lo aceptaran vivirían para siempre en la Tierra. Quienes lo rechazaran serían destruidos. Storrs creía que Dios no levantaría a nadie sin que tuviera la perspectiva de un futuro feliz. Con el tiempo, nadie permanecería muerto debido al pecado de Adán, con excepción del mismo Adán. ¿Y qué podía decirse de los que vivieran durante la vuelta del Señor Jesucristo? Storrs por fin se dio cuenta de que se tendría que efectuar una predicación mundial para hablar con esas personas. No tenía la menor idea de cómo se realizaría tal obra, pero escribió con fe: “Hay muchas personas que si no entienden cómo ha de efectuarse algo, lo rechazan como si fuera imposible para Dios hacerlo, solo porque ellas no pueden ver el proceso”.
George Storrs murió en diciembre de 1879 en su hogar en Brooklyn (Nueva York), a unas cuantas manzanas de lo que luego llegaría ser el centro de la campaña de predicación mundial que él tanto había anhelado ver.
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Se precisa más luz
¿Entendieron Henry Grew y George Storrs la verdad claramente como nosotros hoy día? No. Eran conscientes de su lucha, pues Storrs declaró en 1847: “Debemos recordar que acabamos de salir del oscurantismo de la Iglesia, y no debe sorprendernos si encontramos que aún llevamos puestas algunas ‘prendas babilónicas’ como si fueran la verdad”.
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George Storrs tampoco entendía bien algunos puntos importantes. Era capaz de ver las falsedades que fomentaba el clero, pero en ocasiones se iba al otro extremo. Por ejemplo, reaccionó de manera exagerada ante la creencia del clero ortodoxo con respecto a Satanás y rechazó la idea de que el Diablo fuera una persona real. No aceptó la Trinidad; sin embargo, hasta poco antes de su muerte, no estaba seguro de que el espíritu santo fuera una persona o no. Aunque George Storrs esperaba que la vuelta de Cristo fuera invisible al principio, pensaba que con el tiempo habría una aparición visible.
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