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    Anuario de los testigos de Jehová 2010
    • PRECURSORES TENACES

      A pesar de la inestabilidad reinante, siempre hubo quienes encontraron la forma de emprender el precursorado. James Luwerekera, un empleado del gobierno que se bautizó en 1974, fue un precursor muy entregado. Poco después de su bautismo empezó a trabajar de granjero para poder llevar las buenas nuevas a quienes vivían cerca de su aldea natal. Su esposa también estudió durante algún tiempo, pero luego fue volviéndose cada vez más hostil.

      Por ejemplo, cierto día James y algunos hermanos salieron de viaje antes del amanecer para asistir a una asamblea de distrito en Nairobi. Más tarde, cuando el vehículo en que viajaban tuvo que detenerse en un control de carretera, los hermanos notaron algo extraño: James llevaba ropa que ni le quedaba bien ni combinaba, y esa no era su costumbre. En un principio, él dijo bromeando que se había vestido a oscuras y deprisa. Pero cuando sus amigos siguieron haciendo preguntas, les confesó que su esposa le había escondido la ropa de vestir para evitar que fuera a la asamblea. Así que no tuvo más remedio que ponerse lo primero que encontró. Sus compañeros de viaje amablemente le prestaron algo de ropa, y James llegó bien vestido a la asamblea.

      Aunque el rechazo que James soportaba en su hogar y en el vecindario a veces no era más que una mera incomodidad, en otras ocasiones se hacía más intenso. A pesar de que la situación se prolongó durante años, James aguantó pacientemente todo ese tiempo y siguió fiel hasta su muerte, ocurrida en 2005. Los hermanos todavía recuerdan su fe, y sin duda Jehová también la recuerda.

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    Anuario de los testigos de Jehová 2010
    • SAMUEL MUKWAYA

      AÑO DE NACIMIENTO 1932

      AÑO DE BAUTISMO 1974

      OTROS DATOS Representó muchos años a la organización en asuntos legales. Fue anciano y precursor.

      ◼ NUNCA olvidaré lo que ocurrió mientras visitaba la sucursal de Kenia, ubicada en Nairobi.

      —¿Para qué son esos alfileres de colores? —pregunté mientras miraba un mapa de Uganda.

      —Sirven para indicar los lugares donde hay mucho interés —me explicó Robert Hart, miembro del Comité de Sucursal.

      Entonces, señalando un alfiler de color brillante que estaba situado sobre Iganga, mi ciudad natal, inquirí: “¿Cuándo enviarán precursores a este lugar?”.

      “Allí no vamos a enviar a nadie”, contestó él. Luego me miró y, guiñando un ojo, dijo: “Tú serás quien vaya”.

      La respuesta del hermano Hart me sorprendió, pues yo no era precursor y tampoco vivía en mi ciudad natal. Sin embargo, parece que aquella conversación se quedó grabada en mi mente, y, tras jubilarme como funcionario, decidí mudarme a Iganga y emprender el precursorado regular. Fue maravilloso ver cómo el pequeño grupo de publicadores aumentaba rápidamente hasta convertirse en una congregación estable con su propio Salón del Reino.

      Cuando Patrick Baligeya fue asignado a Iganga como precursor especial, vivió en mi casa, e hicimos el precursorado juntos. Además, plantamos un maizal para poder comer. Muy temprano cada mañana analizábamos el texto del día y después trabajábamos unas horas en el maizal. Luego, alrededor de las nueve, nos íbamos al territorio y disfrutábamos de la predicación durante el resto del día.

      A medida que las plantitas de maíz iban creciendo, algunos vecinos nos decían que estábamos descuidando el maizal por culpa de la predicación. Sabíamos muy bien que durante el proceso de maduración de las mazorcas hay que protegerlas en todo momento para que no se las coman los monos. No obstante, no queríamos interrumpir nuestra cosecha espiritual para espantar monos.

      Poco tiempo después vimos dos perros grandes merodeando por el maizal. No sabíamos ni de dónde habían salido ni quién era su dueño, pero en vez de espantarlos, decidimos dejarles comida y agua cada día. Como es natural, mientras los perros rondaban por nuestro campo, los monos ni siquiera se dejaban ver. Unas cuatro semanas después, los perros desaparecieron tan de repente como habían llegado, justo cuando nuestro maíz ya estaba fuera de peligro. Recogimos una cosecha enorme, que nos sirvió de alimento a nosotros en vez de a los monos, y le dimos las gracias a Jehová por ello. Pero lo que es más importante, también nos sentimos agradecidos porque Dios bendijo nuestra cosecha espiritual.

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