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  • “Regocíjense las muchas islas”
    La Atalaya 2015 | 15 de agosto
    • Al regresar a Australia nos llevamos una gran sorpresa: fuimos invitados a ser misioneros en la isla de Funafuti en Tuvalu. Cuando llegamos, en enero de 1979, solo había tres testigos de Jehová en todo el país.

      Geoffrey y Jenny Jackson en Tuvalu

      Con Jenny en Tuvalu

      Nos costó mucho aprender tuvaluano, pues el único libro disponible en ese idioma era el “Nuevo Testamento” y no había ni diccionarios ni cursos. De todos modos nos pusimos la meta de aprender de diez a veinte palabras diarias. Sin embargo, al poco tiempo nos dimos cuenta de que no entendíamos el verdadero significado de muchas de esas palabras. Por ejemplo, pensábamos que estábamos diciéndole a la gente que la adivinación era mala, pero en realidad lo que les estábamos diciendo es que no debían usar balanzas ni bastones. A pesar de eso no nos rendimos, ya que necesitábamos el idioma para ayudar a todas las personas que estudiaban con nosotros. Años después, uno de aquellos estudiantes nos dijo: “¡Qué bueno que ahora hablan tuvaluano, porque al principio no les entendíamos nada!”.

      Como no había casas para alquilar, terminamos viviendo con una familia de Testigos de la aldea principal. Eso nos ayudó a aprender más rápido la lengua, porque teníamos que practicarla todo el tiempo. Pasamos tantos años sin hablar inglés que al final el tuvaluano se convirtió en nuestro idioma.

      Enseguida, muchos comenzaron a mostrar interés por la verdad. Pero como no existían publicaciones en tuvaluano nos enfrentamos a algunos retos. ¿Con qué les enseñaríamos? ¿Cómo harían su estudio personal? Cuando fueran al Salón del Reino, ¿con qué cantarían? ¿Cómo prepararían las reuniones? ¿Cómo progresarían hasta el bautismo? Aquellas personas necesitaban alimento espiritual en su propio idioma (1 Cor. 14:9). No obstante, el tuvaluano lo hablaban menos de quince mil personas, así que nos preguntábamos: “¿Tendrán algún día sus propias publicaciones?”. Con el tiempo, Jehová respondió todas nuestras preguntas y nos demostró dos cosas. Primero, que desea que se predique hasta en “las islas lejanas” y, segundo, que quiere que se refugien en su nombre las personas a las que la gente considera de condición humilde (Jer. 31:10; Sof. 3:12).

      MIS PRIMEROS PASOS COMO TRADUCTOR

      En 1980, la sucursal nos encargó que tradujéramos algunas publicaciones al tuvaluano, un trabajo para el que desde luego no nos sentíamos preparados (1 Cor. 1:28, 29). Le compramos una copiadora manual al gobierno y con ella imprimíamos las publicaciones para las reuniones. De hecho, tradujimos el libro La verdad que lleva a vida eterna y lo imprimimos en nuestra copiadora. Todavía recuerdo el fuerte olor a tinta y el gran esfuerzo que requería hacer aquellas impresiones en medio del calor tropical. Por si fuera poco, en aquella época no había electricidad.

      La traducción era todo un desafío, pues teníamos muy pocas obras de consulta. Con todo, a veces recibíamos ayuda de donde menos esperábamos. Cierta mañana prediqué por error en la casa de un señor que no quería saber nada de nosotros; el señor ya era mayor y había sido maestro. En cuanto abrió, me dijo que no volviera a llamar a su puerta, pero antes de cerrar añadió: “Ya que ha venido, le diré algo: en sus traducciones usan demasiado la voz pasiva, pero aquí la gente no habla así”. Otras personas a las que les pregunté opinaban lo mismo, así que corregimos el problema. Me asombró mucho que aquel hombre leyera nuestras publicaciones y que Jehová lo hubiera utilizado para ayudarnos.

      Noticias del Reino número 30 en tuvaluano

      Noticias del Reino número 30 en tuvaluano

      Lo primero que tradujimos para el público fue la invitación a la Conmemoración, seguida del tratado Noticias del Reino número 30, que se publicó al mismo tiempo que en inglés. ¡Qué alegría nos daba poder darle a la gente algo que leer en su propio idioma! Poco a poco fueron apareciendo folletos y libros en tuvaluano. En 1983, la sucursal de Australia comenzó a imprimir una edición trimestral de 24 páginas de La Atalaya, lo que nos permitía estudiar un promedio de siete párrafos cada semana. La respuesta de la comunidad no se hizo esperar. Como a los tuvaluanos les encanta leer, nuestras publicaciones se hicieron muy populares. Cada vez que salía una nueva, la estación de radio del gobierno daba un anuncio. A veces esa era la noticia más importante del día.a

      ¿Cómo era el proceso de traducción? Primero traducíamos todo a mano. Después pasábamos el texto a máquina una y otra vez hasta dejarlo sin errores. Entonces lo enviábamos por correo a Australia. Allí había dos hermanas que ingresaban la información en la computadora. Como ninguna de ellas hablaba el idioma, cada una introducía por separado el mismo texto, y luego se hacía una comparación. Aquel sistema permitía que se eliminaran casi todos los errores. Una vez que se combinaba el texto con las imágenes, nos enviaban las páginas para que las revisáramos, y nosotros las devolvíamos para que se imprimiera la publicación.

      ¡Cómo han cambiado las cosas! Ahora los traductores escriben el texto directamente en computadoras. En la mayoría de los casos, el texto se combina con las imágenes en el mismo lugar donde se traduce y los archivos se envían a las sucursales impresoras por internet. Ya no hace falta ir a toda prisa al correo para hacer los envíos.

      RECIBIMOS NUEVAS ASIGNACIONES

      Con el paso de los años, Jenny y yo recibimos varias asignaciones por todo el Pacífico sur. En 1985 nos enviaron de Tuvalu a la sucursal de Samoa.

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