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  • Feliz en una verdadera hermandad mundial
    La Atalaya 1994 | 1 de septiembre
    • Feliz en una verdadera hermandad mundial

      RELATADO POR WILLIE DAVIS

      En 1934 las garras de la Gran Depresión atenazaban el mundo, y Estados Unidos se hallaba en un caos económico. Fuera del centro de beneficencia para desempleados de Cleveland (Ohio, E.U.A.), un policía peleaba con un reconocido comunista. El policía disparó contra el comunista y lo mató, así como también a una transeúnte, mi abuela, Vinnie Williams.

      LOS comunistas intentaron convertir estas muertes en un incidente racial, pues mi abuela era negra, y el policía, blanco. Distribuyeron hojas informativas con títulos como “Policía racista de Cleveland” y “Venguen estas muertes”. Los comunistas se ocuparon del funeral de mi abuela. Tengo una fotografía de los portadores del féretro, todos ellos blancos y miembros del partido. Cada uno de ellos está con el puño cerrado en alto, símbolo que después adoptó el movimiento Poder Negro.

      Cuando mi abuela murió, su hija estaba embarazada de mí, y cuatro meses más tarde nací. Crecí con un impedimento del habla. No podía comunicarme sin tartamudear, de modo que durante los primeros años de escuela tuve que someterme a terapia lingüística.

      Mis padres se separaron cuando yo tenía 5 años, y mamá nos crió a mi hermana y a mí. A los 10 años empecé a trabajar después de la escuela en una tienda de comestibles repartiendo los pedidos para ayudar económicamente a la familia. Dos años más tarde empecé a trabajar también antes de ir a la escuela, convirtiéndome en la principal fuente de ingresos de la familia. Cuando mamá fue hospitalizada y tuvo que someterse a varias operaciones, dejé la escuela y me puse a trabajar de jornada completa.

      Encuentro una hermandad

      En 1944, un testigo de Jehová le dejó el libro “La verdad os hará libres” a la esposa de mi primo, y yo participé en el estudio bíblico que se empezó con ella. Ese mismo año comencé a asistir a la Escuela del Ministerio Teocrático de la Congregación Eastside. El instructor de la escuela, Albert Cradock, tenía el mismo impedimento del habla que yo, pero había aprendido a controlarlo. Cuánto me animó eso.

      Nuestro vecindario era mayormente italiano, polaco, húngaro y judío, y la congregación estaba compuesta de hermanos de estas y otras etnias. La esposa de mi primo y yo fuimos de los primeros afroamericanos que asistieron a esta congregación blanca, pero los Testigos no demostraron ningún prejuicio racial. Por el contrario, me invitaron regularmente a comer a sus casas.

      En 1956 me trasladé al sur de Estados Unidos para servir donde había más necesidad de ministros. Cuando volví al norte un verano para la asamblea de distrito, muchos de los hermanos de Cleveland fueron a verme y se interesaron sinceramente en lo que estaba haciendo. Su interés me enseñó una lección fundamental: ‘no vigilar con interés personal solo nuestros propios asuntos, sino también con interés personal los de los demás’. (Filipenses 2:4.)

      Ministerio de tiempo completo ampliado

      En noviembre de 1959, después de servir tres años en la predicación de tiempo completo como precursor, fui invitado a trabajar en el hogar Betel de Brooklyn, la central mundial de los testigos de Jehová, ubicada en la ciudad de Nueva York. Se me asignó al Departamento de Envíos. El superintendente del departamento, Klaus Jensen, y mi compañero de habitación, William Hannan, ambos blancos, fueron padres espirituales para mí. Los dos llevaban unos cuarenta años en Betel cuando llegué.

