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Uso de la Biblia para contestar preguntasBenefíciese de la Escuela del Ministerio Teocrático
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LECCIÓN 18
Uso de la Biblia para contestar preguntas
CUANDO alguien se interesa por nuestras creencias, forma de vida, esperanza o parecer sobre los sucesos actuales, tratamos de responderle con la Biblia. ¿Por qué? Porque es la Palabra de Dios y la base de nuestras creencias y proceder en la vida. Determina lo que opinamos de los acontecimientos mundiales y contiene promesas inspiradas en las que se arraiga firmemente nuestra esperanza (2 Tim. 3:16, 17).
Tenemos muy presente la responsabilidad que entraña nuestro nombre: somos testigos de Jehová (Isa. 43:12). Por ello fundamentamos nuestras respuestas, no en la filosofía humana, sino en lo que dice Jehová en su Palabra inspirada. Aunque es cierto que a título personal nos hemos formado una opinión sobre diversos asuntos, dejamos que la Palabra de Dios moldee nuestro parecer, pues estamos absolutamente convencidos de que es la verdad. Como es natural, las Escrituras dejan cierto margen de libertad en cuestión de preferencias. De modo que, en vez de imponer nuestro criterio a otras personas, deseamos enseñarles los principios bíblicos a fin de que gocen de la misma libertad de elección que nosotros. Como el apóstol Pablo, queremos “promover obediencia por fe” (Rom. 16:26).
En Revelación 3:14 se llama a Jesucristo “el testigo fiel y verdadero”. ¿Cómo contestaba él a los interrogantes que le planteaban y cómo afrontaba las situaciones en las que se veía envuelto? A veces lo hacía mediante ilustraciones que motivaran la reflexión. En otras ocasiones preguntaba a quien lo había abordado cómo entendía cierto texto de las Escrituras, y con frecuencia citaba de ellas directa o indirectamente (Mat. 4:3-10; 12:1-8; Luc. 10:25-28; 17:32). En el siglo primero se guardaban los rollos bíblicos en las sinagogas. No existen pruebas de que Jesús poseyera dichos manuscritos; sin embargo, los conocía bien y se refería a ellos con frecuencia cuando instruía a otras personas (Luc. 24:27, 44-47). Podía decir, con razón, que cuanto enseñaba no provenía de él, sino que lo había oído de su Padre (Juan 8:26).
Queremos seguir el ejemplo de Jesús. A diferencia de él, no hemos oído hablar a Jehová personalmente, pero tenemos la Biblia, la cual es la Palabra de Dios. Cuando la empleamos para responder preguntas, no centramos la atención en nosotros. Demostramos que, lejos de expresar la opinión de un ser humano imperfecto, estamos firmemente resueltos a dejar que sea Jehová quien diga qué es la verdad (Juan 7:18; Rom. 3:4).
Desde luego, no se trata solo de usar la Palabra de Dios, sino de utilizarla de la forma más eficaz posible, pues el objetivo es que nuestro interlocutor escuche con una mentalidad abierta. Dependiendo de su actitud, se le podría dirigir a las Escrituras preguntándole: “¿No concuerda conmigo en que lo que de verdad importa es lo que Dios diga al respecto?”, o “¿Sabía usted que la Biblia habla precisamente de ese tema?”. Si la persona no respeta la Biblia, tal vez sea necesario utilizar otra introducción, como por ejemplo: “Permítame que le lea una antigua profecía” o “El libro más distribuido de la historia indica que...”.
A veces se pudiera optar por parafrasear un texto bíblico. Pero si es posible, lo mejor es abrir la Biblia y leer de ella. Siempre que sea práctico, lea el texto en la versión que posee el amo de casa. Tal uso directo de la Palabra de Dios suele causar una honda impresión (Heb. 4:12).
Sobre los ancianos cristianos recae, de un modo especial, la responsabilidad de utilizar la Biblia para responder preguntas. De hecho, uno de los requisitos que deben reunir es el de “adh[erirse] firmemente a la fiel palabra en lo que toca a su arte de enseñar” (Tito 1:9). Dado que un hermano de la congregación pudiera tomar una decisión importante en su vida tras recibir el consejo de un superintendente, es esencial que dicho consejo se base firmemente en las Escrituras. El ejemplo de los ancianos a este respecto puede influir en la forma de enseñar de muchos otros hermanos.
