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Un libro extraordinario e invencible¡Despertad! 2011 | diciembre
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Un libro extraordinario e invencible
“Este libro ha suscitado más hostilidad que ningún otro; sin embargo, ha sobrevivido a todos los ataques que el poder, el talento o la elocuencia han lanzado contra él.”
¿POR qué merece la Biblia su atención? En primer lugar, porque asegura contener el mensaje de Dios para la humanidad (2 Timoteo 3:16). En caso de que tal afirmación sea cierta, usted tiene mucho que perder si no la lee.
En segundo lugar, porque es uno de los libros más antiguos que existen y es, con diferencia, el más traducido y distribuido. No solo se ha convertido en el número uno en ventas de todos los tiempos, sino que encabeza las listas de éxitos año tras año.
Sus afirmaciones, su antigüedad y su difusión son aún más admirables si se toman en cuenta los múltiples intentos que se han hecho a lo largo de la historia para suprimirlo. “Este libro ha suscitado más hostilidad que ningún otro; sin embargo, ha sobrevivido a todos los ataques que el poder, el talento o la elocuencia han lanzado contra él”, escribió el teólogo del siglo XIX Albert Barnes.
Barnes señala que la gente muestra un interés natural por todo lo que ha aguantado repetidos embates, como un ejército, una antigua fortificación o una gran roca. “Pero ningún ejército sobrevivió jamás a tantas batallas como la Biblia —añade—; ninguna fortificación ha soportado tantos asedios y se ha mantenido tan firme en medio de los truenos de la guerra y los estragos del tiempo; y ninguna roca ha sido barrida por tantas corrientes y ha permanecido inconmovible.”
Muchos escritos antiguos se han perdido, han sido destruidos o simplemente han caído en el olvido; en cambio, la Biblia ha resistido los más fieros ataques. Mientras unos han luchado, a riesgo de su propia vida, para ponerla al alcance de las masas, otros se la han arrebatado de las manos a lectores ávidos de conocimiento y han quemado en público tanto las biblias como a sus dueños.
¿Por qué ha despertado este libro tanto amor y tanto odio? ¿Qué batallas ha ganado? ¿Quiénes intentaron destruirlo? Más importante aún: ¿por qué ha resultado invencible? ¿Y por qué es su mensaje de valor para usted? Las siguientes páginas contestarán a estas preguntas.
[Ilustraciones y tabla de las páginas 2 y 3]
(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)
LÍNEA DE TIEMPO DE LA PUBLICACIÓN DE LA BIBLIA
1513 a.e.c.–c. 98 e.c. La Biblia es escrita en hebreo, arameo y griego
100 Adopta la forma de códice, más portátil
405 Traducida al latín por Jerónimo
1380 Traducida del latín al inglés por Wycliffe
1455 Gutenberg imprime la primera Biblia
1569 Traducida al español por Casiodoro de Reina
1938 Impresa en más de 1.000 idiomas
2011 Circula en más de 2.500 idiomas
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La Biblia bajo ataque¡Despertad! 2011 | diciembre
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Ataque contra un mensaje impopular
Dios mandó a Jeremías que escribiera en un rollo un mensaje en el que condenaba la conducta de los habitantes de la antigua Judá y les advertía que su ciudad capital, Jerusalén, sería destruida si no se volvían de su mal camino. Baruc, el secretario de Jeremías, entró en el templo de Jerusalén y leyó del rollo en voz alta a oídos del pueblo. Después lo leyó en presencia de los príncipes de Judá, quienes llevaron el rollo al rey Jehoiaquim. Disgustado por el mensaje que oyó, el monarca rasgó el rollo en pedazos y lo arrojó al fuego (Jeremías 36:1-23).
Enseguida, Dios ordenó a Jeremías: “Vuelve a tomar para ti un rollo, otro, y escribe en él todas las primeras palabras que resultaron estar en el primer rollo, que Jehoiaquim el rey de Judá quemó” (Jeremías 36:28). Diecisiete años más tarde, tal y como lo había anunciado Dios por medio de su profeta, Jerusalén fue destruida, un buen número de sus dignatarios fueron muertos y sus habitantes fueron llevados al exilio en Babilonia. Tanto el mensaje de aquel rollo como el relato del ataque de que fue objeto subsisten en el libro bíblico de Jeremías.
Prosigue la quema de las Escrituras
Jehoiaquim no fue el único personaje de tiempos precristianos que trató de quemar la Palabra de Dios. Tras la fragmentación del Imperio griego, Israel cayó bajo el dominio seléucida. Uno de los reyes de esta dinastía, Antíoco Epífanes (que gobernó desde 175 hasta 164 antes de nuestra era), vio en la cultura griega, o helenística, un vehículo de unión de su imperio; por este motivo trató de imponer la religión, las costumbres y los usos griegos a los judíos.
Alrededor del año 168, el rey saqueó el templo de Jehová y levantó sobre el altar original uno dedicado al dios griego Zeus. Además, prohibió a los judíos observar el sábado y circuncidar a sus hijos, so pena de muerte.
Un elemento de aquella persecución religiosa fue el deseo de Antíoco de eliminar por completo los rollos de la Ley. Sin embargo, aunque su campaña se extendió por los confines de Israel, no consiguió destruir todas las copias de las Escrituras Hebreas. Es probable que algunos rollos se mantuvieran cuidadosamente ocultos y se libraran de las llamas; y es sabido que las colonias de judíos que residían fuera de Palestina conservaron copias de las Santas Escrituras.
El edicto de Diocleciano
Otro destacado gobernante que se empeñó en destruir las Escrituras fue el emperador romano Diocleciano. En el año 303 de nuestra era promulgó una serie de edictos cada vez más severos contra los cristianos, provocando lo que algunos historiadores denominan “la Gran Persecución”. El primer edicto ordenó el derribo de los lugares de reunión de los cristianos y la quema de las Escrituras. Harry Y. Gamble, profesor de Estudios Religiosos de la Universidad de Virginia (Estados Unidos), escribió: “Diocleciano dio por descontado que toda comunidad cristiana, dondequiera que se hallara, poseía una colección de libros, y sabía que estos eran indispensables para su existencia”. El historiador eclesiástico Eusebio de Cesarea (Palestina), que vivió en aquel entonces, escribió: “Con nuestros propios ojos hemos visto las casas de oración, desde la cumbre a los cimientos, enteramente arrasadas, y las divinas y sagradas Escrituras entregadas al fuego en medio de las plazas públicas”.
Tres meses después del primer edicto de Diocleciano, el gobernador de Cirta (ciudad del norte de África conocida hoy como Constantina) ordenó a los cristianos que entregaran todos sus “escritos de la ley” y sus “copias de las escrituras”. Existen testimonios sobre cristianos que prefirieron la tortura y la muerte antes que entregar sus biblias para que las destruyeran.
El objetivo de los ataques
Las acciones de Jehoiaquim, Antíoco y Diocleciano coincidieron en un mismo objetivo: borrar todo rastro de la Palabra de Dios, sí, aniquilarla por completo. No obstante, la Biblia sobrevivió a todos los intentos de destruirla.
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