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Exposición instructiva para el auditorioBenefíciese de la Escuela del Ministerio Teocrático
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Es posible que deba utilizar textos bíblicos que sus oyentes conozcan bien. ¿Cómo logrará que aprendan algo de ellos? En vez de limitarse a leerlos, explíquelos.
El análisis de un versículo conocido será más instructivo si aísla las palabras o expresiones relacionadas con el tema del discurso y las explica. Piense, por ejemplo, en las posibilidades que ofrece un texto como Miqueas 6:8, según lo vierte la Traducción del Nuevo Mundo. ¿Qué se entiende ahí por “justicia”? ¿A las normas de justicia de quién se hace referencia? ¿Cómo ilustraría el significado de “ejercer justicia”? ¿Y qué diría sobre “amar la bondad” o “ser modesto”? ¿Qué aplicación puede señalar para el caso de una persona mayor? Las explicaciones que incluya dependerán, por supuesto, de factores como el tema, el objetivo, el auditorio y el tiempo asignado.
Con frecuencia es útil definir con sencillez los términos. Para algunas personas es muy revelador aprender lo que significa el “reino” mencionado en Mateo 6:10. Hasta un cristiano que lleve muchos años en la verdad quizá entienda con más claridad un texto bíblico al recordársele la definición de cierto vocablo. Un caso claro es el pasaje de 2 Pedro 1:5-8, donde se mencionan diversos elementos que pudieran definirse tras su lectura, a saber, la fe, la virtud, el conocimiento, el autodominio, el aguante, la devoción piadosa, el cariño fraternal y el amor. Cuando en un mismo contexto aparecen palabras cuyos significados coinciden parcialmente, conviene definirlas para que se distingan mejor. Un ejemplo de ello son los términos sabiduría, conocimiento, discernimiento y entendimiento, que leemos en Proverbios 2:1-6.
Con simplemente razonar sobre un texto bíblico se puede transmitir una enseñanza al auditorio. Muchas personas se asombran al darse cuenta de que en algunas versiones de la Biblia, Génesis 2:7 dice que Adán era un alma viviente, y Ezequiel 18:4, que las almas mueren. En una ocasión, Jesús sorprendió a los saduceos al citar las palabras de Éxodo 3:6, en las que ellos decían creer, y usarlas como argumento en favor de la resurrección de los muertos (Luc. 20:37, 38).
A veces resulta esclarecedor indicar el contexto de un pasaje, las circunstancias en que se escribió y la identidad de quien hablaba o escuchaba. Los fariseos conocían bien el Salmo 110. Sin embargo, Jesús les hizo notar un detalle importante del primer versículo. Les preguntó: “‘¿Qué les parece del Cristo? ¿De quién es hijo?’. Le dijeron: ‘De David’. Él les dijo: ‘Entonces, ¿cómo es que David por inspiración lo llama “Señor”, diciendo: “Jehová dijo a mi Señor: ‘Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies’”? Por lo tanto, si David lo llama “Señor”, ¿cómo es él su hijo?’” (Mat. 22:41-45). Cuando razonamos sobre las Escrituras como lo hizo Jesús, ayudamos a la gente a leer la Palabra de Dios con más atención.
Si el orador menciona cuándo se escribió un libro bíblico o tuvo lugar cierto suceso, también debería describir las condiciones que reinaban en aquel momento. De ese modo, el auditorio captará mejor la importancia del libro o del suceso.
Las comparaciones contribuyen igualmente a que el mensaje sea más instructivo. Se pudiera contrastar una opinión popular con lo que dice la Biblia, o bien comparar dos relatos bíblicos paralelos. ¿Existen diferencias? En caso afirmativo, ¿por qué? ¿Qué aprendemos de ellas? Con este método, los oyentes tal vez vean el asunto desde una nueva perspectiva.
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Al examinar los textos bíblicos de la información en la que basará su disertación, pregúntese: “¿Por qué se conservaron estas palabras en las Escrituras hasta el día de hoy?” (Rom. 15:4; 1 Cor. 10:11). Piense en los problemas que tienen quienes le escucharán, y analícelos teniendo en cuenta los consejos y principios de la Biblia. Al pronunciar el discurso, demuestre con las Escrituras cómo estas pueden ayudarles a afrontarlos. Evite las generalizaciones; hable de actitudes y comportamientos concretos.
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