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  • La raíz psicológica
    ¡Despertad! 1987 | 22 de octubre
    • La raíz psicológica

      “HE HECHO todo tipo de pruebas y no parece haber ningún trastorno físico —le dijo amablemente el doctor a Elizabeth—. Creo que usted está gravemente deprimida, y por alguna buena razón.”

      Elizabeth, que suponía que tenía algún trastorno físico, comenzó a preguntarse si el doctor estaría en lo cierto. Pensó en la lucha diaria que durante los últimos cinco años llevaba sosteniendo con su ingobernable y, a menudo, incontrolable hijito de seis años de edad, a quien más tarde se le diagnosticó una deficiencia en su capacidad de atención. “La tensión y la ansiedad de cada día, que no cesaban, le pasaron a mi estado emocional una abultada factura —reconoció Elizabeth—. Llegué a un punto en que me sentía desesperada y dispuesta al suicidio.”

      Como Elizabeth, muchas personas deprimidas, se han enfrentado a una gran cantidad de tensión emocional. De hecho, en un destacado estudio realizado por George Brown y Tirril Harris, estos investigadores británicos hallaron que la mujer deprimida tiene una proporción de “grandes dificultades” —tales como la mala vivienda o relaciones familiares tensas— tres veces mayor que la no deprimida. Estas dificultades han ocasionado una “considerable y, a menudo, incesante angustia” por un período de por lo menos dos años. Experiencias duras en la vida, como la muerte de un familiar cercano o un amigo, una enfermedad o un accidente grave, malas y desagradables noticias, o la pérdida del empleo, han sido cuatro veces más comunes entre mujeres deprimidas.

      No obstante, Brown y Harris encontraron que la adversidad por sí sola no causa la depresión. Mucho depende de la reacción mental, así como de la vulnerabilidad emocional de la persona.

      “Todo parecía inútil”

      Sara, por ejemplo, una esposa trabajadora y madre de tres niños, sufrió un tirón en la espalda en un accidente laboral. Su médico le dijo que tendría que restringir bastante su actividad física, pues se le había producido una fisura discal. “Pensé que todo mi mundo se venía abajo. Siempre había sido una persona activa, y me gustaba practicar deporte con mis hijos. Reflexioné en lo que esta pérdida significaría para mí, y pensé que nunca mejoraría. Perdí la alegría de vivir. Todo parecía inútil”, reconoció Sara.

      Su reacción ante el accidente la indujo a pensamientos desesperanzados respecto a su vida en conjunto, y esto alimentó la depresión. Como dijeron Brown y Harris en su libro (Social Origins of Depression): “Esto [el incidente inductor, como el accidente de Sara] puede hacer que la persona piense que, en general, su vida carece de esperanza. Es esta generalización de la desesperanza lo que creemos que constituye el núcleo del trastorno depresivo”.

      Pero, ¿por qué muchas personas se sienten incapaces de sobreponerse al daño que ocasiona una pérdida dolorosa y caen en una depresión profunda? ¿Por qué Sara, por ejemplo, fue tan vulnerable a esos pensamientos negativos?

      ‘Soy indigna’

      “Siempre me ha faltado confianza en mí misma —dijo Sara—. Tenía muy poco amor propio, y me sentía indigna de cualquier atención.” Los dolorosos sentimientos relacionados con nuestra falta de amor propio son con frecuencia el factor crucial. “A causa del dolor del corazón hay un espíritu herido”, dice Proverbios 15:13. La Biblia muestra que un espíritu deprimido puede ser el resultado, no de presiones externas únicamente, sino de recelos internos. ¿Qué puede ocasionar el que se tenga tan poco amor propio?

      Una parte de nuestro pensamiento queda configurado por la educación que recibimos. “De niña, nunca recibí elogios de mis padres —comentó Sara—. No recuerdo haber recibido nunca un cumplido hasta que me casé. En consecuencia, siempre procuraba la aprobación de otras personas. Tengo un miedo terrible a ser rechazada.”

