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  • ¿Se preocupa alguien por nosotros?
    La Atalaya 1999 | 15 de septiembre
    • ¿Se preocupa alguien por nosotros?

      ‘Las lágrimas de los oprimidos’ se han convertido en un río. Las derraman las víctimas de la infinidad de “actos de opresión” que se cometen por todo el mundo. A tales personas a menudo les parece que “no [tienen] consolador”, que nadie se preocupa por ellas (Eclesiastés 4:1).

      PESE a dicho río de lágrimas, a algunos no les conmueve el sufrimiento de su prójimo. Cierran los ojos ante la aflicción ajena, como lo hicieron el sacerdote y el levita de la ilustración de Jesucristo sobre un hombre al que atracaron y dejaron medio muerto al borde del camino (Lucas 10:30-32). Mientras todo les vaya relativamente bien a ellos y a su familia, no se preocupan por la situación de los demás. Dicen, de hecho: “Me trae sin cuidado”.

      Su postura no debería sorprendernos. El apóstol Pablo predijo que en “los últimos días” muchas personas no tendrían “cariño natural” (2 Timoteo 3:1, 3). Un observador se lamentó de la insensibilidad que se muestra hoy. “La antigua actitud y tradición irlandesa de preocuparse por los demás y compartir las cosas —dijo— está dando paso a una nueva norma egocéntrica.” Por toda la Tierra hay gente que obra egoístamente, con casi total indiferencia respecto a la situación de los demás.

      La necesidad de preocuparse por el prójimo

      No hay duda de que es necesario preocuparse por los demás. Tomemos, por ejemplo, el caso de un señor alemán solitario a quien “encontraron sentado frente al televisor cinco años después de haber muerto, en unas Navidades”. Nadie echó de menos a este hombre “divorciado y minusválido”, a quien sus tristes experiencias en la vida habían amargado, hasta que la cuenta bancaria en la que cargaban su alquiler se agotó. Nadie se preocupaba realmente por él.

      Pensemos también en las víctimas indefensas de los poderosos y avarientos caciques. En cierta zona, unas doscientas mil personas (la cuarta parte de los habitantes) a quienes se había despojado de sus tierras “murieron debido a la represión y al hambre”. O pensemos en los niños que se ven expuestos a un salvajismo increíble. Según un informe, “es escalofriante el porcentaje de niños [de cierto país] que presenciaron múltiples atrocidades, como masacres, palizas y violaciones, a veces perpetradas por otros adolescentes”. No se nos haría difícil entender que alguna víctima de tales injusticias preguntara con lágrimas en los ojos: “¿No hay nadie que se preocupe por mí?”.

      Una crónica de las Naciones Unidas indica que 1.300 millones de personas del mundo en vías de desarrollo tienen que sobrevivir con el equivalente a menos de un dólar diario. Sin duda se preguntan si hay alguien que se interese por ellas. Lo mismo es cierto de miles de refugiados que, según un informe del periódico The Irish Times, “se encuentran en la desagradable disyuntiva de permanecer en un infame campo de refugiados o país inhóspito, o tratar de regresar a una patria aún desgarrada por la guerra o las divisiones étnicas”. El mismo informe incluía este espeluznante ejercicio: “Cierre los ojos y cuente hasta tres... acaba de morir un niño, uno de los 35.000 que morirán hoy de desnutrición o enfermedades que pudieran prevenirse”. No es de extrañar que muchos clamen con angustia y amargura (compárese con Job 7:11).

      ¿Tiene que suceder todo esto? Siendo realistas, ¿habrá alguien que no solo se preocupe por nosotros, sino que, además, tenga el poder para terminar con el sufrimiento y curar todo el dolor que ha experimentado la humanidad?

  • Alguien que sí se preocupa por nosotros
    La Atalaya 1999 | 15 de septiembre
    • Alguien que sí se preocupa por nosotros

      HAY miles de personas que demuestran verdadero interés por el prójimo. No adoptan la actitud insensible y egoísta de que los problemas de los demás no son asunto suyo. Por el contrario, hacen todo cuanto pueden, a veces a riesgo de su propia vida, para aliviar el sufrimiento ajeno. Se trata de una labor ingente que se ve complicada por fuerzas poderosas que están fuera de su control.

      Factores tales como la codicia, las intrigas políticas, las guerras y las catástrofes naturales pueden frustrar hasta “las medidas más inteligentes y resueltas para erradicar el hambre”, dijo un miembro de una organización humanitaria. La eliminación del hambre es solo uno de los muchos problemas a los que se enfrentan quienes se preocupan por los demás. También tienen que batallar contra las enfermedades, la pobreza, la injusticia y las terribles secuelas de la guerra. Pero ¿están ganando la batalla?

