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  • ¿Crece el rechazo a los impuestos?
    ¡Despertad! 2003 | 8 de diciembre
    • ¿Crece el rechazo a los impuestos?

      “Cuanto más trabajo, más me quitan.” Proverbio babilonio (alrededor de 2300 antes de nuestra era).

      “En este mundo no hay nada tan seguro como la muerte y los impuestos.” Benjamin Franklin, político estadounidense (1789).

      CASI un tercio del sueldo que tanto le cuesta ganar a Reuben tiene por destino el pago de impuestos. “No sé adónde va a parar el dinero —se queja este vendedor—. Con tantos recortes presupuestarios, cada vez tenemos menos servicios.”

      Nos guste o no, los impuestos forman parte de la vida. El escritor Charles Adams señala: “Desde el inicio de la civilización, los gobiernos han ideado todo tipo de tributos”. Estos han generado rechazo e incluso desatado revueltas. Los antiguos britanos, en pugna con Roma, alegaron: “Hubiéramos preferido que nos mataran a tener que vivir con la carga de un impuesto”. En Francia, la indignación que suscitó la gabela, tasa con que se gravaba la sal, fue uno de los detonantes de la Revolución francesa, en la que se guillotinó a los recaudadores. Asimismo, la política fiscal fue decisiva en la guerra de la Independencia estadounidense, lucha en la que se enfrentaron los colonos contra Gran Bretaña.

      No sorprende, pues, que los impuestos sigan generando rechazo. A juicio de los entendidos, los sistemas tributarios de las naciones en desarrollo son “ineficaces” e “injustos”. Según cierto investigador, un país africano pobre contaba con “más de trescientos impuestos municipales, cuya gestión resultaba imposible incluso para la oficina más competente. Los procedimientos de recaudación y control, si los había, no funcionaban, [...] lo que favorecía la malversación”. El servicio de noticias de la BBC informó que funcionarios de un país asiático “gravaron ilegalmente decenas de actividades (desde el cultivo de bananas hasta la matanza de cerdos) a fin de mejorar la economía pública o llenar sus propios bolsillos”.

      La brecha entre ricos y pobres agrava la situación. Según la revista de la ONU Africa Recovery, “una de las muchas diferencias económicas entre las naciones desarrolladas y las subdesarrolladas es que las primeras subvencionan a los trabajadores del campo, mientras que las últimas los cargan de impuestos. [...] Los estudios del Banco Mundial indican que tan solo con los subsidios que se conceden en Estados Unidos, la exportación de algodón de África occidental se reduce en 250 millones de dólares al año”. Por ello, a las comunidades rurales de los países en desarrollo les indigna que sus gobiernos graven sus ya escasas ganancias. Un agricultor asiático afirma: “Cuando vienen [los funcionarios] por aquí, estamos seguros de que buscan dinero”.

      Similar indignación se observó hace poco cuando el gobierno sudafricano decretó una contribución para las fincas del campo. Los perjudicados amenazaron con emprender acciones legales, pues, como dijo un portavoz, “agricultores y ganaderos se arruinarán, y aumentará el desempleo”. En ocasiones, el rechazo a los impuestos sigue provocando estallidos de violencia. Según la BBC, “dos campesinos [asiáticos] resultaron muertos el año pasado cuando la policía irrumpió en una aldea cuyos pobladores protestaban por las tasas excesivas”.

      Pero los pobres no son los únicos que se resisten a pagar. Una encuesta realizada en Sudáfrica reveló que numerosos contribuyentes acomodados “no quieren pagar más, aunque esto suponga que las autoridades no mejoren los servicios necesarios”. Famosos del mundo de la música, el cine, el deporte y la política han aparecido en los titulares acusados de fraude fiscal. El libro The Decline (and Fall?) of the Income Tax (La decadencia [¿y caída?] del impuesto sobre la renta) observa: “Lamentablemente, nuestros más altos funcionarios, nuestros presidentes, también distan mucho de ser ejemplos que motiven a los ciudadanos comunes a obedecer las leyes fiscales”.

      Tal vez usted también opine que los impuestos son excesivos, injustos e insoportables. ¿Cómo, pues, debe ver el pago de impuestos? ¿De verdad sirven para algo? ¿Por qué son los sistemas tributarios tan complejos y aparentemente tan injustos? Los siguientes artículos abordarán estas cuestiones.