      La intensa necesidad que Sara tenía de ser aprobada por otros es un factor común entre muchos de los que han llegado a estar gravemente deprimidos. La investigación ha revelado que tales personas tienden a hacer depender su amor propio de la aprobación y el amor que reciben de otros, más bien que de sus propios logros. Justiprecian su valía personal en la medida en que resultan agradables o atraen la atención de otras personas. Según un equipo de investigadores, “perder ese punto de apoyo resultaría en una pérdida de amor propio, lo que contribuiría significativamente a desencadenar la depresión”.

      Perfeccionismo

      Una preocupación exagerada por lograr la aprobación de otras personas tiene a menudo manifestaciones inesperadas. Sara explica: “Me esforzaba por hacer todo a la perfección, de modo que pudiese lograr la aprobación que no había conseguido de niña. En mi trabajo seglar, procuraba hacer las cosas con toda precisión. Tenía que tener una familia ‘perfecta’. Me había configurado una imagen que debía mantener”. Sin embargo, cuando tuvo el accidente, le pareció que todo se había perdido. “Yo creía que gracias a mí la familia marchaba bien, y temía que si no podía desenvolverme, la familia se vendría abajo y la gente diría: ‘Es una mala madre y esposa’.”

      Estos pensamientos condujeron a Sara a una depresión crónica. La investigación sobre la personalidad de los deprimidos manifiesta que su caso no es único. Margaret, quien también sufrió de una grave depresión, reconoce: “Me preocupaba lo que otros pensaran de mí. Era una perfeccionista, siempre pendiente del reloj y preocupada por tener las cosas organizadas”. Fijarse objetivos irreales o ser excesivamente concienzudo y, sin embargo, no poder satisfacer nuestras propias exigencias es la raíz de muchas depresiones. Eclesiastés 7:16 advierte: “No te hagas justo en demasía, ni te muestres excesivamente sabio. ¿Por qué debes causarte desolación?”. Procurar parecer casi “perfecto” ante otros puede ocasionar aflicción emocional y física. Las frustraciones también pueden redundar en una especie de autoinculpación destructiva.

      “Es que no puedo hacer nada bien”

      El que uno se culpe a sí mismo puede ser una reacción positiva. Por ejemplo: a una persona podrían robarle por culpa de andar sola por un vecindario peligroso. Ella podría reconocer que la culpa es suya por haberse metido en una situación como esa, y a partir de ese momento resolverse a cambiar y a evitar situaciones similares más tarde. Pero podría ir más allá, y culparse a sí misma por la clase de persona que es, diciendo: “Es que soy un descuidado, incapaz de evitarme a mí mismo problemas”. Este tipo de autoinculpación implica una censura de su personalidad y erosiona su amor propio.

      Un ejemplo del efecto destructivo de la autoinculpación puede apreciarse en el caso de María, de treinta y dos años de edad. Durante seis meses había abrigado resentimientos hacia su hermana mayor debido a un malentendido. Una tarde puso a su hermana de vuelta y media por teléfono. Su madre, al saber lo que María había hecho, la llamó y la reprendió firmemente.

      “Me enfadé con mi madre, pero estaba mucho más molesta conmigo misma porque me había dado cuenta del gran daño que le había hecho a mi hermana”, dijo María. Poco después de aquello, le gritó a su hijito de nueve años, que se estaba comportando mal. El niño se sintió muy desconcertado, y más tarde le dijo a su madre: “Mamá, gritabas como si hubieses querido matarme”.

      María se sintió abatida. Dijo: “Me sentí como una persona horrible. Pensé: ‘Es que no puedo hacer nada bien’. Era todo cuanto podía pensar. Fue entonces cuando la depresión profunda realmente empezó”. Es evidente que su sentido de autoinculpación era destructivo.

      ¿Quiere esto decir que toda persona que sufre de una depresión profunda tiene poco amor propio? Naturalmente que no. Las causas son complejas y variadas. Aun cuando el resultado corresponda a lo que la Biblia llama “dolor del corazón”, hay muchas emociones que pueden ocasionarlo, entre las que se hallan: un enfado que no ha sido zanjado, el resentimiento, un sentimiento de culpa —real o exagerado— y las disputas con otras personas que aún están sin resolver. (Proverbios 15:13.) Todo lo mencionado puede degenerar en un espíritu herido o en depresión.

