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  • “Los cambios más profundos”
    ¡Despertad! 1999 | 8 de diciembre
    • “Los cambios más profundos”

      “El siglo XX, como ningún otro, ha presenciado los cambios más profundos y extensos de la historia del hombre.” (The Times Atlas of the 20th Century [El Atlas Times del siglo XX].)

      AL HACER balance de esta centuria, muchos lectores aceptarán de buen grado la conclusión de Walter Isaacson, director gerente de la revista Time: “Ha sido uno de los siglos más sorprendentes: inspirador, espantoso a veces, fascinante siempre”.

      Según Gro Harlem Brundtland, ex primera ministra de Noruega, también ha recibido la denominación de “siglo de los extremismos, [...] en el que los vicios humanos han alcanzado niveles abismales”. En su opinión, se trata de “un siglo de grandes progresos [y, en algunos lugares,] crecimiento económico sin precedentes”, si bien las zonas urbanas míseras afrontan un lúgubre panorama de “hacinamiento y enfermedades generalizadas vinculadas a la pobreza y al ambiente insalubre”.

      Agitación política

      En los albores del siglo XX, la dinastía manchú de China, el Imperio otomano y varios imperios europeos controlaban gran parte del mundo. Tan solo el Imperio británico dominaba una cuarta parte del planeta y de sus habitantes. Mucho antes de finalizar el siglo, tales imperios habían quedado relegados a los libros de historia. “Para 1945 —indica The Times Atlas of the 20th Century— había terminado la era del imperialismo.”

      La desaparición del colonialismo propició que otras regiones del mundo se contagiaran de la oleada nacionalista que había recorrido Europa entre los siglos XVII y XIX. The New Encyclopædia Britannica señala: “Tras la II Guerra Mundial, el fervor patriótico se apaciguó en muchos países europeos [...]. En Asia y África, en cambio, el nacionalismo se difundió como un reguero de pólvora, principalmente como reacción anticolonialista”. Al final, según The Collins Atlas of World History, “había aparecido en la escena histórica el Tercer Mundo, y había terminado una era iniciada cinco siglos antes con el nacimiento de la expansión europea”.

      Al desmoronarse los imperios, ocuparon su lugar naciones independientes, democráticas en muchos casos. Las democracias a menudo afrontaron férrea resistencia, como la que opusieron los poderosos regímenes totalitarios de Europa y Asia en la II Guerra Mundial, los cuales coartaron las libertades personales e instituyeron rigurosos controles de la economía, los medios de comunicación y el ejército. Con grandes sacrificios de dinero y vidas humanas, se puso coto a sus tentativas de alcanzar la dominación universal.

      Cien años de guerra

      Sin lugar a dudas, los conflictos bélicos distinguen especialmente al siglo XX de los anteriores. Tocante a la I Guerra Mundial, el historiador alemán Guido Knopp escribe: “1 de agosto de 1914: Nadie sospechaba que el siglo XIX, que había brindado a Europa una larga etapa de paz, concluía aquel día, ni que el siglo XX comenzaba en realidad en aquel momento, con un período bélico que duraría tres decenios y demostraría lo que es capaz de hacer el hombre a sus congéneres”.

      Hugh Brogan, profesor de Historia, nos recuerda que “en Estados Unidos los efectos de aquella guerra fueron inmensos, espantosos, y aún se sienten hoy [1998]”. Akira Iriye, profesor de Historia de la Universidad de Harvard, escribió: “La I Guerra Mundial hizo época de diversas formas en la historia de Asia oriental y de Estados Unidos”.

      Es comprensible, pues, que The New Encyclopædia Britannica denomine a las dos guerras mundiales “los grandes hitos de la historia geopolítica del siglo XX”. Añade que “la I Guerra Mundial precipitó la caída de cuatro grandes dinastías imperiales [...], desencadenó la Revolución bolchevique en Rusia y [...] sentó los cimientos de la II Guerra Mundial”. También indica que las guerras mundiales casi “carecían de precedentes por su atrocidad, mortandad y ruina”. Asimismo, Guido Knopp señala: “La crueldad y el salvajismo del hombre excedieron a las peores expectativas. En las trincheras [...] se sembró el germen de una era que no vería a cada ser humano como un individuo, sino como material”.