      [Ilustración de la página 4]

      En los países en desarrollo, los pobres soportan una carga tributaria desproporcionada

      [Reconocimiento]

      Godo-Foto

  • Los impuestos: ¿“el precio de una sociedad civilizada”?
    ¡Despertad! 2003 | 8 de diciembre
    • Los impuestos: ¿“el precio de una sociedad civilizada”?

      “Los impuestos son el precio de una sociedad civilizada.” Inscripción en el edificio del Servicio de Rentas Internas, de Washington, D.C. (EE.UU.).

      LOS gobiernos sostienen que los impuestos son un mal necesario, “el precio de una sociedad civilizada”. Seamos o no de la misma opinión, es innegable que dicho precio por lo general es elevado.

      Los impuestos pueden dividirse en dos categorías: directos e indirectos. Entre los directos figuran los que recaen sobre los beneficios empresariales, los bienes inmuebles y la renta. Este último es probablemente uno de los más impopulares, sobre todo en países donde su cálculo es progresivo, es decir, a mayores ingresos, mayor gravamen. Sus críticos afirman que este sistema penaliza la dedicación y el éxito laborales.

      El OECD Observer, boletín de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico, señala que “algunos trabajadores deben entregar parte de sus ingresos al municipio, provincia, región o estado donde residen, además de al gobierno central del país. Este es el caso de Bélgica, Canadá, Corea, España, Estados Unidos, Islandia, Japón, los países escandinavos y Suiza”.

      Entre los impuestos indirectos hallamos los aranceles aduaneros y los que gravan el consumo, por ejemplo, de licor o de tabaco. Aunque estos son menos obvios que los directos, representan una gran carga económica, sobre todo para el sector pobre de la población. El escritor Jayali Ghosh señaló en la revista Frontline, de la India, que existe la opinión errónea de que la mayor parte de la aportación tributaria de ese país recae sobre los contribuyentes ricos y de clase media. “Los impuestos indirectos suponen más del noventa y cinco por ciento de la recaudación de esta nación —sostiene Ghosh—. [...] Con toda probabilidad, los más pobres asumen una mayor carga tributaria que los ricos.” Es evidente que las tasas elevadas sobre artículos básicos, como el jabón y la comida, crean esta desigualdad.

      Ahora bien, ¿qué hacen los gobiernos con lo que recaudan?

      Adónde va el dinero

      Hay que admitir que los gobiernos hacen grandes desembolsos económicos a fin de suministrar y mantener los servicios necesarios. En Francia, por ejemplo, 1 de cada 4 habitantes trabaja en el sector público, que incluye entre otros a maestros, policías, funcionarios de correos y personal de hospitales y museos. Los impuestos se utilizan para costear sus sueldos y proporcionar carreteras, escuelas, hospitales y servicios postales y de recolección de basura.

      Los gastos militares constituyen otra razón de peso para la creación de tasas. El impuesto sobre la renta se aplicó por primera vez a los ciudadanos británicos ricos en 1799 para financiar una guerra contra Francia. No obstante, durante la II Guerra Mundial, el gobierno británico también impuso dicha tasa a la clase obrera. Hoy día, engrasar la maquinaria militar de un país es una tarea muy costosa, incluso en tiempos de paz. El Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz, con sede en Estocolmo, cifró el gasto militar mundial del año 2000 en 798.000 millones de dólares.

      Estrategias sociales

      Los impuestos también sirven de estrategia para desincentivar determinadas conductas. Por ejemplo, se supone que las tasas sobre las bebidas alcohólicas reducen su consumo excesivo, razón por la cual en muchos países hasta el 35% del precio de venta al público de la cerveza va a parar al Estado.

      El tabaco también está sujeto a un fuerte gravamen. En Sudáfrica asciende del 45 al 50% del precio del paquete de cigarrillos. Sin embargo, tales medidas no siempre nacen de un interés puramente altruista. El escritor Kenneth Warner comenta en la revista Foreign Policy que el tabaco es “una fuerza económica poderosa que genera todos los años miles de millones de dólares en concepto de ventas, y otros tantos en concepto de impuestos”.

