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  • Kenia y los países vecinos
    Anuario de los testigos de Jehová 1992
    • Un misionero que pasaba la noche en casa de un hermano de Mbale oyó a un grupo de gente forzar la cerradura de su automóvil. Como supuso que los ladrones seguramente irían armados, decidió que era mejor dejarles robar lo que quisieran. A la mañana siguiente descubrió que al automóvil le faltaban el parabrisas y dos ruedas, además de la de recambio. Así que emprendió el viaje de 240 kilómetros a Kampala con dos ruedas prestadas, cuyos neumáticos estaban muy desgastados, y sin parabrisas para protegerse de la lluvia. Tenía que cruzar el peligroso tramo de bosque, pero todo fue bien: no pinchó, solo que tuvo que soportar en la cara el viento y los aguaceros.

  • Kenia y los países vecinos
    Anuario de los testigos de Jehová 1992
    • Uganda necesitaba mucha ayuda, pues solo había un anciano para las ocho congregaciones del país. Así que se tomó la decisión de solicitar una vez más la entrada de misioneros. En septiembre de 1982 Ari Palviainen y Jeffrey Welch, dos misioneros solteros, llegaron a Kampala en medio de la confusión reinante. Todavía estaba vigente el toque de queda de las 6.30 de la tarde, y eran frecuentes los tiroteos y los conflictos armados durante la noche. Algunos publicadores desaparecieron, y se temía que estuviesen muertos, pero más adelante volvieron a aparecer. Sin embargo, de otros no se volvió a saber nada. En total, ocho publicadores ugandeses perdieron la vida durante los disturbios posteriores a la guerra de 1979.

      En febrero de 1983 se concedieron los permisos para la entrada de misioneros, y en abril de ese año se abrió un hogar misional en una localidad bastante segura, y en él se instalaron cuatro valerosos graduados de Galaad, entre ellos Heinz y Marianne Wertholz. La educación y el respeto de los ugandeses a la Biblia ayudó a los misioneros a olvidar los problemas económicos, las carreteras en mal estado, la falta de seguridad y los disturbios nocturnos. Era frecuente que condujeran entre diez y quince estudios bíblicos cada uno. En un determinado mes colocaron entre los cuatro 4.084 revistas.

      “¡Allí está!”

      En un pueblo del interior de Uganda, un hombre de mediana edad consiguió un libro La verdad, y en seguida discernió el tesoro que poseía. Lo leyó una y otra vez, y luego se puso a predicar a todo el que encontraba. Es más, se daba a conocer como testigo de Jehová aunque nunca había hablado con los Testigos y sabía que no había ninguno en su región.

      Se dio cuenta de que tenía que localizar a sus “hermanos”, así es que un día salió hacia Kampala en bicicleta para buscar a los testigos de Jehová. Sabía que no los iba a encontrar en las iglesias donde había cruces. Las personas a quienes preguntó habían oído hablar de los testigos de Jehová, pero no pudieron darle una dirección exacta. Entró desesperado en una librería y preguntó por los Testigos. El cajero le dijo que le llevaban revistas de vez en cuando, pero que no sabía dónde vivían. “Cuando vuelvan a venir —dijo el hombre interesado⁠—, déles mi dirección, por favor. Tienen que visitarme.”

      Entretanto, dos misioneros estaban visitando de nuevo a los que habían mostrado interés, pero no encontraban a nadie en casa. Repasaron otra vez sus notas y tropezaron con el nombre del cajero, así que pensaron: “Bueno, vamos a hacerle otra visita”.

      Cuando llegaron a la librería, el cajero les dijo: “Ha estado aquí un hombre preguntando por ustedes”. Se asomó a la puerta y señalando carretera abajo, añadió: “¡Mírenlo, allí está!”.

      Los misioneros europeos lo alcanzaron en seguida. El hombre los abrazó a los dos. Ni que decir tiene que estudió la Biblia con gran diligencia. Al poco tiempo se construyó un Salón del Reino en su pueblo, y desde su dedicación y bautismo ha sido un hermano en el sentido pleno de la palabra.

