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    ¡Despertad! 1989 | 8 de octubre
    • Página 2

      LAS GUERRAS se han cobrado en nuestro siglo unos cien millones de vidas. El dolor, el pesar y la angustia que esto ha causado es incalculable. ¿Cómo han podido hacer frente a sus secuelas los supervivientes, tanto militares como civiles? ¿Qué esperanza hay de ver un mundo sin guerras, un mundo que jamás vuelva a experimentar semejante trauma?

      [Fotografía en la página 2]

      Supervivientes al ataque a la isla de Eniwetok (islas Marshall) en 1944

      [Reconocimiento]

      Foto oficial de U.S. Coast Guard

  • La sacudida y el trauma de la guerra
    ¡Despertad! 1989 | 8 de octubre
    • La sacudida y el trauma de la guerra

      “HABÍAMOS estado de patrulla sin ningún contratiempo. Nuestro oficial, un hombre bondadoso y amable que no era soldado profesional, nos conducía de regreso a nuestras líneas. Un centinela nos dio el alto. Antes de que nuestro oficial pudiese responder, un soldado nervioso de detrás de nuestras líneas disparó y le dio de lleno en la cara. El pobre hombre murió ahogado en su propia sangre.” Para el soldado británico Edward B, este incidente resumió el trauma de la segunda guerra mundial.

      Hay quienes tratan de ocultar el verdadero rostro de la guerra. Por ejemplo: algunos propagandistas dijeron que la primera guerra mundial fue “mitad Armagedón —la batalla final del Bien contra el Mal [...]— y mitad torneo medieval, con un ligero toque de críquet”.a (The Faces of Power [Los rostros del poder].) Sin embargo, no fue ni una cosa ni la otra. El corresponsal y novelista Ernest Hemingway hizo una descripción mejor cuando escribió que fue “la carnicería más colosal, mortífera y mal dirigida que jamás ha tenido lugar en la Tierra”. Por supuesto, esto fue cierto hasta que llegó la segunda guerra mundial.

      Todas las guerras de este siglo y de los anteriores han sido carnicerías. Malcolm Browne escribió que “todas las guerras de la historia, sin importar su causa o justificación, han sido sucias, angustiosas y degradantes para todos los implicados”. Aunque en Vietnam fue testigo presencial de mucha de la matanza y agonía de la guerra, atestiguadas por la enorme cantidad de documentación gráfica y escrita, aun así pensaba que “la variedad de horrores perpetrados en Vietnam no representa nada nuevo en la experiencia humana”. (The New Face of War [El nuevo rostro de la guerra].)

      Desde luego, durante la segunda guerra mundial se sufrieron horrores similares a aquellos. Alemania y Japón quedaron arrasadas, y la cantidad de militares y civiles de esos países que perdieron la vida ascendió a millones. Estados Unidos tuvo unas 400.000 bajas; Gran Bretaña, 450.000, y Francia, más de 500.000. En la Unión Soviética murieron unos 20 millones de personas. El libro World War II hace una recopilación de lo que llama “estas cifras de sufrimiento humano”, y dice: “En conjunto, el número de víctimas de la guerra, incluidos los civiles, ascendió a, por lo menos, 50 millones”.

      Las víctimas civiles fueron parte de lo que Gerald Priestland, en su libro Priestland—Right and Wrong, llamó “guerra total: guerra [que afecta] a hombres, mujeres y niños sin importar dónde están o qué hacen, o lo viejos o indefensos que puedan ser”. Dijo que esto quedó ejemplificado cuando “los aliados incinera[ron] Hamburgo y Dresde y los alemanes destruye[ron] Liverpool y Coventry”.

      La aniquilación de decenas de millones de personas en la guerra ha sido monstruosa. Pero, ¿qué hay de los que sobreviven al ‘sucio, angustioso y degradante’ trauma de la guerra? ¿Cómo son afectados? Y ¿cómo pueden hacer frente a las secuelas? Los siguientes artículos examinarán estas cuestiones.

      [Nota a pie de página]

      a Juego inglés caracterizado por su cortesía y ritmo sosegado.

