-
Conservar el espíritu misional nos ha colmado de bendicionesLa Atalaya 2004 | 1 de enero
-
-
Biografía
Conservar el espíritu misional nos ha colmado de bendiciones
RELATADA POR TOM COOKE
Los disparos quebraron repentinamente la paz vespertina, y los silbidos de las balas atravesaron nuestro jardín. ¿Qué sucedía? No tardamos en enterarnos de que se había producido un golpe de estado y de que Uganda había caído en manos del general Idi Amin. Corría el año 1971.
-
-
Conservar el espíritu misional nos ha colmado de bendicionesLa Atalaya 2004 | 1 de enero
-
-
Mantenemos las metas pese al cambio de circunstancias
Ann y yo nos casamos en 1960 compartiendo la meta del servicio misional. Sin embargo, las circunstancias cambiaron: íbamos a ser padres. Cuando nació nuestra hija Sara, todavía manteníamos el deseo de mudarnos a un país donde hubiera más necesidad de publicadores del Reino, así que solicité empleo en varios países. En mayo de 1966 llegó una carta del Ministerio de Educación ugandés informándonos de que me ofrecían empleo. Para aquellas fechas, Ann estaba embarazada de nuestro segundo hijo, y hubo quienes pensaron que era una locura siquiera contemplar la posibilidad de una mudanza en tales circunstancias. Pedimos la opinión a nuestro médico, y él nos respondió que si estábamos decididos a irnos, que nos marcháramos antes de que Ann cumpliera el séptimo mes de embarazo. Huelga decir que partimos para Uganda inmediatamente. Nuestros padres, por lo tanto, no conocieron a nuestra segunda hija, Rachel, hasta que cumplió dos años. Ahora que también somos abuelos, entendemos bien la abnegación que manifestaron nuestros queridos padres.
Cuando llegamos a Uganda en 1966, nos sentimos ilusionados, pero al mismo tiempo abrumados. Lo primero que nos cautivó al salir del avión fueron los intensos colores del paisaje. Nuestro primer hogar estaba cerca del pueblecito de Iganga, a 50 kilómetros de Jinja, una ciudad situada en la margen del río Nilo. El núcleo de hermanos más cercano lo constituía un grupo aislado en dicha ciudad, atendido por dos parejas de misioneros: Gilbert y Joan Walters, y Stephen y Barbara Hardy. A fin de apoyarlos mejor, solicité en mi empleo que me trasladaran a Jinja, de modo que, poco después de nacer Rachel, nos mudamos allí. Disfrutamos mucho de servir a Jehová junto con el grupito de Testigos fieles y de verlo crecer hasta convertirse en la segunda congregación de Uganda.
La familia sirve en el campo extranjero
Ann y yo estábamos convencidos de que no podíamos haber elegido mejor ambiente para criar a nuestras hijas. Fue un placer trabajar con misioneros de diversos países y colaborar en el crecimiento de la incipiente congregación. Los hermanos ugandeses solían visitarnos, y a nosotros nos encantaba su compañía. Obtuvimos mucho ánimo especialmente de Stanley y Esinala Makumba.
Pero los hermanos no eran los únicos “visitantes”, ya que estábamos rodeados de una abundante fauna. A veces, por la noche, se acercaban a la casa hipopótamos que salían del río. Recuerdo claramente el día que una serpiente pitón de seis metros apareció en el jardín. En ocasiones éramos nosotros los que íbamos en busca de la fauna salvaje y visitábamos los parques nacionales, donde habitan leones y otros animales en libertad.
En el ministerio llamábamos la atención, pues los lugareños no habían visto nunca un cochecito de bebé. Los niños nos seguían en tropel cuando íbamos de casa en casa. Había quien, tras mirarnos con respeto, tocaba al bebé de piel blanca. La predicación era una maravilla, dada la gran cortesía de los amos de casa. Era tan fácil iniciar estudios bíblicos, que creíamos que todo el mundo iba a aceptar la verdad. A muchas personas, sin embargo, les resultó difícil romper con las tradiciones paganas. Por otra parte, un buen número adoptó las altas normas morales de la Biblia y se unió a la congregación, que crecía sin cesar. Logramos un hito en la historia de la congregación cuando en 1968 celebramos la primera asamblea de circuito en Jinja. Nunca olvidaremos el bautismo de algunos de nuestros estudiantes en el Nilo. Sin embargo, pronto iba a quebrarse la paz reinante.
La proscripción supone una prueba de fe e ingenio
En 1971, el general Idi Amin tomó el poder, lo que produjo graves desórdenes en Jinja. Uno de ellos, el que se narra en la introducción, tuvo lugar mientras disfrutábamos de una taza de té en el jardín. Durante los dos años siguientes, la nutrida comunidad asiática fue expulsada del país. La mayoría de los extranjeros decidieron irse, lo que perjudicó mucho a las escuelas y los servicios médicos. Luego llegó el escueto comunicado de que la obra de los testigos de Jehová quedaba proscrita. Preocupado por nuestra seguridad, el Ministerio de Educación nos trasladó a la capital, Kampala, lo cual nos benefició de dos maneras. Como no éramos tan conocidos allí, gozamos de mayor libertad de movimiento. Y, además, había mucho que hacer en la congregación y en el ministerio del campo.
Brian y Marion Wallace y sus dos hijos estaban en una situación similar a la nuestra, y también optaron por quedarse en Uganda. Apreciamos muchísimo su compañía en la Congregación Kampala durante aquellos tiempos difíciles. Los relatos que habíamos leído de hermanos que servían en países donde la obra estaba proscrita nos resultaron especialmente animadores. Nos juntábamos en grupitos, y una vez al mes, nos reuníamos con muchos más hermanos en una “fiesta” en los jardines botánicos Entebbe. A nuestras hijas les encantaba.
Teníamos que ser muy precavidos a la hora de predicar, pues enseguida hubiera llamado la atención el que unos blancos visitaran los hogares de los ugandeses. Así que nuestro territorio pasó a componerse de negocios, apartamentos y zonas universitarias. Un método que yo utilizaba en las tiendas era pedir un artículo que sabía que se les había agotado, como azúcar o arroz. Si el tendero se lamentaba de la situación que atravesaba el país, le presentaba el mensaje del Reino. Esta forma de predicar me daba buenos resultados, y de vez en cuando, no solo encontraba una persona interesada, sino que salía con una pequeña cantidad de algún escaso producto.
Entre tanto, continuaba la escalada de violencia. En vista de que las relaciones entre Uganda y Gran Bretaña seguían deteriorándose, no se me renovó el contrato laboral. Así que en 1974, después de ocho años en Uganda, nos llegó el triste momento de despedirnos de nuestros hermanos. Sin embargo, nuestro espíritu misional permanecía intacto.
-