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  • El Hijo de Dios es “la luz del mundo”
    Jesús: el camino, la verdad y la vida
    • El séptimo y último día de la Fiesta de los Tabernáculos, Jesús se pone a enseñar en la parte del templo donde están “las arcas del tesoro” (Juan 8:20; Lucas 21:1). Al parecer, este lugar se encuentra en el atrio de las mujeres, donde la gente va a echar sus contribuciones.

      Durante la fiesta, iluminan mucho esta parte del templo por las noches. Allí hay cuatro enormes candelabros con cuatro grandes tazones de aceite cada uno. Estas lámparas emiten tanta luz que iluminan los alrededores hasta una gran distancia. Lo que dice Jesús a continuación tal vez les recuerde a sus oyentes este despliegue de luz: “Yo soy la luz del mundo. El que me siga nunca andará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).

      Los fariseos cuestionan sus palabras diciendo: “Estás dando testimonio a favor de ti mismo. Tu testimonio no es verdadero”. Pero Jesús les contesta: “Aunque doy testimonio a favor de mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque yo sé de dónde vine y adónde voy. Pero ustedes no saben de dónde vine ni adónde voy”. Y añade: “En la propia Ley de ustedes está escrito: ‘El testimonio de dos personas es verdadero’. Yo soy el que da testimonio a mi favor, y también da testimonio a mi favor el Padre, que me envió” (Juan 8:13-18).

      Pero los fariseos se niegan a aceptar el argumento de Jesús y le preguntan: “¿Dónde está tu Padre?”. Jesús les da una respuesta directa: “Ustedes no me conocen ni a mí ni a mi Padre. Si me conocieran, conocerían a mi Padre también” (Juan 8:19). Aunque los fariseos siguen con la idea de arrestar a Jesús, nadie lo atrapa.

      Entonces, Jesús dice algo que ya mencionó anteriormente: “Yo me voy, y ustedes me buscarán, pero morirán en su pecado. Adonde yo voy, ustedes no pueden ir”. Pero los judíos malinterpretan lo que les ha dicho y empiezan a preguntar: “¿Será que va a quitarse la vida? Es que dice ‘Adonde yo voy, ustedes no pueden ir’”. No comprenden a Jesús porque no saben cuál es su origen. Él les explica: “Ustedes son de las regiones de abajo; yo soy de las regiones de arriba. Ustedes son de este mundo; yo no soy de este mundo” (Juan 8:21-23).

      Jesús les está hablando de la vida que tuvo en el cielo antes de venir a la Tierra y de que es el Mesías o Cristo prometido. Estos líderes religiosos deberían haberlo reconocido como tal. Pero, en vez de eso, le preguntan con gran desprecio: “¿Y tú quién eres?” (Juan 8:25).

      En vista del rechazo y el odio que sienten por Jesús, él les dice: “¿Para qué les hablo siquiera?”. Y, desviando la atención hacia su Padre, explica por qué deberían los judíos escuchar al Hijo: “El que me envió es fiel a la verdad, y yo digo en el mundo las mismas cosas que le escuché a él” (Juan 8:25, 26).

      Las siguientes palabras de Jesús demuestran cuánta confianza tiene en su Padre, a diferencia de los judíos. Les dice: “Una vez que ustedes hayan alzado al Hijo del Hombre, entonces sabrán que yo soy quien digo ser y que no hago nada por mi cuenta, sino que digo lo que el Padre me enseñó. Y el que me envió está conmigo; no me ha dejado solo, porque yo siempre hago lo que a él le agrada” (Juan 8:28, 29).

      Sin embargo, algunos judíos sí creen en Jesús, y él les dice: “Si permanecen en mis enseñanzas, realmente son mis discípulos; conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Juan 8:31, 32).

      A algunos les parece extraño que Jesús les diga que serán libres. Por eso responden: “Somos descendientes de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Por qué dices ‘Serán libres’?”. Los judíos saben que a veces han estado bajo el dominio de otras naciones, pero se niegan a que los llamen esclavos. No obstante, Jesús les dice que sí lo son: “De verdad les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado” (Juan 8:33, 34).

      Estos judíos se ponen en una situación peligrosa al negarse a admitir que son esclavos del pecado. Jesús les explica: “El esclavo no se queda para siempre en la casa del amo; el hijo sí se queda para siempre” (Juan 8:35). Un esclavo no tiene derechos de herencia y puede ser despedido en cualquier momento. Solo un hijo (aunque sea adoptado) se queda en el hogar “para siempre”, es decir, mientras viva.

      Por lo tanto, la verdad sobre el Hijo es la verdad que libera “para siempre” a la gente del pecado y la muerte. Jesús concluye: “Si el Hijo los libera, serán libres de verdad” (Juan 8:36).

