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Preguntas de los lectoresLa Atalaya 1986 | 1 de abril
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Jesús no hizo causa común con ninguna de las sectas del judaísmo. Los judíos que profesaban tales sectas afirmaban creer en el Dios de la creación y en las Escrituras Hebreas, particularmente en la Ley de Moisés. Aún así, Jesús dijo a sus discípulos: “Guárdense [...] de la enseñanza de los fariseos y saduceos”. (Mateo 16:11, 12; 23:15.) Considere además, con cuanta firmeza expuso el apóstol Pablo el asunto: “Aunque nosotros o un ángel del cielo les declarara como buenas nuevas algo que fuera más allá de lo que nosotros les declaramos como buenas nuevas, sea maldito”. Seguidamente, Pablo subrayó esta declaración por medio de repetirla. (Gálatas 1:8, 9.)
La enseñanza de puntos de vista disidentes o divergentes no es compatible con el verdadero cristianismo, como expresó Pablo claramente en 1 Corintios 1:10: “Hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo les ruego que se pongan de acuerdo y no estén divididos. Vivan en armonía, pensando y sintiendo de la misma manera” (Versión Popular). En Efesios 4:3-6, Pablo dijo además que los cristianos deberían esforzarse “solícitamente por observar la unidad del espíritu en el vínculo unidor de la paz. Un cuerpo hay, y un espíritu, así como ustedes fueron llamados en la sola esperanza a la cual fueron llamados; un Señor, una fe, un bautismo; un Dios y Padre de todos”.
¿Se alcanzaría y mantendría esta unidad si cada uno investigara independientemente en las Escrituras para llegar a sus propias conclusiones y luego enseñarlas a otros? ¡De ningún modo! A este fin, Jehová, mediante Jesucristo, “dio algunos como apóstoles, [...] algunos como evangelizadores, algunos como pastores y maestros, [...] hasta que todos logremos alcanzar la unidad en la fe y en el conocimiento exacto del Hijo de Dios, a un hombre hecho”. En efecto, con la ayuda de tales ministros, la unidad de la congregación —unidad de enseñanza y servicio— podría y llegaría a ser posible. (Efesios 4:11-13.)
Es evidente que la base para que una persona sea un asociado aprobado entre los testigos de Jehová no consiste únicamente en que él crea en Dios, en la Biblia, en Jesucristo y así sucesivamente. Tanto el papa de Roma como el arzobispo anglicano de Canterbury profesan esas mismas creencias, sin embargo, los miembros de sus respectivas iglesias son exclusivos, no intercambiables. De la misma manera, el mero hecho de profesar tales creencias básicas no autorizaría a una persona a darse a conocer como testigo de Jehová.
La condición de asociado aprobado entre los testigos de Jehová requiere que uno acepte todo el conjunto de enseñanzas verdaderas que se hallan en la Biblia, lo que incluye aquellas creencias bíblicas que son características de los testigos de Jehová.
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Preguntas de los lectoresLa Atalaya 1986 | 1 de abril
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¿Tenemos algún precedente bíblico para asumir una postura tan estricta? ¡Naturalmente! El apóstol Pablo escribió de algunos en su día, de quienes dijo: “Su palabra se esparcirá como gangrena. Himeneo y Fileto son de ese grupo. Estos mismos se han desviado de la verdad, diciendo que la resurrección ya ha sucedido; y están subvirtiendo la fe de algunos”. (2 Timoteo 2:17, 18; véase además Mateo 18:6.) No hay nada en el registro que indique que estos hombres no creían en Dios, en la Biblia y en el sacrificio de Jesús. Sin embargo, respecto a esta enseñanza fundamental —lo que ellos estaban enseñando en cuanto al tiempo de la resurrección— el apóstol Pablo aptamente los calificó de apóstatas, con quienes los cristianos fieles no deberían tener compañerismo.
De manera semejante, el apóstol Juan calificó de anticristos a aquellos que no creyeron que Jesús había venido en la carne. Puede que ellos hayan creído en Dios, en las Escrituras Hebreas y en Jesús como Hijo de Dios. Pero en cuanto a esta enseñanza, que Jesús de hecho había venido en la carne, estaban en desacuerdo, y por lo tanto fueron calificados de “anticristo”. Respecto a quienes sostenían tales puntos de vista divergentes, Juan pasó a decir: “Si alguno viene a ustedes y no trae esta enseñanza, nunca lo reciban en casa ni le digan un saludo. Porque el que le dice un saludo es partícipe en sus obras inicuas”. (2 Juan 7, 10, 11.)
Apegándonos a este modelo bíblico, si un cristiano (que afirmara creer en Dios, la Biblia y Jesús) promoviera enseñanzas falsas y no se arrepintiera, sería necesario expulsarlo de la congregación. (Véase Tito 3:10, 11.)
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