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  • Ante el Sanedrín; luego ante Pilato
    El hombre más grande de todos los tiempos
    • Todavía es temprano por la mañana cuando llevan a Jesús al palacio del gobernador. Pero los judíos que lo acompañan rehúsan entrar allí porque creen que tal intimidad con los gentiles los contamina. Así que, para complacerlos, Pilato sale a ellos. “¿Qué acusación traen contra este hombre?”, pregunta.

      “Si este hombre no fuera delincuente, no te lo habríamos entregado”, contestan.

      Pilato no quiere implicarse en este asunto, y por eso responde: “Tómenlo ustedes mismos y júzguenlo según su ley”.

      Los judíos revelan sus fines de asesinato, pues afirman: “A nosotros no nos es lícito matar a nadie”. En efecto, el que ellos mataran a Jesús durante la fiesta de la Pascua podría causar un motín, pues muchos tienen en gran estima a Jesús. Pero si logran que los romanos lo ejecuten por alguna acusación de índole política, eso tenderá a absolverlos de responsabilidad ante el pueblo.

      Por eso los líderes religiosos, sin mencionar el juicio anterior en que han condenado a Jesús por blasfemia, ahora inventan cargos diferentes contra él. Presentan la siguiente acusación de tres partes: “A este hombre lo hallamos [1] subvirtiendo a nuestra nación, y [2] prohibiendo pagar impuestos a César, y [3] diciendo que él mismo es Cristo, un rey”.

      La acusación que preocupa a Pilato es la de que Jesús afirme ser rey. De modo que Pilato entra de nuevo en el palacio y llama a Jesús y le pregunta: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. En otras palabras, ¿has violado la ley declarándote rey en oposición a César?

      Jesús quiere saber cuánto ha oído Pilato acerca de él, y por eso pregunta: “¿Es por ti mismo que dices esto, o te hablaron otros acerca de mí?”.

      Pilato afirma que no sabe nada de él, y manifiesta interés en averiguar los hechos. “Yo no soy judío, ¿verdad?”, responde. “Tu propia nación y los sacerdotes principales te entregaron a mí. ¿Qué hiciste?”

      Jesús de ninguna manera trata de evadir la cuestión, que se relaciona con la gobernación real. Sin duda, la respuesta que Jesús da ahora sorprende a Pilato.

  • De Pilato a Herodes, y de vuelta a Pilato
    El hombre más grande de todos los tiempos
    • De Pilato a Herodes, y de vuelta a Pilato

      AUNQUE Jesús no trata de ocultar de Pilato que es rey, explica que su Reino no le presenta ninguna amenaza a Roma. “Mi reino no es parte de este mundo —dice Jesús—. Si mi reino fuera parte de este mundo, mis servidores habrían peleado para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero, como es el caso, mi reino no es de esta fuente.” Así Jesús admite tres veces que tiene un Reino, aunque no es de fuente terrestre.

      Sin embargo, Pilato sigue presionándolo: “Bueno, pues, ¿eres tú rey?”. Es decir, ¿eres rey aunque tu Reino no sea parte de este mundo?

      Jesús le hace saber a Pilato que ha llegado a la conclusión correcta, pues contesta: “Tú mismo dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio acerca de la verdad. Todo el que está de parte de la verdad escucha mi voz”.

      Sí, el propósito mismo de la existencia de Jesús en la Tierra es dar testimonio acerca de “la verdad”, específicamente la verdad acerca de su Reino. Jesús está dispuesto a ser fiel a esa verdad aunque le cueste la vida. Aunque Pilato pregunta: “¿Qué es la verdad?”, no espera más explicación. Ha oído suficiente para rendir juicio.

      Pilato regresa a la muchedumbre que espera fuera del palacio. Evidentemente con Jesús a su lado, dice a los sacerdotes principales y a sus acompañantes: “No hallo ningún delito en este hombre”.

      Encolerizados por la decisión, las muchedumbres empiezan a insistir: “Alborota al pueblo enseñando por toda Judea, sí, comenzando desde Galilea hasta aquí”.

      El fanatismo irracional de los judíos tiene que asombrar a Pilato. Por eso, mientras los sacerdotes principales y los ancianos siguen gritando, Pilato se vuelve hacia Jesús y pregunta: “¿No oyes cuántas cosas testifican contra ti?”. Con todo, Jesús no trata de contestar. La tranquilidad que despliega frente a las absurdas acusaciones maravilla a Pilato.

      Cuando Pilato se entera de que Jesús es galileo, ve la oportunidad de librarse de llevar responsabilidad por él. El gobernante de Galilea, Herodes Antipas (hijo de Herodes el Grande), está en Jerusalén para la Pascua, de modo que Pilato hace que lleven ante él a Jesús.