      El director general de una organización humanitaria dijo que los que toman tales “medidas [...] inteligentes y resueltas” para paliar el hambre y el dolor se asemejan al samaritano compasivo de la ilustración de Jesucristo (Lucas 10:29-37). Pero sin importar lo que hagan, dijo, la cifra de víctimas sigue aumentando, de modo que preguntó: “¿Qué debe hacer el buen samaritano si realiza la misma ruta a diario durante varios años y todas las semanas se encuentra a una nueva víctima de los salteadores en la orilla de la carretera?”.

      Sería fácil sucumbir a lo que alguien llamó ‘la enfermedad mortal de la fatiga del donante’ y rendirse llevado por la frustración. Pero los que verdaderamente se preocupan por los demás, dicho sea en su honor, no se rinden (Gálatas 6:9, 10). Por ejemplo, un señor que escribió al periódico británico Jewish Telegraph alabó a los testigos de Jehová porque durante la época de la Alemania nazi “ayudaron a miles de judíos a sobrevivir a los padecimientos de Auschwitz”. “Cuando escaseaba el alimento —dijo— compartían su pan con nuestros hermanos [judíos].” Los Testigos siempre hicieron cuanto pudieron con los recursos de que disponían.

      No obstante, la realidad es que, por mucho que se comparta el pan, no puede erradicarse el sufrimiento humano. Y con esto no pretendemos restar mérito a las obras de las personas compasivas. Cualquier acción que atenúe debidamente el sufrimiento merece la pena. Aquellos Testigos aliviaron hasta cierto grado el dolor de los demás presos, y con el tiempo el nazismo desapareció. Pero el sistema mundial que ocasiona tal opresión perdura, y la gente insensible aún abunda. En efecto, “hay una generación cuyos dientes son espadas y cuyas mandíbulas son cuchillos de degüello, para comerse a los afligidos de sobre la tierra y a los pobres de entre la humanidad” (Proverbios 30:14). Probablemente usted se pregunte por qué.

      ¿Por qué hay pobreza y opresión?

      Jesucristo dijo en una ocasión: “Siempre tienen a los pobres con ustedes, y cuando quieran pueden hacerles bien” (Marcos 14:7). ¿Se refería Jesús a que jamás acabarían la pobreza y la opresión? ¿Creía, como algunos, que el sufrimiento forma parte de un plan divino para dar a las personas compasivas la oportunidad de demostrar su interés por el prójimo? No, Jesús no pensaba así. Él se refería simplemente a que habría pobreza mientras durara este sistema de cosas. Pero Jesús también sabía que no era el propósito original de su Padre celestial que existieran tales condiciones en la Tierra.

      Jehová Dios creó este planeta para que fuera un paraíso, no un lugar plagado de pobreza, injusticia y opresión. Demostró cuánto se interesaba en la familia humana al hacer magníficas provisiones que intensificarían el placer de vivir. Pensemos, por ejemplo, en el nombre del jardín en el que se situó a nuestros primeros padres, Adán y Eva. Se llamaba Edén, que significa “Placer” (Génesis 2:8, 9). Jehová no proveyó a los seres humanos únicamente lo imprescindible para sobrevivir en un ambiente aburrido y opresivo. Al concluir su obra creativa, Jehová examinó lo que había hecho y declaró que era “muy bueno” (Génesis 1:31).

      Entonces, ¿por qué abundan hoy en toda la Tierra la pobreza, la opresión y otras causas de sufrimiento? El actual sistema de cosas existe porque nuestros primeros padres optaron por rebelarse contra Dios (Génesis 3:1-5). Esto hizo surgir la cuestión de si era justo que Dios exigiera la obediencia de sus criaturas. De modo que Jehová ha concedido a los descendientes de Adán un período limitado de independencia. A Dios todavía le interesaba lo que le pasaba a la familia humana, así que tomó medidas para deshacer todo el daño que causaría la rebelión en contra de él. En breve Jehová acabará con la pobreza y la opresión; de hecho, con todo el sufrimiento (Efesios 1:8-10).

      Un problema que el hombre no puede resolver

      En los siglos transcurridos desde su creación, los seres humanos se han ido apartando cada vez más de las normas de Jehová (Deuteronomio 32:4, 5). Con desprecio constante por las leyes y principios divinos han peleado entre sí, y “el hombre ha dominado al hombre para perjuicio suyo” (Eclesiastés 8:9). Todos los intentos de crear una sociedad verdaderamente justa y libre de cuanto problema acosa a las masas afligidas se han visto frustrados por el egoísmo de quienes desean hacer las cosas a su manera, en vez de someterse a la soberanía divina.