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Animar a emplear la BibliaBenefíciese de la Escuela del Ministerio Teocrático
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LECCIÓN 19
Animar a emplear la Biblia
QUEREMOS dirigir la atención de todas las personas a la Palabra de Dios, la Biblia. El mensaje que predicamos se basa en este libro sagrado, y deseamos hacerles saber que nuestras enseñanzas no proceden de nosotros, sino de Dios. Han de adquirir confianza en las Escrituras.
En el ministerio del campo. Al prepararse para predicar, no deje de seleccionar uno o dos pasajes que leer a quienes deseen escucharle. Aunque piense hacer una presentación relativamente corta de alguna publicación, a menudo es útil buscar un texto adecuado. La Palabra de Dios llega más al corazón de las personas mansas como ovejas que cualquier cosa que les digamos. En los casos en que no le sea posible leer de la Biblia, puede optar por citarla. En el siglo primero, la gente no solía poseer los rollos de las Escrituras. Sin embargo, Jesús y sus apóstoles aludieron a ellas con mucha frecuencia. Por consiguiente, ponga todo su empeño en memorizar algunos pasajes y utilícelos apropiadamente en el ministerio, aunque a veces solo sea citándolos.
Cuando lea de la Biblia, sosténgala de forma que el amo de casa pueda seguir la lectura. Si este la sigue en su propio ejemplar, es posible que su respuesta sea aún más favorable.
Debe tener presente, no obstante, que algunos traductores se han tomado ciertas libertades, de modo que sus versiones no siempre son fieles al texto en los idiomas bíblicos originales. En varias traducciones modernas se ha eliminado el nombre de Dios, se ha dificultado la comprensión de los pasajes relacionados con el estado en que se encuentran los muertos o se ha ocultado lo que las Escrituras dicen sobre el propósito del Creador para la Tierra. A fin de exponer dichas alteraciones, quizá tenga que comparar cómo se traducen en distintas Biblias algunos textos clave o recurrir a versiones más antiguas en ese mismo idioma. El libro Razonamiento a partir de las Escrituras recoge, al tratar diversos temas, las traducciones que ofrecen diferentes versiones de algunas expresiones bíblicas que se citan con frecuencia. Todo el que ame la verdad se sentirá agradecido de conocer tales hechos.
En las reuniones de congregación. Debe animarse a todos los asistentes a usar las Escrituras. Varias razones fundamentan su empleo: ayuda al auditorio a mantenerse atento a lo que se enseña, refuerza la instrucción oral mediante el sentido de la vista y graba en la mente de las personas recién interesadas que la Biblia verdaderamente es la base de nuestras creencias.
El auditorio lo acompañará en la lectura bíblica dependiendo, en buena medida, de cómo lo estimule a hacerlo. Uno de los mejores métodos consiste en invitar directamente a los oyentes a buscar las citas.
Será usted, el orador, quien elija los pasajes que se resaltarán al solicitar que el auditorio los busque. Es preferible que dé prioridad a los que destaquen los puntos principales de su intervención; después, si el tiempo lo permite, añada otros que apoyen sus argumentos.
Claro está, por lo general no basta con hacer referencia a los textos bíblicos e invitar a buscarlos. Si pasa de uno a otro sin permitir tiempo para que los presentes encuentren siquiera el primero, no tardarán en desanimarse y dejar la Biblia a un lado. Por lo tanto, observe al auditorio y lea los versículos cuando la mayoría los haya localizado.
Sea previsor y mencione los textos con suficiente antelación, pues así se reducirá al mínimo la pérdida de tiempo que se produce por tener que esperar a que los asistentes los encuentren. Aunque abarque menos información a fin de permitirles buscar las citas, los beneficios harán que merezca la pena.
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Introducción eficaz a los textos bíblicosBenefíciese de la Escuela del Ministerio Teocrático
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LECCIÓN 20
Introducción eficaz a los textos bíblicos
LAS Escrituras constituyen el fundamento de la enseñanza que se imparte en las reuniones de la congregación y son el eje de los argumentos que empleamos en el ministerio del campo. Ahora bien, el apoyo que los pasajes bíblicos proporcionen a nuestra exposición dependerá, hasta cierto punto, de la introducción que utilicemos.