      Cuando Sara se dio cuenta de que su actitud mental era la raíz de una buena parte de su depresión, al principio se sintió abatida. “Pero entonces experimenté una medida de alivio —comentó—, porque pude comprender que si mi actitud mental la había ocasionado, también podría remediarla.” Sara comentó que esta idea le creó cierta emoción; dijo: “Me di cuenta de que si yo cambiaba respecto a mi manera de ver ciertas cosas, mi vida se vería afectada para bien a partir de ese momento”.

      Sara hizo los cambios necesarios, y su depresión se disipó. Así mismo, María, Margaret y Elizabeth vencieron en su lucha. ¿Qué cambios hicieron?

      [Comentario en la página 10]

      ‘Al darme cuenta de que mi actitud mental era la causante de mi depresión, me sentí aliviada y reconfortada, porque entonces comprendí que podría remediarla.’

  • Cómo vencer la depresión
    ¡Despertad! 1987 | 22 de octubre
    • Algunas personas deprimidas rehúyen buscar “dirección diestra” porque temen que se les considere enfermos mentales. Sin embargo, la depresión profunda no es indicio de deficiencia mental ni de debilidad espiritual. Las investigaciones demuestran que este grave trastorno puede presentarse cuando se produce en el cerebro una disfunción química. Como esta puede ser ocasionada por un trastorno físico, si usted ha estado profundamente deprimido por un período superior a dos semanas, es conveniente que se haga un examen médico. Si el examen revelara que el problema no obedece a un trastorno físico, entonces la depresión a menudo puede aliviarse por medio de ajustar el modo de pensar y con la ayuda de alguna medicación o los nutrientes apropiados.a El que uno venza la depresión no significa que nunca volverá a padecer de un estado de ánimo deprimido. La tristeza es parte de la vida. No obstante, si uno dirige diestramente sus golpes, podrá desenvolverse mejor ante la depresión.

      Es frecuente que el médico prescriba antidepresivos. Estos fármacos están preparados para eliminar el desequilibrio químico. Elizabeth, mencionada anteriormente, los empleó, y en unas semanas su estado de ánimo comenzó a mejorar. “Aun así, además del empleo de los medicamentos, tenía que esforzarme por cultivar una actitud positiva —dijo ella—. Con el ‘empuje’ que me daba la medicación, me sentía determinada a mejorarme. También mantuve un programa diario de ejercicios físicos.”

      Sin embargo, el uso de antidepresivos no siempre da resultados. En algunas personas se presentan efectos secundarios problemáticos. Y aun si la disfunción química se corrige, a menos que uno corrija su enfoque mental, la depresión puede volver. No obstante, se puede obtener mucho alivio si uno está dispuesto a...

      Exteriorizar sus sentimientos

      Sara se sentía profundamente resentida por haber tenido que asumir responsabilidades familiares unilateralmente, así como por la presión de atender un trabajo seglar. (Véase la página 7.) “Pero yo había retenido esos sentimientos en mi interior —dijo Sara—. Una noche, sintiéndome desesperada, telefoneé a mi hermana menor y, por primera vez en mi vida, empecé a dar salida a mis sentimientos. Esto supuso para mí un giro de noventa grados, pues aquella llamada me proporcionó mucho alivio.”

      Por consiguiente, si se siente deprimido, busque a alguien capaz de mostrar empatía y en quien pueda confiar. Puede ser su cónyuge, un amigo íntimo, un familiar, un ministro religioso, un médico o un consejero profesional. Una medida imprescindible para vencer la depresión, de acuerdo con un estudio publicado en la revista Journal of Marriage and the Family (Revista sobre el Matrimonio y la Familia), es “tener a mano a alguien en quien apoyarse y con quien compartir las penalidades de la vida”.

      El que uno exprese en palabras sus sentimientos constituye un proceso curativo que evita que la mente trate de negarse a reconocer la realidad de un problema o de una pérdida, y deje el problema sin resolver. Pero exteriorice sus verdaderos sentimientos. No permita que un falso sentido de orgullo, procurando dar la impresión de impavidez ante la adversidad, le inhiba. “La solicitud ansiosa en el corazón de un hombre es lo que lo agobia, pero la buena palabra es lo que lo regocija”, dice Proverbios 12:25. Solo por medio de exteriorizar sus sentimientos, otros podrán empezar a comprender su “solicitud ansiosa” y ofrecerle una “palabra” de ánimo.