      Un ejemplo notable de estrategia social se observó a principios del siglo XX, cuando los legisladores estadounidenses buscaban una manera de evitar la formación de dinastías millonarias. Para impedirlo, crearon un impuesto sobre sucesiones, mediante el cual, cuando muere alguien rico, el gobierno se queda con buena parte de su patrimonio. Los defensores de dicha tasa alegan que de esta manera “los recursos no permanecen en el entorno familiar, aristocrático, sino que reciben un uso más cívico y democrático”. Tal vez sea cierto, pero los contribuyentes adinerados recurren a un sinnúmero de estrategias para pagar menos.

      El dinero de los impuestos sigue empleándose para sufragar diversos programas sociales, como por ejemplo los medioambientales. The Environmental Magazine dice: “Nueve países de Europa occidental acaban de incorporar impuestos medioambientales, casi todos para reducir la contaminación del aire”. Los impuestos sobre la renta de carácter progresivo, mencionados antes, constituyen otra modalidad de estrategia social, pues pretenden reducir la brecha entre ricos y pobres. Asimismo, algunos gobiernos conceden deducciones a las parejas con hijos o a quienes hacen donativos a entidades benéficas.

      ¿Por qué son tan complejos?

      Cuando se propone un nuevo impuesto, los legisladores tratan de no dejar lagunas legales, pues conviene recordar que hay mucho dinero en juego. Como resultado, las leyes fiscales tienden a ser complejas y muy técnicas. Un artículo de la revista Time explica que gran parte de la dificultad de la normativa tributaria de Estados Unidos estriba en “definir qué es la renta” —es decir, qué ingresos son gravables— y en la multitud de “deducciones y exenciones”. Pero este no es el único país con una normativa tributaria complicada. Una edición reciente de la legislación fiscal del Reino Unido consta de 9.521 páginas, distribuidas en diez volúmenes.

      La Oficina de Investigaciones sobre Política Tributaria de la Universidad de Michigan informa: “Los estadounidenses pasan más de tres mil millones de horas al año rellenando su declaración de la renta. [...] El tiempo y dinero que invierten en hacerlo asciende a 100.000 millones de dólares anuales, es decir, el 10% de la recaudación. Gran parte del costo se debe a la abrumadora complejidad de las leyes fiscales”. Reuben, mencionado al comienzo del primer artículo, confiesa: “Antes, yo intentaba hacer mi declaración, pero como tardaba bastante y siempre creía que pagaba más de la cuenta, acudí a un contable” (véase el recuadro “La declaración”, en la pág. 8).

      Fraude fiscal

      Casi todo el mundo reconoce, aunque sea a disgusto, que los impuestos benefician a la comunidad. El responsable de la agencia tributaria del gobierno británico explicó en cierta ocasión: “A nadie le gusta pagarlos, pero pocos sostienen que nos iría mejor sin ellos”. Según algunos cálculos, el 90% de la ciudadanía estadounidense cumple con el fisco. Cierto experto en la materia admite: “Muchas inexactitudes se deben a la complejidad de las leyes y procedimientos, no a que se obre de mala fe”.

      Con todo, hay quien halla maneras de evitar el pago de ciertos impuestos. Por ejemplo, un artículo de U.S.News & World Report dijo lo siguiente respecto al impuesto sobre sociedades: “Numerosas compañías eluden legalmente gran parte de sus obligaciones, y a veces todas, mediante desgravaciones fiscales y maniobras contables”. El artículo mencionó esta hábil estrategia: “Una compañía estadounidense crea una empresa en un paraíso fiscal. Luego se convierte en filial de la empresa que acaba de constituir en el extranjero”. Así se ahorra los impuestos estadounidenses, que pueden alcanzar hasta el 35%, aunque “sus oficinas centrales en aquel país solo sean un archivador y un buzón”.

      En cierta nación europea, el fraude fiscal se considera un “deporte nacional”. Una encuesta reveló que en Estados Unidos solo el 58% de los hombres entre 25 y 29 años de edad veían mal no declarar todos los ingresos. Los autores del sondeo admitieron: “Este informe no habla bien de la ética y la moralidad de nuestra sociedad”. En México, la evasión fiscal se sitúa en torno al 35%.