No basta tan solo con referirse al texto e invitar al oyente a leerlo juntos. Al introducirlo, trate de lograr estos dos objetivos: 1) crear expectación y 2) destacar la razón por la que se remite a él. Hay varias formas de alcanzar ambos fines.
Formule una pregunta. Este es el método más eficaz, siempre y cuando la respuesta no resulte obvia al auditorio. Procure plantear el interrogante de modo que invite a pensar. Así lo hacía Jesús. Cuando los fariseos lo abordaron en el templo y pusieron a prueba públicamente su conocimiento de las Escrituras, él les preguntó: “¿Qué les parece del Cristo? ¿De quién es hijo?”. Ellos le respondieron: “De David”, a lo que él repuso: “Entonces, ¿cómo es que David por inspiración lo llama ‘Señor’[?]”. Y a continuación citó el Salmo 110:1. Los fariseos enmudecieron, mientras que la muchedumbre, por el contrario, lo escuchó con gusto (Mat. 22:41-46).
En el ministerio del campo, podría emplear las siguientes preguntas introductorias: “¿Tiene Dios un nombre, tal como usted y yo lo tenemos? La respuesta se encuentra en el Salmo 83:18”; “¿Se hallará algún día la humanidad bajo un solo gobierno? Fíjese en lo que dice Daniel 2:44”; “¿Realmente habla la Biblia de la situación que existe hoy día? Compare lo que indica 2 Timoteo 3:1-5 con las condiciones a las que estamos acostumbrados”; “¿Desaparecerán algún día el sufrimiento y la muerte? La Biblia contesta a esa pregunta en Revelación 21:4, 5”.
En un discurso, el empleo cuidadoso de preguntas que precedan a las citas bíblicas puede animar a los oyentes a buscar con entusiasmo incluso aquellas que conozcan bien. ¿Logrará motivarlos? Eso dependerá de si de veras les interesan las preguntas que les formule. Aunque el tema les concierna, es probable que se distraigan cuando usted lea pasajes que han escuchado muchas veces. Para evitar que esto ocurra, piense detenidamente en cómo lograr que su exposición resulte atrayente.
Plantee un problema. Otra posibilidad es plantear un problema para entonces dirigir la atención a un texto bíblico que muestre la solución. Pero no cree falsas expectativas, pues a menudo una cita no ofrece más que una parte de la solución. Sin embargo, pudiera solicitar al auditorio que, durante la lectura, trate de determinar qué consejos brinda el texto para afrontar la situación.
Así mismo, podría mencionar un principio referente a la conducta piadosa y después valerse de un relato bíblico que muestre lo sabio de ponerlo en práctica. Cuando los versículos que se leerán contienen dos o más puntos específicos relacionados con el tema, algunos oradores solicitan a los presentes que intenten encontrarlos. Si el problema planteado parece ser demasiado difícil para un determinado grupo de oyentes, ayúdelos a razonar proponiendo varias posibilidades y deje que la lectura y su explicación les proporcionen la respuesta.
Remítase a la Biblia como autoridad. Si ya ha despertado interés sobre el tema y ha mencionado uno o varios aspectos relacionados con él, la introducción pudiera ser así de sencilla: “Veamos lo que dice la Palabra de Dios al respecto”. Expresiones como esta muestran que la información que va a leer es de peso.
Jehová se valió de hombres como Juan, Lucas, Pablo y Pedro para escribir algunas secciones de la Biblia. Sin embargo, estas personas solo fueron escritores; el Autor es Jehová. Por ese motivo, una introducción del estilo “Pedro escribió” o “Pablo señaló” tal vez no tenga el mismo peso que otra que se refiera al texto como la palabra de Dios, sobre todo si hablamos a personas que no estudian las Sagradas Escrituras. Es interesante notar que, en algunos casos, Jehová mandó a Jeremías que antes de proclamar Sus mensajes dijera: “Oigan la palabra de Jehová” (Jer. 7:2; 17:20; 19:3; 22:2). Sea que empleemos o no el nombre de Dios en la introducción a un texto, no deberíamos concluir nuestra intervención sin resaltar que cuanto se recoge en la Biblia es Su palabra.