      A principios de los años sesenta, la familia Betel de Brooklyn tenía alrededor de seiscientos miembros, y unos veinte eran afroamericanos. Para entonces se empezó a sentir la lucha racial en Estados Unidos, y las relaciones raciales se pusieron tensas. No obstante, la Biblia enseña que “Dios no es parcial”, y tampoco lo debemos ser nosotros. (Hechos 10:34, 35.) Los comentarios espirituales que teníamos en el comedor de Betel todas las mañanas fortalecían nuestra determinación de aceptar la opinión de Dios sobre estas cuestiones. (Salmo 19:7.)

      Estando en Betel de Brooklyn conocí a Lois Ruffin, una precursora de Richmond (Virginia, E.U.A.), y nos casamos en 1964. Estábamos resueltos a permanecer en el ministerio de tiempo completo, de modo que después de la boda, regresamos al sur de Estados Unidos. Primero servimos de precursores especiales, y luego, en 1965, se me invitó a la obra de circuito. Durante los siguientes diez años visitamos las congregaciones de los estados de Kentucky, Texas, Louisiana, Alabama, Georgia, Carolina del Norte y Misisipí.

      Una prueba para nuestra hermandad

      Aquellos fueron años de muchos cambios. Antes de trasladarnos al sur, las razas habían sido segregadas. La ley prohibía a los negros ir a las mismas escuelas, comer en los mismos restaurantes, dormir en los mismos hoteles, comprar en las mismas tiendas o incluso beber de las mismas fuentes que los blancos. Pero en 1964 el Congreso de Estados Unidos promulgó la Ley de Derechos Civiles, que proscribía la discriminación en los lugares públicos, entre ellos, el transporte. De modo que ya no había fundamento legal para la segregación racial.

      Por lo tanto, se planteaba la pregunta: ¿se integrarían nuestros hermanos y hermanas de congregaciones formadas solo por negros o solo por blancos, y se tendrían amor y cariño entre sí, o impedirían tal integración la presión de la comunidad y los arraigados sentimientos del pasado? Era un reto seguir el mandato bíblico: “En amor fraternal ténganse tierno cariño unos a otros. En cuanto a mostrarse honra unos a otros, lleven la delantera”. (Romanos 12:10.)

      Desde hacía mucho tiempo la opinión general, particularmente en el sur de Estados Unidos, era que los negros eran inferiores. Toda la sociedad, incluidas las iglesias, había grabado profundamente este criterio en el sentir de la gente. De modo que a muchos blancos no les resultaba fácil aceptar a los negros como iguales. Este fue un tiempo de prueba para nuestra hermandad, tanto para los negros como para los blancos.

      Felizmente, hubo una buena respuesta general a la integración de nuestras congregaciones. No se eliminaron enseguida siglos de cuidadoso adoctrinamiento sobre la superioridad racial. No obstante, los hermanos recibieron bien la integración y la mayoría de ellos se regocijaron de poder estar juntos.

      Es de interés el que incluso algunas personas que no eran Testigos cooperaran con la integración de nuestras congregaciones. Por ejemplo, en Lanett (Alabama, E.U.A.) se preguntó a los vecinos del Salón del Reino si tenían inconveniente en que los negros asistieran a las reuniones. Una señora mayor blanca dio la mano a un hermano negro y le dijo: “Ustedes vengan a nuestro vecindario y adoren a Dios como quieran”.

  • Feliz en una verdadera hermandad mundial
    La Atalaya 1994 | 1 de septiembre
    • Cuando comparo la organización de Jehová con el mundo, mi corazón rebosa de agradecimiento por nuestra auténtica hermandad mundial. Aún recuerdo con cariño a aquellos hermanos de Cleveland, todos blancos, que me alimentaron espiritualmente. Y cuando vi a nuestros hermanos del sur de Estados Unidos, tanto blancos como negros, reemplazar sus sentimientos de prejuicio por un sincero amor fraternal, mi corazón se llenó de gozo.

  • Feliz en una verdadera hermandad mundial
    La Atalaya 1994 | 1 de septiembre
    • [Fotografía en la página 25]

      Con mi esposa, Lois

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