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Solo he hecho lo que tenía que hacerLa Atalaya (estudio) 2020 | julio
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El 29 de diciembre de 1988, la hermana Denise Nicoleau sufrió una grave hemorragia después de dar a luz. Sus niveles de hemoglobina estaban muy mal, por debajo de 5.0, y su médico le pidió que diera el consentimiento para hacerle transfusiones de sangre. Pero ella se negó. A la mañana siguiente, el hospital solicitó a un juez la autorización para ponerle sangre. Sin siquiera celebrar una audiencia ni informar a la hermana Nicoleau o a su esposo, el juez dictó la orden.
El viernes 30 de diciembre, el hospital le puso sangre a la hermana a pesar de las protestas de su esposo y de otros familiares presentes. Además, hacia el final del día detuvieron a algunos familiares y ancianos. Se les acusó de intentar impedir el paso para que el personal del hospital no pudiera llegar a la cama y ponerle las transfusiones. El sábado 31 de diciembre por la mañana, las detenciones estaban en todas las noticias de la ciudad de Nueva York y alrededores.
Con Philip Brumley cuando éramos jóvenes.
Apelamos a un tribunal superior, y el lunes por la mañana hablé con el juez que presidía el caso, Milton Mollen. Le relaté los hechos y le enfaticé que el otro juez había firmado la orden sin audiencia previa. El juez Mollen me pidió que pasara por su despacho aquella tarde para comentar los hechos y la legislación aplicable. Me acompañó mi superintendente, Philip Brumley. El juez también invitó al abogado del hospital. El debate fue intenso. En cierto momento, el hermano Brumley me escribió una nota en su cuaderno que decía: “Baja el tono”. Fue un buen consejo, porque en mis esfuerzos por refutar los argumentos del abogado me estaba alterando demasiado.
De izquierda a derecha: Richard Moake, Gregory Olds, Paul Polidoro, Philip Brumley, yo y Mario Moreno el día que representamos a la organización ante el Tribunal Supremo de Estados Unidos en el caso Watchtower contra Stratton (vea la revista ¡Despertad! del 8 de enero de 2003).
Tras una hora de debate, el juez Mollen dijo que nuestro caso sería lo primero que atenderían a la mañana siguiente. Cuando salíamos de su despacho, añadió que el abogado del hospital tendría “un hueso duro de roer”, dando a entender que no le resultaría nada fácil defender su postura. Sentí que Jehová me estaba confirmando que teníamos muchas posibilidades de ganar. Era impresionante ver que Dios se estaba valiendo de nosotros para cumplir su voluntad.
Estuvimos hasta altas horas de la noche preparando el alegato. El tribunal está a solo unas cuadras de donde estaba el Betel de Brooklyn, así que la mayoría de los compañeros de nuestra pequeña Oficina de Asuntos Legales caminaron hasta allí. Tras escuchar nuestros argumentos, los cuatro jueces que atendían el caso anularon la orden judicial. El tribunal falló a favor de la hermana Nicoleau y declaró que firmar una orden sin antes escuchar al paciente viola los derechos constitucionales básicos.
Poco después, el tribunal más alto del estado de Nueva York ratificó el derecho de la hermana Nicoleau a recibir tratamiento sin sangre.
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