Tenga en cuenta el contexto. Al preparar la introducción a cierto pasaje bíblico, preste atención a su contexto. En algunos casos se referirá a él directamente, pero habrá ocasiones en que este influirá de otras formas en lo que usted diga. Por ejemplo, ¿usaría la misma introducción para las palabras de Job, un hombre temeroso de Dios, que para las de uno de sus falsos consoladores? Aunque Lucas fue el escritor del libro de Hechos, cita, entre otros, a Santiago, Pedro, Pablo, Felipe y Esteban, así como a Gamaliel y otros judíos no cristianos, además de a varios ángeles. ¿A quién atribuiría usted la cita? Recuerde, por ejemplo, que David no compuso todos los salmos, y que Salomón tampoco escribió todo el libro de Proverbios. Es provechoso asimismo saber a quién se dirigía el escritor bíblico y de qué tema general estaba hablando.
Utilice otros datos históricos. Resulta especialmente útil mostrar que las circunstancias históricas del pasaje bíblico eran similares a aquellas a las que usted alude en su intervención. En otros casos es necesario mencionar algunos datos generales para que el auditorio comprenda determinado texto. Por ejemplo, si fuera a leer Hebreos 9:12, 24 en un discurso sobre el rescate, tal vez sería conveniente que antes diera una breve explicación del cuarto más recóndito del tabernáculo, el cual, como indican ambos versículos, simboliza el lugar en el que entró Jesús cuando ascendió al cielo. No obstante, no incluya tanta información que eclipse el texto al que se propone dar lectura.
Si desea mejorar sus introducciones a los pasajes bíblicos, observe a los oradores experimentados. Fíjese en los diferentes métodos que emplean y analice por qué son eficaces. Cuando prepare sus propios discursos, determine cuáles son los textos clave y medite en lo que pretende lograr con cada uno de ellos. Planee con detenimiento lo que dirá antes de leerlos, a fin de que su introducción sea lo más eficaz posible. Después haga lo mismo con el resto de las citas bíblicas que piensa emplear. Cuanto mejor refleje este aspecto en su exposición, más centrará la atención en la Palabra de Dios.
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Lectura de textos bíblicos con el énfasis debidoBenefíciese de la Escuela del Ministerio Teocrático
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LECCIÓN 21
Lectura de textos bíblicos con el énfasis debido
CUANDO hable a otras personas de los propósitos de Dios, sea en privado o desde la plataforma, su exposición debe centrarse en lo que dice la Palabra de Dios. Con ese fin, a menudo tendrá que leer de ella y hacerlo correctamente.
Las emociones entran en el cuadro. Los textos bíblicos deben leerse con sentimiento. Veamos algunos ejemplos. Si lee el Salmo 37:11, su voz debe transmitir la felicidad que le produce la esperanza de vivir en un mundo pacífico como el que allí se promete. En el caso de Revelación 21:4, donde se habla de la eliminación del sufrimiento y la muerte, su voz tiene que reflejar un profundo agradecimiento por la maravillosa liberación predicha. A la lectura de Revelación 18:2, 4, 5, que insta a abandonar “Babilonia la Grande” a causa de sus numerosos pecados, debe imprimirle un tono de urgencia. Claro está, los sentimientos que comunique deben ser sinceros, y no exagerados. El grado de expresividad dependerá del pasaje en sí y del objetivo que usted persiga al emplear este.
Destaque las palabras correctas. Si sus comentarios se centran solo en una parte de cierto versículo, debe resaltar esa parte cuando le dé lectura. Por ejemplo, si emplea Mateo 6:33 para explicar lo que significa ‘buscar primero el reino’, no haría hincapié en “la justicia de Dios” ni en “todas estas otras cosas”.
Imagínese que va a pronunciar un discurso en la Reunión de Servicio en el que piensa leer Mateo 28:19. ¿Qué palabras enfatizaría? Suponiendo que desee exhortar al auditorio a poner todo su empeño en comenzar estudios bíblicos, destacaría “hagan discípulos”. Por otro lado, si quisiera hablar de la responsabilidad cristiana de dar a conocer la verdad bíblica a la población inmigrante o animar a algunos publicadores a servir en lugares donde hay mayor necesidad de ayuda, resaltaría la expresión “gente de todas las naciones”.
