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    ¡Despertad! 2001 | 22 de octubre
    • Los detonantes

      No es raro que los jóvenes que se desesperan y ponen fin a sus días lo hagan por asuntos que pudieran parecer triviales. Cuando se sienten heridos y se ven incapaces de manejar tal situación, quizás se planteen su muerte como medio para vengarse de los ofensores. Hiroshi Inamura, experto en tratar a suicidas en Japón, escribió: “Al matarse, los niños materializan el impulso interior de castigar a quien los ha lastimado”.

      Una encuesta reciente efectuada en el Reino Unido indicó que cuando los menores sufren acoso intenso, las probabilidades de que atenten contra su vida se multiplican casi siete veces. La angustia que sufren es muy real. Un muchacho de 13 años que se ahorcó dejó una nota que identificaba a cinco chicos de la escuela que lo habían martirizado y extorsionado. “Por favor, salven a otros niños”, escribió.

      Hay quienes intentan acabar con su vida debido a problemas escolares o delictivos, relaciones románticas truncadas, malas notas, tensión ante los exámenes o inquietud acerca del futuro. A un adolescente perfeccionista que obtenga calificaciones elevadas tal vez le baste con sufrir un revés o cometer un error, sea real o imaginario.

      En el caso de los adultos, las dificultades económicas o laborales son detonantes comunes. Recientemente, tras años de crisis económica, el número de suicidios superó en Japón la cifra de 30.000 en un año. Según el Mainichi Daily News, cerca del setenta y cinco por ciento de los hombres de mediana edad que pusieron fin a su vida lo hicieron agobiados “por las deudas, los fracasos empresariales, la pobreza y el desempleo”. Los problemas familiares también pueden inducir al suicidio. Un rotativo finlandés informó que “los varones de mediana edad recién divorciados” constituyen un grupo de alto riesgo. Un estudio elaborado en Hungría reveló que la mayoría de las muchachas que pensaron suicidarse habían crecido en hogares rotos.

      La jubilación y la mala salud también son factores de riesgo, sobre todo entre los ancianos. A menudo, el suicidio se convierte en una salida, no necesariamente cuando el enfermo se halla en fase terminal, sino cuando cree que no va a soportar el sufrimiento.

      Sin embargo, no todos reaccionan así. Al contrario, la mayoría de las personas no se quitan la vida ante tales circunstancias. Entonces, ¿por qué ven algunos la solución en esta medida tan drástica?

      Factores subyacentes

      Kay Redfield Jamison, profesora de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins, afirma que “la decisión de morir obedece en gran parte a la interpretación de los sucesos”; en cambio, “para la mayoría de las mentes sanas, tal interpretación no llega a ser tan abrumadora que las conduzca a plantearse el suicidio”. Eve K. Mościcki, del Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos, indicó numerosos elementos —algunos subyacentes— que, al conjugarse, desembocan en comportamientos suicidas. Entre estos se hallan los trastornos psíquicos, las drogodependencias, las características genéticas y la química cerebral. Analicemos algunos de ellos.

      Entre los factores principales figuran los problemas psíquicos, como la depresión, el trastorno bipolar y la esquizofrenia, y los adictivos, como la toxicomanía o el alcoholismo. Los estudios efectuados en Europa y en Estados Unidos revelan que más del noventa por ciento de las muertes voluntarias se relacionan con dichos males. De hecho, los hombres que no se ven afectados por tales trastornos presentan un índice de 8,3 suicidios por cada 100.000 habitantes, frente a 650 por cada 100.000 en el caso de los aquejados de depresión, según señala un equipo de investigadores suecos. Los especialistas afirman que los detonantes son similares en Oriente. Con todo, aun cuando la depresión coincide con algún suceso desencadenante, los atentados contra la propia existencia no se convierten en algo inevitable.

      La profesora Jamison, que una vez trató de darse muerte, afirma: “Parece que la depresión resulta tolerable mientras hay esperanza de mejoría”. Sin embargo, ha observado que al volverse insoportable la desesperación, se va debilitando la capacidad mental de refrenar los impulsos suicidas. Compara la situación al desgaste de los frenos de un automóvil por la tensión constante.

      Es fundamental advertir esa tendencia, pues la depresión tiene tratamiento, y es posible superar los sentimientos de desesperanza. Cuando se tratan los factores subyacentes, se reacciona de forma muy diferente ante la pena y el estrés que suelen desembocar en suicidio.

      Hay quien cree que los genes constituyen un factor subyacente en muchos casos. Pero si bien es cierto que intervienen en el carácter y que los estudios han revelado que en ciertas líneas familiares existe una mayor incidencia de suicidios que en otras, “la predisposición genética a quitarse la vida no significa que el suicidio sea inevitable”, afirma la profesora Jamison.

      Otro factor subyacente es la química del cerebro, órgano en el que miles de millones de neuronas se comunican de forma electroquímica. Entre los extremos ramificados de las fibras nerviosas de una neurona y los de otra hay un pequeño espacio llamado sinapsis, a través del cual se realiza la transmisión química de la información mediante sustancias llamadas neurotransmisores. El nivel de uno de ellos, la serotonina, quizá esté implicado en la vulnerabilidad biológica al suicidio. El libro Inside the Brain (El interior del cerebro) explica: “Los niveles bajos de serotonina [...] pueden secar la fuente de la felicidad, reducir el interés por la existencia y aumentar el riesgo de depresión y suicidio”.

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    ¡Despertad! 2001 | 22 de octubre
    • [Ilustración y recuadro de la página 7]

      El suicidio y la soledad

      La soledad es un factor conducente a la depresión y al suicidio. Jouko Lönnqvist, quien dirigió un estudio sobre los suicidas en Finlandia, afirmó: “Para la mayoría, la vida era sinónimo de soledad. Contaban con mucho tiempo libre, pero tenían pocos contactos sociales”. Kenshiro Ohara, psiquiatra de la Facultad de Medicina de la Universidad de Hamamatsu (Japón), indicó que el “aislamiento” se hallaba tras el reciente aumento en el número de suicidios entre los varones de mediana edad de su país.

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