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“Jehová es mi fuerza”La Atalaya 2008 | 15 de octubre
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¿Adónde me enviaron? ¡A Tailandia!
“El país de la sonrisa”
Fue una verdadera bendición de Jehová que Astrid Anderson fuera mi compañera de servicio misional. De camino a nuestra asignación viajamos en un barco de carga por siete semanas. Cuando llegamos a la capital, Bangkok, nos impresionó ver el ajetreo de los mercados y la red de canales que la gente usaba como calles públicas. En 1952 había menos de ciento cincuenta proclamadores del Reino en Tailandia.
La primera vez que abrimos La Atalaya en tailandés nos preguntamos cómo íbamos a aprender ese idioma. Lo más difícil de todo era decir las palabras con la debida entonación. Por citar un caso, cuando a la palabra khaù se le da un tono agudo al principio y más bajo al final, significa “arroz”. Y si esa misma palabra se pronuncia en un tono grave, significa “nuevas”, es decir, “noticias”. Así que, al principio, les decíamos con mucha seguridad a las personas del territorio: “Le traigo buen arroz”, en vez de: “Le traigo buenas nuevas”. Pero poco a poco, y después de muchas carcajadas, aprendimos por fin el idioma.
Los tailandeses son muy amigables. Con buena razón a Tailandia se le llama “el país de la sonrisa”. Primero servimos por dos años en la ciudad de Khorat (hoy conocida como Najon Ratchasima), y después nos asignaron a la ciudad de Chiang Mai. La mayoría de los tailandeses son budistas y no están familiarizados con la Biblia. Por ejemplo, en Khorat le di estudio bíblico al jefe de la oficina de correos. Un día le estaba hablando acerca del patriarca Abrahán. Él reconoció ese nombre y asintió entusiasmadamente con la cabeza. Sin embargo, al poco rato me di cuenta de que no nos referíamos al mismo Abrahán. Aquel señor estaba pensando en Abraham Lincoln, un ex presidente de Estados Unidos. ¡Vaya confusión!
Enseñar las verdades bíblicas a la gente sincera de Tailandia era fascinante. Y al mismo tiempo, los tailandeses nos enseñaron a ser felices con pocas cosas. Esa lección nos ayudó mucho, pues en el primer hogar misional en Khorat no teníamos luz eléctrica ni agua corriente. En aquellas asignaciones aprendimos “el secreto [...] de tener abundancia como de padecer necesidad”. Al igual que el apóstol Pablo, supimos lo que es “ten[er] la fuerza en virtud de aquel que [...] imparte poder” (Fili. 4:12, 13).
Nuevo compañero y nueva asignación
Años atrás, en 1945, yo había estado de visita por Londres. En ese viaje fui al Museo Británico junto con algunos precursores y betelitas. Entre ellos estaba Allan Coville, que poco después asistió a la clase 11 de Galaad. De allí lo asignaron a Francia y luego a Bélgica.b Pasó el tiempo y, mientras yo seguía sirviendo en Tailandia, Allan me propuso matrimonio.
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“Jehová es mi fuerza”La Atalaya 2008 | 15 de octubre
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[Ilustración de la página 18]
Con mi compañera de servicio misional, Astrid Anderson (a la derecha)
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