Con frecuencia se utilizan las Escrituras para contestar preguntas o para apoyar ciertos argumentos en cuestiones que algunas personas consideran polémicas. Si da el mismo tratamiento a todas las ideas que aparecen en los textos, la relación que estos guardan con el tema pasará inadvertida a quienes lo escuchen, aunque para usted resulte evidente.
Si, por ejemplo, lee el Salmo 83:18 en una Biblia que contenga el nombre divino y recalca “el Altísimo”, es posible que el amo de casa no se percate del hecho aparentemente obvio de que Dios tiene un nombre personal; para ello tendría que enfatizar “Jehová”. No obstante, si emplea el mismo versículo refiriéndose a la soberanía de Jehová, la expresión que ha de resaltar es “el Altísimo”. Así mismo, en caso de que usara Santiago 2:24 para mostrar la importancia de acompañar la fe con obras y destacara “declarado justo” en vez de “obras”, pudiera ser que algunos de sus oyentes no captaran la idea.
Veamos otro ejemplo útil: Romanos 15:7-13. Este pasaje forma parte de una carta que escribió el apóstol Pablo a una congregación constituida tanto por gentiles como por judíos de nacimiento. En estos versículos, el apóstol sostiene que el ministerio de Cristo no solo beneficia a los judíos circuncisos, sino a personas de las naciones, a fin de que “las naciones glorifi[quen] a Dios por su misericordia”. Pablo cita cuatro veces de las Escrituras con el objetivo de resaltar la oportunidad concedida a las naciones. ¿Cómo tendría usted que leer tales citas para subrayar esa idea? Si marcara las expresiones que deberían recibir énfasis, en el versículo 9 señalaría “las naciones”; en el 10, “oh naciones”; en el 11, “naciones todas” y “pueblos todos”, y en el 12, nuevamente, “naciones”. Intente leer el pasaje haciendo hincapié en estos vocablos, y notará que el razonamiento que sigue Pablo gana en claridad y es más fácil de captar.
Formas de dar énfasis. Existen varios métodos para destacar las expresiones que considere más significativas. Deberá emplear uno u otro en función del texto bíblico y de las circunstancias en las que pronuncie el discurso. He aquí unas cuantas sugerencias.
Modulación. Implica variaciones de la voz que realzan las palabras deseadas mediante una elevación o disminución del volumen y, en numerosos idiomas, mediante un cambio de tono (aunque en otras lenguas este último método pudiera alterar por completo el significado). Los términos clave cobran asimismo fuerza cuando se pronuncian a un ritmo más lento. En los idiomas que no dispongan de estos medios para dar énfasis, deberá recurrirse a los que comúnmente se usen con dicho fin.
Pausas. Puede realizarlas antes o después de leer las palabras que quiere resaltar, o en ambas ocasiones. La pausa previa crea expectación, mientras que la posterior acentúa el efecto que produce la lectura. Ahora bien, si abusa de esta técnica, no destacará nada en particular.
Repetición. Otra forma de dar énfasis es deteniéndose para releer el término o frase que le interesa, aunque a menudo es preferible leer todo el versículo y después repetir las palabras clave.
Gestos. Las expresiones faciales y los ademanes, así como otros movimientos corporales, pueden infundir sentimiento a un vocablo o frase.
Tono de voz. En algunas lenguas, el tono en que se pronuncian las palabras determina o singulariza su significado. Este método también exige prudencia, sobre todo para evitar el sarcasmo.
Si no es usted quien lee el texto. Es probable que en su lectura el amo de casa enfatice términos que no son importantes, si es que enfatiza alguno. ¿Qué puede hacer usted en ese caso? Por lo general, es mejor aclarar el significado del texto señalando su aplicación y después dirigir la atención a las palabras específicas que apoyan su razonamiento.
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Empleo correcto de los textos bíblicosBenefíciese de la Escuela del Ministerio Teocrático
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LECCIÓN 22
Empleo correcto de los textos bíblicos
ENSEÑAR al prójimo entraña más que leer algunos versículos de la Biblia. El apóstol Pablo escribió a su compañero Timoteo: “Haz lo sumo posible para presentarte aprobado a Dios, trabajador que no tiene de qué avergonzarse, que maneja la palabra de la verdad correctamente” (2 Tim. 2:15).
