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  • Nuestra lucha por el derecho de predicar
    ¡Despertad! 1998 | 22 de abril
    • Al principio tuvimos éxito en el ministerio. Tanto a la hija de Violet como a mi hijo, Harold, les iba bien en la escuela. No obstante, después que los japoneses bombardearon Pearl Harbor en diciembre de 1941 y Estados Unidos les declaró la guerra, la respuesta a nuestra obra cambió radicalmente. Reinaba un exagerado espíritu de patriotismo y se temía una conspiración. Debido a nuestra neutralidad política, la gente sospechaba de nosotras y hasta nos acusaba de ser espías alemanas.

      A Harold lo expulsaron de la escuela por negarse a participar en la ceremonia de la bandera. El maestro me dijo que era un muchacho inteligente y de buenos modales, pero que, según el director, daba mal ejemplo porque no saludaba la bandera. Al superintendente de las escuelas del distrito le disgustó tanto la actitud del director y la decisión del consejo escolar, que dimitió de su cargo y se ofreció a pagar los estudios de Harold en una escuela privada.

      Todos los días recibíamos amenazas de turbas violentas. En cierta ocasión, unos policías nos sacaron a empujones del portal de una señora, estamparon nuestros gramófonos contra un árbol, rompieron los discos de conferencias bíblicas, hicieron pedazos nuestras Biblias y publicaciones y, finalmente, prendieron fuego a todo lo que habían confiscado. Nos ordenaron que abandonásemos la ciudad antes de que anocheciera o, de lo contrario, una turba nos echaría. Enseguida escribimos cartas a las autoridades municipales pidiendo protección, y las entregamos en mano, pero nos negaron su ayuda. Incluso telefoneé a la Oficina Federal de Investigación (FBI) de Jackson (Misisipí) solicitando su colaboración. También ellos nos aconsejaron que nos fuéramos de la ciudad.

      Aquella noche casi un centenar de hombres airados rodearon nuestro remolque. Éramos dos mujeres solas con nuestros hijos. Cerramos con llave las puertas, apagamos las luces y oramos con fervor a Jehová. Finalmente, la multitud se dispersó sin hacernos daño.

      En vista de la situación, Herbert decidió venir a Brookhaven de inmediato. Llevamos a Harold con sus abuelos, en Robertsdale, pues allí el director de la escuela nos garantizó que recibiría educación. Cuando regresamos a Brookhaven, encontramos el remolque destrozado y una orden de arresto clavada a una de las paredes interiores. A pesar de toda aquella oposición, nos mantuvimos firmes y proseguimos con nuestro ministerio.

      Arrestados y maltratados

      En febrero de 1942, Herbert y yo fuimos arrestados mientras conducíamos un estudio bíblico en un hogar modesto. El amo de casa se enfadó tanto al ver el trato que recibimos, que tomó su arma de la pared y amenazó con disparar al policía. Se nos acusó de allanamiento de morada; al día siguiente, en el juicio, nos declararon culpables.

      Estuvimos once días encerrados en una celda fría y asquerosa. Un pastor bautista nos visitó y nos prometió que si abandonábamos la ciudad, utilizaría su influencia para que nos pusieran en libertad. Aquello nos pareció irónico, pues precisamente había sido su influencia la que nos llevó a prisión.

      Un rincón de la celda había sido utilizado de retrete; había chinches por todas partes; la comida nos la servían en recipientes de hojalata mugrientos. Debido a las condiciones, contraje pulmonía. Después de llamar a un médico, nos pusieron en libertad. Aquella noche apareció una turba ante nuestro remolque, así que regresamos a Robertsdale a la espera del juicio.

      El juicio

      El día del juicio acudieron a Brookhaven bautistas de todo el estado para apoyar al pastor que provocó nuestro arresto. Aquello me motivó a escribir una carta a mi cuñado Oscar Skooglund, diácono bautista muy acérrimo. Fue una carta de tono exaltado y redactada con poco tacto. No obstante, se ve que tanto el trato que recibí como el contenido de la carta tuvieron una influencia beneficiosa en él, pues poco después llegó a ser un ferviente testigo de Jehová.

      Nuestros abogados, G. C. Clark y Victor Blackwell, también testigos de Jehová, estaban convencidos de que no recibiríamos un juicio imparcial en Brookhaven. De modo que decidieron protestar de continuo hasta lograr que el tribunal desestimara el caso. Cada vez que el fiscal abría la boca, uno de ellos protestaba. Objetaron por lo menos cincuenta veces. Finalmente, el juez desestimó todos los cargos.

  • Nuestra lucha por el derecho de predicar
    ¡Despertad! 1998 | 22 de abril
    • Más detenciones y encarcelamientos

      A la semana siguiente Aileen y yo nos reunimos con E. B. Peebles, vicepresidente de la Gulf Shipbuilding, y le explicamos la importancia de nuestra labor religiosa. Él nos advirtió que en Chickasaw no se permitiría la actividad de los testigos de Jehová. Le dijimos que las personas nos habían recibido con gusto en sus hogares. ¿Podía él negarles el derecho de estudiar la Biblia? Se puso hostil y nos amenazó con mandarnos a la cárcel por invasión de propiedad privada.

      Volví a Chickasaw en varias ocasiones, y en todas me arrestaron, aunque siempre me ponían en libertad bajo fianza. Como la fianza llegó a ser exorbitante, cada vez pasaba más tiempo en prisión, hasta que podíamos recaudar el dinero necesario. Las condiciones carcelarias eran insalubres: no había retrete, los colchones estaban inmundos y no había sábanas para cubrirse, solo una manta sucia. Como consecuencia, resurgieron mis problemas de salud.

      El 27 de enero de 1944 hubo un juicio conjunto para decidir los casos de seis Testigos arrestados el 24 de diciembre de 1943, y mi testimonio se tomó como representativo de todos los acusados. Si bien quedó patente que existía una franca discriminación contra los testigos de Jehová, me declararon culpable. No obstante, apelamos de la decisión.

      El 15 de enero de 1945, el Tribunal de Apelaciones anunció el veredicto: culpable de invadir la propiedad privada. Además, el Tribunal Supremo de Alabama se negó a dar audiencia al caso. Así que el 3 de mayo de 1945, Hayden Covington, un abogado valiente y dinámico, también testigo de Jehová, apeló al Tribunal Supremo de Estados Unidos.

      Mientras Aileen y yo esperábamos noticias del Tribunal Supremo, decidimos invertir los papeles presentando al alguacil una demanda civil por daños y perjuicios contra quienes nos habían acusado, a saber, E. B. Peebles y sus colaboradores. Estos trataron de cambiar sus cargos contra nosotras para que en lugar de invasión de propiedad privada constara obstrucción del tránsito. No obstante, estando yo en prisión, logré sacar clandestinamente un documento firmado por el diputado Chatham, en el que se nos acusaba de invadir la propiedad privada. Cuando se presentó esta prueba en el juicio, el alguacil Holcombe se puso en pie de un salto y casi se tragó el cigarro. Aquel juicio, celebrado en febrero de 1945, acabó sin que el jurado pudiera llegar a un veredicto.

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