  • De Pilato a Herodes, y de vuelta a Pilato
    El hombre más grande de todos los tiempos
    • Cuando Jesús vuelve, Pilato convoca a los sacerdotes principales, a los gobernantes judíos y al pueblo, y les dice: “Ustedes me trajeron a este hombre como amotinador del pueblo, y, ¡miren!, lo examiné delante de ustedes, pero no hallé en este hombre base alguna para las acusaciones que hacen contra él. De hecho, ni Herodes tampoco, porque nos lo devolvió; y, ¡miren!, nada que merezca la muerte ha sido cometido por él. Por tanto, lo castigaré y lo pondré en libertad”.

      Así, dos veces Pilato ha declarado inocente a Jesús. Tiene muchos deseos de ponerlo en libertad, pues se da cuenta de que los sacerdotes lo han entregado solo por envidia. Mientras Pilato sigue tratando de poner en libertad a Jesús, recibe un motivo de más peso aún para hacerlo. Mientras está sentado en el tribunal, su esposa le envía un mensaje en que le dice con instancia: “No tengas nada que ver con ese hombre justo, porque sufrí mucho hoy en un sueño [evidentemente de origen divino] a causa de él”.

      Pero ¿cómo puede Pilato poner en libertad a este hombre inocente, como sabe que debe hacerlo?

  • “¡Miren! ¡El hombre!”
    El hombre más grande de todos los tiempos
    • “¡Miren! ¡El hombre!”

      IMPRESIONADO por la conducta de Jesús, y reconociendo que es inocente, Pilato busca otra manera de ponerlo en libertad. “Ustedes tienen por costumbre —dice a las muchedumbres— que les ponga en libertad a un hombre en la pascua.”

      Puesto que Barrabás, un asesino notorio, también está en prisión, Pilato pregunta: “¿A cuál quieren que les ponga en libertad?: ¿a Barrabás, o a Jesús, el llamado Cristo?”.

      El pueblo, persuadido y excitado por los sacerdotes principales, pide que ponga en libertad a Barrabás, pero que se dé muerte a Jesús. Pilato no se da por vencido, y pregunta de nuevo: “¿A cuál de los dos quieren que les ponga en libertad?”.

      “A Barrabás”, gritan.

      “Entonces, ¿qué haré con Jesús, el llamado Cristo?”, pregunta Pilato desalentado.

      Con un clamor ensordecedor, contestan: “¡Al madero con él!”. “¡Al madero! ¡Al madero con él!”

      Porque sabe que exigen la muerte de un inocente, Pilato suplica: “Pues, ¿qué mal ha hecho este hombre? Yo no he hallado en él nada que merezca la muerte; por lo tanto lo castigaré y lo pondré en libertad”.

      A pesar de los esfuerzos de Pilato, la muchedumbre encolerizada, incitada por sus líderes religiosos, sigue gritando: “¡Al madero con él!”. Agitada hasta el frenesí por los sacerdotes, la muchedumbre quiere ver sangre. Imagínese: ¡solo cinco días atrás algunas de aquellas personas probablemente estuvieron entre las que acogieron como Rey a Jesús en Jerusalén! Mientras tanto, los discípulos de Jesús, si están presentes, permanecen en silencio y sin atraerse atención.

      Cuando Pilato ve que no logra nada con sus súplicas, y que más bien se levanta un alboroto, se lava las manos con agua delante de la muchedumbre y dice: “Soy inocente de la sangre de este hombre. Ustedes mismos tienen que atender a ello”. Al oír aquello, la gente responde: “Venga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”.

      Por eso, según lo que exigen, y con más deseo de complacer a la muchedumbre que de hacer lo que sabe que es correcto, Pilato pone en libertad a Barrabás. Toma a Jesús y hace que le quiten la ropa y lo azoten. No se trata de una flagelación ordinaria. Una revista de la Asociación Médica Estadounidense, The Journal of the American Medical Association describe así la práctica romana de azotar:

      “Por lo general el instrumento que se usaba era un látigo corto (flagelo) con varias tiras de cuero sueltas o trenzadas, de largo diferente, que tenían atadas a intervalos bolitas de hierro o pedazos afilados de hueso de oveja. [...] Cuando los soldados romanos azotaban vigorosamente vez tras vez la espalda de la víctima, las bolas de hierro causaban contusiones profundas, y las tiras de cuero con huesos de oveja cortaban la piel y los tejidos subcutáneos. Entonces, a medida que se seguía azotando a la víctima, las heridas llegaban hasta los músculos esqueléticos subyacentes y producían tiras temblorosas de carne que sangraba”.

      Después de esta tortura llevan a Jesús al palacio del gobernador, y se convoca a todo el grupo de los soldados. Allí los soldados siguen insultándolo mediante entretejer una corona de espinas y ajustársela con fuerza en la cabeza. Le ponen una caña en la mano derecha y lo visten con una prenda de vestir de púrpura, como la usada por la realeza. Entonces se burlan de él y dicen: “¡Buenos días, rey de los judíos!”. Además, escupen contra él y le dan bofetadas. Le quitan la gruesa caña que le han puesto en la mano y la usan para pegarle en la cabeza, lo cual hunde más aún en su cuero cabelludo los espinos afilados de su humillante “corona”.

