El derecho a un nombre
TODA persona tiene derecho a un nombre. En Tahití, hasta un recién nacido que haya sido abandonado por sus padres goza de él, pues el Registro Civil le asigna un nombre y un apellido.
Sin embargo, hay alguien a quien en cierto modo se le ha denegado este derecho fundamental otorgado a casi todos los seres humanos. Lo insólito es que se trata del “Padre, a quien toda familia en el cielo y en la tierra debe su nombre” (Efesios 3:14, 15). En efecto, muchas personas no quieren utilizar el nombre de Dios según aparece en la Biblia y prefieren sustituirlo por títulos como “Dios”, “el Señor” o “el Eterno”. Pues bien, ¿cuál es su nombre? El salmista responde: “Tú, cuyo nombre es Jehová, tú solo eres el Altísimo sobre toda la tierra” (Salmo 83:18).
Cuando miembros de la Sociedad Misionera de Londres llegaron a Tahití en la primera mitad del siglo XIX, los polinesios adoraban varias divinidades. Cada una tenía su propio nombre, siendo las principales Oro y Taaroa. Para distinguir al Dios de la Biblia de los demás, aquellos misioneros no titubearon en emplear extensamente el nombre divino, transliterado al tahitiano como Iehova.
El nombre de Dios llegó a ser muy conocido, y era habitual emplearlo en las conversaciones cotidianas y en la correspondencia. El rey Pomare II, quien reinó a principios del siglo XIX, lo utilizaba con frecuencia en su correspondencia personal, como lo prueba la carta escrita en inglés que se exhibe en el Museo de Tahití y sus Islas, la cual se reproduce en esta página. Este documento atestigua la ausencia de prejuicios sobre el uso del nombre divino en aquella época. Es más, el nombre personal de Dios aparece miles de veces en la primera versión tahitiana de la Biblia, que se terminó en el año 1835.
[Ilustración de la página 32]
El rey Pomare II
[Reconocimiento de la página 32]
Rey y carta: colección del Musée de Tahiti et de ses Îles (Punaauia, Tahití)