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Favorecida con una herencia especialLa Atalaya 2000 | 1 de octubre
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El juicio del abuelo y su vida en prisión
En la recepción de Patterson, Paul y yo también encontramos la fotografía que aparece en la página siguiente. La reconocí enseguida, pues el abuelo me había enviado una copia hacía bastante más de cincuenta años. Él es el que está de pie en el extremo derecho de la foto.
Durante los tiempos de histeria patriótica que se vivieron en la I Guerra Mundial, se encarceló injustamente sin fianza a estos ocho Estudiantes de la Biblia, entre los que se encontraba el presidente de la Sociedad Watch Tower, Joseph F. Rutherford (sentado en el centro). Los cargos contra ellos giraban en torno a algunas afirmaciones hechas en el séptimo tomo de Estudios de las Escrituras, titulado El misterio terminado. Se entendió erróneamente que tales afirmaciones implicaban la oposición a que Estados Unidos participara en la I Guerra Mundial.
Charles Taze Russell había escrito a lo largo de muchos años los primeros seis volúmenes de Estudios de las Escrituras, pero falleció antes de redactar el séptimo. De modo que se pasaron sus notas a mi abuelo y a otro Estudiante de la Biblia, quienes escribieron el séptimo volumen, publicado en 1917, antes de que acabara la guerra. En el juicio, al abuelo y a la mayoría de los demás hermanos los sentenciaron a cuatro condenas simultáneas de veinte años cada una.
El epígrafe de la fotografía que vimos en el vestíbulo de Patterson dice: “El 21 de marzo de 1919, nueve meses después que Rutherford y sus asociados fueron condenados, y acabada ya la guerra, el tribunal de apelación ordenó la libertad bajo fianza de los ocho acusados, a los que se libertó el 26 de marzo en Brooklyn, previo pago de una fianza de 10.000 dólares por cada uno. El 5 de mayo de 1920 se exoneró a J. F. Rutherford y los demás”.
Una vez dictada la sentencia, los ocho hermanos pasaron sus primeros días de encarcelamiento —antes de ir a la penitenciaría federal de Atlanta (Georgia)— en la cárcel de la calle Raymond, en Brooklyn (Nueva York). Allí, mi abuelo escribió sus impresiones sobre el encierro en una celda de 1,80 por 2,40 metros “en medio de una suciedad y un desorden indescriptibles”. Dijo: “Tienes un montón de periódicos, y si al principio tiendes a no hacerles caso, pronto llegas a darte cuenta de que la única oportunidad de conservar la limpieza y la dignidad reside en aquellos papeles, un jabón y una toallita”.
Sin embargo, el abuelo no perdió el sentido del humor; a la cárcel la llamaba “el Hôtel de Raymondie”, y decía: “Me iré en cuanto se me acabe el hospedaje”. También describió los paseos por el patio. En una ocasión, cuando se detuvo un momento a peinarse, un carterista le quitó el reloj de bolsillo, pero —como escribió mi abuelo— “la cadena se rompió y lo recuperé”. Durante una visita que hice al Betel de Brooklyn en 1958, Grant Suiter, entonces secretario tesorero de la Sociedad Watch Tower, me llamó a su oficina y me dio aquel reloj. Aún lo guardo como un tesoro.
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Favorecida con una herencia especialLa Atalaya 2000 | 1 de octubre
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[Ilustración de la página 27]
Los ocho Estudiantes de la Biblia a los que se encarceló injustamente en 1918 (mi abuelo es el que está de pie en el extremo derecho)
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