      Para que no hubiera más contiendas catastróficas, se fundó la Sociedad de Naciones en 1919. Al fracasar como guardiana de la paz mundial, la sustituyó la Organización de las Naciones Unidas. Aunque la ONU logró evitar la III Guerra Mundial, no tuvo éxito con la Guerra Fría, que por décadas amenazó con degenerar en holocausto nuclear, ni con conflictos de menor extensión geográfica, como los acaecidos en los Balcanes y otros rincones del planeta.

      Al tiempo que aumentó el número de países, otro tanto ocurrió con la dificultad para mantener la paz entre ellos. Si comparamos un mapa anterior a la I Guerra Mundial con otro reciente, veremos que al menos 51 naciones africanas y 44 asiáticas no existían como tales a comienzos de siglo. De los ciento ochenta y cinco estados que hoy son miembros de la ONU, ciento dieciséis no estaban constituidos cuando se fundó en 1945.

      “Uno de los espectáculos más asombrosos”

      Cuando se aproximaba el fin del siglo XIX, el Imperio ruso era la mayor potencia terrestre del mundo. Pero iba perdiendo apoyo de forma acelerada. Según Geoffrey Ponton, muchos pensaron que “la revolución, más que la reforma, era necesaria”. Luego añade: “Pero tuvo que ocurrir un gran conflicto, la I Guerra Mundial, con el caos que desencadenó, para precipitar la revolución propiamente dicha”.

      En aquel momento, cuando los bolcheviques asumieron el poder en Rusia, se sentaron las bases de un nuevo imperio: el comunismo internacional patrocinado por la Unión Soviética. Aunque surgió en un mundo en guerra, el Imperio soviético no terminó con ráfagas de balas. El libro Down With Big Brother (¡Abajo con el Gran Hermano!), de Michael Dobbs, afirma que a finales de los años setenta la Unión Soviética era “un enorme imperio multinacional que ya se hallaba en declive irreversible”.

      Con todo, la caída fue súbita. Según la obra Europe—A History, de Norman Davies, “superó en rapidez a los grandes colapsos vividos en Europa” y “se debió a causas naturales”. En efecto, “el ascenso, desarrollo y ruina de la Unión Soviética”, indica Ponton, fue “uno de los espectáculos más asombrosos del siglo XX”.

      De hecho, el desmoronamiento de la Unión Soviética fue solo una de las múltiples modificaciones profundas del siglo XX que han tenido extensas consecuencias. Por supuesto, las transformaciones políticas no son nuevas, pues han ocurrido a lo largo de milenios.

      Pero uno de los cambios en el campo del gobierno durante el siglo XX reviste especial importancia. Examinaremos más tarde de qué se trata y qué repercusiones tiene en cada uno de nosotros.

      Veamos primero algunos logros científicos del siglo XX. Respecto a ellos, el profesor Michael Howard señala: “Parecía que los pueblos de Europa occidental y Norteamérica tenían sobradas razones para recibir al siglo XX como la aurora de una nueva era, más dichosa, en la historia de la humanidad”. ¿Conducirían estos progresos a la denominada buena vida?

      [Ilustraciones de las páginas 2 a 7]

      (Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

      1901

      La reina Victoria fallece tras sesenta y cuatro años de reinado

      El mundo alcanza los 1.600 millones de habitantes

      1914

      El archiduque Francisco Fernando es asesinado. Estalla la I Guerra Mundial

      El último zar, Nicolás II, con su familia

      1917

      Lenin embarca a Rusia en la revolución

      1919

      Formación de la Sociedad de Naciones

      1929

      El desplome de la bolsa estadounidense desata la Gran Depresión

      Gandhi prosigue su lucha por la independencia de la India

      1939

      Adolf Hitler invade Polonia y se desata la II Guerra Mundial

      Winston Churchill se convierte en primer ministro británico en 1940

      El Holocausto

      1941

      Japón bombardea Pearl Harbor

      1945

      Estados Unidos lanza bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. Finaliza la II Guerra Mundial

      1946

      La Asamblea General de las Naciones Unidas celebra su primera sesión

      1949

      Mao Tsé-tung proclama la República Popular de China

      1960

      Formación de diecisiete nuevas naciones africanas

      1975

      Fin de la guerra de Vietnam

      1989

      Se derriba el muro de Berlín y el comunismo pierde fuerza

      1991

      Se disgrega la Unión Soviética

  • En pos de la buena vida
    ¡Despertad! 1999 | 8 de diciembre
    • En pos de la buena vida

      “Al ir avanzando el siglo XX, la vida cotidiana de muchos [...] se vio alterada por el progreso científico y técnico.” (The Oxford History of the Twentieth Century [Historia del siglo XX, de Oxford].)

