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La lucha por difundir las buenas nuevas en TesalónicaLa Atalaya 2012 | 1 de junio
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ALREDEDOR del año 50 de nuestra era, Pablo llegó a Tesalónica acompañado de Silas. Aunque se trataba de su segundo viaje misional, era la primera vez que llevaba las buenas nuevas acerca de Cristo a lo que hoy es Europa.
No cabe duda de que al llegar a Tesalónica aún estaba fresco en su mente el trato que había recibido en Filipos —la ciudad principal de Macedonia—, donde había sido golpeado y encarcelado. Después de todo lo que había pasado allí, se le hizo difícil dar a conocer las buenas nuevas de Dios en Tesalónica. De hecho, posteriormente reconoció que había predicado “con mucho luchar” (1 Tesalonicenses 2:1, 2). Pues bien, ¿qué ocurrió en Tesalónica? ¿Tuvo buenos resultados su campaña de predicación?
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La lucha por difundir las buenas nuevas en TesalónicaLa Atalaya 2012 | 1 de junio
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Pablo llega a Tesalónica
Cada vez que llegaba a un sitio nuevo, Pablo solía predicar primero a los judíos. Como estos conocían bien las Escrituras, le era más fácil comenzar conversaciones y explicarles las buenas nuevas. Cierto biblista opina que tal vez tenía esta costumbre por amor a sus paisanos o porque utilizaba a los judíos y a otras personas que temían a Dios como trampolín para su ministerio entre los gentiles (Hechos 17:2-4).
Y Tesalónica no fue la excepción. Pablo entró en la sinagoga, donde “razonó con [los judíos] a partir de las Escrituras, explicando y probando por referencias que era necesario que el Cristo sufriera y se levantara de entre los muertos, y decía: ‘Este es el Cristo, este Jesús que yo les estoy publicando’” (Hechos 17:2, 3, 10).
El apóstol destacó un tema polémico: la identidad y el papel del Mesías. Los judíos esperaban un Mesías conquistador, así que les costaba aceptar que este hubiera sufrido. Para convencerlos, Pablo razonó con ellos y les dio explicaciones apoyándose en las Escrituras; justo lo que hace un buen maestro.a Pero ¿cómo respondieron a este caudal de información?
Un ministerio fructífero pero repleto de incidentes
Algunos judíos, muchos prosélitos griegos y “no pocas de las mujeres prominentes” aceptaron con gusto el mensaje de Pablo. La expresión “mujeres prominentes” es apropiada, ya que las mujeres de Macedonia podían disfrutar de una elevada posición social. Ocupaban cargos oficiales, tenían propiedades, gozaban de ciertos derechos, eran empresarias y hasta se les erigían monumentos. Pues bien, tal como había hecho una comerciante llamada Lidia en Filipos, bastantes mujeres de la alta sociedad aceptaron las buenas nuevas en Tesalónica (Hechos 16:14, 15; 17:4). Probablemente pertenecían a familias acomodadas o eran esposas de ciudadanos destacados.
Ahora bien, el fructífero ministerio de Pablo provocó que la envidia corroyera a los judíos. Así que reclutaron a “ciertos varones inicuos de los haraganes de la plaza de mercado, y formaron una chusma y procedieron a alborotar la ciudad” (Hechos 17:5). ¿Quiénes eran estos “varones inicuos”? Cierto biblista explicó que estos individuos malvados eran “viciosos que no servían para nada”. Y añadió: “No parece que les importara el asunto en cuestión, pero era fácil agitarlos e incitarlos a actuar con violencia, como sucede con cualquier chusma”.
Dice el relato que los judíos y sus cómplices, “asaltando la casa de Jasón [donde se alojaban Pablo y Silas], procuraban hacer que los sacaran a la gentuza”. Como no hallaron a los misioneros, “arrastraron a Jasón y a ciertos hermanos ante los gobernantes de la ciudad, clamando: ‘Estos hombres que han trastornado la tierra habitada están presentes aquí también’” (Hechos 17:5, 6).
Siendo la capital de Macedonia, Tesalónica gozaba de cierta autonomía. Para gobernarse, contaba con una asamblea popular, o consejo municipal, que atendía los asuntos públicos. Los “gobernantes de la ciudad”, o politarcas, eran funcionarios de alto rango.b Debían mantener el orden y aplacar cualquier situación que pudiera desembocar en una intervención de los romanos y en la pérdida de los privilegios de la ciudad. Por tanto, debieron disgustarse al saber que la paz urbana estaba en peligro por culpa de unos “agitadores”.
Entonces se presentó una acusación muy grave: “Todos estos actúan en oposición a los decretos de César, diciendo que hay otro rey, Jesús” (Hechos 17:7). El teólogo Albert Barnes indica que este cargo implicaba “sedición y rebelión” contra el emperador, quien “no permitía la mención de ningún otro rey en todas las provincias sometidas, a menos que se contara con su autorización”. Y lo que daba más credibilidad a la acusación era que las autoridades romanas habían ejecutado a Jesús —el Rey que proclamaba Pablo— por la misma causa: sedición (Lucas 23:2).
Los gobernantes de la ciudad estaban nerviosos. Como no había pruebas sólidas contra los acusados ni conocían su paradero, “después de [...] tomar suficiente fianza de Jasón y de los demás, los dejaron ir” (Hechos 17:8, 9). Parece que, con dicha fianza, Jasón y los otros cristianos se comprometían a garantizar que Pablo se iría y no regresaría a causar más disturbios. Tal vez Pablo estaba aludiendo a este incidente cuando luego escribió: “Quisimos ir a ustedes, [...] pero Satanás nos cortó el camino” (1 Tesalonicenses 2:18).
Como las cosas estaban tan mal, los cristianos enviaron a Pablo y Silas de noche con destino a Berea. La predicación de Pablo también dio mucho fruto allí. Esto enojó tanto a sus enemigos judíos de Tesalónica que viajaron hasta Berea —a unos 80 kilómetros (50 millas)— para incitar a la gente contra los misioneros.
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