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La tragedia de la guerra¡Despertad! 1999 | 22 de septiembre
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La tragedia de la guerra
EN EL Museo Imperial de la Guerra, de Londres (Inglaterra), se expone un singular reloj con contador digital que despierta la curiosidad del público. La finalidad del reloj no es señalar la hora, sino ayudar a la gente a comprender la magnitud de un rasgo distintivo del presente siglo: la guerra. Mientras gira la manecilla del reloj, el contador añade cada 3,31 segundos una unidad a su total para representar a cada hombre, mujer o niño que ha muerto a consecuencia de la guerra durante el siglo XX.
El contador empezó a funcionar en junio de 1989 y se detendrá el 31 de diciembre de 1999 a medianoche. En ese momento habrá llegado a cien millones, un cálculo moderado del número de vidas que se habrán perdido en las guerras libradas durante los pasados cien años.
¡Imagínese! ¡Cien millones de personas!: más del doble de la población de Inglaterra. Esta cifra, sin embargo, de ningún modo revela el pánico y el dolor que experimentaron las víctimas, como tampoco refleja el sufrimiento de sus seres queridos, de los incontables millones de padres y madres, hermanos y hermanas, viudas y huérfanos. No obstante, hay algo que sí nos dice: que nuestro siglo ha sido con mucho el más destructivo de toda la historia humana, que su salvajismo no tiene parangón.
La historia del siglo actual también muestra la pericia que el hombre ha adquirido en el arte de matar. La invención de nuevas armas fue a un ritmo lento hasta el siglo XX, cuando se ha producido una avalancha de material bélico. Al estallar en 1914 la primera guerra mundial, los ejércitos de Europa incluían soldados de caballería provistos de lanzas. Hoy en día, valiéndose de satélites equipados con sensores y sistemas de teledirección computarizados, los misiles pueden llevar la muerte a cualquier lugar de la Tierra con asombrosa precisión. Los años intermedios han visto la construcción y el perfeccionamiento de armas de fuego, tanques, submarinos, aviones militares, armas biológicas y químicas y, por supuesto, “la bomba”.
Resulta irónico que el hombre se haya hecho tan experto en la guerra, que ya no pueda permitirse el lujo de jugar a ella. Al igual que en la novela Frankenstein, en la que el monstruo termina por dar muerte a su creador, la guerra amenaza con destruir a quienes le confirieron poder tan grande. ¿Es posible controlar o destruir a este monstruo? Los siguientes artículos analizarán tal cuestión.
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Las perspectivas de la guerra¡Despertad! 1999 | 22 de septiembre
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Las perspectivas de la guerra
“DURANTE cuatro mil años de experimento y repetición, la guerra se ha convertido en un hábito”, observó el historiador militar John Keegan. ¿Se podrá acabar con él? Se ha sacrificado un número incontable de vidas y se han invertido ingentes cantidades de energía y de recursos en los combates. Durante milenios ha habido mentes brillantes consagradas al descubrimiento de nuevas y mejores formas de matar y destruir. ¿Muestran los seres humanos el mismo entusiasmo a la hora de promover la paz? De ningún modo. Aun así, muchos creen que hay ciertas razones para ser optimistas.
Consideran la guerra una locura
Dicho optimismo se funda en la creencia de que la gente civilizada ya no ve la guerra como antes. Al guerrero mongol Gengis Kan, del siglo XIII, se le atribuyen las siguientes palabras: “La felicidad consiste en subyugar a los adversarios, en obligarlos a presentarse ante uno, en despojarlos de sus bienes, en saborear su desesperación, en ultrajar a sus hijas y sus mujeres”.
Mal podemos imaginarnos a un líder mundial haciendo semejante afirmación hoy día. El libro Historia de la guerra dice: “Es difícil que en el mundo actual se forme un contingente de opinión razonada que afirme que la guerra es una actividad justificable”. La guerra ya no se ve como un acto natural, instintivo, glorioso o noble. La carnicería provocada por los conflictos bélicos de este siglo ha engendrado en la humanidad temor y aversión a las consecuencias de la guerra. Cierto escritor arguye que este sentimiento de rechazo hacia la violencia ha llevado a la abolición de la pena de muerte en muchos países y ha alentado la solidaridad con los que se niegan a participar en las actividades militares.
