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El espiritismo y la búsqueda de la verdadera espiritualidadLa Atalaya 2001 | 1 de mayo
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Los practicantes del espiritismo explican que en el momento de la muerte, el alma, es decir, el “espíritu encarnado”, deja el cuerpo, igual que la mariposa sale del capullo. Creen que estos espíritus se encarnan después en seres humanos a fin de expiar los pecados cometidos en una vida previa. Pero esos pecados anteriores no se recuerdan. “Dios ha juzgado conveniente echar un velo sobre el pasado”, dice El Evangelio según el espiritismo.
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El espiritismo y la búsqueda de la verdadera espiritualidadLa Atalaya 2001 | 1 de mayo
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¿Por qué razón sufrimos?
Gran parte del sufrimiento humano se debe a las acciones de gente imprudente, inexperta o incluso malvada. No obstante, ¿qué diremos de los trágicos sucesos que no es posible achacar directamente a las personas? Por ejemplo, ¿por qué se producen accidentes y desastres naturales? ¿Por qué nacen algunos niños con defectos congénitos? Allan Kardec consideraba que eran castigos. “Si somos castigados, es que hemos hecho mal: si no lo hemos hecho en esta vida, lo habremos hecho en otra”, escribió. A los espiritistas se les enseña a decir esta oración: “Señor, vos sois la suma justicia; la enfermedad que habéis querido enviarme debo merecerla [...]; la acepto como una expiación del pasado y como una prueba para mi fe y sumisión a vuestra santa voluntad” (El Evangelio según el espiritismo).
¿Enseñó eso Jesús? No. Él conocía bien estas palabras de la Biblia: “El tiempo y el suceso imprevisto les acaecen a todos” (Eclesiastés 9:11). Sabía que en ocasiones suceden cosas malas, pero que no constituyen un castigo por los pecados.
Analicemos este incidente de la vida de Jesucristo: “Al ir pasando, [Jesús] vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron: ‘Rabí, ¿quién pecó: este hombre, o sus padres, para que naciera ciego?’”. La respuesta fue muy esclarecedora: “Ni este hombre pecó, ni sus padres, sino que fue para que las obras de Dios se pusieran de manifiesto en su caso. Después de decir estas cosas, escupió en la tierra e hizo barro con la saliva, y puso su barro sobre los ojos del hombre y le dijo: ‘Ve a lavarte en el estanque de Siloam’ [...]. Y él se fue, pues, y se lavó, y volvió viendo” (Juan 9:1-3, 6, 7).
Estas palabras indicaron que ni el hombre ni sus padres eran culpables de su ceguera congénita. De modo que Jesús no apoyó la idea de que a aquella persona se la estaba castigando por los errores de una vida anterior. Cierto, él sabía que todos los seres humanos han heredado el pecado, pero se trata del pecado de Adán, no de faltas cometidas antes de nacer. Debido al pecado adánico, todos los seres humanos nacen imperfectos, sujetos a la enfermedad y la muerte (Job 14:4; Salmo 51:5; Romanos 5:12; 9:11). De hecho, a Jesús se le envió a remediar esta situación. Juan el Bautizante dijo que era “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29).a
Observemos asimismo que Jesús no afirmó que Dios había hecho a propósito que el hombre naciera ciego para que algún día llegara Jesús y lo sanara. ¡Qué cruel y cínico hubiese sido aquello! ¿Habría traído alabanza a Dios? No; la curación milagrosa del ciego sirvió más bien para ‘poner de manifiesto las obras de Dios’. Como las muchas otras curaciones que llevó a cabo Jesús, reflejó el amor sincero de Dios por la humanidad angustiada y confirmó la veracidad de su promesa de poner fin a toda enfermedad y sufrimiento humano en su debido momento (Isaías 33:24).
¿No es consolador descubrir que nuestro Padre celestial no causa el sufrimiento, sino que da “cosas buenas a los que le piden”? (Mateo 7:11.) ¡Cuánto se glorificará al Altísimo cuando se abran los ojos de los ciegos, se destapen los oídos de los sordos y los cojos caminen, salten y corran! (Isaías 35:5, 6.)
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