      La extraordinaria dignidad y fortaleza de Jesús ante aquel maltrato impresiona tanto a Pilato que una vez más trata de ponerlo en libertad. Dice a las muchedumbres: “¡Vean! Se lo traigo fuera para que sepan que no hallo en él ninguna falta”. Puede que él piense que se les ablandará el corazón al ver la condición de Jesús después de la tortura. Mientras Jesús está de pie ante la chusma despiadada, coronado de espinas, teniendo sobre sí la prenda de vestir exterior de púrpura y con el rostro adolorido ensangrentado, Pilato proclama: “¡Miren! ¡El hombre!”.

      Aunque herido y golpeado, aquí está de pie el personaje más sobresaliente de toda la historia, ¡ciertamente el hombre más grande de todos los tiempos! Sí, Jesús muestra una dignidad y serenidad que revela una grandeza que hasta Pilato se ve obligado a reconocer, pues parece que sus palabras reflejan una mezcla de respeto y lástima.

  • Lo entregan y se lo llevan
    El hombre más grande de todos los tiempos
    • Lo entregan y se lo llevan

      CUANDO Pilato, conmovido por la apacible dignidad que manifiesta Jesús después de haber sido torturado, de nuevo trata de ponerlo en libertad, los sacerdotes principales se enfurecen más. Están resueltos a no permitir que nada les impida realizar su propósito inicuo. Por eso gritan de nuevo: “¡Al madero con él! ¡Al madero con él!”.

      Pilato, disgustado, les responde: “Tómenlo ustedes mismos y fíjenlo en el madero”. (Contrario a lo que habían afirmado antes, puede ser que los judíos tengan autoridad para ejecutar a los que hayan cometido delitos religiosos de suficiente gravedad.) Entonces, por lo menos por quinta vez, Pilato declara inocente a Jesús al decir: “Yo no hallo en él falta alguna”.

      Al ver que los cargos políticos que han presentado les fallan, los judíos recurren a la acusación religiosa de blasfemia que habían presentado contra Jesús solo unas horas antes en el juicio ante el Sanedrín. “Nosotros tenemos una ley —dicen—, y según la ley debe morir, porque se hizo hijo de Dios.”

      Esta acusación es nueva para Pilato, y le causa mayor temor. Para este tiempo él se ha dado cuenta de que Jesús no es un hombre ordinario, como se lo han indicado el sueño de su esposa y el sobresaliente vigor de la personalidad de Jesús. Pero ¿“hijo de Dios”? Pilato sabe que Jesús es de Galilea. Sin embargo, ¿habrá alguna posibilidad de que haya vivido antes? De nuevo Pilato lleva consigo a Jesús al palacio y le pregunta: “¿De dónde eres tú?”.

      Jesús no responde. Antes le había dicho a Pilato que era rey, pero que su Reino no era parte de este mundo. Ahora no tendría propósito útil el que diera más explicación. Sin embargo, el que Jesús se niegue a responderle ofende el orgullo de Pilato, y este estalla en cólera contra Jesús con las palabras: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para ponerte en libertad y tengo autoridad para fijarte en un madero?”.

      Respetuosamente, Jesús responde: “No tendrías autoridad alguna contra mí a menos que te hubiera sido concedida de arriba”. Se refiere al hecho de que Dios concede autoridad a los gobernantes humanos para que administren los asuntos terrestres. Jesús añade: “Por eso, el hombre que me entregó a ti tiene mayor pecado”. Sí, el sumo sacerdote Caifás y sus cómplices, y Judas Iscariote, tienen mayor responsabilidad que Pilato por el trato injusto que se da a Jesús.

      Impresionado más aún por Jesús, y con temor de que en realidad Jesús tenga origen divino, Pilato reanuda sus esfuerzos por ponerlo en libertad. Sin embargo, los judíos rechazan lo que hace Pilato. Repiten su acusación política, y con astucia presentan una amenaza: “Si pones en libertad a este, no eres amigo de César. Todo el que se hace rey habla contra César”.

      A pesar de las posibles malas consecuencias, Pilato lleva afuera de nuevo a Jesús. “¡Miren! ¡Su rey!”, es el llamamiento que hace una vez más.

      “¡Quítalo! ¡Quítalo! ¡Al madero con él!”, es la respuesta que le dan.

      “¿A su rey fijo en un madero?”, pregunta Pilato desesperado.

      A los judíos les ha irritado estar bajo la gobernación de los romanos. Sí, ¡detestan la dominación romana! No obstante, hipócritamente los sacerdotes principales dicen: “No tenemos más rey que César”.

      Temiendo perder su puesto y su reputación políticos, Pilato al fin sucumbe a las exigencias incesantes de los judíos. Les entrega a Jesús.

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