      Sin embargo, el público en general reconoce que los impuestos son necesarios y no objeta al pago que le corresponde. No obstante, las famosas palabras atribuidas a Tiberio César parecen ciertas: “El buen pastor esquila al rebaño, no lo despelleja”. Ahora bien, ¿cómo deberíamos ver el pago de impuestos si nos sentimos víctimas de un sistema abusivo, injusto y excesivamente complejo?

      [Recuadro de la página 7]

      ¡Piénselo bien antes de mudarse!

      Los sistemas tributarios cambian de un país a otro. De hecho, el impuesto sobre la renta puede variar radicalmente dentro de una misma nación. ¿Vale la pena mudarse a una zona con menor carga fiscal? Es posible, pero hay que pensarlo bien antes.

      Por ejemplo, un artículo del OECD Observer recuerda a sus lectores que el porcentaje básico del impuesto sobre la renta no es el único factor a tener en cuenta. “En la aportación del contribuyente también entran en juego varias deducciones”, comenta la revista. Algunos gobiernos gravan menos los ingresos, pero conceden “pocas deducciones y exenciones”. Por consiguiente, uno podría acabar pagando más que en países donde el gravamen sea mayor pero existan más posibilidades de desgravación.

      Algunos estadounidenses se plantean mudarse a los estados que no tienen impuesto sobre la renta. Pero ¿vale la pena hacerlo? No siempre, según la publicación Kiplinger’s Personal Finance, que dice: “Hemos descubierto que los estados sin impuesto sobre la renta compensan la diferencia aumentando los gravámenes sobre, por ejemplo, los bienes inmuebles y de consumo”.

      [Recuadro de la página 8]

      La declaración

      A la mayoría nos agobia pagar impuestos. Por eso, ¡Despertad! acudió a un especialista en materia fiscal. Estas son sus recomendaciones:

      “Asesórese bien. Este paso es esencial, pues las leyes tributarias pueden resultar complejas, y el desconocimiento de la normativa rara vez se acepta como excusa válida para su incumplimiento. Aunque el contribuyente tal vez piense que los funcionarios de Hacienda son el enemigo, sus explicaciones suelen ser exactas y sencillas. Las autoridades prefieren que la declaración se rellene bien desde el principio, pues no desean emprender ninguna acción legal.

      ”Si su caso es complejo, acuda a un profesional. Pero tenga cuidado. Aunque muchos de ellos se esfuerzan por favorecer al cliente, hay otros tantos que no lo hacen. Pida a un amigo de confianza o a un colega de negocios que le recomiende a alguien, y compruebe sus referencias.

      ”No se demore. La multa por presentar su declaración fuera de plazo puede ser elevada.

      ”Lleve un registro ordenado. Manténgalo al día, independientemente del sistema que siga. De esta forma le costará menos realizar su declaración y responder ante una futura inspección.

      ”Sea honrado. Tal vez sienta la tentación de hacer trampa o salirse un poco de las reglas, pero los funcionarios de Hacienda cuentan con muchos recursos para detectar cualquier engaño. La honradez es la mejor norma.

      ”No se descuide. Si el profesional que ha contratado presenta información errónea, usted será el responsable. Por eso, asegúrese de que tal persona respeta sus deseos.”

      [Ilustración de la página 7]

      En muchos países se gravan el tabaco y el alcohol con impuestos elevados

      [Ilustraciones de las páginas 8 y 9]

      Los impuestos financian muchos de los servicios que tal vez demos por sentados

  • ¿Debemos pagar impuestos?
    ¡Despertad! 2003 | 8 de diciembre
    • ¿Debemos pagar impuestos?

      “Paguen a cada uno lo que le corresponda: si deben impuestos, paguen los impuestos; si deben contribuciones, paguen las contribuciones; al que deban respeto, muéstrenle respeto; al que deban honor, ríndanle honor.” (Romanos 13:7, Nueva Versión Internacional.)

      EN VISTA de que los impuestos siguen aumentando, el consejo supracitado tal vez resulte difícil de aceptar. No obstante, dichas palabras las pronunció un escritor bíblico: el apóstol Pablo. Por eso, tal vez nos preguntemos: “¿Deben los cristianos pagar todos los impuestos, incluso los que para algunos resulten abusivos o injustos?”.