      Vuelve a estallar la guerra

      La vida era muy dura en Uganda para la mayoría de la gente. Había poca seguridad. El ejército se llevaba a algunas personas, y nunca más se las volvía a ver. Los precios se dispararon. El precio del pan, por ejemplo, subió un 1.000% de 1974 a 1984. Algunas personas desistían de contar el dinero cuando querían comprar algo, y simplemente medían el montón de billetes con una regla.

      El descontento general cristalizó en el inicio de las actividades guerrilleras en las zonas rurales. Tras meses de lucha, el Ejército Nacional de Resistencia consiguió arrebatar el poder al gobierno. Mientras tanto, las tropas que huían saqueaban propiedades a su paso y disparaban contra la población indiscriminadamente.

      En los alrededores del hogar misional estalló un combate. Al día siguiente se inició un tiroteo cuando los misioneros se dirigían a una reunión cristiana. Las balas les pasaron silbando por encima de la cabeza, pero nadie resultó herido. Un domingo por la tarde recibieron a unos visitantes inesperados: soldados que saqueaban cuanto podían mientras huían. Los soldados se enfurecieron al encontrarse la puerta de la casa cerrada con llave, pero cuando el cabecilla vio las tarjetas de identificación de los misioneros, se tornó amigable de inmediato y no tocó ni una sola posesión de los hermanos. Solo se llevaron, disculpándose por ello, alguna ropa de vestir y de cama, pero nada de mayor valor.

      Antes de marcharse, recomendaron a los misioneros que pusieran toda la casa patas arriba, que tiraran las cortinas al suelo, vaciaran los cajones y esparcieran cosas por el suelo para dar la impresión de que ya les habían saqueado. La estratagema dio resultado; les robaron muy pocas cosas. A la espera de que volviera la calma, los misioneros pasaron un día y una noche enteros encerrados en la habitación más segura de la casa, una pequeña despensa, mientras fuera se libraba una encarnizada batalla. Durante todo este tiempo sintieron la protección de Jehová y los lazos amorosos de la hermandad.

      Los hermanos ugandeses tienen mucho que contar acerca de cómo estuvo sobre ellos la mano protectora de Jehová. Algunos pueden mostrar agujeros de bala en las paredes de sus casas y en sus ropas. Un precursor especial permaneció cinco horas tumbado en el suelo boca abajo mientras los tiros de los soldados del gobierno y los rebeldes le pasaban silbando en uno y otro sentido por encima de la cabeza. Cuando la situación se calmó, descubrió que estaba rodeado de cadáveres.

      Mayor seguridad y nuevas alegrías

      En los meses siguientes, la seguridad mejoró y ocurrieron sucesos sorprendentes. Por ejemplo: para ir a su casa los misioneros tenían que pasar por delante de la mansión donde vivía un funcionario importante, siempre custodiada por soldados a los que la gente temía debido a su carácter impredecible. Los mismos misioneros daban un suspiro de alivio cada vez que dejaban atrás ese lugar, y pocas personas iban a visitar el hogar misional. Sin embargo, cuando el nuevo gobierno tomó el poder, inesperadamente se ofreció en alquiler esta casa al mismo tiempo que los misioneros tuvieron que dejar su vivienda. Poco después, la casa por delante de la cual temían pasar se convirtió en su domicilio, y ahí estaban los misioneros, cenando plácidamente en la amplia terraza acariciados por la brisa tropical vespertina. Si alguien hubiera insinuado esta posibilidad un año antes, nadie le hubiera creído.

  • Kenia y los países vecinos
    Anuario de los testigos de Jehová 1992
    • Cuando las autoridades lo creyeron oportuno, pidieron a todas las asociaciones que volvieran a registrarse, y denegaron la nueva inscripción a la Asociación Internacional de Estudiantes de la Biblia. La mayoría de los misioneros tuvieron que abandonar el país. A pesar de todo, en diciembre de 1990 se pudieron celebrar asambleas de distrito sin ningún percance. Algunos funcionarios importantes se han mostrado muy serviciales e imparciales, lo que da esperanzas de que los misioneros puedan regresar pronto a Uganda para continuar su obra educativa.

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