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  • La guerra siega la vida de muchos niños
    ¡Despertad! 1997 | 22 de octubre
    • La guerra siega la vida de muchos niños

      SE SUPONE que la infancia sea una etapa feliz de la vida. Un tiempo de recibir cariño y protección. Un período caracterizado por la inocencia. Se espera que los niños jueguen, aprendan y cultiven cualidades que les ayuden a convertirse en adultos responsables. No se supone que se mate a los niños, y menos aún que ellos maten. Sin embargo, en tiempos de guerra, suceden muchas cosas que no deberían suceder.

      Lamentablemente, la guerra es un problema mundial que siega la vida de muchos niños y destroza la infancia de muchos otros. En 1993 hubo conflictos importantes en 42 países mientras otros 37 sufrían algún tipo de violencia política. En cada uno de estos 79 países vivían niños.

      Muchos jóvenes de nuestros días no saben lo que es la paz. A finales de 1995 se cumplían más de treinta años de enfrentamientos en Angola, diecisiete en Afganistán, once en Sri Lanka y siete en Somalia. Aunque en un lugar tras otro había políticos que hablaban con confianza del “proceso de paz”, el incesante proceso de guerra continuaba arruinando vidas humanas.

      La guerra siempre ha hecho sufrir a los niños, pero la forma de luchar de estos últimos años ha hecho crecer vertiginosamente la cantidad de muertos civiles, entre ellos niños. En los conflictos de los siglos XVIII y XIX y de principios del XX, alrededor de la mitad de las víctimas eran civiles. En la II Guerra Mundial, que duró desde 1939 hasta 1945, el número de muertes civiles ascendió a dos tercios del total de bajas de guerra, en parte debido al intenso bombardeo sobre las ciudades.

      Para fines de los años ochenta, las bajas civiles de guerra habían aumentado a casi el 90%. Una de las causas de semejante aumento es que las guerras se han hecho mucho más complejas. Los ejércitos ya no se enfrentan únicamente en un campo de batalla. La mayoría de los conflictos de hoy no tienen lugar entre países, sino dentro de un mismo país. Además, los enfrentamientos se producen en los pueblos o las ciudades, y allí, en medio del salvajismo y la sospecha, los que matan no hacen distinción entre el enemigo y los civiles inocentes.

      La guerra se ha cobrado muchas víctimas infantiles. Según cálculos del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, tan solo durante el último decenio ha causado la muerte de dos millones de niños y ha dejado impedidos a entre cuatro y cinco millones más. Debido a la guerra, más de un millón de niños están huérfanos y doce millones sin hogar. Además, unos diez millones padecen traumas psicológicos.

      Existe un sinfín de libros sobre la guerra. Tratan de cómo y por qué se libraron ciertas batallas; describen las armas y estrategias utilizadas; conmemoran a los generales que dirigieron la matanza. Las películas maximizan la emoción y minimizan el sufrimiento provocado por la guerra. En tales libros y películas no se habla mucho de las víctimas inocentes. Los siguientes artículos analizan cómo se ha explotado a los niños reclutándolos para la guerra, cómo han sido estos las víctimas más vulnerables y por qué decimos que los niños de hoy pueden tener un brillante porvenir.

  • Por qué son buenos soldados los niños
    ¡Despertad! 1997 | 22 de octubre
    • Por qué son buenos soldados los niños

      —¿MATASTE? —No.

      —¿TENÍAS UN ARMA? —Sí.

      —¿APUNTASTE A ALGUIEN CON ELLA? —Sí.

      —¿DISPARASTE? —Sí.

      —¿QUÉ SUCEDIÓ? —Simplemente cayeron al suelo.

      (World Press Review, enero de 1996.)

      ESTA escalofriante conversación entre un trabajador social y un niño soldado de África revela la confusión de un niño que lucha por aceptar su pasado.

      Durante los últimos años, en 25 países, miles de niños menores de 16 años se han incorporado a la lucha armada. Tan solo en 1988, unos doscientos mil niños participaron activamente en las guerras. En vista de que han sido manipulados por adultos, los niños combatientes también son víctimas.

