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SurinamAnuario de los testigos de Jehová 1990
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Se adentran en las zonas rurales
Para mantenerse al paso con el crecimiento, la sucursal se trasladó a una casa de cuatro plantas de la calle Zwartenhovenbrug. La planta baja la ocupaba una zapatería llamada Fathma. En el primer piso estaban el Salón del Reino y la cocina, mientras que el segundo servía de sucursal y hogar misional, y en el último se almacenaban las publicaciones.
Desde allí, Muriel Simmonite, entonces de veintiocho años, iba periódicamente a predicar a Onverwacht y Paranam, dos pueblos que están a unos treinta kilómetros al sur de Paramaribo. “Por la mañana temprano nos montábamos gratis en el autobús que llevaba a los trabajadores de una mina de bauxita —recuerda Helen Voigt, que acompañaba a Muriel una vez a la semana—. Predicábamos a los que vivían cerca de la mina, al mediodía nos tomábamos un emparedado, luego seguíamos predicando y finalmente regresábamos con los trabajadores en el autobús. Llegábamos a casa alrededor de las seis de la tarde, cansadas, es cierto, pero satisfechas.”
Con el tiempo Muriel se puso en contacto con Rudie Pater, un hombre delgado y de carácter tranquilo que aceptó la verdad. Rudie quería llevar la verdad más lejos y para ello contaba con el medio de transporte: una gran motocicleta Harley-Davidson.
Él recuerda: “Muriel iba a Paranam temprano y se quedaba trabajando todo el día. Por la tarde yo iba allí en mi Harley, me encontraba con ella y conducíamos más estudios bíblicos. Cerca de la medianoche, Muriel se montaba en la parte trasera de la Harley y volvíamos a casa”.
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SurinamAnuario de los testigos de Jehová 1990
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Cambio de superintendente
Para finales de 1954 se habían producido varios cambios. Se habían marchado Shedrick y Wilma Poyner, dos misioneros muy eficientes; Max y Althea Garey se habían ido a Curazao, donde sirvieron de misioneros más de diez años antes de regresar a Estados Unidos; a los primeros precursores especiales nativos, Hendrik Kerk y Melie Dikmoet, la hija del zapatero Julián Dikmoet, se les había enviado a nuevos territorios, y la esposa de Burt Simmonite, Connie, esperaba familia, de modo que pronto tendría que llegar otro misionero para relevar al hermano Simmonite como superintendente de sucursal.
Así que en noviembre de 1954 Burt dejó la superintendencia del país en manos de Dirk Stegenga, un tímido misionero holandés de solo veintidós años. Por supuesto, el hermano Stegenga necesitó un tiempo de adaptación.
Comienza la vida misional
Dirk, que hoy tiene cincuenta y siete años, recuerda: “Burt y Connie se marcharon a la obra de circuito dos días después de mi llegada, y Muriel estaba fuera del país, así que allí me hallaba yo, nervioso y solo en aquella gran casa”.
Cuando estaba a punto de quedarse dormido, un sonido penetrante, piii, piii, traspasó su habitación. Era el silbido de un tren de vapor que tomaba una curva cerca de la casa. Cuando recobró la velocidad, el chucuchú del motor ahogó todo ruido del exterior. La calle, la casa y la habitación se llenaron de humo grasiento y chispas. “A continuación —continúa Dirk—, contemplé boquiabierto a las chispas danzarinas aterrizar sobre las camisas de nailon 100% que había traído de Nueva York, atravesándolas y dejándolas con un copioso rastro de agujeros. Me quedé casi sin ánimo.”
Durante los siguientes días continuaron el calor, el ruido, el humo, las chispas y los agujeros en las camisas. “Y por si fuera poco —añade Dirk—, llegue a ver ratas enormes corriendo por la cocina. Para entonces, ya no podía soportarlo más.” Por fortuna, Helen Voigt sentía lástima del misionero solitario, así que le daba de comer para hacerle la vida más agradable. “Helen era como una madre”, dice Dirk agradecido.
Una vez que regresaron los demás misioneros, Dirk no tardó en sentirse a gusto, y, con la guía de Burt, se aplicó al trabajo.
Algunos meses más tarde, Dirk y Burt dirigieron su atención a un territorio difícil donde aún no se había predicado: la selva tropical. ‘¿Lograremos establecer la obra allí?’, se preguntaban. Para descubrirlo, en septiembre de 1955 hicieron su equipaje y tomaron el tren de vapor hacia la densa selva. Comenzaba un capítulo apasionante de la predicación del Reino.
Corresponsales de ¡Despertad! en territorio hostil
Hasta entonces, ningún habitante de la selva tropical (amerindios y negros bush) había aceptado la verdad. Algunos negros bush habían escuchado el mensaje del Reino por primera vez en 1947, cuando se pronunciaron discursos en el cuartel militar donde se alojaban mientras visitaban la capital.