Pero la repugnancia ante las matanzas no es el único factor que ha propiciado un cambio en la opinión pública; también está la importante cuestión del instinto de supervivencia. Es tal el poder destructivo de las armas modernas, tanto nucleares como convencionales, que cualquier enfrentamiento armado entre las principales potencias actuales conllevaría el riesgo de aniquilación mutua. Emprender una guerra a gran escala es una locura, un suicidio. Es esta convicción lo que, a juicio de muchos, ha evitado un conflicto nuclear durante más de cincuenta años.
Existe otra razón por la que algunos ven el futuro de manera diferente. La guerra a gran escala es considerada una locura no solo por la posibilidad de perderlo todo, sino también porque se lograría muy poco. El argumento económico contra la posibilidad de una gran conflagración es el siguiente: Las naciones ricas y poderosas del mundo se benefician inmensamente de la cooperación económica, y las ventajas materiales de que gozan en tiempo de paz no pueden equipararse a ninguna de las que podría reportar la guerra. Así pues, hay buenas razones para que las naciones fuertes mantengan la paz entre sí. Por otra parte, también les conviene aunar sus fuerzas para reprimir cualquier conflicto entre las potencias menores que amenace el statu quo económico.
Gestiones mundiales en pro de la paz
El deseo de poner fin a la guerra se expresa en el preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas, donde leemos sobre la resolución de los estados miembros de “preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida [en las dos guerras mundiales] ha infligido a la Humanidad sufrimientos indecibles”. Esta determinación de preservar a las generaciones venideras de la guerra está contenida en el concepto de seguridad colectiva, esto es, la idea de que las naciones se unan contra cualquier estado al que se defina como agresor. Por lo tanto, cualquier país que quisiera declarar la guerra se enfrentaría a la ira de la comunidad internacional.
Aunque, teóricamente, es una idea sencilla y lógica, su aplicación ha sido otra historia. The Encyclopædia Britannica expresa: “Si bien la seguridad colectiva, en formas un tanto diversas, desempeñó un importante papel en el Pacto de la Sociedad de Naciones y está integrada en la Carta de las Naciones Unidas, ha fracasado por completo en ambos casos. A falta de un gobierno internacional capaz de decidir en última instancia sobre los asuntos, las naciones no han logrado coincidir en una definición inequívoca de lo que es agresión, no han aceptado en la práctica el principio de lucha contra la agresión sin tomar en cuenta quién sea el agresor, y, por consiguiente, no han establecido la fuerza internacional de seguridad colectiva prevista en la Carta”.
Con todo, la idea de crear un organismo supranacional para promover la paz fue una innovación en los asuntos de la humanidad. Para muchos individuos que anhelan la paz, las fuerzas de pacificación de la ONU, con sus cascos azules, siguen siendo un símbolo de esperanza. Sus sentimientos son parecidos a los del periodista que celebró “el concepto del soldado de paz que es enviado a las zonas en conflicto no para guerrear, sino para fomentar la paz; no para combatir a los enemigos, sino para ayudar a los amigos”.
Durante décadas, la Guerra Fría dividió a la ONU en dos bloques de potencias, cada uno dispuesto a frustrar los planes del otro. Aunque el fin de la Guerra Fría no ha erradicado los conflictos, la desconfianza y el recelo entre las naciones, muchos creen que ahora el panorama político ofrece oportunidades sin precedentes para que la ONU actúe conforme a sus objetivos originarios.
Otros sucesos que han tenido lugar en nuestro siglo también han dado esperanza a los que anhelan la paz. Por ejemplo, la diplomacia internacional aspira a la resolución pacífica de los conflictos. La ayuda humanitaria permite que unas naciones rehabiliten a otras y que los pueblos destrozados por la guerra se recuperen. El pacifismo y el humanitarismo han venido a ser elementos constitutivos de la política internacional. Los defensores del pacifismo reciben honores.
La guerra del futuro
No obstante, cualquier optimismo existente debe equilibrarse con algunas duras realidades. Cuando en 1989 cesó la Guerra Fría, muchas personas expresaron su confianza en la instauración de un orden mundial pacífico. Sin embargo, la guerra continuó. Se calcula que durante los siguientes siete años estallaron 101 conflictos en diversos lugares. La mayoría no fueron luchas entre estados, sino dentro de los estados, guerras civiles en las que los grupos opuestos emplearon armas poco sofisticadas. En Ruanda, por ejemplo, gran parte de la mortandad fue causada con machetes.