  • Las amargas secuelas de la guerra
    ¡Despertad! 1989 | 8 de octubre
    • Las amargas secuelas de la guerra

      EL MONSTRUO destructivo de la guerra ha aniquilado a millones de hombres, mujeres y niños, combatientes y no combatientes por igual, y a muchos otros los ha dejado marcados física, emocional y psicológicamente.

      Los soldados

      Muchos soldados sobreviven a los horrores de la guerra mutilados y viendo frustrados sus planes para el futuro. Un ejemplo típico es un soldado anciano que sobrevivió a la primera guerra mundial, pero que tuvo que pasar en continuo sufrimiento los siguientes treinta años de su vida debido a los efectos del gas mostaza utilizado en esa guerra.

      Sin embargo, las heridas más difíciles de superar suelen ser las emocionales y psicológicas. “Ninguno de los hombres que participaron en la primera guerra mundial ha conseguido olvidar jamás esa experiencia —escribió Keith Robbins en The First World War—. Hombres que parecían conservar su aplomo y compostura estaban marcados en lo más recóndito de su ser. Muchos años después, se despertaban por la noche, todavía incapaces de librarse de algún horror persistente.”

      Piense, por ejemplo, en los horrores vividos en un solo día de 1916, durante la primera batalla del Somme: 21.000 muertos y 36.000 heridos, ¡tan solo entre las tropas británicas! “Los hombres que regresaron del Somme raras veces hablaban de sus horribles experiencias. Quedaron conmocionados y aturdidos [...]. A un hombre le obsesionó toda su vida el recuerdo de no haber podido socorrer a un compañero herido que le pidió ayuda cuando él volvía arrastrándose a través de tierra de nadie.” (The Sunday Times Magazine, 30 de octubre de 1988.)

      “Temes herir a tus seres queridos —dijo Norman J mientras explicaba las consecuencias del intenso adiestramiento militar y de la violencia de los combates—. Si algo te despierta de pronto, tu reacción instintiva es atacar.” Hombres que durante mucho tiempo han vivido situaciones traumatizantes terminan con las emociones embotadas. “Resulta difícil manifestar la más mínima emoción —continuó Norman—. También he visto a hombres sumamente perturbados por la tensión. Vi a algunos romper jarras de cerveza y masticar el vidrio.”

      Las reacciones de Norman no son infrecuentes. Cierto informe mencionó que “uno de cada siete veteranos de Vietnam sufre de estrés postraumático”, y otro, titulado: “Para muchos, la guerra perdura”, explicaba que “tantos como un millón de veteranos de Vietnam todavía tienen que dejar atrás una guerra que aún los aterroriza todos los días [...]. Algunos se han suicidado y han maltratado a su familia. A otros les atormentan vivos recuerdos y pesadillas, y se vuelven introvertidos [...]. Sufrieron una herida psicológica profunda y duradera”.

      En ocasiones esto resulta en comportamiento delictivo. ¿Cuánto valor pueden los hombres dar a la vida y a los elevados principios morales cuando, como dijo Gerald Priestland, “la misma acción que me habría hecho convicto de asesinato en ciertas circunstancias, en otras podía hacerme merecer una medalla”? (Priestland—Right and Wrong.) Un veterano de Vietnam dijo: “Allí éramos asesinos a sueldo. Luego, al día siguiente, hay que regresar a casa, volver a la fábrica [de automóviles] Ford y olvidarlo todo. Sí, de acuerdo”. (Newsweek, 4 de julio de 1988.)

      Los civiles

      El periódico Frankfurter Allgemeine Zeitung comentó que las dos guerras mundiales “afectaron el psique de toda una generación [...]. La vida en medio de semejantes acontecimientos dejó marcas en las personas, marcas que pasaron a sus nietos y bisnietos [...]. Cuatro décadas después salen a la luz los síntomas de las heridas no curadas”, heridas que se han dejado sentir en todo el mundo.

      Por ejemplo: durante la segunda guerra mundial, Mary C vivía en Inglaterra cerca de un blanco de los bombarderos alemanes. Ella comentó: “Debido a que no exteriorizaba mis emociones para que mis hijos no se asustaran, llegué a fumar mucho, y finalmente terminé con una depresión nerviosa que me provocó claustrofobia”.