      Pues bien, pese a saber cuán agraviados se sentían sus compatriotas judíos por los impuestos romanos, Jesús dio esta exhortación a sus discípulos: “Paguen a César las cosas de César, pero a Dios las cosas de Dios” (Marcos 12:17). Es digno de señalar que Jesús recomendó el pago de tributos al mismísimo gobierno que poco después lo ejecutaría.

      Años más tarde, Pablo dio el consejo mencionado al principio. Instó a pagar impuestos aunque gran parte del dinero se utilizara con fines militares y para sufragar la vida inmoral y llena de excesos de los emperadores romanos. ¿Por qué adoptó Pablo una postura tan impopular?

      Las autoridades superiores

      Analicemos el contexto de las palabras de Pablo. En Romanos 13:1 leemos: “Toda alma esté en sujeción a las autoridades superiores, porque no hay autoridad a no ser por Dios; las autoridades que existen están colocadas por Dios en sus posiciones relativas”. Cuando Israel contaba con dirigentes temerosos de Dios, era fácil considerar el apoyo económico de la nación como un deber cívico y religioso. Pero ¿tenían los cristianos la misma obligación cuando los regían personas no creyentes e idólatras? Claro que sí, pues Pablo mostró que Dios les había concedido “autoridad” a dichos gobernantes.

      Los gobiernos se valen de muchos medios para mantener el orden, y eso permite a los cristianos realizar sus actividades espirituales (Mateo 24:14; Hebreos 10:24, 25). Por eso, Pablo dijo respecto a las autoridades de su tiempo: “Es ministro de Dios para ti para bien tuyo” (Romanos 13:4). Él mismo aprovechó la protección de Roma. Por ejemplo, fueron soldados romanos quienes lo rescataron cuando su vida peligró ante una turba. Más tarde apeló a la justicia romana para continuar en el servicio misional (Hechos 22:22-29; 25:11, 12).

      Por consiguiente, el apóstol dio tres razones para pagar tributos. En primer lugar, los gobiernos castigan con “ira” a los infractores. En segundo lugar, el fraude perjudicaría gravemente la conciencia del cristiano, y por último, los impuestos constituyen una compensación por los servicios que prestan las autoridades en calidad de “siervos públicos” (Romanos 13:1-6).

      ¿Se tomaron en serio estas palabras los cristianos contemporáneos de Pablo? Parece que sí, pues Justino Mártir (alrededor de 110 a 165 E.C.), escritor “cristiano” del siglo segundo, dijo que los cristianos pagaban sus impuestos “antes que nadie”. En la actualidad, cuando los gobiernos exigen un pago u otra prestación, los cristianos obedecen con gusto (Mateo 5:41).a

      Claro está, los cristianos tienen derecho a beneficiarse de las rebajas fiscales, como las que se conceden a veces a las donaciones a favor de entidades religiosas. Sin embargo, en obediencia a la Palabra de Dios, los cristianos verdaderos no defraudan a Hacienda; más bien, pagan sus impuestos y dejan que las autoridades asuman la responsabilidad de cómo los emplean.

      Las pesadas cargas fiscales son tan solo un ejemplo de cómo “el hombre ha dominado al hombre para perjuicio suyo” (Eclesiastés 8:9). A los testigos de Jehová les consuela la promesa bíblica de que la justicia se impondrá bajo el gobierno de Dios, un gobierno que jamás cargará a sus súbditos con impuestos injustos ni abusivos (Salmo 72:12, 13; Isaías 9:7).

      [Nota]

      a El consejo de Jesús de pagar a “César las cosas de César” no tiene por qué limitarse a los impuestos (Mateo 22:21). El Critical and Exegetical Hand-Book to the Gospel of Matthew (Manual crítico y exegético del Evangelio de Mateo), de Heinrich Meyer, dice: “Por [cosas del César] [...] no entendemos solo los impuestos civiles, sino todo aquello a lo que el César tenía derecho en virtud de su legítima autoridad”.

      [Comentario de la página 11]

      Los primeros cristianos pagaban sus impuestos “antes que nadie”. Justino Mártir

      [Ilustración de la página 10]

      Los cristianos verdaderos cumplen las leyes fiscales

      [Ilustración de la página 11]

      Jesús dijo: “Paguen a César las cosas de César”

      [Reconocimiento de la página 10]

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