-
“¿Qué es la verdad?”La Atalaya 1995 | 1 de julio
-
-
El escepticismo de Pilato en cuanto a la verdad es muy común hoy día. Muchas personas creen que la verdad es relativa, es decir, que lo que es verdad para una persona puede no serlo para otra, de modo que las dos pueden tener “razón”. Esta creencia está tan difundida que se le ha dado un nombre: “relativismo”. ¿Es así como ve usted la verdad? En tal caso, ¿cabe la posibilidad de que haya adoptado este punto de vista sin haberlo examinado a fondo? Aun si este no es su caso, ¿sabe cuánto afecta a su vida esta filosofía?
Se atenta contra la verdad
Poncio Pilato no fue de ningún modo la primera persona que cuestionó la idea de la verdad absoluta. Algunos filósofos griegos de la antigüedad hicieron de la enseñanza de tales dudas prácticamente su carrera en la vida. Cinco siglos antes de Pilato, Parménides, considerado el padre de la metafísica europea, sostenía que el conocimiento real era inalcanzable. Demócrito, aclamado como “el más grande de los filósofos de la antigüedad”, afirmó: “La verdad está enterrada muy profundamente. [...] Nada cierto conocemos”. Sócrates, quizá el más respetado de todos, dijo que solo sabía que no sabía nada.
Este atentado contra la idea de que se puede conocer la verdad ha perdurado hasta nuestro día. Por ejemplo, algunos filósofos dicen que, como el saber nos llega a través de los sentidos, que pueden engañarse, no es posible comprobar la veracidad de ningún conocimiento. El filósofo y matemático francés René Descartes decidió examinar todo lo que él creía que conocía con certeza. Desechó todo con la excepción de una verdad que le pareció incontrovertible: “Cogito ergo sum”, es decir: “Pienso, luego existo”.
Una cultura de relativismo
El relativismo no se limita a los filósofos. Lo enseñan los guías religiosos, se inculca en las escuelas y se difunde en los medios de comunicación. El obispo episcopal John S. Spong dijo hace unos años: “Debemos [...] rechazar la idea de que tenemos la verdad y de que otros tienen que ceder ante nuestro punto de vista, y darnos cuenta de que la verdad fundamental está fuera del alcance de todos nosotros”. El relativismo de Spong, como el de muchos clérigos de hoy día, no duda en abandonar las enseñanzas morales de la Biblia para favorecer una filosofía de “a cada cual, lo suyo”. Por ejemplo, a fin de lograr que los homosexuales se sintieran más “a gusto” en la Iglesia Episcopal, Spong escribió un libro en el que afirmaba que el apóstol Pablo era homosexual.
Parece ser que en muchos países el sistema escolar engendra un modo de pensar parecido. Allan Bloom escribió en su libro The Closing of the American Mind (Se estrechan las miras americanas): “Hay algo de lo que puede estar completamente seguro el profesor: casi todo estudiante que entra en la universidad cree, o dice creer, que la verdad es relativa”. Bloom comprobó que si ponía en tela de juicio la convicción que tenían sus estudiantes al respecto, reaccionaban con asombro, “como si estuviera poniendo en duda que dos más dos son cuatro”.
Este mismo modo de pensar se fomenta de muchas otras maneras. Por ejemplo, los locutores de televisión y los periodistas parecen estar más interesados en entretener que en llegar a la verdad de los hechos. Algunos programas de noticias incluso han manipulado o falsificado secuencias para lograr que parecieran más dramáticas. Y en el campo del entretenimiento se ha atentado aun más violentamente contra la verdad. Los valores y verdades morales por los que se regían nuestros padres y abuelos se consideran anticuados y muchas veces se ridiculizan abiertamente.
Claro que algunas personas quizá aleguen que mucho de este relativismo demuestra amplitud de miras y, por tanto, tiene un efecto positivo en la sociedad humana. Pero, ¿es realmente así? ¿Qué efecto tiene en usted? ¿Cree que la verdad es relativa, o que no existe? En ese caso, buscarla debe parecerle una pérdida de tiempo. Ese punto de vista afectará su futuro.
-
-
¿Por qué buscar la verdad?La Atalaya 1995 | 1 de julio
-
-
¿Por qué buscar la verdad?
MUCHAS organizaciones religiosas afirman que tienen la verdad y se la ofrecen con entusiasmo a la gente. Sin embargo, ofrecen una abundancia desconcertante de “verdades”. ¿Se trata de una prueba más de que todas las verdades son relativas, de que no hay verdades absolutas? No.
En su libro The Art of Thinking, el profesor V. R. Ruggiero expresa su asombro ante el hecho de que hasta las personas inteligentes dicen a veces que la verdad es relativa. Él razona de este modo: “Si todo el mundo escoge su propia verdad, ninguna idea puede ser mejor que la de otra persona. Todas deben ser iguales. Y si todas las ideas son iguales, ¿qué propósito tiene investigar un tema? ¿Por qué hacer excavaciones en busca de respuestas a preguntas arqueológicas? ¿Por qué intentar esclarecer las causas de la tensión en Oriente Medio? ¿Por qué buscar la cura del cáncer? ¿Por qué explorar la galaxia? Estos trabajos solo tienen sentido si algunas respuestas son mejores que otras, si la verdad es ajena a las perspectivas individuales y no se ve afectada por ellas”.
Lo cierto es que nadie cree realmente que no haya ninguna verdad. Cuando se trata de realidades físicas, como en los campos de la medicina, la matemática o la física, hasta el relativista más acérrimo creerá que algunos hechos son ciertos. ¿Quién se atrevería a viajar en avión si no creyera que las leyes de la aerodinámica son verdades absolutas? Está claro que hay verdades comprobables; están a nuestro alrededor y les confiamos nuestra vida.
El precio del relativismo
Sin embargo, los errores del relativismo se hacen más obvios en el ámbito moral, pues es donde más daño ha causado esta forma de pensar. The Encyclopedia Americana dice: “Se ha cuestionado seriamente la idea de que el saber, o el conocimiento de la verdad, esté al alcance de los seres humanos. [...] No obstante, de lo que no cabe duda es que cuando se rechazan los dos ideales, verdad y conocimiento, por considerarlos utópicos o perjudiciales, la sociedad humana decae”.
Quizá usted haya observado dicha decadencia. Por ejemplo, las enseñanzas morales de la Biblia, que muestran claramente que la inmoralidad sexual es impropia, ya rara vez se consideran verdades. La ética situacional —“decida lo que sea correcto para usted”— está a la orden del día. ¿Puede alguien afirmar que esa decadencia social no es el resultado de esta visión relativista? Sin duda, las epidemias mundiales de enfermedades de transmisión sexual, los hogares divididos y los embarazos de adolescentes hablan por sí solos.
-