      En el otro lado de las líneas de batalla, en Alemania, se encontraba Cilly P. Ella dijo que ‘su vida de refugiados les había enseñado lo que significaba pasar hambre’, y también aprendió lo que significa sentir pesar. “Siempre que se hablaba de los muertos o desaparecidos —añadió—, pensábamos en nuestros hombres. Justo antes de dar a luz a sus gemelos, Anni, la hermana de mi novio, recibió la noticia de que su marido había muerto en la guerra. A muchas familias la guerra les arrebató a sus hombres, sus hogares y sus posesiones.”

      Anna V, de Italia, fue otra víctima del dolor causado por la guerra. “Estaba amargada debido al horror de la guerra y los sufrimientos de mi familia —dijo—. Un año después de terminar la segunda guerra mundial, mi madre murió sin haber visto el regreso de su hijo de un campo de prisioneros de guerra de Australia. Mi hermana murió de desnutrición y falta de atención médica. Yo perdí mi fe en Dios por haber permitido el sufrimiento y las atrocidades.”

      Es difícil de soportar la sacudida que produce el desplazamiento, la separación y la pérdida de seres queridos. El coste en términos humanos suele ser demasiado elevado. Una joven que enviudó en 1982 durante la guerra de las Malvinas entre Gran Bretaña y Argentina, expresó con las siguientes palabras el sentimiento de millones de personas que han perdido a seres queridos e incluso a sus cónyuges: “Para mí no valió la pena perder a mi marido por un pedazo de tierra en el quinto pino [...]. El gran problema es hacer frente a la sacudida emocional”. (Sunday Telegraph, 3 de octubre de 1982.)

      Piense también en las heridas físicas y emocionales sufridas por los supervivientes de una guerra nuclear. Un informe escrito en 1945 titulado Shadows of Hiroshima (Sombras de Hiroshima) proporciona un espantoso recordatorio de las terribles secuelas de la bomba que cayó sobre esta ciudad:

      “Treinta días después de que la primera bomba atómica destruyera la ciudad de Hiroshima y conmocionara al mundo, muchas personas que salieron ilesas del cataclismo siguen muriendo, misteriosa y horriblemente, como consecuencia de un algo desconocido al que solo soy capaz de referirme como la plaga atómica. Hiroshima no parece una ciudad bombardeada; más bien, parece como si una apisonadora monstruosa le hubiese pasado por encima, aplastándola y quitándola de la existencia.” Más de cuarenta años después, todavía hay personas que sufren y mueren como consecuencia de aquella explosión.

      Los niños

      Algunas de las víctimas más lamentables de las guerras del mundo han sido los niños, a muchos de los cuales los han reclutado los ejércitos de algunos países, como Etiopía, Líbano, Nicaragua y Kampuchea.

      “Lo que se deduce del caso de Irán, donde se enviaba a muchachos a través de los campos de minas, es que los jóvenes son más maleables, más baratos y se puede hacer que mantengan elevados niveles de fervor emocional durante largos períodos, lo que no sería posible con ningún soldado adulto”, dijo The Times de Londres. Al comentar sobre el efecto embrutecedor que esto debe producir en tales niños, el presidente de una organización defensora de los derechos humanos preguntó: “¿Cómo podrán llegar a ser adultos sanos y equilibrados?”.

      Esa pregunta se repite en el libro Children of War, de Roger Rosenblatt. Entrevistó a niños que habían crecido en lugares donde no habían conocido más que la guerra. Muchos demostraron una notable resistencia frente a sus horrorosas experiencias, pero a otros, como “muchísimos niños refugiados que habían huido en barco, en especial aquellos cuyos padres fueron dejados atrás en Vietnam, se les ve profundamente angustiados y trastornados”.

      ¿Cómo pueden los hombres, mujeres y niños que sobreviven a una guerra hacer frente a los problemas que dicha experiencia ha causado en su vida? ¿Cómo podrían ayudarles otros familiares? Y ¿acabarán algún día tales tragedias?

      [Comentario en la página 6]

      ‘Allí éramos asesinos a sueldo. Luego, al día siguiente, hay que regresar a casa y olvidarlo todo’

  • Cómo hacer frente a las secuelas de la guerra
    ¡Despertad! 1989 | 8 de octubre
    • Cómo hacer frente a las secuelas de la guerra

      ¿CÓMO se las arreglan algunas personas para hacer frente al trauma debido a la guerra? Para saberlo, ¡Despertad! entrevistó a algunas víctimas de la guerra.

