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  • Un problema mundial
    ¡Despertad! 2001 | 22 de octubre
    • Un problema mundial

      “El suicidio representa una grave amenaza para el bienestar de los ciudadanos.”—David Satcher, director general de Salud Pública de Estados Unidos (1999).

      ESTE comentario supuso la primera vez en la historia que un funcionario tan importante de la sanidad norteamericana convertía el suicidio en una cuestión de interés público. Dado que en su país son más las muertes voluntarias que los homicidios, es comprensible que el Senado declarara asunto prioritario la prevención de esta tragedia.

      Con todo, el índice de suicidios en Estados Unidos (11,4 por cada 100.000 habitantes en 1997) es inferior al mundial (16 por cada 100.000), que hizo público en el año 2000 la Organización Mundial de la Salud. El número de casos ha aumentado a escala planetaria en un 60% en los últimos cuarenta y cinco años. En la actualidad, un millón de personas ponen fin a su vida todos los años, lo que equivale a una muerte cada cuarenta segundos.

      No obstante, las estadísticas no reflejan toda la realidad. En muchos casos, los familiares niegan que la muerte fuera un suicidio. Además, se calcula que por cada acto consumado, hay entre diez y veinticinco tentativas. Cierta encuesta reveló que el 27% de los estudiantes de secundaria de Estados Unidos admitió haberse planteado seriamente atentar contra su vida el año anterior, y que el 8% lo había intentado. Otros estudios han descubierto que del 5 al 15% de la población adulta ha tenido pensamientos suicidas en un momento u otro.

      Diferencias culturales

      El modo de ver esta decisión extrema varía mucho: desde quienes entienden que es un crimen o una escapatoria cobarde, hasta quienes la consideran una forma honorable de disculparse o de apoyar una causa. ¿Por qué existen enfoques tan dispares? La cultura es un factor importante. De hecho, según The Harvard Mental Health Letter, esta “quizá hasta influya en la probabilidad de suicidarse”.

      El doctor Zoltán Rihmer califica la elevada tasa de suicidios que se registra entre los húngaros de “lamentable ‘tradición’”. Béla Buda, director del Instituto Nacional de Sanidad de Hungría, advirtió que los ciudadanos de este país centroeuropeo no dudan en quitarse la vida prácticamente por cualquier motivo. Señala como ejemplo esta reacción, que considera frecuente: “Tiene cáncer, pero sabe cómo poner fin a su situación”.

      En la India existía antaño una costumbre religiosa, llamada sati, en la que la viuda se arrojaba a la pira funeraria del marido. Aunque lleva tiempo prohibida, no ha desaparecido por completo. No hace mucho, cuando una mujer decidió acabar así con su vida, los vecinos ensalzaron su acto. Ella provenía de una región que, según India Today, “ha visto a casi veinticinco mujeres inmolarse en las piras de sus esposos en otros tantos años”.

      Por extraño que parezca, el suicidio siega en Japón el triple de vidas que los accidentes viales. “La tradición nipona, que jamás ha condenado el suicidio, es famosa por una forma de abrirse el vientre [seppuku, o haraquiri] que se convirtió en todo un rito e institución”, afirma la obra Japan—An Illustrated Encyclopedia.

      En el libro Bushido—The Soul of Japan (Bushido: el alma de Japón), Inazo Nitobe, quien llegó a ser subsecretario general de la Sociedad de Naciones, explicó esta fascinación cultural por la muerte: “[El seppuku] fue un invento medieval por el que los guerreros expiaban sus delitos, ofrecían sus disculpas, evitaban la vergüenza, redimían a sus amigos o probaban su sinceridad”. Aunque en líneas generales este suicidio ritual es cosa del pasado, aún hay quienes recurren a él para lograr un impacto social.

      Por otro lado, la cristiandad siempre ha visto estos actos como un crimen. Ya para los siglos VI y VII eran causa de excomunión en la Iglesia Católica, que negaba el funeral a los perpetradores. En algunos lugares, el fervor religioso ha producido costumbres extrañas, como ahorcar los cuerpos sin vida o incluso atravesarles el corazón con una estaca.

      Resulta paradójico que quienes atentaban contra su vida incurrían en la pena capital. Un inglés del siglo XIX fue ahorcado por tratar de degollarse. De ese modo, las autoridades consumaron lo que él no había logrado. Aunque las penas por intentar matarse cambiaron con el paso del tiempo, no fue sino hasta 1961 cuando el parlamento británico declaró que el suicidio y sus tentativas ya no constituían delitos. En Irlanda lo fueron hasta 1993.

