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  • El papel de la religión en las guerras
    ¡Despertad! 1993 | 22 de abril
    • La guerra y los que dicen ser cristianos

      La aparición de la cristiandad en el escenario mundial no cambió las cosas. De hecho, Anne Fremantle escribió lo siguiente en el libro Age of Faith (La era de la fe): “De todas las guerras que han hecho los hombres, las que se han peleado con más ardor son las libradas en el nombre de una fe. Y las más sangrientas y prolongadas de estas ‘guerras santas’ han sido las Cruzadas cristianas de la Edad Media”.

      Aunque parezca extraño, en este campo las cosas no han cambiado mucho en nuestros días. “Persisten las violentas peleas y muertes bajo banderas religiosas —comentó la revista Time—. En el Ulster, protestantes y católicos se matan unos a otros en una especie de movimiento perpetuo inútil. Árabes e israelíes siguen con tensión las disputas sobre cuestiones territoriales, culturales y religiosas.” Además, una serie de diferencias étnicas y religiosas han originado horribles masacres en las anteriores repúblicas de Yugoslavia.

      Lo que no se entiende es que personas que dicen ser cristianas vayan a la guerra contra miembros de su propia fe. Así, católicos matan a católicos en los campos de batalla. El historiador católico E. I. Watkin reconoció: “Aunque sea doloroso admitirlo, no podemos negar ni pasar por alto, en pro de un supuesto bien espiritual o de una falsa lealtad, el hecho histórico de que los obispos han apoyado siempre todas las guerras libradas por los gobiernos de sus respectivos países. De hecho, no conozco ni un solo caso en el que la jerarquía religiosa de una nación haya condenado alguna guerra por considerarla injusta. [...] Prescindiendo de cuál sea la teoría oficial, en la práctica, la máxima que los obispos católicos han seguido en tiempos de guerra es la de ‘mi país siempre tiene razón’”.

      Pero esa no es una máxima solo de los católicos. Un artículo editorial del periódico The Sun, de Vancouver (Canadá), decía: “El protestantismo no tiene ninguna base para decir que se libra de estas fuerzas de división nacionalista. El hecho de que la Iglesia siga la bandera posiblemente sea una debilidad de toda religión organizada. [...] ¿Qué guerra se ha librado en la que cada bando no haya dicho que Dios estaba a su favor?”.

      Obviamente ninguna. Harry Emerson Fosdick, clérigo protestante, admitió: “Hasta en nuestras iglesias hemos puesto las banderas de combate. [...] Por un lado de la boca hemos alabado al Príncipe de Paz y por el otro hemos glorificado la guerra”. Y el columnista Mike Royko dijo que los cristianos nunca han tenido “escrúpulos de guerrear contra otros cristianos”, añadiendo que “si los hubieran tenido, la mayoría de las guerras europeas más enconadas jamás se habrían producido”. Un ejemplo notable de ello fue la guerra de los Treinta Años, que enfrentó en Alemania a protestantes y católicos.

      Desde luego, los hechos son bien claros. La religión ha apoyado las guerras y, a veces, hasta las ha promovido. De ahí que muchos se hayan preguntado: ¿Realmente favorece Dios a una nación en perjuicio de otra en tiempo de guerra? Cuando las naciones pelean, ¿se pone Dios de parte de alguna de ellas? ¿Llegará alguna vez el día en que ya no haya más guerras?

  • ¿Qué esperanza hay de que terminen las guerras?
    ¡Despertad! 1993 | 22 de abril
    • Una falsa esperanza

      Muchos han cifrado su esperanza en las iglesias, pensando que estas ayudarían a crear un mundo libre de guerras. Pero lo cierto es que han resultado ser una de las fuerzas más divisivas y belicosas de la historia. Por ejemplo, Frank P. Crozier, general de brigada británico durante la I Guerra Mundial, dijo: “Las iglesias cristianas son las mejores creadoras de actitudes sanguinarias que tenemos, y nos hemos servido bien de ellas”.

      Por consiguiente, es fundamental que sepamos distinguir entre el cristianismo verdadero y el falso. Para ayudarnos, Jesús proporcionó una regla sencilla: “Por sus frutos los reconocerán”. (Mateo 7:16.) Las palabras o la profesión de ciertas creencias no bastan. Para ilustrar esta idea, Steve Whysall, articulista del periódico Sun, de Vancouver (Canadá), comentó: “No todos los que llevan la ropa de trabajo manchada de grasa son mecánicos, aunque lo parezcan, [...] aunque digan: ‘Somos mecánicos’”.

      Aplicando su ilustración al cristianismo, Whysall pasa a decir: “Muchas veces oirá decir a la gente que esto o aquello se hizo en el nombre del cristianismo, y que fue horrible. Efectivamente, lo fue. [...] Pero ¿quién ha dicho que fuesen cristianos los que hicieron esas cosas tan horribles?

      ”Pues lo dicen las iglesias oficiales —responde usted—. De acuerdo, pero ¿quién ha dicho que las iglesias oficiales sean cristianas?

      ”El Papa bendijo a Mussolini, y se sabe de las actuaciones indignas de otros papas en el pasado. Pero ¿quién ha dicho que fuesen cristianos?

      ”¿Piensa usted que porque un hombre sea el papa tiene que ser cristiano? Solo porque alguien diga ‘soy cristiano’, no significa que lo sea, tal como el hombre que dice ser mecánico puede que no lo sea.

      ”La Biblia hasta pone sobre aviso a los cristianos de los que se las dan de cristianos. [...] Ningún cristiano puede guerrear contra otro cristiano, sería como si un hombre luchase contra sí mismo.

      ”Los cristianos verdaderos son hermanos y hermanas en Jesucristo. [...] Jamás se herirían unos a otros intencionadamente.”

      De modo que hemos de aplicar la regla de Jesús y mirar los frutos que producen las iglesias. Pero ¿qué frutos? La Biblia indica uno en particular: “Los hijos de Dios y los hijos del Diablo se hacen evidentes por este hecho: Todo el que no se ocupa en la justicia no se origina de Dios, tampoco el que no ama a su hermano. Porque este es el mensaje que ustedes han oído desde el principio, que debemos tener amor unos para con otros; no como Caín, que se originó del inicuo y degolló a su hermano”. (1 Juan 3:10-12.)

      En lugar de animar a que se ame al hermano, las iglesias han apoyado y hasta instado a la gente a matar a sus hermanos en la guerra. De esa forma se han convertido en instrumentos de Satanás el Diablo, tal como las religiones de los antiguos egipcios, asirios, babilonios y romanos. Jesucristo llamó a Satanás “el gobernante de este mundo” y especificó lo siguiente respecto a los verdaderos cristianos: “Ellos no son parte del mundo, así como yo no soy parte del mundo”. (Juan 12:31; 17:16; 2 Corintios 4:4.) Sin embargo, las iglesias se han hecho parte integrante de este mundo.

      Es obvio, entonces, que Dios no está utilizando a las iglesias para cumplir su propósito de crear un mundo libre de guerras. A pesar de lo que digan los capellanes y otros representantes de las iglesias, Dios no toma partido en las guerras de las naciones.

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