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  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1988
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1988
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Ponderando las noticias

La única curación

Cuando muchos de los peritos mundiales sobre el envejecimiento se reunieron el año pasado en el Centro Médico Mount Sinai, de Nueva York, para considerar la biología de la vejez, un hecho quedó claro: no podían concordar en cuanto a por qué envejece y muere el hombre. Algunos peritos teorizan que “el envejecimiento está ‘programado’ en los genes, como otras etapas de la vida”, informa Newsweek on Science & Technology. Sin embargo, el artículo añade que “es difícil concebir por qué desarrollaría la naturaleza un gen para envejecer”. Una teoría que propuso Leonard Hayflick, gerontólogo de la Universidad de Florida, fue que “quizás algunos genes hayan evolucionado para mantener en salud y buena función a la gente hasta cuando pueda reproducirse”. Hayflick concluye que, para cuando el hombre alcanzara unos 30 años de edad, esos genes de longevidad empezarían a perder fuerza. La realidad es que el promedio de vida del estadounidense es de poco más de 74 años “para los que están en pañales hoy”, y “hasta si se descubren curaciones para las enfermedades de la edad avanzada —el cáncer, la artritis, la enfermedad de Alzheimer—, poco se logrará en cuanto a extender los límites exteriores del alcance de la vida”, señala el artículo.

Aunque para los científicos el hallar una curación para la vejez es tan difícil como conocer su causa, no es así en el caso de los estudiantes concienzudos de la Palabra de Dios. La razón de la vejez y la muerte del hombre se explica en Romanos 5:12: “Por medio de un solo hombre [Adán] el pecado entró en el mundo, y la muerte mediante el pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres”. La única curación para los efectos del pecado heredado vendrá mediante el sacrificio de rescate de Jesucristo. “Dios envió a su Hijo unigénito al mundo para que nosotros consiguiéramos la vida mediante él.” (1 Juan 4:9.) Bajo la gobernación de Su Reino, “la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor”. (Revelación 21:3, 4.)

Importancia universal

Cuando los líderes de las dos principales potencias mundiales se reunieron el 8 de diciembre de 1987 a fin de firmar un tratado para reducir la cantidad de mísiles en existencia, se dijo que aquel acontecimiento sería “profundamente significativo” para la humanidad. ¿Por qué? Porque “es la primera vez desde la aurora de la era atómica que las superpotencias han concordado no solo en limitar las armas nucleares, sino en eliminar sistemas enteros”, informa el periódico Daily News, de Nueva York. El News añadió el siguiente comentario sobre el tratado mismo y la reducción de armas: “Si se pueden extender su esencia y sus principios, pudieran quedar en la historia como el primer acto del más importante drama terrestre de paz y seguridad internacional”.

Es verdad que las propuestas actuales respecto a la paz y la seguridad son importantes. Sin embargo, de mucho mayor importancia universal será el momento histórico en que los líderes mundiales levanten un clamor de paz y seguridad mucho más pronunciado que en cualquier tiempo antes. Llegará un momento en que su clamor diferirá de todo esfuerzo por la paz que se haya hecho hasta entonces. ¿Por qué podemos estar seguros de eso? Porque hace mucho tiempo el apóstol Pablo predijo que “cuando los hombres estén diciendo: ‘¡Paz y seguridad!’, entonces destrucción repentina ha de sobrevenirles instantáneamente [...] y no escaparán de ninguna manera”. (1 Tesalonicenses 5:3.) Después vendrá verdadera paz y seguridad bajo la benévola gobernación de Cristo Jesús, el “Príncipe de Paz”. (Isaías 9:6, 7.)

“La verdadera enfermedad”

“El SIDA no es un accidente desafortunado ni una calamidad natural inevitable. Su proporción epidémica se debe a nuestra propia insensatez. [...] La culpa es totalmente nuestra”, dice un tocólogo y ginecólogo estadounidense de Denver, W. M. Merrick Thomas. En el periódico Rocky Mountain News él da esta explicación de su punto de vista: “El SIDA no es enfermedad del homosexual. Es enfermedad de la proximidad y la promiscuidad sexual. [...] Las enfermedades de la promiscuidad sexual afectan directamente a todos los que son promiscuos”. Por eso, como indica el Dr. Thomas, “la verdadera enfermedad es nuestro comportamiento”.

Muy oportunas son las palabras de Pablo, quien, al describir la conducta inexcusable de personas que afirman conocer a Dios, dijo: “Por lo tanto, en conformidad con los deseos de sus corazones, Dios los entregó a la inmundicia, [...] a apetitos sexuales vergonzosos, [...] obrando lo que es obsceno y recibiendo en sí mismos la recompensa completa, que se les debía por su error”. (Romanos 1:24-27.) La vida limpia en armonía con las normas bíblicas suele ser una protección contra los males que plagan a la humanidad hoy. (Salmo 19:7-11.)

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