      Bob Honis estuvo entre las decenas de miles de infantes de marina estadounidenses que lucharon en la segunda guerra mundial en la batalla de Iwo Jima, en el Pacífico occidental. No se publican sus vivencias para estremecer a nadie, sino para demostrar que es posible que algunos se recuperen hasta de las experiencias más traumatizantes.

      El trauma

      “Nos acercábamos a Iwo Jima a las 8.30 de la mañana del 19 de febrero de 1945. La artillería pesada del acorazado Tennessee dejó de oírse detrás de nosotros, y los bombardeos procedentes de las baterías costeras del enemigo zarandeaban nuestras lanchas de desembarco. Mientras seguíamos a las primeras tropas de asalto, con las emociones a flor de piel y excitados por la acción que se avecinaba, grité en medio de todo aquel ruido ensordecedor: ‘¡Déjennos algunos para nosotros!’.

      ”Una vez en la playa, lo único que se olía era el nauseabundo hedor de la pólvora, la ceniza volcánica y el equipo bélico que ardía. Nuestra lancha de desembarco fue alcanzada, y como consecuencia, el soldado que la conducía murió en el acto y todo nuestro equipo bélico fue destruido.

      ”Nunca podré olvidar la visión de los cuerpos muertos de otros infantes de marina. Uno estaba boca abajo sobre la arena. Sus botas de combate, a las que les faltaban las suelas, tenían los cordones atados hasta las rodillas, calzando los muñones de lo que hasta hacía poco habían sido piernas jóvenes y robustas. Mientras me agachaba dentro de un pozo de tirador excavado a toda prisa, miré a mi derecha y vi a otro infante de marina inclinado hacia adelante. Estaba decapitado a la altura de los hombros, pero aún tenía su rifle agarrado contra el pecho. La playa quedó cubierta de cadáveres de infantes de marina, muchos de ellos mutilados de un modo indescriptible, y aquello solo era el principio.

      ”El segundo día me enviaron a comprobar una de nuestras posiciones. ¡Qué escena tan espantosa! La explosión de una granada había volado las piernas y los brazos del primer infante de marina que vi. Su casco y su barboquejo todavía estaban en su sitio. Tenía los ojos totalmente abiertos, mirando con fijeza hacia adelante, como si meditase profundamente. Esparcidos por todo en derredor como si fuesen muñecos de trapo hechos pedazos, los demás miembros de la dotación de aquella batería no eran más que trozos de carne desgarrada desparramados por la suave y negra ceniza volcánica.

      ”La matanza continuó durante el tercer día. Entonces los muertos empezaron a descomponerse rápidamente, y el hedor se hizo insoportable. Estaba en todas partes, no había modo de evitarlo.

      ”Después de cuatro días de lucha encarnizada, el 23 de febrero se alzó la bandera americana en el monte Suribachi, un suceso hoy famoso. En lugar de júbilo, todo lo que sentí fue desesperación. Había cadáveres por todas partes. Parecía que la vida carecía de valor. La salvaje batalla continuó hasta el 26 de marzo, cuando Iwo Jima por fin fue tomada después de semanas de incesante matanza. ¡Qué carnicería! ¡Un total de 26.000 americanos y japoneses perdieron la vida en una isla de solo 20 kilómetros cuadrados!

      Las secuelas

      ”Una vez que me licencié de la Marina y me reuní de nuevo con mi familia, debería haberme sentido muy feliz, pero en lugar de eso, ahora salió a la luz lo que había estado creciendo en mi interior: una espantosa sensación de vacío y futilidad.

      ”Seguían atormentándome una serie de preguntas. Si la vida tiene tan poco valor, ¿qué sentido hay en seguir viviendo? ¿Habrá de verdad un Dios que se interese en nosotros? ¿Me obsesionarán el resto de mi vida las experiencias que viví? Seguí atormentado incluso después de casarme con Mary. No veía ninguna perspectiva de vida feliz y duradera, solo guerras y matanzas sin sentido hasta que al final la Tierra y toda la vida que hay en ella fuesen destruidas.