      Su utilidad como soldados

      En el pasado, cuando los ejércitos luchaban con espadas y lanzas, un niño tenía pocas posibilidades de sobrevivir ante un adulto que empuñara la misma arma que él. Pero la nuestra es una era de armas ligeras. Hoy día, un niño armado con un fusil de asalto —un AK-47 de fabricación soviética o un M16 americano—, puede competir con un adulto en igualdad de condiciones.

      Estas armas no son solo ligeras, sino también fáciles de utilizar y mantener. Incluso un niño de 10 años puede desarmar y armar un AK-47. Además, estos fusiles abundan, pues se han vendido unos 55 millones de unidades. En un país africano solo cuestan seis dólares (E.U.A.) cada uno. Los rifles M16 también abundan y son baratos.

      Aparte de poder empuñar fusiles de asalto, los niños tienen otras ventajas como soldados. No reclaman salario, y raras veces desertan. Además, ansían complacer a sus mayores. Su sentido del bien y el mal está eclipsado por el deseo de ser aceptados por cualquier grupo de liberación o guerrillero que se haya convertido en su “familia”.

      También hay muchos niños que no tienen miedo. Un observador militar de África occidental dijo: “Dado que [los niños] no parecen tener la misma percepción de la muerte que los soldados de más edad, es menos probable que se rindan en situaciones desesperadas”. Un muchacho liberiano apodado Capitán Máquina de Matar, dijo vanagloriándose: “Cuando los mayores dieron la vuelta y echaron a correr, los pequeños nos quedamos a pelear”.

      Parece irónico, pero aunque los niños son buenos soldados, suele vérseles como los más prescindibles. Durante una guerra en Oriente Medio, se ordenó a diversos grupos de niños soldados que abrieran camino a través de campos sembrados de minas.

      Se les recluta y adoctrina

      Algunos niños se incorporan al ejército o a movimientos rebeldes en busca de aventura. Además, cuando aumenta el peligro y las familias están fragmentadas, una unidad militar ofrece cierto sentido de seguridad y llega a constituir una especie de familia adoptiva. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia dice: “Los niños que han crecido en medio de la violencia llegan a considerarla un modo permanente de vida. Solos, huérfanos, asustados, aburridos y frustrados, muchos acaban prefiriendo la lucha armada”.

      Otros niños se hacen soldados porque no ven mejor opción. A veces, cuando el alimento escasea y el peligro aumenta, alistarse en un ejército puede parecer la única posibilidad de supervivencia.

      También se da el caso de niños que quieren luchar en favor de la justicia social o para defender sus creencias religiosas o su identidad cultural. En el Perú, por ejemplo, los niños obligados a unirse a la guerrilla pasan por largos períodos de adoctrinamiento político. Pero muchas veces no es necesario tal adoctrinamiento. Brian Milne, antropólogo social que estudió a los niños soldados del sudeste de Asia, dijo: “Los niños no tienen una doctrina o ideología. Meramente son inducidos por un bando u otro y puestos a trabajar”.

      Por último están los niños reclutados a la fuerza. En algunas guerras africanas, las facciones realizan batidas en las aldeas para capturar niños, y los obligan a presenciar la tortura y ejecución de sus propios familiares o a tomar parte en ellas. A veces se les obliga a disparar contra sus padres o a degollarlos. Una vez aterrorizados, se les induce a aterrorizar a otras personas. Estos jóvenes brutalizados suelen cometer crueldades que ni adultos endurecidos cometerían.

      El retorno a una vida normal

      A los niños soldados no se les hace fácil adaptarse a una vida sin violencia. El director de un centro infantil de cierto país de África occidental dijo: “Todos los niños que hemos tratado están traumatizados a mayor o menor grado. Han violado, matado y torturado. A la mayoría les dieron alcohol o drogas, principalmente marihuana, pero a veces heroína. [...] Imagínese el terrible efecto de todo eso en la mente de los niños, algunos de los cuales no tienen más que ocho o nueve años”.

      En el país vecino de Liberia existe la misma situación: decenas de miles de niños han pasado su infancia aterrorizando a los habitantes de la zona rural. No es fácil para un adolescente con el cargo de mayor o general renunciar a la posición y el poder que le concede un AK-47. Un residente de Somalia dijo: “Si tienes un arma, puedes sobrevivir. Sin arma, no sobrevives”.

