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SurinamAnuario de los testigos de Jehová 1990
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Llega más ayuda de Galaad
Poco después, en 1968, llegaron cuatro graduados de Galaad: los canadienses Roger y Gloria Verbrugge y los alemanes Rolf y Margret Wiekhorst, lo que duplicó el tamaño de la familia misional. Su carácter afectuoso, unido a su interés sincero por el bienestar de otros, hizo que en seguida se ganaran el cariño de los hermanos del país.
Algún tiempo antes también había llegado a Paramaribo Albert Suhr, graduado en 1953 de la clase 20 de Galaad. Había servido de misionero en Curazao por trece años, hasta que la epilepsia le obligó a marcharse e instalarse en casa de unos parientes de Surinam. Sin hacer caso de su enfermedad, volvió a emprender el servicio de precursor, en el que se mantuvo hasta que su salud decadente le hizo ingresar en un hogar de ancianos. Aun así, no iba a dejar de predicar el Reino. Visitémosle:
Por la mañana expone un surtido de revistas La Atalaya y ¡Despertad! en la sala de recreo; después copia el texto del día en letras grandes para un vecino de ochenta años que no ve bien; luego distribuye revistas entre los residentes y las enfermeras, y al acabar el día, realiza su estudio personal. “Mi delicada salud me impide hacer más —dice Albert, que en la actualidad tiene sesenta y ocho años—, pero mi corazón aún desea servir a Jehová.” No obstante, se calla por modestia que en un mes reciente predicó durante ciento veintiséis horas. “Los hermanos que, como Albert, hacen su labor sin ostentación —dice un misionero— nos recuerdan lo que es auténtica fe.”
La “asamblea del agua”
El número de publicadores se mantuvo alrededor de los quinientos por varios años, pero de repente creció a más de quinientos cincuenta. ¿Por qué hubo este aumento? Un informe de la sucursal dice: “La asamblea internacional ‘Paz en la Tierra’ ha tenido un efecto decisivo en la obra”.
Aquella asamblea de 1970 se recuerda como la “asamblea del agua”, pues la noche del 16 de enero llovió como no lo había hecho desde 1902, y se inundaron Paramaribo y su estadio, donde se celebraba la asamblea. Gré van Seijl recuerda: “Al despertarse aquella mañana, algunos publicadores se encontraron con agua en sus casas hasta la altura de las rodillas. Pese a todo, se fueron directamente a la asamblea”. Uno de los organizadores comenta: “Nos quedamos asombrados al ver a más de mil doscientas personas abrirse paso entre las aguas cenagosas con dirección al estadio. Jamás había asistido una multitud tan grande”.
¡Menudos autocares!
Si bien es cierto que solo había inundaciones muy de vez en cuando, eran habituales las averías de los autocares, tanto antes como después de las asambleas. Cierto domingo de finales de los sesenta, un grupo de 48 personas esperaba un autocar de 30 plazas que debía llevarlos de vuelta a Paramaribo, pero no llegaba. “Buscamos al conductor —recuerda Rolf Wiekhorst—, y lo hallamos en medio de cientos de piezas del motor esparcidas a su alrededor. ‘Tengo problemas con la caja de cambios —dijo—, pero lograré repararla’.”
Cuatro horas después comenzaba el viaje, y en seguida se extendió por todo el autocar un olor a quemado. “Solo funciona la cuarta velocidad”, explicó el conductor. Pasada la medianoche, el autocar rodó cuesta abajo hasta un pequeño embarcadero, pero ¿cómo iba a subir la cuesta con la cuarta velocidad? “Fue un espectáculo —prosigue Rolf— ver a jóvenes, ancianos, hasta madres con niños pequeños, empujar el autocar al son de un cántico del Reino y del estruendo del motor. El autocar avanzó lentamente cuesta arriba hasta que lo logramos. A las tres de la madrugada ya estábamos en casa.”
En otra ocasión, la congregación de Nickerie también alquiló un autocar para desplazarse a una asamblea. Salieron a las siete de la mañana, pero no eran ni las diez y ya se había averiado el autocar en un camino desierto. El conductor se marchó, prometiendo regresar. “Nunca volvimos a verlo”, dice Max Rijts, uno de los pasajeros. Una vez agotadas la comida y el agua, dos hermanos se pusieron a caminar a lo largo de un canal en busca de ayuda. A las quince horas volvieron con una barca, y el viaje continuó. Llegaron a la asamblea a mediodía. Habían hecho un viaje de 240 kilómetros en treinta horas. Max añade riéndose: “Ah, el nombre que llevaba escrito el autocar era ‘Bienvenidos’”.
Resueltos a quedarse
Los Stegenga dejaron el hogar misional en septiembre de 1970 debido a que Natalie iba a tener familia. Dirk Stegenga había sido durante dieciséis años un superintendente de sucursal muy trabajador. La superintendencia del país pasó entonces al misionero Wim van Seijl.
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[Fotografía en la página 230]
Albert Suhr, graduado de la clase 20 de Galaad, testifica en una residencia de ancianos
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