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SueciaAnuario de los testigos de Jehová 1991
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Volvamos ahora a la clave del trabajo: el servicio de precursor. Durante la II Guerra Mundial, los precursores continuaron esparciendo la verdad más celosamente aún por todo el país, a pesar de la escasez de dinero, alimento, ropa y combustible. Aunque Suecia no tomó parte en la guerra, el gobierno impuso restricciones y racionamiento. “Para ser precursor en aquellos años, tenías que poner toda tu confianza en Jehová”, dice Gustaf Kjellberg, que dejó su carrera deportiva en la lucha libre a finales de los años treinta para dedicarse por completo a la verdad. Gustaf, que todavía sirve de precursor, recuerda:
“En el verano, mi compañero y yo vivíamos en una tienda de campaña, pero en invierno, nos alojábamos en hogares privados, lo cual no era nada fácil y resultaba caro. En un intento de ayudar, la Sociedad nos envió las instrucciones para construir una caravana plegable que podía ir a remolque de la bicicleta. Inmediatamente nos construimos una.
”En invierno pasábamos frío, pues la caravana estaba hecha de aglomerado fino. Intentábamos calentarla quemando palitos y piñas en una estufa de hierro y, además, nos tapábamos con toda nuestra ropa para mantenernos calientes. Una noche mi compañero me despertó diciendo que no podía levantar la cabeza. ¡Era lógico! ¡Se le había congelado todo el pelo y se le había pegado al armazón de acero de la cama! Para liberarle, tuve que derretir el hielo con las manos. Sin embargo, durante el tiempo que vivimos en aquella caravana, nunca nos pusimos enfermos, y pudimos pasar días enteros predicando las buenas nuevas. ¡Fue una época maravillosa!”
Ingvar Wihlborg, que testificó a los lapones y viajó extensamente por el territorio norteño a finales de la década de los treinta, recuerda: “Por encima del círculo polar ártico, había una franja muy poco poblada, de 130 kilómetros de longitud, situada entre Kiruna y la frontera con Noruega. Solía ir allí dos veces al año. Para orientarme, tenía que andar o esquiar siguiendo las vías del tren. Una tarde fría y oscura, de repente apareció un tren detrás de mí. El soplido del aventador de nieve me lanzó por los aires con esquís, mochila y todo, y fui a parar a un profundo valle. Me costó unos segundos orientarme. Gracias a las luces del Hotel Abisko pude volver a encontrar el camino. El personal del hotel se quedó perplejo cuando me vieron aparecer con aspecto de muñeco de nieve. ‘¿Cómo ha llegado hasta aquí?’, me preguntaron. ‘Por vía aérea’, les respondí alegremente. Fueron muy amables y me prepararon bocadillos y chocolate caliente”.
A pesar de lo duras que eran las condiciones de vida en Suecia en aquella época y de los inviernos extremadamente fríos, los celosos precursores no aminoraron la marcha de su actividad. Jehová mantuvo calientes sus corazones. De modo que la obra avanzó con fuerza durante aquellos años y se consiguió duplicar el número de publicadores: en 1938 había 1.427 y en 1945, después de la guerra, 2.867.
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SueciaAnuario de los testigos de Jehová 1991
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Hubo nuevas bendiciones para los precursores en el año de servicio de 1944. Tanto los precursores especiales como los demás precursores del país tuvieron sobrados motivos para estar contentos, pues si los primeros fueron capaces de organizar diecisiete congregaciones nuevas, los demás colaboraron en la formación de once. Durante aquel año se formaron en total 144 nuevas congregaciones. Así, la campaña que se había lanzado contra nosotros se vio frustrada. Veamos un ejemplo típico:
La junta eclesiástica de una parroquia rural decidió exigir a dos precursoras que: 1) dejaran de visitar y ofrecer literatura a la gente, 2) creyeran en el Señor Jesús y 3) se marcharan de aquel lugar sin más dilación.
El ministro local presionó también al casero de las hermanas para que las echara inmediatamente. La carta que informaba al casero de la decisión de la junta eclesiástica terminaba con estas palabras: ‘Saludos cordiales para usted y para ellas’. El dueño y su hermano, que asistían a la iglesia con regularidad, se indignaron tanto debido a las falsas acusaciones que dejaron de ir a la iglesia y empezaron a asistir a los estudios conducidos por las hermanas.
No todo el clero se opuso
Una precursora invitó a un hermano de una congregación cercana a dar un discurso público en su territorio. Ante el asombro de todos, el ministro local asistió, escuchó con atención y tomó notas. Después hizo muchas preguntas y admitió que la Iglesia estaba equivocada en muchas de sus doctrinas. Se quejó de que la gente no iría a la iglesia ni aunque les predicara la verdad.
El hermano dijo que el ministro y sus correligionarios deberían hacer lo mismo que Jesucristo y sus discípulos, es decir, ir de casa en casa. El sacerdote replicó: “Sí, es verdad que deberíamos hacerlo, pero somos demasiado cobardes y vagos para eso, y además, estamos demasiado ocupados en asuntos seglares”. Al marcharse, el ministro agradeció al discursante su conferencia y le estrechó la mano cordialmente.
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