      Generalmente los niños combatientes no pueden regresar a casa por temor a las represalias o al rechazo de su familia. Un consejero infantil de Liberia dijo: “Hay madres que nos dicen: ‘Quédense con él. No queremos a este monstruo en casa’”.

      Aunque un buen número de niños han logrado cambiar y llevar una vida pacífica, su rehabilitación exige mucho amor, apoyo y comprensión por parte de quienes les rodean. No es fácil ni para los niños ni para sus familias. Un trabajador social de Mozambique explica: “Imagínese el contraste entre una vida que le permite apoderarse de lo que quiera y decir a los demás lo que tienen que hacer, y la vida que encuentra al regresar a la aldea. Especialmente si tiene 17 años y no sabe leer ni posee ningún oficio. Le espera una existencia aburrida. Resulta muy difícil volver a aceptar que otros le digan lo que debe hacer, y regresar a la escuela para empezar de nuevo en primer grado”.

      [Ilustración y recuadro de la página 5]

      Anwar tiene 13 años y vive en Afganistán. Aunque ya era veterano de seis batallas, fue en la séptima cuando mató por primera vez. Disparó a quemarropa contra dos soldados y luego empujó los cuerpos con la culata de su rifle para asegurarse de que estaban muertos. Cuando se le pidió que expresara lo que pensaba del incidente, pareció extrañarle la pregunta. “Me alegró matarlos”, dijo.

      Durante la misma batalla, los compañeros de Anwar capturaron a cuatro soldados enemigos, los ataron, les vendaron los ojos y los mataron de un tiro. ¿Qué pensaba Anwar de aquello? El joven combatiente levantó una ceja y respondió lenta y pausadamente, como si se dirigiese a un bobo: “Me alegró”.

      [Ilustración y recuadro de la página 6]

      Un prisionero de África occidental que pronto iba a ser puesto en libertad se encontraba esposado, y el comandante militar había perdido las llaves. Para solucionar el problema, ordenó a un niño soldado que amputase las manos al prisionero. “En mis sueños todavía oigo los gritos de aquel hombre —dice el muchacho—. Cada vez que pienso en él, lamento lo sucedido.”

  • Cómo destroza a los niños la guerra
    ¡Despertad! 1997 | 22 de octubre
    • Cómo destroza a los niños la guerra

      AQUEL enfrentamiento, uno de los muchos de la guerra civil de Sierra Leona, tuvo lugar a principios de 1995. Cuando cesaron los disparos, una niña de cuatro años llamada Tenneh, cuyos padres habían fallecido ya en la misma guerra, yacía herida en el suelo. Se le había alojado una bala en la cabeza, detrás del ojo derecho, y existía el peligro de que le provocara una infección que se le propagara al cerebro y le causara la muerte.

      Dieciséis meses después, un matrimonio británico consiguió que Tenneh fuera trasladada en avión a Inglaterra para ser intervenida. Un equipo de cirujanos le extrajo la bala, y muchos se alegraron del éxito de la operación, de que se le hubiera salvado la vida a una niña. Pero la alegría no era completa, pues Tenneh seguía siendo una huérfana que no tenía por qué haber recibido ningún disparo.

      Armas, hambre y enfermedad

      Aunque Tenneh fue alcanzada por una bala perdida, cada vez son más los niños que más bien que víctimas accidentales, son objetivos bélicos. Cuando estalla una contienda étnica, no basta con matar a adultos; a los niños del bando enemigo se les considera enemigos futuros. En 1994 un comentarista político dijo en un programa de radio de Ruanda: “Para acabar con las ratas grandes, hay que matar a sus crías”.

      Ahora bien, la mayoría de los niños que mueren en las guerras no han sido alcanzados por bombas o balas, sino que han sucumbido al hambre y la enfermedad. En las guerras de África, por ejemplo, la falta de alimentos y de servicios médicos ha matado a veinte veces más personas que las armas en sí. El corte de suministros esenciales es una táctica de guerra que últimamente se ha utilizado con especial crueldad. Los ejércitos siembran de minas terrestres extensos campos de cultivo, destruyen los depósitos de grano y los sistemas de bombeo y conducción de agua, y confiscan los suministros de socorro. También demuelen centros de salud y dispersan al personal médico.

      Los más perjudicados con estas tácticas son los niños. Por ejemplo, entre 1980 y 1988 Angola perdió 330.000 niños por causas relacionadas con la guerra, y Mozambique 490.000.