Los campos de batalla modernos suelen ser las ciudades y los pueblos, y se hace poca o ninguna distinción entre civiles y combatientes. Michael Harbottle, director del Centro para el Mantenimiento de la Paz Internacional, escribió: “Mientras que en el pasado las causas de conflicto eran bastante predecibles, ahora son mucho más complejas y mucho más difíciles de controlar. El grado de violencia que las acompaña es increíble y totalmente irracional. La población civil se encuentra en la línea de fuego lo mismo que los ejércitos combatientes”. Y este tipo de enfrentamientos con armas poco avanzadas no tiene visos de disminuir.
Entre tanto, en las naciones ricas de la Tierra, la invención de armas de alta tecnología avanza a ritmo acelerado. Mediante el uso de sensores —ya sea en el aire, el espacio, el océano o la tierra—, un ejército moderno puede ver los objetivos más rápida y claramente que nunca antes, incluso en terreno difícil, como la selva. Una vez que los sensores localizan el blanco, los misiles, torpedos o bombas guiadas por láser pueden dar en él, a menudo con increíble precisión. A medida que las nuevas técnicas se perfeccionan y se adoptan, la “guerra a distancia” se acerca más a la realidad al posibilitar que un ejército lo vea todo, alcance la totalidad de los objetivos y destruya gran parte de las posesiones enemigas.
Al analizar las perspectivas de la guerra, no hay que olvidar la presencia amenazadora de las armas nucleares. La revista The Futurist predice: “La constante proliferación de armas atómicas aumenta cada vez más las probabilidades de que tengamos una o más guerras atómicas durante los próximos treinta años. Además, las bombas atómicas pueden ser empleadas por terroristas”.
¿Cuál es el problema?
¿Qué ha frustrado los intentos de alcanzar la paz mundial? Un factor obvio es que la familia humana está desunida. La humanidad se ha fragmentado en naciones y culturas que manifiestan desconfianza, odio o temor entre sí. Sus valores, puntos de vista y objetivos son opuestos. Además, el empleo del poder militar ha sido considerado durante milenios como un medio legítimo de proteger los intereses nacionales. Tras reconocer esta situación, un informe del Instituto de Estudios Estratégicos de la Escuela de Guerra del Ejército de E.U.A. dijo: “Para muchos, esto significa que la paz solo puede alcanzarse con un gobierno mundial”.
A algunos les parece que las Naciones Unidas deberían ser ese gobierno. Pero nunca fue el propósito de la ONU constituir un gobierno mundial con un poder mayor que el de sus miembros. Su fuerza es solo aquella que le concedan sus estados miembros. El recelo y el desacuerdo continúan entre estas naciones, y el poder que le otorgan a la ONU es limitado. Por lo tanto, en vez de configurar el sistema internacional, la ONU sigue siendo más bien un reflejo de este.
A pesar de todo, la paz mundial será sin falta una realidad. El siguiente artículo muestra de qué manera.
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Adiós a la guerra¡Despertad! 1999 | 22 de septiembre
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Adiós a la guerra
LA HUMANIDAD sueña desde hace mucho tiempo con un mundo sin guerra. Este sueño sigue sin realizarse. Como vimos en el artículo anterior, muchos creen que la paz mundial solo puede alcanzarse mediante un gobierno mundial, uno que represente con imparcialidad a todos los pueblos de la Tierra. No obstante, la mayoría sabe que los gobernantes humanos nunca cederán voluntariamente su soberanía a un gobierno que represente a todo el mundo. ¿Significa esto que un gobierno de esta índole es una imposibilidad?
Así podría parecer. Sin embargo, la profecía bíblica señala que dentro de poco regirá toda la Tierra un gobierno que traerá paz a la humanidad. No vendrá como resultado de negociaciones humanas ni de acuerdos internacionales. El profeta Daniel escribió por inspiración: “El Dios del cielo establecerá un reino que nunca será reducido a ruinas” (Daniel 2:44).
Este es el mismo Reino por el que Jesús enseñó a sus seguidores a pedir en la oración conocida por millones de personas como el padrenuestro. Seguramente usted conoce esta oración, que aparece en la Biblia en Mateo 6:9, 10. En ella se hace esta petición a Dios: “Venga tu reino. Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra”. Él responderá a dicha oración. En breve ese Reino ‘vendrá’ para llevar a cabo la voluntad de Dios para la Tierra, la cual incluye, en parte, la transformación del globo terráqueo en un paraíso de paz.