      UNO de los cambios más importantes de esta era ha sido de carácter demográfico. En efecto, en ninguna otra centuria ha crecido tan rápido la población del mundo. Así, los 1.000 millones alcanzados a comienzos del siglo XIX pasaron a ser unos 1.600 en 1900 y 6.000 en 1999. Y un porcentaje cada vez mayor de la creciente humanidad carece de las “cosas buenas de la vida”.

      Los avances médicos y la mayor difusión de la atención sanitaria propiciaron el aumento demográfico. En naciones como Alemania, Australia, Estados Unidos y Japón, la esperanza de vida aumentó de menos de 50 años a comienzos de siglo a bastante más de 70 en la actualidad. Pero esta tendencia positiva es menos evidente en otros lugares, como en un mínimo de veinticinco países, donde la esperanza de vida no supera los 50 años.

      “¿Cómo se las arreglaban antes?”

      La juventud a veces no concibe cómo lograban sus antepasados vivir sin aviones, computadoras, televisores y tantos otros objetos que hoy se dan por sentados e incluso se consideran imprescindibles en los países ricos. Tomemos como ejemplo la forma en que el automóvil cambió nuestra vida. Aunque surgió en el siglo XIX, “es —como indicó recientemente la revista Time— uno de los inventos que ha definido el siglo XX de principio a fin”.

      En 1975 se calculó que 1 de cada 10 trabajadores europeos quedaría desempleado si desaparecieran súbitamente los vehículos de motor. Además de los efectos evidentes en la industria automotriz, cerrarían los bancos, los centros comerciales, los restaurantes con servicio en ventanilla para el automovilista y otros establecimientos semejantes que dependen de la movilidad de su clientela. Al no haber modo de enviar los productos agropecuarios a los mercados, se paralizaría la distribución de alimentos. Los trabajadores de las zonas suburbanas no podrían acudir al trabajo. Las autopistas que surcan el paisaje caerían en desuso.

      A fin de acelerar y abaratar la producción automovilística, se introdujo a principios de siglo la cadena de montaje, que hoy se usa en la mayoría de las industrias (lo que permite producir en masa otros artículos, como electrodomésticos de cocina). En los albores de este siglo, el carruaje sin caballo era un juguete de los acaudalados de unos cuantos países; ahora es el medio de transporte del ciudadano medio en buena parte del mundo. Como dijo cierto escritor, “la vida en el siglo XX resulta casi inconcebible sin automotores”.

      En pos del placer

      Antaño los desplazamientos solían hacerse por obligación. Pero la situación cambió en el siglo XX, sobre todo en el mundo desarrollado. Al haber más empleos bien retribuidos y acortarse la semana laboral a cuarenta horas o menos, la gente dispuso de dinero y tiempo para los viajes, que pasaron a realizarse por placer. El automóvil, el autobús y el avión facilitaron el traslado a lugares lejanos para las vacaciones. El turismo de masas se convirtió en una gran industria.

      Según la obra The Times Atlas of the 20th Century, el turismo “tuvo un impacto trascendental tanto en las naciones que recibieron viajeros como en los países de origen”. El impacto también ha tenido su vertiente negativa, pues los turistas a menudo han contribuido a deteriorar las atracciones que visitan.

      Al ciudadano también le ha quedado más tiempo para dedicarse al deporte, sea como participante o como simple admirador entusiasta (a veces alborotador) de su equipo o estrella predilecta. Con el advenimiento de la televisión, los acontecimientos deportivos quedaron al alcance de casi todo el mundo. Sean locales o internacionales, atraen hoy a cientos de millones de apasionados televidentes.

      “Los deportes y el cine delimitaron la industria internacional del ocio, una de las que más empleos y ganancias genera en la actualidad”, señala The Times Atlas of the 20th Century. Todos los años se gastan miles de millones de dólares en diversiones, entre ellas los juegos de azar, forma predilecta de esparcimiento para mucha gente. Sirva para ilustrarlo un estudio de 1991 que situó al juego en el puesto número 12 entre las principales industrias de la Comunidad Europea, con una facturación que supera los 57.000 millones de dólares.