      Existe otro problema, el cual muchos tal vez no tengan en cuenta por considerarlo una superstición absurda. El instigador de la rebelión contra Dios todavía está incitando a la gente a la maldad y el egoísmo. Ese es Satanás el Diablo, a quien Jesucristo llamó “el gobernante de este mundo” (Juan 12:31; 14:30; 2 Corintios 4:4; 1 Juan 5:19). La revelación que recibió el apóstol Juan indica que Satanás es la principal fuente de males, el que “está extraviando a toda la tierra habitada” más que nadie (Revelación [Apocalipsis] 12:9-12).

      Sin importar cuánto se preocupen algunas personas por su prójimo, nunca podrán eliminar a Satanás el Diablo ni cambiar este sistema que cada vez convierte a más personas en sus víctimas. ¿Qué se precisa, entonces, para resolver los problemas de la humanidad? La solución no estriba solamente en encontrar a alguien que se preocupe por nosotros. Se necesita a alguien con la voluntad y el poder para eliminar a Satanás y a todo su sistema injusto.

      “Efectúese tu voluntad [...] sobre la tierra”

      Dios ha prometido que va a destruir este sistema inicuo de cosas, y tiene tanto la voluntad como el poder para hacerlo (Salmo 147:5, 6; Isaías 40:25-31). En el libro profético de Daniel se predijo: “El Dios del cielo establecerá un reino que nunca será reducido a ruinas. Y el reino mismo no será pasado a ningún otro pueblo. Triturará y pondrá fin a todos estos reinos, y él mismo subsistirá hasta tiempos indefinidos”, sí, por siempre (Daniel 2:44). Jesucristo estaba pensando en este gobierno celestial duradero y benévolo cuando enseñó a sus discípulos a pedir a Dios en oración: “Venga tu reino. Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra” (Mateo 6:9, 10).

      Jehová responderá a tales oraciones porque se interesa de verdad por la familia humana. Según las palabras proféticas del Salmo 72, Dios autorizará a su Hijo, Jesucristo, para que proporcione alivio permanente a los pobres, los afligidos y los oprimidos que apoyan la gobernación de este. El salmista cantó por inspiración: “Juzgue [el Rey Mesiánico de Dios] a los afligidos del pueblo, salve a los hijos del pobre, y aplaste al defraudador. [...] Porque él librará al pobre que clama por ayuda, también al afligido y a cualquiera que no tiene ayudador. Le tendrá lástima al de condición humilde y al pobre, y las almas de los pobres salvará. De la opresión y de la violencia les redimirá el alma, y la sangre de ellos será preciosa a sus ojos” (Salmo 72:4, 12-14).

      En una visión referente a nuestros días, el apóstol Juan contempló “un nuevo cielo y una nueva tierra”, un sistema de cosas completamente nuevo instaurado por Dios. ¡Qué bendición tan maravillosa para la humanidad afligida! Juan predijo así lo que Jehová haría: “Oí una voz fuerte desde el trono decir: ‘¡Mira! La tienda de Dios está con la humanidad, y él residirá con ellos, y ellos serán sus pueblos. Y Dios mismo estará con ellos. Y limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor. Las cosas anteriores han pasado’. Y Aquel que estaba sentado en el trono dijo: ‘¡Mira!, voy a hacer nuevas todas las cosas’. También, dice: ‘Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas’” (Revelación 21:1-5).

      Ciertamente podemos creer estas palabras, porque son fieles y verdaderas. Jehová pronto entrará en acción para librar a la Tierra de pobreza, hambre, opresión, enfermedad y toda injusticia. Como ha demostrado muchas veces esta revista con textos bíblicos, hay abundantes pruebas de que vivimos en el período en el que se van a cumplir estas promesas. El nuevo mundo que Dios promete está a las puertas (2 Pedro 3:13). Pronto Jehová “se tragará a la muerte para siempre” y “limpiará las lágrimas de todo rostro” (Isaías 25:8).

      Hasta que eso suceda, podemos alegrarnos de que aun ahora haya personas que se interesen sinceramente por los demás. Pero la principal razón para alegrarnos es que Jehová Dios mismo se preocupa por nosotros. Él eliminará pronto toda opresión y sufrimiento.

      Podemos tener confianza absoluta en las promesas de Jehová. Su siervo Josué la tuvo y dijo sin reservas al pueblo de Dios de la antigüedad: “Ustedes bien saben con todo su corazón y con toda su alma que ni una sola palabra de todas las buenas palabras que Jehová su Dios les ha hablado ha fallado. Todas se han realizado para ustedes. Ni una sola palabra de ellas ha fallado” (Josué 23:14). Mientras dure el presente sistema de cosas, por tanto, no nos dejemos vencer por las pruebas que nos puedan sobrevenir. Echemos toda nuestra inquietud sobre Jehová, pues él se interesa verdaderamente por nosotros (1 Pedro 5:7).

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