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SurinamAnuario de los testigos de Jehová 1990
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“Eran mis muchachos”
Muchos hermanos de la congregación apreciaban a los laboriosos misioneros, por lo que no pasó mucho antes de que Burt y Francis se hicieran un lugar en sus hogares y corazones. Aún hoy, basta con hablar de Burt y Francis a los más antiguos, y sus ojos apagados brillan, sus rostros arrugados sonríen y en su mente se evocan los recuerdos.
“Burt y Francis eran como de la familia. Eran mis muchachos”, dice Oma (abuelita) de Vries, en la actualidad de noventa y un años. Sentada en su mecedora, señala al primer piso de la casa de al lado. “Vivían allí. Eran unos vecinos alegres.”
“Cuando oíamos a Burt silbar, sabíamos que iba a salir al ministerio”, dice Loes, una de las hijas de Oma.
“Y cuando Francis tocaba el violín o de alguna manera hacía música con dos cucharas, sabíamos que estaba descansando —añade Hille, otra de las hijas—; pero si oíamos a Burt entonar a pleno pulmón el cántico del Reino número 81, ‘¡Avivad canción del Rey!’, sabíamos que se estaba duchando.”
Una tercera hija, Dette, interviene en la conversación: “Y cuando olía a comida quemada, sabíamos que los muchachos estaban estudiando”. En vista de esto, Oma se puso a prepararles las comidas. Ella se ríe con ganas al añadir sus últimas palabras al relato: “Ataba un cazo de comida a una escoba y lo sacaba por la ventana del segundo piso; desde la casa de al lado, Burt estiraba sus largos brazos, agarraba el cazo y ¡a comer se ha dicho!”.
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SurinamAnuario de los testigos de Jehová 1990
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[Fotografía en la página 207]
La abuelita de Vries cuidó de sus “muchachos”, los misioneros
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