      “Cuando llamé a mi hermana, solo pretendía que simpatizara con mi causa, pero conseguí mucho más —mencionó Sara—. Me ayudó a ver en qué estaba equivocado mi modo de pensar. Me dijo que estaba echándome encima demasiada responsabilidad. Y, aunque al principio no era eso lo que yo hubiese querido escuchar, cuando comencé a aplicar su consejo, sentí como si empezara a quitarme un enorme peso de encima.” Cuán ciertas son las palabras de Proverbios 27:9: “Aceite e incienso son lo que regocija el corazón, también la dulzura del compañero de uno debido al consejo del alma”.

      Es ‘dulce’ tener un amigo o un cónyuge que hable con franqueza y ayude a ver las cosas en su justa perspectiva. Esto puede ayudarle a enfocar su atención en un solo problema a la vez. De modo que, en lugar de ponerse a la defensiva, agradezca profundamente esa clase de “dirección diestra”. Tal vez usted necesite a alguien que después de varias conversaciones pueda señalarle algunos objetivos a corto plazo que le indicarán los pasos que usted ha de ir dando a fin de corregir su situación y así reducir, o eliminar, la fuente de su tensión emocional.b

      El luchar contra la depresión exige que uno luche contra la falta de amor propio. ¿Cómo se puede luchar con destreza contra ese sentimiento?

      Cómo luchar contra la falta de amor propio

      María, por ejemplo, como se mostró en el artículo anterior, llegó a estar deprimida a causa de problemas en el seno familiar. Afirmó: “Soy una persona horrible, y no puedo hacer nada bien”. Eso era falso. Si ella hubiese analizado sus conclusiones, se habría podido oponer a estas por medio de razonar: “Hay cosas que hago bien y otras que hago mal, como cualquier otra persona. He cometido un par de errores, y debo esforzarme por ser más considerada, pero no por esto debo sacar las cosas de quicio”. Este razonamiento hubiera dejado intacto su amor propio.

      Con frecuencia, esa voz interior excesivamente crítica que nos condena se equivoca. En la tabla que acompaña a este artículo figuran algunos pensamientos distorsionados que son típicos y que contribuyen a generar la depresión. Aprenda a identificar esos pensamientos equívocos y a mentalmente cuestionar su validez.

      Otra víctima de la falta de amor propio fue Jean, una madre soltera de treinta y siete años de edad. Ella explicó: “Me hallaba bajo tensión debido a tener que encargarme de criar dos niños. Cuando veía que otras madres solteras se casaban, pensaba: ‘Debe haber algo en mí que no gusta’. Al reflexionar solo en cosas negativas, estas se fueron desproporcionando, y terminé hospitalizada por depresión”.

      “Después de abandonar el hospital —prosiguió Jean—, leí en el número de ¡Despertad! del 22 de enero de 1982 una lista de ‘Ideas que pueden conducirle a la depresión’. Cada noche releía la lista. Algunas de esas ideas erróneas eran: ‘Lo que yo valga como persona depende de lo que otros piensen de mí’, ‘nunca debo sentirme herida; debo estar siempre alegre y serena’, ‘yo debería ser una madre perfecta’. Como tenía la tendencia a ser perfeccionista, tan pronto como pensaba en esos términos, le oraba a Jehová para que me ayudase a controlarme. Aprendí que los pensamientos negativos erosionan el amor propio, porque todo cuanto uno ve es el lado problemático de la vida y no las cosas buenas que uno recibe de Dios. Al esforzarme por evitar ciertos pensamientos impropios, logré sobreponerme a mi depresión.” ¿Debería usted también cuestionar algunos de sus pensamientos o hasta rechazarlos?

      ¿Será culpa mía?

      Aunque Alexander estaba muy deprimido, se las arregló para conducir una clase. (Véase la página 3.) Cuando algunos de sus alumnos suspendieron una importante prueba de lectura, le sobrevino la idea de suicidarse. “Pensaba que el fracaso era suyo —dijo Esther, su esposa—. Le dije que la culpa no era suya, que no se puede esperar un resultado perfecto.” Sin embargo, su desmedido sentimiento de culpa bloqueó su mente y lo condujo al suicidio. Con frecuencia, se desarrolla un sentimiento de culpa exagerado cuando se asume una responsabilidad injustificada por el comportamiento de otras personas.

