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Confíen en Jehová, él de veras los ayudaráLa Atalaya 2010 | 1 de septiembre
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La II Guerra Mundial había comenzado en Europa en septiembre de 1939, y el espíritu nacionalista se propagó por todo Estados Unidos. Como consecuencia, los muchachos que eran Testigos fueron objeto de burlas y palizas a manos de jóvenes y adultos prejuiciados. Los informes revelan que entre 1940 y 1944, los Testigos del país sufrieron más de dos mil quinientas agresiones por parte de turbas. La persecución se intensificó cuando Japón atacó Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941.
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Confíen en Jehová, él de veras los ayudaráLa Atalaya 2010 | 1 de septiembre
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Persecución en el sur
Cerca de la localidad de Jeanerette, los vecinos nos dieron permiso para estacionar nuestra casa remolque en un huerto de pacanas. Un sábado que decidimos predicar en la calle, el jefe de policía convocó a sus hombres y nos llevaron presos al Ayuntamiento. A la salida se reunió una turba como de doscientas personas, y la policía nos sacó afuera sin darnos protección alguna. ¡Qué alivio sentimos cuando la gente nos dejó pasar! Al día siguiente fuimos a la ciudad vecina de Baton Rouge para contarles lo sucedido a nuestros compañeros.
Cuando volvimos a Jeanerette, encontramos una nota en la puerta de nuestra casa, que decía: “Búsquenme, por favor, en el campo petrolero”, y estaba firmada por un tal E. M. Vaughn. De modo que fuimos a donde nos indicó, y, al hallarlo, nos invitó a comer con él y su esposa. Dijo que él y sus hombres habían estado el sábado entre la multitud, y que si hubiera sido necesario, él nos habría defendido. Le agradecimos sus palabras de ánimo y su apoyo.
Al día siguiente, ayudantes armados del comisario nos arrestaron, confiscaron nuestras publicaciones y se quedaron con las llaves de la casa. Me incomunicaron en una celda por diecisiete días sin darme prácticamente nada de comer. El señor Vaughn trató de ayudarnos, pero fue en vano. Mientras estuvimos presos, la turba robó y quemó todas nuestras pertenencias, incluso la casa remolque. Poco me imaginaba que Jehová me estaba preparando para lo que venía.
Encarcelamiento en el norte
Un mes después de que salí de Luisiana, me enviaron junto con otros Testigos como precursor especial a la ciudad de Olean (Nueva York). Una vez allí, el gobierno me llamó a filas, pero aceptó mi inscripción como objetor de conciencia. Después de que pasé el examen físico y mental, imprimieron en mi certificado un sello que indicaba que era candidato para la academia militar.
Pude seguir con mi precursorado más o menos durante un año. Pero en 1943, como no quise dejar de predicar para recibir adiestramiento militar, el FBI me arrestó y me exigió que compareciera en unos días ante el Tribunal Federal de la ciudad de Syracuse (Nueva York). Formularon cargos en mi contra, y dos días después celebraron el juicio.
Tuve que presentar mi propia defensa. Fue entonces cuando recordé las palabras de ánimo que mencioné al principio, las cuales se nos habían dicho a los Testigos jóvenes en las reuniones cristianas. Allí se nos había enseñado la manera en que debíamos comportarnos y defender nuestros derechos constitucionales ante un tribunal. Algunos fiscales incluso se lamentaban de que los Testigos supieran más de leyes que ellos mismos. Con todo, el jurado me declaró culpable. Cuando el juez me preguntó si tenía algo más que decir, me limité a responder: “Hoy, esta nación comparece delante de Dios por la manera como trata a sus siervos”.
Fui sentenciado a pasar cuatro años en la prisión federal de Chillicothe (Ohio), donde me pusieron a trabajar como secretario de uno de los oficiales del departamento de servicio militar obligatorio de la prisión. Algunas semanas después nos visitó un investigador especial que venía de la ciudad de Washington. Dijo que se estaba investigando a Hayden Covington, un representante legal de los testigos de Jehová muy conocido por ser uno de los mejores abogados en derecho constitucional del país.
Con el fin de cumplir su cometido, el investigador solicitó los archivos completos de dos reclusos: Danny Hurtado y Edmund Schmidt. “¡Qué casualidad! —exclamó mi supervisor—. Aquí está el señor Schmidt conmigo.” El investigador, que cumplía una misión secreta, inmediatamente cayó en la cuenta de que nos había revelado todo. Poco después me mandaron a trabajar en la cocina.
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Confíen en Jehová, él de veras los ayudaráLa Atalaya 2010 | 1 de septiembre
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Una vida plena y feliz
Algunos me han preguntado: “¿Te has arrepentido de haber aguantado ataques de turbas y encarcelamientos por servir a Dios?”. La verdad es que no. De hecho, doy gracias a Jehová de que me haya concedido el honor de servirle junto con tantos Testigos fieles. Espero que mis vivencias sirvan para que otros se acerquen más a Jehová con la firme resolución de no abandonarlo jamás.
Incontables siervos de Dios han tenido que soportar terribles penalidades. Pero eso es de esperarse, pues la Biblia asegura: “Todos los que desean vivir con devoción piadosa en asociación con Cristo Jesús también serán perseguidos” (2 Timoteo 3:12). No obstante, qué ciertas han demostrado ser las palabras de Salmo 34:19, que afirman: “Son muchas las calamidades del justo, pero de todas ellas lo libra Jehová”.
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