Además, en 1950 dos hermanos visitaron Gansé, un poblado bush de 1.300 habitantes situado a orillas del río Surinam. Ante esto, el pastor de la Iglesia morava se puso a decir: “Hay dos falsos profetas vendiendo libros”. Así que poco después de que los Testigos colocaran cuatro libros en la choza de un anciano, cientos de feligreses, instigados por el pastor, se pusieron a perseguirlos hasta el río con la intención de lincharlos. Los hermanos se metieron rápidamente en la canoa y se alejaron remando. Poco faltó para que los atraparan.
Cinco años después, mientras el tren de vapor que llevaba a Burt y Dirk entraba en la última estación, Kabel, a unas dos horas en bote de su destino final, Gansé, este suceso estaba muy vivo en su mente. ¿Cómo los tratarían esta vez? Para evitar reacciones hostiles, la Sociedad había pedido por escrito al jefe del poblado permiso para que dos corresponsales de ¡Despertad! visitaran Gansé a fin de recoger información para un artículo sobre los negros bush. La respuesta del jefe había sido que serían bien recibidos.
Cuando llegó a Gansé la embarcación de Burt y Dirk, el jefe y sus ayudantes estaban listos para la recepción. “Nos recibieron como a reyes —relata Dirk—. Tras mostrarnos dónde nos alojaríamos, una de las mejores casas del poblado, nos escoltaron hasta el río para que nos bañásemos, e incluso tuvieron la delicadeza de darse la vuelta hasta que acabamos. Luego conversamos amigablemente con ellos, en especial Burt, que hablaba sranan tongo.”
Al día siguiente, mientras les enseñaban el poblado, los hermanos testificaron con prudencia a algunos vecinos. Unos días más tarde, el domingo por la mañana temprano, partieron hacia Kabel. Allí pernoctaron en una pensión en espera del tren del día siguiente.a
Remó en busca de los misioneros
Horas después de que los misioneros se fueron de Gansé, llegó Frederik Wachter, un negro bush de dieciocho años que vivía en el poblado. Sus amigos le dijeron que habían estado allí dos hombres blancos, altos, que parecían testigos de Jehová. Frederik se descorazonó, pues llevaba un año buscando a los Testigos, y ahora que habían venido, ¡se habían vuelto a marchar! Sin embargo, cuando se enteró de que partirían en el tren del día siguiente, se dijo: “Debo alcanzarlos antes de que se vaya el tren”. ¿Lo lograría?
Cuando el lunes por la mañana los misioneros se despertaron, se dieron cuenta de que un negro bush bajito y tímido los esperaba fuera. Frederik les preguntó: “¿Estuvieron predicando en mi poblado?”. “Sí —contestaron los misioneros con sorpresa—, ¿por qué lo preguntas?”
“Como me perdí su visita, he venido para conocer más sobre sus enseñanzas.” Los misioneros se sentaron con él y procedieron a dar respuesta a sus preguntas acerca del sábado, el bautismo, el Reino y muchas otras; pero también sentían curiosidad por saber cómo había oído hablar de Jehová por primera vez aquel muchacho de mente despierta. La historia era la siguiente:
En 1950, poco antes de que se echara de Gansé a los hermanos que mencionamos antes, le colocaron cuatro libros al tío de Frederik. Cuatro años después, este los encontró, los leyó y aprendió cuál era la verdadera condición de los muertos. A partir de ese momento, se negó a participar en las ceremonias supersticiosas de la tribu. También abandonó la religión de los hermanos moravos, y su deseo era encontrar a los testigos de Jehová algún día.
Aquel lunes por la mañana su deseo se había realizado. Como el tren ya estaba entrando en la estación, los misioneros le dejaron, no sin antes darle el libro “Sea Dios veraz” e invitarle a visitar la sucursal cuando fuera a la capital. Frederik les prometió que así lo haría.
El primer hermano bush
Un mes después, en octubre, un joven descalzo llamó a la puerta del hogar misional. Dirk Stegenga recuerda: “Frederik había leído el libro ‘Sea Dios Veraz’, recordaba hasta el más mínimo detalle y entendía la verdad. Durante dos semanas vino todos los días al hogar misional para estudiar, pero no asistía a las reuniones, algo que no entendíamos”.
“Cierto día, después de haberle invitado de nuevo —continúa Dirk—, Frederik bajó la mirada y musitó: ‘No tengo zapatos’. Le avergonzaba asistir. Por supuesto, no queríamos dárselos y hacerle un cristiano de conveniencia, de modo que le dije: ‘Pasaremos una película, así que estará oscuro y nadie se dará cuenta de que no los llevas’. Nos alegró muchísimo ver a Frederik en el auditorio aquella noche.” Y él se puso muy contento al enterarse gracias a la película “La Sociedad del Nuevo Mundo en acción” de que miles de africanos servían a Jehová con alegría, ¡y tampoco llevaban zapatos!