      Aun en el caso de un niño, un padre puede influir poderosamente en su vida, pero no tener un control absoluto de ella. Si algo no resultara como uno lo ha planeado, pregúntese: ¿Acaso se debe a sucesos imprevistos que están más allá de mi control? (Eclesiastés 9:11.) ¿He hecho todo cuanto razonablemente puedo dentro de los límites de mi capacidad física, mental y emocional? ¿Eran mis expectativas demasiado elevadas? ¿Debo aprender a ser más razonable y modesto? (Filipenses 4:5.)

      Pero ¿y si uno ha cometido un error grave y la culpa es suya? ¿Se corregirá el error por medio de fustigarse mentalmente de continuo? ¿Acaso no está dispuesto Dios a perdonar aun “en gran manera” si uno está genuinamente arrepentido? (Isaías 55:7.) Si Dios “no por todo tiempo seguirá señalando faltas”, ¿debería usted sentenciarse a una vida de angustia mental por causa de algún mal cometido? (Salmo 103:8-14.) Lo que a Dios le complace, y además aliviará la depresión que usted sufre, no es el que uno esté constantemente entristecido, sino el que dé pasos positivos para ‘corregir el abuso’. (2 Corintios 7:8-11.)

      ‘Olvide las cosas que quedan atrás’

      Algunos de nuestros problemas emocionales pudieran estar enraizados en el pasado, particularmente si fuimos víctimas de algún trato injusto. Esté dispuesto a perdonar y olvidar. “¡Pero es que perdonar no es fácil!”, tal vez piense usted. Es cierto; pero es mejor que arruinar el resto de su vida meditando en lo que ya no tiene remedio.

      El apóstol Pablo escribió: “Olvidando las cosas que quedan atrás [...] prosigo hacia la meta para el premio”. (Filipenses 3:13, 14.) Pablo no se entretuvo en meditar en el derrotero equivocado de vida que había llevado en el judaísmo, habiendo sido responsable, incluso, de aprobar el asesinato. (Hechos 8:1.) Al contrario, concentró sus esfuerzos en calificar para el premio futuro de la vida eterna. También María (véase la página 12) aprendió a no meditar en las cosas del pasado. En una ocasión, le echó en cara a su madre la manera en que esta la había educado. Su madre le había dado una especial importancia al atractivo y a la belleza física; por consiguiente, María era una perfeccionista y propendía a sentir celos de su atractiva hermana.

      “Aunque estos celos ocultos eran la raíz del problema, yo las hacía a ellas responsables de mi comportamiento. Pero llegó el momento en que pensé: ‘En realidad, ¿qué importancia tiene de quién sea la culpa?’. Tal vez yo tenía algunas malas inclinaciones atribuibles a la educación que había recibido de mi madre; sin embargo, la cuestión era hacer algo para remediarlo. No debía continuar actuando de ese modo.” El reconocer esto ayudó a María a hacer los ajustes mentales necesarios a fin de ganar su lucha contra la depresión. (Proverbios 14:30.)

      Su verdadero valor

      Vistos estos factores, si uno ha de enfrentarse con éxito a la depresión, se requiere un punto de vista equilibrado sobre su propia valía. El apóstol Pablo escribió: “Digo a todos ustedes que ninguno piense de sí mismo más de lo que debe pensar. Antes bien, cada uno piense de sí con moderación”. (Romanos 12:3, Versión Popular.) El falso orgullo, así como el no ser consciente de sus limitaciones, y el perfeccionismo son todas maneras de sobrestimarse. No se debe ceder a tales tendencias; no obstante, evite irse al otro extremo.

      Jesucristo destacó el valor individual de cada uno de sus discípulos al decir: “Se venden cinco gorriones por dos monedas de poco valor, ¿no es verdad? Sin embargo, ni uno de ellos está olvidado delante de Dios. Pero hasta los cabellos de la cabeza de ustedes están todos contados. No tengan temor; ustedes valen más que muchos gorriones”. (Lucas 12:6, 7.) Es tal el valor que tenemos ante Dios que hasta repara en nuestro más mínimo detalle. Como Él se interesa profundamente en la persona, sabe cosas acerca de nosotros que ni aun nosotros mismos sabemos. (1 Pedro 5:7.)