      En la actualidad hay escritores que recomiendan estos actos. En 1991 se publicó un libro que presentaba métodos de suicidio asistido para los enfermos terminales, métodos que utilizaron un creciente número de personas que no se hallaban en fase terminal.

      ¿Es el suicidio la verdadera solución? ¿O existen buenas razones para continuar viviendo? Antes de responder a estas preguntas, examinemos qué induce a la gente a quitarse la vida.

      [Comentario de la página 4]

      En la actualidad, un millón de personas ponen fin a su vida todos los años, lo que equivale a una muerte cada cuarenta segundos

  • Por qué se rinden
    ¡Despertad! 2001 | 22 de octubre
    • Por qué se rinden

      “Las circunstancias que conducen al suicidio son únicas en cada caso: sumamente íntimas, insondables y atroces.”—Kay Redfield Jamison, psiquiatra.

      “VIVIR es sufrir”, señaló en una nota Ryunosuke Akutagawa (popular escritor japonés de principios del siglo XX) antes de matarse. Sin embargo, justo antes de estas palabras había indicado: “Claro está, no quiero morir, pero...”.

      Al igual que este autor, más que morir, muchos suicidas desean “terminar con todo”, señaló un profesor de Psicología. Y las notas que dejan así lo indican. Frases como “no aguanto más” o “¿para qué seguir viviendo?” revelan un profundo deseo de huir de la cruel realidad. Pero, según un prestigioso especialista, recurrir a tal decisión extrema es “como tratar un resfriado con una bomba atómica”.

      Aunque las causas que inducen al suicidio varían, existen ciertos detonantes comunes.

      Los detonantes

      No es raro que los jóvenes que se desesperan y ponen fin a sus días lo hagan por asuntos que pudieran parecer triviales. Cuando se sienten heridos y se ven incapaces de manejar tal situación, quizás se planteen su muerte como medio para vengarse de los ofensores. Hiroshi Inamura, experto en tratar a suicidas en Japón, escribió: “Al matarse, los niños materializan el impulso interior de castigar a quien los ha lastimado”.

      Una encuesta reciente efectuada en el Reino Unido indicó que cuando los menores sufren acoso intenso, las probabilidades de que atenten contra su vida se multiplican casi siete veces. La angustia que sufren es muy real. Un muchacho de 13 años que se ahorcó dejó una nota que identificaba a cinco chicos de la escuela que lo habían martirizado y extorsionado. “Por favor, salven a otros niños”, escribió.

      Hay quienes intentan acabar con su vida debido a problemas escolares o delictivos, relaciones románticas truncadas, malas notas, tensión ante los exámenes o inquietud acerca del futuro. A un adolescente perfeccionista que obtenga calificaciones elevadas tal vez le baste con sufrir un revés o cometer un error, sea real o imaginario.

      En el caso de los adultos, las dificultades económicas o laborales son detonantes comunes. Recientemente, tras años de crisis económica, el número de suicidios superó en Japón la cifra de 30.000 en un año. Según el Mainichi Daily News, cerca del setenta y cinco por ciento de los hombres de mediana edad que pusieron fin a su vida lo hicieron agobiados “por las deudas, los fracasos empresariales, la pobreza y el desempleo”. Los problemas familiares también pueden inducir al suicidio. Un rotativo finlandés informó que “los varones de mediana edad recién divorciados” constituyen un grupo de alto riesgo. Un estudio elaborado en Hungría reveló que la mayoría de las muchachas que pensaron suicidarse habían crecido en hogares rotos.

      La jubilación y la mala salud también son factores de riesgo, sobre todo entre los ancianos. A menudo, el suicidio se convierte en una salida, no necesariamente cuando el enfermo se halla en fase terminal, sino cuando cree que no va a soportar el sufrimiento.

      Sin embargo, no todos reaccionan así. Al contrario, la mayoría de las personas no se quitan la vida ante tales circunstancias. Entonces, ¿por qué ven algunos la solución en esta medida tan drástica?

      Factores subyacentes

      Kay Redfield Jamison, profesora de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins, afirma que “la decisión de morir obedece en gran parte a la interpretación de los sucesos”; en cambio, “para la mayoría de las mentes sanas, tal interpretación no llega a ser tan abrumadora que las conduzca a plantearse el suicidio”. Eve K. Mościcki, del Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos, indicó numerosos elementos —algunos subyacentes— que, al conjugarse, desembocan en comportamientos suicidas. Entre estos se hallan los trastornos psíquicos, las drogodependencias, las características genéticas y la química cerebral. Analicemos algunos de ellos.