Dos semanas después, Frederik volvió a casa con otro deseo: asistir a la asamblea “El Reino Triunfante” en diciembre de aquel año. Con objeto de ahorrar el dinero para el viaje, trabajó día tras día, hasta que por fin lo consiguió. Se bautizó el 11 de diciembre. ¡Cuánto nos alegró dar la bienvenida aquel día a nuestro primer hermano bush! En la actualidad, el hermano Wachter aprovecha su gran capacidad de recordar versículos de la Biblia en el servicio de precursor especial. “La experiencia de Frederik —resume Dirk— me recuerda que somos instrumentos humildes en las manos de Jehová. Después de todo, nosotros no le encontramos a él, sino él a nosotros.”
Una película influye en la decisión del gobierno
Meses antes se había usado con otro fin la misma película que ayudó al hermano Wachter. ¿Qué fin? Pues bien, al enterarse en la sucursal de que se había asignado a Surinam a dos nuevos misioneros, solicitaron los permisos de entrada, pero el procurador general, un protestante devoto, se negó a concederlos. No obstante, en cuanto se fue de vacaciones, se concertó una entrevista con el ministro de Justicia y de la Policía, que era musulmán. ¿Podrían convencerle? Dirk relata:
“Tras haberme escuchado, el ministro sacó una carpeta con revistas La Atalaya subrayadas. Entonces leyó en una de ellas que los testigos de Jehová no apoyan los planes quinquenales de este mundo. ‘Como Surinam sigue un plan quinquenal —dijo—, no queremos una religión que se oponga a este’.”
El superintendente de la sucursal le aclaró nuestra postura sobre la obediencia a los gobiernos, y eso pareció dejarle satisfecho. El verdadero obstáculo a la obtención de los permisos era, no obstante, el clero. “Como el ministro era musulmán —prosigue Dirk—, le expliqué que la cristiandad nos tenía aversión porque no creíamos en la Trinidad, sino que, al igual que los musulmanes, creíamos en un solo Dios verdadero. El ministro halló interesante la explicación, tras lo cual fue más comprensivo y prometió ayudarnos.”
Pasaban las semanas sin que tuviéramos noticias, hasta que un día el doctor Louis Voigt, que más tarde se haría Testigo, nos propuso lo siguiente: “Puesto que el ministro y el sustituto del procurador general son pacientes míos, voy a invitarlos a venir con sus esposas a mi casa, y ustedes, los misioneros, también pueden venir a proyectar la película de la Sociedad. Quizás así se acaben los prejuicios”.
Y así fue. Los funcionarios del gobierno vieron la película de la Sociedad y se quedaron impresionados. “Conseguimos los permisos dos semanas más tarde”, informa Dirk. Los misioneros Willem y Grietje van Seijl (conocidos familiarmente como Wim y Gré) ya podían venir.
Una gélida recepción
El siete de diciembre de 1955, el procurador general, de vuelta de sus vacaciones y muy enfadado, esperaba impaciente que arribara el viejo carguero Cottica. Cuando Wim y Gré van Seijl desembarcaron, los llamó a su presencia. “Nos miró como si fuéramos criminales —recuerda Wim— y dijo: ‘Solo pueden evangelizar en Paramaribo. Si dan un solo paso fuera de la ciudad, serán expulsados’. Tras esto, nos entregó un documento que fijaba las restricciones y nos dejó marchar. Una bienvenida calurosa, sin duda”, añade el hermano van Seijl con ironía.
De todas maneras, los dos misioneros fueron un gran apoyo para la congregación. Era de esperarse, pues antes de venir a Surinam, contaban con un registro de servicio excelente. Ambos habían conocido la verdad durante la ocupación nazi de los Países Bajos, se habían bautizado en 1945 y después habían adquirido experiencia en la obra de circuito.
Su ayuda contribuyó a que hubiese aumento. En febrero de 1956 la sucursal escribió: “Hemos dividido y formado dos congregaciones”. En abril informó: “Lo hemos logrado: el aumento ha sido del 47%”. Y en junio dijo: “¡Ya somos doscientos publicadores!”. Concluyó: “Hay magníficas perspectivas”.
En cuanto a la familia del hermano Simmonite, que había aumentado con el nacimiento de Candy, se trasladó al año siguiente a una plantación de cocos de Coronie, para participar en el servicio de precursor especial. No obstante, ese mismo año tuvieron que regresar a Canadá debido a la delicada salud de Burt. Durante los ocho años que permanecieron en Surinam, se entregaron en cuerpo y alma a la obra. Con la bendición de Jehová, Burt había pastoreado la congregación con buenos resultados, viéndola crecer, por decirlo así, desde que era una niña inestable hasta madurar y hacerse una joven responsable, sin duda todo un logro. Hoy día, la familia Simmonite ayuda a cuidar de los intereses del Reino en Guatemala.
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