      Al perder novedad tales actividades, el público procuró otras emociones. El consumo de drogas, por ejemplo, se difundió tanto que a mediados de los noventa el narcotráfico movía 500.000 millones de dólares cada año, lo que lo convertía, según cierto autor, en “el negocio más lucrativo del mundo”.

      “Divertirse hasta morir”

      La técnica ha contribuido a reducir el planeta a una aldea mundial. Las repercusiones de los cambios políticos, económicos y culturales son hoy universales y casi instantáneas. “Naturalmente —dijo en 1970 el profesor Alvin Toffler en su obra El “shock” del futuro—, hubo muchos otros lapsos [...] en los que se produjeron conmociones. [...] Pero estos ‘shocks’ y conmociones quedaron limitados a una sociedad o a un grupo de sociedades contiguas. Se necesitaron generaciones, e incluso siglos, para que el impacto se dejase sentir más allá de sus fronteras. [...] Hoy, la red de los lazos [sociales] es tan tupida que las consecuencias de los sucesos contemporáneos son instantáneamente irradiadas a todo el mundo.” La televisión por satélite, así como Internet, también ejercen un poderoso influjo a escala universal.

      Algunos opinan que el medio de mayor influencia en el siglo XX es el televisivo. Una escritora dijo: “Aunque se critique su contenido, nadie cuestiona el poder de la televisión”. Pero los programas no son mejores que sus productores, por lo que su influencia es tanto positiva como negativa. La programación superficial, violenta e inmoral ha dado a cierto público lo que desea, pero no ha mejorado las relaciones humanas, sino que a menudo las ha deteriorado.

      En su libro Divertirse hasta morir, Neil Postman apunta otro peligro: “El problema no es que la televisión nos da material y temas de entretenimiento, sino que nos presenta todos los asuntos como entretenimiento [...]. No importa qué representa, ni cuál es el punto de vista, la presunción general es que está allí para nuestro entretenimiento y placer”.

      Al concederse primacía al placer, los valores espirituales y morales se han derrumbado. “En buena parte del mundo, la religión organizada ha perdido fuerza durante el siglo XX”, señala The Times Atlas of the 20th Century. A la par que la espiritualidad declinaba, la búsqueda del placer se convertía en afán desproporcionado.

      No es oro...

      El siglo XX ha introducido muchos cambios positivos. Pero como dice el refrán, No es oro todo lo que reluce. Muchos disfrutan de una vida más longeva, pero los aumentos demográficos crean enormes dificultades. La revista National Geographic dijo en fecha reciente: “El aumento demográfico tal vez sea el problema más acuciante que afrontamos en el umbral del nuevo milenio”.

      Igualmente, el automóvil reporta innumerables beneficios y satisfacciones, pero también muchas tragedias, como las 250.000 defunciones anuales debidas a accidentes de circulación en todo el mundo; además, figura entre los principales agentes contaminantes. Los redactores de La Tierra: un planeta para la vida afirman que la contaminación actual ocurre “a nivel global: destruye o mina la viabilidad de nuestros ecosistemas de uno a otro polo”. Explican que existe “la posibilidad de haber superado el estadio de un mero deterioro de los ecosistemas, y de hallarnos en plena destrucción de los procesos mismos que confieren a la Tierra las condiciones adecuadas para mantener formas elevadas de vida”.

      En el siglo XX, la contaminación se ha convertido en una inquietud casi desconocida en épocas anteriores. “Hasta hace poco, nadie creía que sus acciones afectaran al mundo entero —señala National Geographic—. Ahora hay científicos que opinan que, por primera vez en la historia, tales cambios tienen lugar.” Luego advierte: “El impacto colectivo de la humanidad es de tal magnitud que en una sola generación pudieran extinguirse especies enteras”.

      Es innegable que el siglo XX ha sido singular. Quienes han tenido oportunidades sin precedentes de disfrutar de la buena vida ahora descubren que la vida misma corre peligro.