      Entre los factores principales figuran los problemas psíquicos, como la depresión, el trastorno bipolar y la esquizofrenia, y los adictivos, como la toxicomanía o el alcoholismo. Los estudios efectuados en Europa y en Estados Unidos revelan que más del noventa por ciento de las muertes voluntarias se relacionan con dichos males. De hecho, los hombres que no se ven afectados por tales trastornos presentan un índice de 8,3 suicidios por cada 100.000 habitantes, frente a 650 por cada 100.000 en el caso de los aquejados de depresión, según señala un equipo de investigadores suecos. Los especialistas afirman que los detonantes son similares en Oriente. Con todo, aun cuando la depresión coincide con algún suceso desencadenante, los atentados contra la propia existencia no se convierten en algo inevitable.

      La profesora Jamison, que una vez trató de darse muerte, afirma: “Parece que la depresión resulta tolerable mientras hay esperanza de mejoría”. Sin embargo, ha observado que al volverse insoportable la desesperación, se va debilitando la capacidad mental de refrenar los impulsos suicidas. Compara la situación al desgaste de los frenos de un automóvil por la tensión constante.

      Es fundamental advertir esa tendencia, pues la depresión tiene tratamiento, y es posible superar los sentimientos de desesperanza. Cuando se tratan los factores subyacentes, se reacciona de forma muy diferente ante la pena y el estrés que suelen desembocar en suicidio.

      Hay quien cree que los genes constituyen un factor subyacente en muchos casos. Pero si bien es cierto que intervienen en el carácter y que los estudios han revelado que en ciertas líneas familiares existe una mayor incidencia de suicidios que en otras, “la predisposición genética a quitarse la vida no significa que el suicidio sea inevitable”, afirma la profesora Jamison.

      Otro factor subyacente es la química del cerebro, órgano en el que miles de millones de neuronas se comunican de forma electroquímica. Entre los extremos ramificados de las fibras nerviosas de una neurona y los de otra hay un pequeño espacio llamado sinapsis, a través del cual se realiza la transmisión química de la información mediante sustancias llamadas neurotransmisores. El nivel de uno de ellos, la serotonina, quizá esté implicado en la vulnerabilidad biológica al suicidio. El libro Inside the Brain (El interior del cerebro) explica: “Los niveles bajos de serotonina [...] pueden secar la fuente de la felicidad, reducir el interés por la existencia y aumentar el riesgo de depresión y suicidio”.

      Con todo, la realidad es que nadie está destinado a suicidarse, pues millones de seres humanos logran afrontar el dolor y el estrés. Lo que lleva a quitarse la vida es la forma en que la mente y el corazón reaccionan a las presiones. Deben combatirse no solo los detonantes, sino también los factores subyacentes.

      Ahora bien, ¿qué hacer para tener una actitud más positiva que renueve las ganas de vivir?

      [Recuadro de la página 6]

      Hombres y mujeres ante el suicidio

      Un estudio realizado en Estados Unidos reveló que la mujer es dos o tres veces más proclive que el hombre a los intentos de quitarse la vida, pero este tiene cuatro veces más probabilidades de consumar el suicidio. Entre la población femenina, el riesgo de sufrir depresión es el doble, lo que tal vez explique el mayor número de tentativas. Sin embargo, es probable que sus trastornos depresivos sean menos violentos, razón por la cual ellas quizá elijan medios menos extremados. Por otro lado, ellos quizá recurran a técnicas más agresivas y fulminantes para asegurar su objetivo.

      En China, sin embargo, se quitan la vida más mujeres que varones. De hecho, un estudio indica que el 56% de las suicidas de todo el mundo son de ese país, sobre todo de las zonas rurales. Se dice que una de las razones radica en el fácil acceso a pesticidas letales.

      [Ilustración y recuadro de la página 7]

      El suicidio y la soledad

      La soledad es un factor conducente a la depresión y al suicidio. Jouko Lönnqvist, quien dirigió un estudio sobre los suicidas en Finlandia, afirmó: “Para la mayoría, la vida era sinónimo de soledad. Contaban con mucho tiempo libre, pero tenían pocos contactos sociales”. Kenshiro Ohara, psiquiatra de la Facultad de Medicina de la Universidad de Hamamatsu (Japón), indicó que el “aislamiento” se hallaba tras el reciente aumento en el número de suicidios entre los varones de mediana edad de su país.

      [Ilustración de la página 5]

      En el caso de los adultos, las dificultades económicas o laborales son detonantes comunes

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