      Encuentro la solución

      ”Poco después de casarnos nos visitaron dos testigos de Jehová. Esto me dio la oportunidad de formular algunas preguntas escrutadoras sobre la guerra, el sufrimiento y el propósito de la vida. En seguida me respondieron las preguntas con la Biblia.

      ”Sí, hay un Dios amoroso que se interesa en nosotros y que pronto remediará todo nuestro dolor y pesar. (Salmo 83:18; Revelación 21:1-4.) No, Dios no aprueba las guerras en busca de metas políticas humanas. (Salmo 46:9; Isaías 2:4; Juan 18:36.) No, la Tierra no será destruida en un holocausto nuclear, sino que permanecerá para siempre, como hogar paradisiaco de todos los que cumplen con los requisitos de Dios. (Salmo 37:29; Isaías 45:18; Revelación 11:17, 18.)

      ”A medida que proseguía con mi estudio de las alentadoras promesas bíblicas, se llenaba el vacío que tenía en mi interior. Me fui convenciendo de que el Reino de Dios es el único medio realista para traer paz y seguridad a la Tierra. La guerra de Dios, llamada Armagedón, por fin librará a la Tierra de todo mal. (Daniel 2:21, 22; Mateo 6:10; Revelación 16:14-16.)”

      Hay que cultivar esperanza en las promesas de Dios

      Otras personas confirman que lo que más les ha ayudado a hacer frente a los traumas de la guerra ha sido el aprender la verdad sobre el propósito de Dios para la Tierra y Sus razones para permitir temporalmente la iniquidad.

      Esto no quiere decir que a veces no sea necesaria ayuda médica profesional, pero una esperanza verdadera basada en las promesas confiables de Dios registradas en la Biblia sí proporciona una fuerza interior para aguantar dificultades serias.

      No obstante, tal vez usted no esté traumatizado por la guerra, pero a lo mejor conoce a alguien que sí lo está. ¿Qué puede hacer para ayudarle? “Sea comprensivo y animador con los que han soportado ese tipo de sufrimientos —aconseja Mary C, quien ha experimentado los traumas de la guerra—. Ayude a esas personas a mirar hacia el futuro, a meditar en las promesas de Dios, no en las tragedias del pasado.” En efecto, sea paciente y compasivo, sea comprensivo, trate de ayudarles a cultivar una esperanza para el futuro.

      “Pero —quizás diga usted—, ¿cómo es posible que la solución para los que han pasado por el trauma de la guerra sea otra guerra, la de Armagedón?” Armagedón, la guerra de Dios contra todo lo malo, será una guerra sin víctimas inocentes. No violará el principio de lo que es justo y bueno. Será ‘llevada a cabo con justicia’, y los únicos que morirán en ella serán los inicuos. (Revelación 19:11; Proverbios 2:20-22.)

      Armagedón no dejará horribles secuelas, ni causará pesadillas recurrentes ni heridas psicológicas. El nuevo mundo de Dios encajará con el cuadro profético de Isaías 65:17-19: “Las cosas anteriores no serán recordadas, [...] y ya no se oirá más [...] el sonido de llanto ni el sonido de un lastimero clamor”.

      A todos los que en el pasado fueron víctimas de la guerra y la violencia asesinas —incluso los muertos— les beneficiará esta guerra. (Salmo 72:4, 12-14; Juan 5:28, 29.) Piense en ello: el paraíso de paz que en un principio Dios se proponía que hubiese en la Tierra será restaurado.

      “Esta esperanza que ofrece la Biblia —dijo Bob Honis— es la clave para hacer frente a las secuelas de la guerra. Todos los que han pasado por el trauma de la guerra pueden beneficiarse de tal esperanza, la cual, como dice la Biblia, es ‘ancla del alma’.” (Hebreos 6:19.)

      [Comentario en la página 8]

      “Ahora salió a la luz lo que había estado creciendo en mi interior: una espantosa sensación de vacío y futilidad”

      [Fotografía de Bob Honis en la página 7]

      [Fotografía en la página 7]

      En camino a Iwo Jima, estudiábamos planos de la isla

      Honis aparece arriba a la derecha

      [Reconocimiento]

      U.S. Marine Corps

      [Fotografía en la página 9]

      Bob y Mary Honis en la actualidad

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