De este versículo se desprende que la explicación que usted ofrezca de los textos debe ajustarse a lo que la Biblia misma enseña y que, por lo tanto, ha de tomar en cuenta el contexto, en vez de escoger las expresiones que más le llaman la atención y luego agregar su interpretación personal. Mediante el profeta Jeremías, Jehová previno a su pueblo contra los profetas que afirmaban hablar de parte de Él pero que en realidad declaraban “la visión de su propio corazón” (Jer. 23:16). El apóstol Pablo advirtió a los cristianos que no contaminaran la Palabra de Dios con filosofías humanas cuando escribió: “Hemos renunciado a las cosas solapadas de las cuales hay que avergonzarse, y no andamos con astucia, ni adulteramos la palabra de Dios”. En aquellos días, los mercaderes de vino poco honrados diluían su mercancía a fin de obtener más ganancias. Pero nosotros no adulteramos la Palabra de Dios mezclándola con filosofías humanas. “No somos vendedores ambulantes de la palabra de Dios como muchos hombres —señaló Pablo—, sino que, como movidos por sinceridad, sí, como enviados de parte de Dios, bajo la mirada de Dios, en compañía con Cristo, hablamos.” (2 Cor. 2:17; 4:2.)
En ocasiones, usted tal vez cite un pasaje bíblico para destacar uno de los muchos principios que contienen las Escrituras, los cuales constituyen una guía práctica para afrontar gran variedad de situaciones (2 Tim. 3:16, 17). No obstante, asegúrese de que el sentido que le atribuye al texto es exacto y de que no lo esté empleando mal, de modo que parezca decir lo que usted desea que diga (Sal. 91:11, 12; Mat. 4:5, 6). La explicación debe armonizar con el propósito de Jehová y concordar con toda la Palabra de Dios.
“Maneja[r] la palabra de la verdad correctamente” también implica captar el espíritu de lo que la Biblia enseña. La Palabra de Dios no es un “garrote” con el que intimidar a la gente. Los maestros religiosos que se oponían a Jesucristo citaban de las Escrituras, pero hacían oídos sordos a los requisitos divinos de más peso, los relacionados con la justicia, la misericordia y la fidelidad (Mat. 22:23, 24; 23:23, 24). Cuando Jesús enseñaba la Palabra de Dios, reflejaba la personalidad de su Padre. Su celo por la verdad iba acompañado de un profundo amor por las personas a quienes instruía. Procuremos todos seguir su ejemplo (Mat. 11:28).
¿Cómo puede saber a ciencia cierta si está empleando bien los textos bíblicos? La lectura asidua de la Biblia le ayudará a cerciorarse. También es necesario que aprecie la dádiva divina del “esclavo fiel y discreto”, el cuerpo de cristianos ungidos por espíritu que Jehová utiliza para proporcionar alimento espiritual a la casa de la fe (Mat. 24:45). El estudio personal, la asistencia regular a las reuniones de la congregación y la participación en ellas le darán la oportunidad de beneficiarse de la instrucción que se imparte a través de la clase del esclavo fiel y discreto.
Si está disponible en su idioma el libro Razonamiento a partir de las Escrituras y aprende a utilizarlo bien, tendrá al alcance de la mano la ayuda que precisa para explicar con exactitud cientos de textos bíblicos de uso frecuente en el ministerio. Si piensa leer un pasaje con el que no está familiarizado, la modestia lo inducirá a efectuar la necesaria investigación, a fin de que, cuando hable, maneje la palabra de la verdad correctamente (Pro. 11:2).
Relacione los textos bíblicos con los argumentos. Asegúrese de que las personas a quienes enseña perciban con claridad la relación entre el tema que está tratando y las citas bíblicas que emplea. Si remite a sus oyentes a un texto mediante una pregunta, hágales ver la respuesta que este ofrece. Al emplear cierto versículo en apoyo de una afirmación, cerciórese de que captan la forma en que la cita confirma el punto.
Normalmente no basta con leer los textos bíblicos, aunque sea con énfasis. Recuerde que el ciudadano medio no suele conocer la Biblia, así que es probable que con una sola lectura no entienda la cuestión. De modo que resalte aquella porción de la cita que atañe al asunto.
