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  • ‘Mi copa ha estado llena’
    La Atalaya 1987 | 1 de junio
    • Se organiza la Escuela del Reino

      Ahora lo que tenía que resolverse era: ¿Cómo conseguirán su educación nuestros hijos? Por algún tiempo tratamos de enseñarles en el hogar con los libros de texto que podíamos conseguir. Pero a nosotros se nos hacía difícil educar a nuestros dos hijos en aquel primer año escolar. Mi esposo trabajaba todo el día, y yo lavaba y planchaba para complementar el cheque que él recibía semanalmente. Además, yo tenía que atender a un hijito de cinco años, Robert.

      Precisamente para aquel tiempo, en la primavera de 1936, Cora Foster —una hermana de nuestra congregación que por 40 años había sido maestra en las escuelas públicas de Lynn— fue despedida de su empleo por no saludar la bandera ni tomar el juramento del maestro que se exigía en aquel tiempo. Por lo tanto, en nuestro hogar se organizó una Escuela del Reino, y Cora enseñaría a los niños que habían sido expulsados de la escuela. Ella hizo que le transportaran su piano a nuestra casa, y trajo algunos libros de texto para los niños, y unos muchachos hicieron escritorios con cajas de naranjas y madera contrachapada. El otoño siguiente comenzamos la escuela, con una concurrencia de diez niños.

      Mi hijo más joven, Robert, comenzó su educación asistiendo al primer grado en la Escuela del Reino. “Cada día antes de nuestras sesiones escolares —recuerda Robert—, nuestra educación en la Escuela del Reino comenzaba con un cántico del Reino, y entonces por media hora considerábamos la lección de La Atalaya para la semana siguiente.” En aquellos días la Sociedad no imprimía las preguntas para los párrafos del artículo que se estudiaba, de modo que era responsabilidad de los niños preparar las preguntas que se usarían en la reunión de la congregación.

      Cora era una maestra devota. “Cuando tuve la tos ferina —recuerda Robert (y la escuela fue cerrada hasta que aquella enfermedad contagiosa desapareció)— la hermana Foster visitaba a cada estudiante en su hogar y le asignaba tareas escolares.” A pesar de su devoción, sin duda ella se sintió frustrada a veces, porque tenía que enseñar a estudiantes de los 12 grados en un solo cuarto. Al fin de los cinco años que duró la Escuela del Reino en casa, 22 niños asistían a ella.

      Prejuicio y bondad

      La cuestión del saludo a la bandera no solo resultó en un tiempo de prueba y tensión, sino también en mucha publicidad en los periódicos y la radio. Era común ver a fotógrafos enfrente de casa tomando fotografías de los niños que llegaban a la Escuela del Reino. Muchos vecinos nuestros, que habían sido muy amigables antes, ahora se opusieron a nosotros. Pensaban que era terrible el que nuestros hijos se negaran a saludar la bandera estadounidense. ‘Después de todo —decían—, ¿no es este el país que les da el pan que comen?’ No comprendían que sin el cuidado y la vigilancia de Jehová no habría ningún pan para comer.

  • ‘Mi copa ha estado llena’
    La Atalaya 1987 | 1 de junio
    • [Fotografía en la página 21]

      La Escuela del Reino se condujo en nuestro hogar durante los años treinta

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