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  • Nuestro viaje inolvidable a Vanuatu
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1988
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  • Asamblea en Vila
  • Conocemos a los “pequeños nambas”
  • Sobrevivimos al ciclón Uma
  • Tras la tormenta
La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1988
w88 15/7 págs. 26-29

Nuestro viaje inolvidable a Vanuatu

AL DESPEGAR el avión del aeropuerto de Vila en nuestro viaje de regreso a Nouméa, Nueva Caledonia, empezamos a darnos cuenta de lo inesperadas que habían sido para nosotros muchas de las experiencias que tuvimos. Llevábamos grabados en la memoria, no solo las vistas y los sonidos de las hermosas islas de Vanuatu y su gente amable y afectuosa, sino también las angustias de un ciclón devastador en una isla tropical.

Vanuatu es un grupo de aproximadamente 80 islas en forma de “Y” en el sudoeste del Pacífico, a unos 400 kilómetros [250 millas] al nordeste de Nueva Caledonia. Esparcidos en esas islas viven 84 de nuestros compañeros testigos de Jehová, que forman dos congregaciones. Mi esposa y yo nos entusiasmamos mucho cuando supimos que habríamos de visitarlos. Naturalmente, nos hicimos muchas preguntas. ¿Qué condiciones encontraríamos? ¿Qué clase de personas son los isleños? Y, lo más importante, ¿cómo responderían a las buenas nuevas del Reino?

Asamblea en Vila

Hasta cierto grado nos preocupó enterarnos de que, aunque la mayoría de los isleños son melanesios, por todo el archipiélago se hablan más de 100 idiomas. Pero nos sentimos mejor cuando descubrimos que tienen como lengua común una clase de inglés corrompido llamado bislama. Así que no nos sería muy difícil comunicarnos con ellos.

Primero llegamos a Vila, la capital de Vanuatu. Allí asistiríamos a la Asamblea de Distrito “Paz Divina”. Los Testigos locales se habían afanado preparando la asamblea. Fue alentador conocer a delegados de islas remotas que tuvieron que ahorrar dinero por meses para hacer el viaje.

El local se llenó desde el primer día. Más de 300 personas acudieron para ver los dramas bíblicos presentados mediante videocintas. Fue una concurrencia sobresaliente, pues solo hay 84 publicadores del Reino en las islas. Ciertamente Jehová está preparando una buena cosecha en estos puntitos de tierra en medio del océano Pacífico.

Conocemos a los “pequeños nambas”

El día siguiente un hermano nativo y yo viajamos en avioneta a la isla de Malekula. Después de un vuelo turbulento, aterrizamos en South West Bay. Mi compañero fue a buscar a su primo para que nos consiguiera un bote. Era la única manera de llegar a la aldea de Letokas, adonde íbamos.

Mientras bordeábamos la costa, me impresionó la belleza natural de la isla. Era una vista asombrosa la de los acantilados que se precipitaban directamente en el océano. Por todas partes había lujuriante vegetación, adornada de flores de brillantes colores o cubierta de enredaderas, helechos y delicadas orquídeas. Pájaros de hermosos colores saltaban de una rama a otra entre los árboles.

Desde nuestro bote también podíamos ver la riqueza del mar: el arrecife de coral, la conocida despensa de los isleños. De todo el mundo viene gente a bucear aquí y a admirar la belleza del coral y de los peces tropicales. También abundan las conchas, y las langostas que los nativos sacan del mar con redes y lanzas.

Pronto notamos el humo que subía de una plantación de coco a la distancia. Así supimos que nos acercábamos a nuestro destino, una hermosa ensenada cerca de Bamboo Bay. Al acercarnos a la orilla, unas marsopas vinieron a jugar cerca. Después vimos a varios hombres que llevaban arcos y flechas y hacían ademanes excitados. Entre ellos estaban nuestros hermanos, muy gozosos de vernos llegar.

Estos eran los pequeños nambas del sur de Malekula, una de las tribus más aisladas del sur del Pacífico. Viven en aldehuelas en lugares montañosos a varios días de camino desde la costa. Los hombres solían usar la “namba”, una cobertura de hojas para los lomos colgada de una correa de corteza arbórea. Las mujeres llevan faldas cortas de yerba. En cada aldea por lo general hay un centro ceremonial donde se ejecutan danzas relacionadas con sacrificios y otros ritos. Aunque muchos aldeanos han adoptado el estilo de vida occidental, todavía son comunes las supersticiones y las prácticas espiritistas.