Para ello, con frecuencia será preciso que aísle las palabras clave, las que tienen que ver con el punto en cuestión. El método más sencillo consiste en repetirlas. Cuando converse con una sola persona, podría formular preguntas que la ayuden a encontrar tales expresiones. Si se dirige a un grupo, podría optar por emplear sinónimos o reiterar la idea, como prefieren hacer algunos discursantes; sin embargo, en este caso, procure que el auditorio no pierda de vista la relación entre el argumento y las palabras que figuran en la cita bíblica.
Una vez aisladas las palabras clave, habrá sentado una buena base y podrá seguir adelante con su exposición. ¿Explicó con claridad el motivo por el que deseaba leer el texto? Si así lo hizo, indique cómo se relaciona el comentario introductorio con las palabras que ha resaltado. Declare sin rodeos cuál es la conexión. Incluso si la introducción del pasaje no ha sido tan explícita, debe quedar claro por qué se ha leído.
Los fariseos le plantearon a Jesús esta cuestión que consideraban difícil de contestar: “¿Es lícito para un hombre divorciarse de su esposa por toda suerte de motivo?”. Jesús basó su respuesta en Génesis 2:24, pero observe que se centró en solo parte del versículo, tras lo cual relacionó la pregunta con esa expresión citada. Después de señalar que el hombre y su esposa llegan a ser “una sola carne”, concluyó: “Por lo tanto, lo que Dios ha unido bajo un yugo, no lo separe ningún hombre” (Mat. 19:3-6).
¿Cuánto debería extenderse al explicar la conexión entre el texto y el punto que desea probar? Dependerá del tipo de auditorio y de la importancia del punto en cuestión. Intente dar una explicación sencilla y directa.
Razone a partir de las Escrituras. Con relación al ministerio de Pablo en Tesalónica, Hechos 17:2, 3 indica que él ‘razonaba a partir de las Escrituras’, habilidad que todo siervo de Jehová debe cultivar. Por ejemplo, relacionó sucesos de la vida y el ministerio de Jesús, demostró que estaban predichos en las Escrituras Hebreas y concluyó de modo contundente: “Este es el Cristo, este Jesús que yo les estoy publicando”.
En su carta a los Hebreos, Pablo recurrió repetidas veces a las Escrituras Hebreas. A fin de resaltar o aclarar una idea, a menudo aisló una palabra o una frase breve y después mostró su importancia (Heb. 12:26, 27). En el capítulo 3 de Hebreos encontramos la cita que hace del Salmo 95:7-11, seguida de la explicación de tres aspectos del pasaje: 1) la referencia al corazón (Heb. 3:8-12); 2) la relevancia del término “hoy” (Heb. 3:7, 13-15; 4:6-11), y 3) el significado de la expresión: “No entrarán en mi descanso” (Heb. 3:11, 18, 19; 4:1-11). Procure imitar el modo en que Pablo usaba los textos bíblicos.
Observe en el relato de Lucas 10:25-37 la destreza con la que Jesús razonó a partir de las Escrituras cuando cierto hombre versado en la Ley le preguntó: “Maestro, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?”. En respuesta, primero lo invitó a expresar su opinión y después subrayó el valor de obedecer la Palabra de Dios. Al hacerse patente que el hombre no captaba la idea, le dio una extensa explicación de una sola palabra del pasaje citado: “prójimo”. En vez de solo definir el término, se valió de una ilustración para que llegara por sí mismo a la conclusión acertada.
Es evidente que cuando Jesús contestaba preguntas, no se limitaba a citar textos que contuvieran una respuesta obvia y directa. Analizaba lo que estos decían y después lo relacionaba con el interrogante planteado.
Cuando los saduceos pusieron en tela de juicio la esperanza de la resurrección, Jesús centró su atención en algunas palabras específicas de Éxodo 3:6. Pero no se detuvo ahí. Razonó sobre esa base a fin de demostrar, más allá de toda duda, que la resurrección forma parte del propósito de Dios (Mar. 12:24-27).
Adquirir la habilidad de razonar correcta y eficazmente a partir de las Escrituras es esencial para todo buen maestro.
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