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    Anuario de los testigos de Jehová 1990
    • Paul Naarendorp, un hermano capacitado que tenía poco más de veinte años, recuerda cómo viajaba en la motocicleta: “Sujetaba entre las piernas un catre plegable, y en la parte de atrás ponía la maleta, la bolsa con las publicaciones y otras pertenencias. Claro que cuando me casé, en 1963, la carga se duplicó: dos catres, una maleta más grande, dos bolsas para la predicación y, por supuesto, mi esposa”. Pese a todo, añade: “Eran tiempos felices”.

  • Surinam
    Anuario de los testigos de Jehová 1990
    • “¿Hay serpientes en esta zona?”

      Visitar a publicadores aislados era una de las emocionantes experiencias de las que disfrutaban estos jóvenes precursores. Acompañemos a Paul Naarendorp en un viaje que hizo con Richenel Linger, un humilde pescador sexagenario que vivía en una choza cerca de la costa atlántica.

      El hermano Linger hacía un viaje para predicar todas las semanas. Aunque solía ir solo, en aquella ocasión le acompañaba Paul. Salieron a las tres de la madrugada y remaron corriente arriba durante tres horas, hasta llegar a un poblado amerindio donde predicaron todo el día. A las siete de la tarde ya estaban de vuelta en casa, y dos horas después tomaban la primera comida caliente del día. Ni que decir tiene que les supo a gloria.

      Paul, que era un muchacho de ciudad, preguntó preocupado: “¿Hay serpientes en esta zona?”. “Bueno, hay algunas —contestó el hermano Linger con toda tranquilidad⁠—, sobre todo sakasnekis (serpientes de cascabel tropicales).” “¡Su picadura es mortal!”, dijo Paul sobresaltado. “La semana pasada había una ahí —prosiguió el hermano Linger, señalando al techo de paja, justo encima de Paul⁠—. La vi mientras comía, y me dije: ‘Quédate ahí y verás lo que te espera’. Después de comer y fregar los platos, la maté con un machete.” Entonces separó las manos algo más de un metro y añadió: “Era así de larga”. Paul volvió a sobresaltarse.

      No es que el hermano Linger pretendiese asustar a su visitante, pero es que para él no era más que un suceso normal de la vida diaria. “Aquella noche —recuerda Paul⁠—, me acurruqué con la cabeza tapada con la sábana y le estuve orando mucho rato a Jehová antes de dormirme.”

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