Fue un placer conocer a los hermanos. Los hombres eran de baja estatura, pero muy fuertes. Me conmovieron su timidez natural y su bondad. Algunos niños me tenían miedo porque yo era blanco como los médicos que los habían tratado, ¡y recordaban bien las inyecciones que les habían puesto!

La aldea estaba dividida en dos por una pequeña plantación de coco en el medio. La mitad de la aldea se reserva para los que han aceptado la verdad, y pronto aprendí por qué. Para declararse de parte de la verdad y continuar su estudio bíblico, algunos tienen que vivir aparte de los otros aldeanos.

Las cabañas se construyen sobre pilotes de bambú. Al entrar en una de ellas, al momento me afectó el humo denso de una fogata en medio de la habitación. El humo me irritó los ojos, pero por lo menos también alejó a los mosquitos y las moscas. Cerca, en otra cabaña pequeña, una isleña preparaba un trozo de buluk, o carne de res, colocado sobre hojas laplap y oscurecido de moscas.

Invitamos a la gente a un programa de diapositivas el miércoles por la noche. Sería una presentación de la historia de los testigos de Jehová titulada: Progreso internacional a pesar de la persecución. Uno de los publicadores había viajado todo un día para invitar a aldeanos de las montañas. Me preguntaba si vendrían. Al anochecer llegó un joven con su arco y flechas. Le siguieron otras personas. ¡Qué emoción ver que la distancia no les había impedido asistir!

Pronto vimos arcos y flechas por todas partes. Unas 80 personas habían venido, y empezamos el programa. Me pareció interesante el sonido que hacían con la lengua cuando les sorprendía alguna vista.

Después del programa hablamos de las costumbres y prácticas de los nativos. Los aldeanos escucharon cuidadosamente y aceptaron con gusto la amonestación bíblica contra el demonismo en 1 Corintios 10:20, 21. Por algún tiempo ellos habían resistido a los misioneros de las iglesias de la cristiandad que habían querido imponerles el llamado estilo de vida cristiano. En parte esto se debió a que no concordaban con ciertas enseñanzas de los misioneros, y en parte a que les escandalizaba la conducta de algunos que afirmaban ser cristianos. Ahora los aldeanos se alegraron de conocer la promesa de Dios de hacer de la Tierra un paraíso y resucitar a los muertos. Recordé las palabras de Jesús en Juan 8:32: “Conocerán la verdad, y la verdad los libertará”.

La fe de estas personas, y su amor a la Biblia, también ha significado oposición para ellas. Algunos jefes religiosos obligaron a los nativos a clavar nuestros folletos en las puertas de sus casas como señal que significaba: ‘No los queremos aquí’. Pero esta clase de presión solo resultó en que algunos amos de casa quisieran un estudio bíblico para investigar la verdad. Se me hizo muy difícil despedirme de estos excelentes amigos que aman la verdad. Prometí que volvería y visitaría su aldea de las montañas.

Sobrevivimos al ciclón Uma

En nuestro viaje hicimos una parada en Espíritu Santo, otra isla de Vanuatu, al norte. Allí visitamos a la Congregación de Luganville. Aunque esa congregación solo tiene un anciano, manifiesta excelente espíritu. Fue una agradable sorpresa ver una concurrencia de 150 personas al discurso bíblico el domingo, una cifra que es tres veces la cantidad de publicadores del Reino.

Tuvimos que regresar a Vila para tomar el avión que nos llevaría a casa en Nouméa, Nueva Caledonia. Mientras estábamos en Vila, el viernes por la tarde oímos las noticias de que se acercaba el ciclón Uma. La gente no se sorprendió mucho, pues los ciclones son muy comunes durante esta época del año. Entonces se informó que el ciclón llegaría a las 7.00 de la noche. Inmediatamente anunciamos por la radioemisora local que pospondríamos nuestras reuniones. Me preocupaba también nuestro vuelo de regreso a Nouméa el domingo.