      Sin hogar ni familia

      La guerra no solo crea huérfanos matando a los padres, sino también separando a las familias. La cifra mundial de las personas que han huido de sus hogares por miedo a la violencia es de 53 millones, lo que equivale a uno de cada 115 habitantes de la Tierra. Y al menos la mitad son niños. En el pánico de la huida, estos suelen acabar separados de sus padres.

      Para finales de 1994 la guerra de Ruanda había separado de sus progenitores a 114.000 niños. Una investigación realizada en 1995 puso de manifiesto que, en Angola, uno de cada cinco niños había pasado por la misma experiencia. Para muchos niños, sobre todo los más pequeños, el trauma de verse separados de sus padres es más angustioso que el caos de la guerra en sí.

      Las letales minas terrestres

      En todo el mundo, cientos de miles de niños mueren despedazados por minas terrestres cuando salen a jugar, a apacentar el ganado, a recoger leña o a plantar cultivos. Las minas terrestres matan todos los meses a 800 personas. Se estima que en 64 países todavía hay sembrados unos ciento diez millones de minas. En tan solo Camboya hay alrededor de siete millones de minas: dos por cada niño.

      Más de cuarenta países fabrican unos trescientos cuarenta tipos de minas en una amplia variedad de formas y colores. Algunas parecen piedras, otras piñas, y las hay que se asemejan a pequeñas mariposas verdes que bajan flotando hasta el suelo desde un helicóptero, sin explotar. Se dice que se han colocado minas en forma de juguete cerca de escuelas y de lugares donde se juega a fin de que mujeres y niños las encuentren.

      Solo cuesta unos tres dólares (E.U.A.) fabricar una mina antipersonal, pero localizarla y sacarla del suelo cuesta de trescientos a mil dólares. Si bien en 1993 se removieron unas cien mil minas terrestres, se colocaron dos millones más. Todas son asesinas pacientes que nunca duermen, no distinguen entre un soldado y un niño, no reconocen ningún tratado de paz y permanecen activas hasta cincuenta años.

      En mayo de 1996, tras dos años de conversaciones en Ginebra (Suiza), los negociadores de la ONU no llegaron a prohibir mundialmente las minas terrestres. Aunque sí declararon ilegales ciertos tipos de minas e impusieron restricciones al empleo de otras, la prohibición absoluta de todas las minas terrestres quedó pendiente hasta la siguiente conferencia de revisión de la ONU, programada para el año 2001. Entretanto, las minas podrían matar a 50.000 personas más e incapacitar a 80.000. Muchas de las víctimas serían niños.

      Tortura y violación

      En las últimas guerras, muchos niños han sido torturados, bien para castigar a sus padres, bien para conseguir información sobre ellos. Pero a veces, en el salvaje mundo de la guerra, no hace falta ningún motivo y se tortura a los niños simplemente por diversión.

      En tiempos de guerra es común la violencia sexual, incluida la violación. En la guerra de los Balcanes se siguió la táctica de violar a niñas adolescentes y obligarlas a gestar al hijo del enemigo. Los soldados de Ruanda utilizaron la violación como arma para destruir los lazos familiares. En algunas incursiones, casi todas las adolescentes que sobrevivían al ataque de la milicia eran violadas. Muchas de las que quedaron embarazadas sufrieron el ostracismo de sus familias y de su comunidad. Algunas abandonaron a sus hijos, otras se suicidaron.

      Daños psicológicos

      Los niños que viven en zonas de guerra pasan por experiencias más terribles que la peor de las pesadillas de muchos adultos. Por ejemplo, una encuesta llevada a cabo en Sarajevo entre 1.505 niños reveló que casi todos habían experimentado bombardeos muy próximos. Más de la mitad habían recibido impactos de bala, y dos terceras partes se habían encontrado en situaciones en las que creyeron que iban a morir.