      El que Sara reconociera que Dios tenía un interés personal en ella la ayudó a mejorar su amor propio. “Siempre había tenido un temor reverente por el Creador, pero entonces comprendí que Él se interesaba en mí como persona. Sin importar lo que mis hijos o mi esposo hiciesen, y prescindiendo de la formación que mis padres me dieron, me di cuenta de que yo tenía una relación de amistad personal con Jehová. Entonces comenzó a desarrollarse mi sentido de amor propio.”

      Siendo el caso que Dios considera valiosos a sus siervos, nuestra valía no depende de la aprobación de otras personas. Por supuesto, no es agradable el que a uno se le rechace. Pero el que uno tome la aprobación o desaprobación humana como punto de referencia para determinar su valía personal le hace vulnerable a la depresión. El rey David, un hombre según el propio corazón de Jehová, fue llamado en una ocasión “hombre que no sirve para nada”, literalmente un “hombre de inutilidad”. Sin embargo, David reconoció que el hombre que se había expresado en esos términos estaba afectado por un problema, y no consideró ese apelativo como determinante de su valía personal. De hecho, como es común entre las personas, Simeí más tarde se disculpó. Aun si alguien le criticase con razón, véalo como una crítica dirigida contra algo en concreto que uno ha hecho, no como una evaluación de su persona. (2 Samuel 16:7; 19:18, 19.)

      El estudio personal que Sara realizó de la Biblia y de publicaciones basadas en ella, así como su asistencia a las reuniones de los testigos de Jehová, la ayudaron a colocar el fundamento para una relación con Dios. “Pero mi cambio de actitud hacia la oración fue lo que más me ayudó —dijo Sara—. Solía pensar que solo se oraba a Dios sobre cosas importantes, y que no se le debía molestar con problemas insignificantes. Ahora entiendo que puedo hablarle sobre cualquier cosa. Si estoy nerviosa respecto a una decisión que he de tomar, le pido que me ayude a estar calmada y ser razonable. Me siento aún más cerca de Él cuando veo que responde mis oraciones y me ayuda a hacer frente a cada día y a cada circunstancia difícil.” (1 Juan 5:14; Filipenses 4:7.)

      No hay duda, la seguridad de que Dios tiene un interés personal en usted, entiende sus limitaciones y le dará la fortaleza para hacer frente a cada día es la clave en la lucha contra la depresión. No obstante, hay veces que, a pesar de lo que uno haga, la depresión persiste.

      Persistir “hora a hora”

      “He probado con todo, incluso con complementos en la nutrición y antidepresivos —comenta Eileen, madre de cuarenta y siete años de edad que ha luchado contra la depresión crónica por años—. He aprendido a corregir pensamientos impropios, y esto me ha ayudado a ser una persona más razonable. Pero la depresión persiste.”

      El hecho de que la depresión persista no significa que usted no la está combatiendo con destreza. Los médicos no conocen todos los posibles remedios para este trastorno. Hay ocasiones en que la depresión es el efecto secundario de una medicación administrada contra una enfermedad grave. Por consiguiente, el empleo de esa medicación tiene un efecto compensatorio, pues puede beneficiar en el tratamiento de algún otro problema médico.

      Naturalmente, el que uno confíe sus sentimientos a una persona comprensiva puede ayudar. No obstante, no hay ningún humano capaz de llegar a conocer realmente la profundidad de su agonía. Pero Dios sí la conoce y le ayudará. “Jehová me ha proporcionado fuerzas para seguir intentándolo —reconoció Eileen—. Él no ha dejado que me rinda y me ha dado esperanzas.”

      Con la ayuda de Dios, el apoyo emocional de otras personas y sus propios esfuerzos, usted no será agobiado de tal modo que tenga que rendirse. Con el tiempo, usted se podrá ajustar a la depresión como a cualquier otra enfermedad crónica. Aguantar no es fácil, ¡pero es posible! Jean, cuya profunda depresión persistió, dijo: “No se trataba siquiera de una lucha día a día. Más bien, era una lucha hora a hora”. En el caso de ambas, Eileen y Jean, la esperanza prometida en la Biblia las ayudó a seguir adelante.

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