Para las 5.30 de la tarde el viento era tan fuerte que empezó a romper ventanas. Nos dimos cuenta de que teníamos que cubrirlas, al igual que las puertas, para que el viento no entrara y se llevara el techo. Apilamos colchones, camas, cómodas y mesas contra las ventanas y las puertas. Sentíamos la fuerza del viento azotando la casa, pero, para alegría nuestra, la casa aguantó el azote. Después supimos que aquella noche los vientos habían alcanzado la fuerza de 240 kilómetros por hora [150 millas por hora].

Pronto vino una calma. La aprovechamos y salimos corriendo para ver cómo les iba a las Testigos de al lado. Nos sorprendió ver derribados los árboles de su patio, y notar que la pared de una habitación se había desplomado. Las tres hermanas estaban acurrucadas en otro cuarto, esperando ayuda. Nos preguntamos cómo les iría a nuestros hermanos de otros lugares. Todos oramos a Jehová que los protegiera.

A medianoche, después de casi ocho horas que nos dejaron agotados, el ciclón siguió hacia el sur del archipiélago. Pero todavía había relámpagos y lluvia. A la luz de los incesantes relámpagos vimos techos de hojalata volando por todas partes. Pronto la lluvia empezó a entrar en la casa. Ahora eran las 2.30 de la mañana, y decidimos salir para ver cómo estaban nuestros hermanos.

Tras la tormenta

Las calles estaban llenas de hojas y ramas de árboles, trozos de muebles, techos de hojalata y artículos hogareños. Los postes metálicos de las luces habían sido torcidos y derribados al suelo. Tuvimos que abrirnos paso entre los escombros. La vista era de horrible desolación. Hallamos al superintendente presidente local y su familia temblando dentro de su pequeño auto. El ciclón había arrancado el techo de su casa, y esta se había desplomado. Nos alegramos de que ellos mismos estuvieran bien.

Aquel ciclón resultó ser uno de los más devastadores que había experimentado Vanuatu en 25 años. El mar agitado había arrojado a tierra todas las embarcaciones, y supimos que 46 personas habían muerto o desaparecido, principalmente entre los que viajaban en los barcos. Casi 4.000 personas quedaron sin hogar, y se calculaba que el daño a las cosechas y la propiedad era de $200.000.000 (E.U.A.). Nos alegró saber que no había muertos ni heridos entre los hermanos.

En seguida establecimos un comité de socorro. Los testigos de Jehová de Nueva Caledonia enviaron más de mil libras de suministros, entre ellos alimento, ropa y material que ayudaría a los hermanos a reconstruir sus casas. Personas interesadas en la verdad que vivían al otro lado de la isla nos abrazaron cuando llegamos. Habían perdido sus cosechas, y solo una cabaña antigua había resistido la tormenta. Nos aseguramos de que tuvieran suficiente alimento para dos días, y entonces regresamos a Vila.

Las autoridades locales y países vecinos empezaron a suministrar socorro también. Cuando empezó a subir el hedor de la putrefacción, el gobierno instó a la gente a limpiar la ciudad lo más pronto posible. Dimos algunas sugerencias sobre qué hacer con el agua para evitar que se esparcieran enfermedades como la fiebre tifoidea y el cólera.

Para el deleite de todos, el jueves siguiente pudimos presentar el programa de diapositivas. Después de la reunión, se oía conversar agitadamente a los Testigos y sus asociados. Muchos todavía sentían los efectos de haber perdido todas sus pertenencias. Pero todos estaban muy dispuestos a ayudar a otros y suplirles lo que necesitaban. ¡Qué demostración de unidad cristiana!

Al fin tuvimos que despedirnos de nuestros amados hermanos y hermanas. Su amor y celo nos habían estimulado mucho. La penalidad que habíamos experimentado solo sirvió para acercarnos más unos a otros. Cuando el avión despegó de Vila, lo que deseábamos era regresar para verlos a todos de nuevo.—Contribuido.

[Fotografía en la página 29]

Alegres de oír las buenas nuevas

[Fotografías/Mapa en la página 26]

Vila, capital de Vanuatu

Predicando a un residente local

Una aldea típica

[Mapa]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

VANUATU

ESPÍRITU SANTO

Luganville

MALEKULA

EFATE

Vila

NUEVA CALEDONIA

Nouméa

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