      En un estudio de 3.000 niños ruandeses se descubrió que el 95% había presenciado actos de violencia y matanzas durante el genocidio y que cerca del 80% había perdido algún familiar. Casi una tercera parte de ellos habían sido testigos de alguna violación o ataque sexual y más de una tercera parte habían visto a otros niños colaborar en matanzas o palizas. Semejantes experiencias destrozan la mente y el corazón de los niños. Un informe sobre niños traumatizados de la antigua Yugoslavia decía: “El recuerdo de los hechos permanece en ellos...[,] provocando pesadillas extremas, representación diaria de escenas retrospectivas relativas a acontecimientos traumáticos, miedo, inseguridad y amargura”. Después del genocidio perpetrado en Ruanda, un psicólogo del Centro Nacional de Recuperación de Traumas informó: “Entre los síntomas que manifiestan los niños se encuentran las pesadillas, la dificultad de concentración, la depresión y un sentimiento de desesperanza respecto al futuro”.

      ¿Cómo se puede ayudar a los niños?

      Muchos investigadores creen que cuando los niños reprimen sus sentimientos y recuerdos, el trauma no desaparece. La mejoría se observa cuando el niño hace frente a los malos recuerdos hablando de lo sucedido con un adulto comprensivo e informado. “Un gran paso adelante es conseguir que los niños traumatizados se abran y hablen libremente”, dijo una trabajadora social del África occidental.

      Otra ayuda importante para sanar el dolor emocional es la unidad y el apoyo firmes de la familia y la comunidad. Los niños que son víctimas de la guerra necesitan, como cualquier otro niño, amor, comprensión y empatía. Ahora bien, ¿existen buenas razones para creer que todos los niños tienen la posibilidad de disfrutar de un brillante porvenir?

      [Ilustración y recuadro de la página 8]

      Parecía una pelota

      En Laos, una niña y su hermano llevaban los búfalos a pastar. La niña vio algo en una zanja que parecía una pelota. Lo recogió y se lo lanzó a su hermano. El objeto cayó al suelo, explotó y mató al muchacho instantáneamente.

      [Ilustración y recuadro de la página 9]

      Mentes y corazones destrozados

      Lo que le sucedió a Shabana, una niña de ocho años de la India, ilustra muy bien los terribles efectos de la violencia en los niños. Shabana vio como una chusma mataba a golpes a su padre y luego decapitaba a su madre. Su mente y su corazón siguen sin reaccionar, ocultando el horror y la pérdida. “No echo de menos a mis padres —dice con voz apagada, impasible—. No pienso en ellos.”

      [Recuadro de la página 9]

      Solo una entre miles

      Cuando empezaron los enfrentamientos en su región, Maria, una huérfana angoleña de 12 años, fue violada y quedó encinta. Al intensificarse la lucha, Maria huyó a pie hasta un lugar seguro a 300 kilómetros de allí y fue admitida en un centro para niños desplazados. Como era tan joven, se le presentó el parto antes de tiempo y dio a luz con gran dificultad a un bebé prematuro. La criatura solo vivió dos semanas. Ella falleció una semana después. Maria fue solo una de los miles de niñas que han sido torturadas y violadas en guerras recientes.

  • Un brillante porvenir para los niños
    ¡Despertad! 1997 | 22 de octubre
    • DESDE que terminó la II Guerra Mundial, los gobiernos de todo el mundo han redactado y firmado una serie de tratados para proteger a la población civil en tiempos de guerra. En estos tratados se abordan cuestiones como la de permitir el libre paso de ropa, alimento y suministros médicos para los niños. Los acuerdos internacionales prometen proteger a la infancia de la explotación sexual, la tortura y la violencia. También prohíben que se reclute en las fuerzas armadas a los menores de 15 años.

      El informe Estado Mundial de la Infancia 1996, elaborado por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, dice que estas leyes constituyen “auténticos hitos”, y añade: “Los políticos que conocen la existencia de normas de control bajo las cuales pueden ser juzgados finalmente, es más probable que las tengan en cuenta a la hora de actuar”.

      Pero los políticos también reconocen que la comunidad internacional muchas veces carece del poder y la voluntad para hacer cumplir las leyes. El informe admite que “dada la amplitud con que estos principios han sido ignorados, es fácil desdeñar el cuerpo legal vigente de normas jurídicas internacionales”.

      Luego está la cuestión del dinero. En 1993 hubo conflictos en 79 países, de los que 65 eran pobres. ¿De dónde sacaron las armas para pelear? Mayormente de las naciones ricas. ¿Y quiénes son los cinco principales exportadores de armas destinadas al mundo en desarrollo? Nada menos que los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

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