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“La destrucción de la naturaleza”¡Despertad! 1997 | 8 de enero
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“La destrucción de la naturaleza”
POR EL CORRESPONSAL DE ¡DESPERTAD! EN IRLANDA
LA CODICIA representa una amenaza para nuestro hogar, la Tierra, pues mina su potencial de brindarnos el alimento y el cobijo que necesitamos para sobrevivir. Seguramente usted está al tanto de las formas en que la avaricia perjudica al planeta; sin embargo, son pertinentes algunos recordatorios.
El envenenamiento del planeta
Ya en 1962, Rachel Carson publicó el libro Primavera silenciosa, en el que advertía que se estaba envenenando el planeta con pesticidas y desechos tóxicos. La obra The Naked Savage (El salvaje desnudo) dice: “El hombre contaminaba su propio entorno y ensuciaba su propio nido, señales premonitorias de la extinción de las especies”. El ser humano aún envenena la Tierra por codicia. “Para obtener los máximos beneficios en un tiempo mínimo —señala el libro World Hunger: Twelve Myths (Doce falacias sobre el hambre en el mundo)—, los grandes cosecheros están dispuestos a abusar del terreno, del agua y de los productos químicos, sin detenerse a pensar que erosionan el suelo, agotan el agua subterránea y contaminan el ambiente.”
En vez de proteger las valiosísimas pluviselvas, esenciales para la supervivencia de la Tierra, el hombre las destruye a una velocidad inusitada. “De mantenerse el ritmo de explotación actual —afirmaron en 1986 los autores del libro Far From Paradise —The Story of Man’s Impact on the Environment (Lejos del Paraíso: Historia del impacto del hombre en el medio ambiente)—, dentro de cincuenta años las selvas tropicales llenas de vida prácticamente habrán desaparecido.”
Hay pescadores sin escrúpulos que emplean dinamita y venenos químicos para capturar peces cerca de los arrecifes coralinos, denominados “homólogos marinos de las pluviselvas tropicales” por su abundancia de formas de vida. Estos bárbaros métodos de pesca, unidos a la contaminación química desconsiderada, han “perjudicado gravemente” a buena parte de los corales vivos. (The Toronto Star.)
“Somos nuestra propia plaga”
Sir Shridath Ramphal, presidente de la UICN-Unión Mundial para la Conservación entre 1991 y 1993, cataloga de “destrucción de la naturaleza” a la mala gestión de los recursos de la Tierra. ¿Cuánta gravedad reviste la situación? Ramphal menciona el siguiente ejemplo: “La mayoría de los ríos de la India son poco más que cloacas descubiertas que arrastran al mar desechos sin depurar de las zonas urbanas y rurales”. ¿A qué conclusión llega el citado autor? “Somos nuestra propia plaga.”
Aunque la historia lleva siglos marcada por la codicia, la amenaza a la supervivencia planetaria es hoy más grave que nunca. ¿Por qué? Porque la destructividad del hombre es muchísimo mayor. “Solo desde hace medio siglo —señala el libro Far From Paradise— tenemos los medios químicos y mecánicos precisos para exterminar a los demás seres vivos del planeta. [...] El Homo sapiens [hombre sabio, en latín], como se autodenomina el ser humano en su soberbia, posee un poder casi absoluto y se ha descontrolado por completo.” Hace poco, la organización ecologista Greenpeace realizó una grave denuncia: “El hombre moderno ha hecho del Paraíso [de la Tierra] un vertedero [...] y ahora está como un niño bruto [...] al borde de [...] la aniquilación de este oasis de vida”.
Pero la codicia no solo pone en peligro el planeta a largo plazo. También compromete la dicha y la seguridad inmediatas de usted y de su familia. ¿Cómo? Veámoslo en el artículo siguiente.
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Cómo nos afecta la codicia¡Despertad! 1997 | 8 de enero
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Cómo nos afecta la codicia
LA CODICIA malogra la vida de millones de personas. Deshumaniza al codicioso y acarrea dolores y angustias a las víctimas. Es posible que usted sienta en carne propia sus efectos. Algo tan común como el robo en las tiendas eleva el precio de los artículos. Si su salario es escaso y no alcanza para lo más básico, probablemente padezca la codicia ajena.
Hambrientos y moribundos
Los codiciosos intereses de las naciones entorpecen las campañas gubernamentales de ayuda a los pobres. Ya en 1952, sir John Boyd Orr, hombre de ciencia especialista en nutrición, dijo: “Los gobiernos están dispuestos a unir hombres y recursos para una guerra mundial, pero las grandes potencias no están dispuestas a unirse para erradicar el hambre y la miseria del mundo”. (Food Poverty & Power [La carencia de alimentos y el poder], de Anne Buchanan.)
Desde luego, se da cierta ayuda, pero ¿qué vida llevan los pobres, la mayoría olvidada de la población mundial? Según un reciente informe, pese al aumento en la producción de alimento en algunas zonas, “el hambre y la desnutrición aún afligen a la mayoría de los pobres del mundo [...]. Una quinta parte [o sea, más de mil millones] de la población mundial pasa hambre a diario”. El informe prosigue: “Además, dos mil millones sufren de ‘hambre oculta’ a consecuencia de [...] deficiencias [dietéticas] que pueden causar graves afecciones”. (Developed to Death—Rethinking Third World Development [Desarrollo mortal. Replanteamiento del desarrollo tercermundista].) Sin duda, son cifras dignas de aparecer en primera plana.
Los esclavizados
Los hampones medran a costa de sus víctimas directas y del público en general. La toxicomanía, la violencia, la prostitución y la explotación económica esclavizan a millones de seres. Gordon Thomas señala otra lacra en su libro Enslaved (Esclavizados): “Según la Anti-Slavery Society (Sociedad Antiesclavista), en el mundo hay unos doscientos millones de esclavos, cien millones de ellos niños”. ¿Cuál es la causa fundamental? El informe explica: “El afán esclavizador es una parte tenebrosa de la naturaleza humana. [...] [La esclavitud es] hija de la avidez, la codicia y el ansia de poder”.
Los poderosos esquilman a los débiles y vulnerables y perpetran multitud de asesinatos. “Cuando el hombre blanco llegó por primera vez a Brasil, vivían allí dos millones de indios, de los que hoy deben de sobrevivir unos doscientos mil.” (The Naked Savage.) ¿Por qué? En esencia, por la codicia.
Las crecientes diferencias entre ricos y pobres
Según The New York Times, James Gustave Speth, uno de los administradores del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, habló del “surgimiento de una elite mundial [...] que acumula riqueza y poder en grandes cantidades, mientras más de la mitad de la humanidad queda fuera del reparto”. Otro comentario suyo resalta la peligrosa desigualdad entre ricos y pobres: “Más de tres mil millones de seres —cifra superior a la mitad de la población del planeta— aún perciben menos de 2 dólares diarios”. Luego agregó: “En este mundo polarizado en dos clases, la situación es un criadero de desesperación, ira y frustración”.
La desesperación se potencia porque muchos adinerados no dan muestras de sensibilidad ni de compasión ante el infortunio de las masas hambrientas y míseras.
Por doquier hay víctimas de la codicia. Observe, por ejemplo, la mirada confusa de los refugiados que padecieron las luchas de poder en Bosnia, Ruanda y Liberia; o el semblante resignado de quienes mueren de hambre en un mundo opulento. ¿Qué subyace tras tanta angustia? La codicia en sus más diversas manifestaciones.
¿Cómo podemos sobrevivir en un ambiente tan hostil, donde nos rodean depredadores codiciosos? Los siguientes dos artículos examinan dicha pregunta.
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