  • ¿Hijos de Abrahán, o del Diablo?
    Jesús: el camino, la verdad y la vida
    • Jesús sigue en Jerusalén enseñando verdades muy importantes durante la Fiesta de los Tabernáculos (o de las Cabañas). Algunos judíos le acaban de decir que son descendientes de Abrahán y nunca han sido esclavos de nadie. Entonces, Jesús les responde: “Yo sé que son descendientes de Abrahán; pero están tratando de matarme porque mis palabras no progresan en ustedes. Yo hablo de las cosas que vi cuando estaba con mi Padre, pero ustedes hacen las cosas que le han oído decir a su padre” (Juan 8:33, 37, 38).

      Lo que Jesús les dice está claro: ellos no tienen el mismo padre que él. Pero los judíos no le entienden y vuelven a decir: “Nuestro padre es Abrahán” (Juan 8:39; Isaías 41:8). Piensan que por ser descendientes de Abrahán, que fue amigo de Dios, tienen la misma fe que él.

      No obstante, Jesús les da una respuesta impactante: “Si fueran hijos de Abrahán, harían las mismas obras que Abrahán”. La realidad es que cualquier hijo trata de ser como su padre. A continuación, Jesús añade: “Pero a mí, un hombre que les ha dicho la verdad que le escuchó a Dios, me quieren matar. Abrahán no hizo eso”. Luego los deja intrigados al decirles: “Ustedes hacen las mismas obras que su padre” (Juan 8:39-41).

      Los judíos siguen sin entender de quién les está hablando y aseguran: “Nosotros no somos hijos ilegítimos; tenemos un solo Padre, Dios”. Pero ¿son de verdad hijos de Dios? Jesús les dice: “Si Dios fuera su Padre, ustedes me amarían, porque fue Dios quien me envió y por eso estoy aquí. No vine por mi propia cuenta, sino que él me envió”. Después les hace una pregunta y la responde él mismo: “¿Por qué no entienden lo que estoy diciendo? Es porque no son capaces de escuchar mis palabras” (Juan 8:41-43).

      Jesús ha intentado explicarles lo que les pasará si lo rechazan, pero ahora les dice directamente: “Ustedes son hijos de su padre, el Diablo, y quieren cumplir los deseos de su padre”. ¿Y cómo es su padre? Jesús lo describe muy bien: “Él en sus comienzos fue un asesino. No se mantuvo fiel a la verdad porque no hay verdad en él”. Y añade: “El que es de Dios escucha las palabras de Dios. Por eso ustedes no escuchan: porque no son de Dios” (Juan 8:44, 47).

      Los judíos se enojan ante esas palabras de condena y le dicen: “¿No tenemos razón al decir ‘Tú eres un samaritano y tienes un demonio’?”. Lo llaman samaritano en señal de desprecio. Pero Jesús no hace caso del insulto y les dice: “Yo no tengo ningún demonio. Lo que hago es honrar a mi Padre, y ustedes me deshonran a mí”. Para hacerles ver que eso es un asunto serio, les asegura algo sorprendente: “Si alguien obedece mis palabras, nunca verá la muerte”. Con esto no está diciendo que los apóstoles y otros seguidores suyos no morirán jamás. Más bien, quiere decir que estos nunca sufrirán la destrucción eterna, o “la muerte segunda”, de la que no se puede resucitar (Juan 8:48-51; Apocalipsis 21:8).

      Pero los judíos se toman de forma literal lo que Jesús les dice, así que responden: “Ahora nos queda claro que tienes un demonio. Abrahán murió y los profetas también, pero tú dices: ‘Si alguien obedece mis palabras, nunca probará la muerte’. ¿Acaso eres superior a nuestro padre Abrahán, que murió? [...] ¿Quién te crees que eres?” (Juan 8:52, 53).

      Jesús les está indicando que es el Mesías. Pero, en vez de decirles directamente quién es, declara: “Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no serviría de nada. El que me glorifica es mi Padre, el que ustedes dicen que es su Dios. Pero ustedes no lo conocen; en cambio, yo lo conozco. Y, si dijera que no lo conozco, sería un mentiroso como ustedes” (Juan 8:54, 55).

      A continuación, Jesús vuelve a mencionar a su fiel antepasado: “Abrahán, el padre de ustedes, se alegraba muchísimo pensando en que vería mi día, y lo vio y se alegró”. Así es, Abrahán tenía fe en las promesas de Dios y deseaba con anhelo que llegara el Mesías. Pero los judíos ponen en duda lo que les dice Jesús: “No tienes ni 50 años, ¿y has visto a Abrahán?”. A lo que él les contesta: “De verdad les aseguro que, antes de que Abrahán naciera, yo ya existía”. Con esas palabras se está refiriendo a cuando era un ángel poderoso en el cielo antes de venir a la Tierra (Juan 8:56-58).

      Al escucharlo decir que vivió antes que Abrahán, los judíos se llenan de rabia y agarran piedras para lanzárselas, pero él se escapa sin sufrir daño.

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