      [Ilustraciones de las páginas 8 y 9]

      (Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

      1901

      Marconi envía la primera señal de radio transatlántica

      1905

      Einstein publica su teoría especial de la relatividad

      1913

      Se abre la primera línea de montaje del Ford T

      1941

      Nace la televisión comercial

      1969

      El hombre camina en la Luna

      El turismo de masas se convierte en un gran negocio

      Aumenta la popularidad de Internet

      1999

      La población mundial supera los 6.000 millones

  • Un gran cambio positivo
    ¡Despertad! 1999 | 8 de diciembre
    • Un gran cambio positivo

      “En 1900, el mundo se hallaba al umbral de una de las fases de cambio más trascendentales de la historia. El viejo orden daba paso al nuevo.” (The Times Atlas of the 20th Century.)

      A PRINCIPIOS del siglo XX, “el mundo entró en una era sumamente agitada y violenta”, añade el atlas. Terminó siendo el siglo con más guerras, que causaron más de cien millones de muertos.

      En esta era, los conflictos bélicos han matado a más civiles que nunca antes. Aunque en la primera guerra mundial los no combatientes representaron el 15% de los muertos, en la segunda superaron a los soldados en algunos países, y desde entonces constituyen la mayoría de los millones de víctimas mortales de las contiendas. Tal violencia cumple la profecía bíblica sobre el jinete que montaba “un caballo de color de fuego”, a quien “se le concedió quitar de la tierra la paz” (Revelación [Apocalipsis] 6:3, 4; Mateo 24:3-7).

      Cambian los valores

      El siglo XX cumple esta profecía de 2 Timoteo 3:1-5: “En los últimos días se presentarán tiempos críticos, difíciles de manejar. Porque los hombres serán amadores de sí mismos, amadores del dinero, presumidos, altivos, blasfemos, desobedientes a los padres, desagradecidos, desleales, sin tener cariño natural, no dispuestos a ningún acuerdo, calumniadores, sin autodominio, feroces, sin amor del bien, traicioneros, testarudos, hinchados de orgullo, amadores de placeres más bien que amadores de Dios, teniendo una forma de devoción piadosa, pero resultando falsos a su poder”.

      Las anteriores son características que la humanidad imperfecta siempre ha manifestado en cierta medida, pero que en este siglo han cobrado pujanza y difusión. Antaño se consideraba antisocial, o hasta malvado, a quien obraba así, pero hoy ve normal esa conducta incluso un creciente número de personas con “una forma de devoción piadosa”.

      En un tiempo, el concubinato resultaba impensable para la gente religiosa. La maternidad fuera del matrimonio, así como las relaciones homosexuales, eran una vergüenza. El aborto y el divorcio recibían el repudio mayoritario. La falta de honradez en los negocios era reprobable. Pero hoy día, como señala cierta obra, “todo vale”. ¿Por qué? En parte porque “favorece los intereses de quienes no desean que nadie les diga lo que no deben hacer”.

      En este siglo, el abandono de los elevados principios ha trastocado el orden de prioridades. La obra The Times Atlas of the 20th Century dice: “En 1900, los criterios con que medían su valía las naciones y las personas aún eran ajenos al dinero. [...] A finales de siglo, los países evalúan su éxito en términos casi exclusivamente económicos. [...] Han sucedido cambios análogos en la actitud del ciudadano ante las riquezas”. Hoy, los omnipresentes juegos de azar fomentan la codicia, y la radio, la televisión y el cine promueven el materialismo. Hasta los concursos y sorteos difunden el mensaje de que el dinero no lo será todo, pero poco le falta.

      Muy juntos pero muy separados

      A principios del siglo XX, la mayoría de la población era rural, mientras que a comienzos del XXI más de la mitad probablemente sea urbana. La obra La Tierra: un planeta para la vida dice: “Proporcionar un nivel de vida decente a los ciudadanos actuales —sin mencionar a las futuras generaciones— es una tarea que plantea unos problemas aparentemente insolubles”. La revista Salud Mundial, de la ONU, señaló: “El porcentaje de seres humanos que vive en ciudades no cesa de aumentar. [...] Centenares de millones [...] viven en condiciones que atentan contra su salud y que incluso ponen en peligro sus vidas”.

      Es toda una paradoja que quienes se mudan a las ciudades vivan más cerca unos de otros, pero cada vez más distanciados. La televisión, el teléfono e Internet (con las compras en línea) son útiles, pero reducen el trato cara a cara. De ahí que el diario alemán Berliner Zeitung concluya: “El siglo XX no solo es el siglo de la superpoblación. Es también el de la soledad”.