Una visión realista de la paz mundial
¿Hay razón para creer que el Reino de Dios obtendrá mejores resultados que los gobiernos humanos? Examine ocho características del Reino de Dios que aseguran la paz eterna para todos los súbditos de su dominio.
1. El Reino contará con el glorificado Jesucristo, el “Príncipe de Paz”, como el dirigente nombrado por Dios (Isaías 9:6). Cuando estuvo en la Tierra, Jesús mostró que sus siervos no se arman para la guerra física. Dijo a Pedro: “Vuelve tu espada a su lugar, porque todos los que toman la espada perecerán por la espada” (Mateo 26:52).
2. El Reino será verdaderamente un gobierno mundial. Concerniente a la autoridad conferida a Jesús, Daniel predijo: “A él fueron dados gobernación y dignidad y reino, para que los pueblos, grupos nacionales y lenguajes todos le sirvieran aun a él” (Daniel 7:14).
3. El Reino representará a todos los pueblos. Jesús tendrá cogobernantes procedentes “de toda tribu y lengua y pueblo y nación”, que “han de reinar sobre la tierra” (Revelación [Apocalipsis] 5:9, 10).
4. El Reino de Dios pondrá fin a todos los gobiernos humanos, los cuales se oponen a su autoridad. “El reino [...] triturará y pondrá fin a todos estos reinos [humanos], y él mismo subsistirá hasta tiempos indefinidos.” (Daniel 2:44.)
5. Los pueblos de la Tierra serán gobernados por una legislación internacional. Isaías profetizó lo siguiente con respecto a ese tiempo: “De Sión saldrá ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová. Y él ciertamente dictará el fallo entre las naciones y enderezará los asuntos respecto a muchos pueblos” (Isaías 2:3, 4).
6. Los súbditos del Reino aprenderán los caminos de la paz. Isaías sigue diciendo: “Y tendrán que batir sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas. No alzará espada nación contra nación, ni aprenderán más la guerra” (Isaías 2:4).
7. Los amantes de la violencia serán aniquilados. “Jehová mismo examina al justo así como al inicuo, y Su alma ciertamente odia a cualquiera que ama la violencia. Él hará llover sobre los inicuos trampas, fuego y azufre y un viento abrasador, como la porción de la copa de ellos.” (Salmo 11:5, 6.)
8. Las armas serán eliminadas. “Vengan, contemplen las actividades de Jehová, como ha establecido acontecimientos pasmosos en la tierra. Hace cesar las guerras hasta la extremidad de la tierra. Quiebra el arco y verdaderamente corta en pedazos la lanza; quema los carruajes en el fuego.” (Salmo 46:8, 9.)
Por qué y cómo poner fe en las promesas de Dios
La Biblia da muchos más detalles sobre el Reino de Dios. Por ejemplo, muestra quiénes se unirán a Jesucristo en la gobernación de los asuntos humanos. También nos dice cómo se les selecciona y qué requisitos deben llenar. Nos dice asimismo cómo administrará el Reino los recursos de la Tierra para promover la prosperidad y la felicidad entre todos los pueblos, eliminando la envidia y la codicia que tan a menudo han originado conflictos.
¿Debemos creer estas profecías? El propio Jehová ha dicho: “Así resultará ser mi palabra que sale de mi boca. No volverá a mí sin resultados, sino que ciertamente hará aquello en que me he deleitado, y tendrá éxito seguro en aquello para lo cual la he enviado” (Isaías 55:11). Esta declaración constituye mucho más que una garantía de que Dios cumple sus promesas. Jehová es el Todopoderoso, así que tiene el poder de establecer la paz mundial. Como no hay nada que no pueda entender, cuenta con la sabiduría necesaria para mantenerla (Isaías 40:13, 14). Además, es la misma personificación del amor, de modo que nadie en el universo tiene mayor deseo que él de traer la paz mundial (1 Juan 4:8).
Por supuesto, se necesita fe para creer en las promesas de Dios. La fe se basa en conocimiento y se cultiva mediante el estudio de la Palabra de Dios, la Biblia (Filipenses 1:9, 10). Conforme aprendemos de la personalidad y los propósitos de Dios, la realidad de su Reino se hace patente. Sí, la guerra será abolida, no por las gestiones de los seres humanos, sino por medio de un glorioso gobierno mundial con respaldo divino, a saber, el Reino de Dios.
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