      Este hecho ocasiona tragedias como la ocurrida en la ciudad alemana de Hamburgo, donde se halló en un apartamento el cadáver de su propietario, que había muerto cinco años antes. “Nadie lo había echado de menos: ni los familiares ni los vecinos ni las autoridades”, indicó la revista Der Spiegel, que agregó: “Para muchos ciudadanos constituye un símbolo del espantoso alcance del anonimato cotidiano y la falta de contactos sociales que se sufre en las metrópolis”.

      Los mayores culpables de tales condiciones no son la ciencia y la técnica, sino los seres humanos. Este siglo ha visto más que nunca individuos “amadores de sí mismos, amadores del dinero, [...] desagradecidos, [...] sin tener cariño natural, no dispuestos a ningún acuerdo, [...] sin amor del bien, [...] amadores de placeres más bien que amadores de Dios” (2 Timoteo 3:1-5).

      1914: año señalado

      Según Winston Churchill, “el amanecer del siglo XX parecía luminoso y tranquilo”. Muchos creían que inauguraría una época de paz y prosperidad sin precedentes. Pero la revista The Watch Tower del 1 de septiembre de 1905 hizo esta advertencia: “En breve habrá más guerra”, y añadió que en 1914 estallaría un “gran cataclismo”.

      De hecho, ya en 1879 aquella publicación había señalado que 1914 era una fecha significativa. En años posteriores mostró que, según las profecías bíblicas del libro de Daniel, en 1914 se instauraría el Reino de Dios en el cielo (Mateo 6:10). No sería el año en el que el Reino asumiría el control absoluto de los asuntos de la Tierra, pero sí en el que comenzaría a gobernar.

      La profecía bíblica predijo: “En los días de aquellos reyes [que existen en nuestro tiempo] el Dios del cielo establecerá un reino [en el cielo] que nunca será reducido a ruinas” (Daniel 2:44). Aquel Reino, del que Cristo es Rey, comenzó a reunir en la Tierra a personas temerosas de Dios que ansiaban ser sus súbditos (Isaías 2:2-4; Mateo 24:14; Revelación 7:9-15).

      Coincidiendo con lo sucedido en el cielo, en 1914 comenzaron “los últimos días”, período que terminaría en la destrucción del sistema de cosas vigente. Jesús predijo que el inicio de esta etapa estaría señalado por guerras mundiales, escasez de alimentos, epidemias, terremotos asoladores, aumento de la delincuencia y enfriamiento del amor al prójimo y a Dios. Indicó que todo esto marcaría el “principio de dolores de angustia” (Mateo 24:3-12).

      Pronto habrá un mundo totalmente nuevo

      Ya han pasado ochenta y cinco años del inicio de “los últimos días”, y se avecina rápido el fin del nefasto sistema actual. Dentro de poco, el Reino de Dios, con Cristo como Rey, “triturará y pondrá fin a todos estos reinos [existentes en la actualidad], y él mismo subsistirá hasta tiempos indefinidos” (Daniel 2:44; 2 Pedro 3:10-13).

      En efecto, Dios eliminará la violencia de la Tierra y permitirá que los amantes de la justicia entren en un mundo completamente nuevo. “Los rectos son los que residirán en la tierra, y los exentos de culpa son los que quedarán en ella. En cuanto a los inicuos, serán cortados de la mismísima tierra.” (Proverbios 2:21, 22.)

      Sin duda, un mensaje muy gozoso que merece proclamarse a los cuatro vientos. El Reino de Dios pronto solucionará los problemas que el siglo XX no ha hecho más que agravar: la guerra, la pobreza, la enfermedad, la injusticia, el odio, la intolerancia, el desempleo, la delincuencia, la desdicha y la muerte (véanse Salmo 37:10, 11; 46:8, 9; 72:12-14, 16; Isaías 2:4; 11:3-5; 25:6, 8; 33:24; 65:21-23; Juan 5:28, 29; Revelación 21:3, 4).

      Si le atrae la perspectiva de vivir eternamente en un mundo justo de inenarrable felicidad, pida más información a los testigos de Jehová, quienes, con la Biblia que tenga usted, le mostrarán que los años de cambios cruciales que han marcado el siglo XX terminarán en breve, y tras ellos podrá disfrutar de bendiciones eternas.

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